Mi tercer viaje con la Stella Maris fue distinto a todos los demás. Primero, porque esta vez el destino fue un agujero negro. Segundo, porque ese maldito agujero negro, al que el Espacio confunda, puso a prueba el temple del acero de nuestros nervios.

Los nautas de Bengaluru no somos impresionables, tampoco nos andamos con pequeñeces ni nos acobardamos con poca cosa. Sin embargo, os aseguro que hasta el más curtido de nosotros vio puesto a prueba su coraje en presencia de ese terrible agujero negro.

Confieso que la aventura no resultó fácil, pues fueron multitud las dificultades a vencer y los problemas a superar. Cuando la Walrus —esa nave iónica de tan triste recuerdo— descubrió aquel abismo de los cielos en las inmediaciones de Miranda, la luna de hielo de Urano, las cosas se complicaron de tal modo que estuvimos a punto de...

Os lo advierto. Quien se atreva a continuar con la lectura de este relato deberá estar preparado para afrontar situaciones desconcertantes y, a la vez, profundamente paradójicas. No sigáis adelante los faltos de entereza o aquellos que os amilanéis con facilidad.

Y es que con la excepción del Gran Estallido primigenio del que nació el propio Universo, no existe un fenómeno más salvaje que un agujero negro. La violencia de este objeto cósmico es tal que ese «algo» en el que todo ocurre —el llamado espacio-tiempo— en su presencia se distorsiona y se comba, se contorsiona y se curva, y —¡quién sabe!— es hasta posible que a veces el propio tejido se rasgue, abriendo la puerta a mundos insospechados.

Pero es que, además, el oscuro abismo espacio-temporal al que nos enfrentamos fue especialmente perverso, y traía una sorpresa que solo los científicos más avanzados fueron capaces de predecir, y eso lo cambió todo.

Esa sorpresa determinó que ese terrible agujero del cosmos no solo puso en riesgo nuestras vidas, sino la del sistema solar entero, con toda la civilización que acoge, también con nuestros hogares y familias.

Creedme cuando os digo que un agujero negro no es un tema menor, pues en él suceden los fenómenos más extraños. Es un objeto mágico y misterioso, así como terriblemente brutal; algo parecido a un vellocino de oro imparable que destruye todo cuanto cae en su proximidad. La mayoría de las veces no podemos verlos, y solo los descubres cuando están ahí, encima de ti, pero entonces... entonces ya es demasiado tarde.