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Un alma, dos cuerpos.

Un paisaje divino se podía ver desde el balcón donde ella se hallaba. Un río rodeado de tierra fértil hacia un lado, con hombres y mujeres revisando cada segmento para cosechar aquello que estuviera listo. En cada lado de las parcelas, había un oficial egipcio asegurando que todos trabajaran correctamente sin importar su edad o sexo. Encargados de imponer castigos ante la falta de disciplina, estos hombres eran duros y en ciertas ocasiones, hasta crueles.

A lo lejos, se divisaba el desierto con los templos, algunos en plena construcción todavía. Cuando podía, ella buscaba la forma de escapar del sitio donde habitaba para ir a honrar a los difuntos. Pero nunca podía ir completamente sola, ese muchacho, Malak, se tomaba muy en serio el deber de protegerla.

Unos golpes a su puerta le quitan de su ensimismamiento, la dama que le estaba dando aire se detiene y la mira sin decir palabra alguna. ¿Debería ir a abrir? Tras una afirmación por parte de Amunet se acerca a la puerta y abre.

La dama ofrece una reverencia y escucha atenta lo que Él tiene que decir. Buscaba a la señorita, tenían una cita. Sin darle la espalda, fue deprisa a buscar hacia donde había dejado a la mujer, quien se había puesto de pie y observaba por el balcón. Allí se encontraba la guardia. Todos ellos de pie, sin importar que los rayos del sol llevaran horas bañándoles las cabezas.

Los hombres se veían más atentos, lo que indicaba que él ya estaba en casa. La dama se le acerca y le comenta quién había llamado a la puerta y qué es lo que buscaba.

-Dile que enseguida iré con él. Debo terminar de alistarme. -dice ingresando en la habitación y tomando el pequeño espejo de su mesa. La dama vuelve a la puerta para transmitir el mensaje y cerrarla para ofrecer privacidad a su princesa.

El hombre comienza a impacientarse por su tardanza, se pregunta, sin querer hacerlo, si ella estaba con él y por eso tardaba tanto. Pero él sabía que no era posible, lo había visto en la entrada y era imposible que estuviera en dos lugares al mismo tiempo. A su vez, sabía que no debía hacerlo. Pero la imaginaba vistiéndose. Un vestido cayendo por su piel, desnudándola por completo. El nuevo vestido, el que usaría para él, colgado a un costado. Imagina a su dama de compañía ayudándola a vestirse, a adornarse, y una sensación lo recorre, parecía que sentía envidia por ella, ella siempre la ayudaba a vestirse. Finalmente la puerta se abre y los enamorados pueden verse. Él le sonríe ampliamente, agradecido de que por fin la tenía frente a él. Ella le responde la sonrisa, deseosa por conocer aquello que él tenía en mente.

-Estás hermosa Amunet, aunque me gustas más con el cabello semi-recogido, te hace ver más delicada. -le comenta él tras evaluar su atuendo. Habían prometido ser siempre sinceros y aunque él no confiara en la sinceridad de las palabras de ella, se mantenía fiel a su promesa.

-Sabes muy bien que no me agrada verme frágil, y yo sé muy bien que no te agrada que me vea fuerte, o al menos que aparente poder defenderme sola -añade al ver que iba a refutar algo-Pero solo porque lo has pedido, lo haré. Tan solo recuerda que, aunque lo lleve semi-recogido, sigo siendo la misma persona. No importa la apariencia, lo que nos define son las decisiones, y eso, como bien sabes, depende del alma. Una y otra vez, siempre tomamos las mismas decisiones.

Finalmente ella estaba tal y como él deseaba, luciendo como una indefensa dama. Le encantaba recorrer las calles del imperio, recordando a todos quien era el que tenía el trato directo con los dioses. Esa forma de ser egoísta fue lo que casi lo lleva a la ruina.

-Seth, no me siento cómoda así. Vamos a algún lugar donde podamos estar solos, tranquilos.

-¿No te gusta mostrarte en público conmigo? -pregunta curioso y algo dolido. Entendía que las cosas eran distintas cuando paseaba con él, con el otro. Sabía muy bien que en esos casos era como si paseara sola en realidad y él fuera una simple sombra. Pero de no ser porque ella le pertenecía a él, moriría de celos cada vez que ella salía a pasear con Malak tras sus pasos.

-Sabes que no es eso. Me encanta que nos vean juntos, pero me incomoda que las miradas se claven en mí. Deberían de verte solo a ti, pero nos miran a ambos.

Él se detiene y la mira sonriendo. Eso es lo que más le gustaba a él. No ser el único objeto de las miradas, que ella fuera quien atrapara todas esas miradas, porque si eso pasaba, significaba que no era el único en el mundo que la veía hermosa. Además, que los miraran a ambos implicaba que los reconocían como sus superiores. Una cosa era aceptarlo a él, y otra distinta era aceptar que ella también estaría por sobre ellos. No sería más una igual. Desde su compromiso, ella era parte de él para toda la eternidad. Era la mejor noticia del mundo, pero odiaba hacerla sentir incómoda, hacía que ella se viera rara, antinatural. Y a él, le encantaba verla brillar.

Ambos se escabulleron entre las calles, aunque en el caso de ellos, escabullirse no era exactamente lo que hacían. Los guardias nunca les quitaban los ojos de encima. La pareja logró llegar a un lugar desierto y el hombre ordenó que los dejaran solos, motivo por el cual sus soldados mantuvieron la distancia pero no abandonaron su lugar cerca de ellos. Esa era toda la privacidad que podrían obtener.

No había más sombra que la que sus cuerpos proyectaban y Amunet lamentó no haber pedido la compañía de su dama. La relación entre un faraón y su ejército era sumamente distinta a la de una mujer con su dama. En el primer caso, era una relación de puro uso. Obedeces, no opinas y no preguntas, era una completa sumisión a los deseos de tu superior. En el segundo caso, era más una relación de amistad, aunque no necesariamente llegara a ser una. La dama no era una simple sierva, tenía otra clase de labores, otra clase de relación con su superior.

Cuando el hombre de la casa no estaba, la doncella vivía pura y exclusivamente para ella; el resto del tiempo Amunet podía prescindir de su presencia. Kiya, su dama, opinaba cada vez que se lo pedían sobre el atuendo, peinado, maquillaje y demás cosas que involucraban a Amunet. Podía aconsejarla, mas nunca obligarla a hacer algo.

En medio de la charla, surge una idea, una aventura propuesta por parte de Amunet. ¿Por qué seguir allí conversando cuando podían salir corriendo, escabullirse y ver desde otro ángulo la belleza de la ciudad. Era una idea que a Amunet le fascinaba, por más leve que fuera esa aventura, la compañía de él la hubiera hecho enorme.

-Amunet, sabes que no podemos hacerlo, hay peligro allá fuera. No podemos y no vamos a hacerlo. -le contestó firmemente el joven. En su tono de voz quedaba implícita la orden de no volver a intentar convencerlo.

Ella le regaló una débil sonrisa, odiaba que le impusiera reglas, pero sabía que no había nada que pudiera hacer. Si corría para invitarlo a la aventura, alguien iría tras ella y la alcanzaría sin problemas. Y no sería justamente él. Podían incluso llegar a castigarla por desobedecer una orden de quien gobernaba las dos tierras. Pero sabía que Seth no lo permitiría. Por otro lado, sabía muy bien quién sería encomendado a dicha labor. Buscaría la forma de demostrar la falta de respeto que Malak tenía ante la autoridad y terminarían castigándolo por su culpa. Finalmente sería ella quien lastimara a Malak.

Así es como Amunet terminó por aceptar lo que él le ofrecía. Ya había cedido bastante, ceder un poco más no le haría daño. Lo que él quería, lo tenía. Al final, le terminó diciendo que sí al baile que había propuesto, pero a falta de música, le ofreció bailar al compás de su corazón.

Y así lo hicieron, pero no fue un baile común. Requería que ambos escucharan a su corazón. Bailaron como no solían hacerlo, bailaron como si fueran un alma dividida en dos cuerpos, siguiendo el ritmo de ese latir. BUM, bum. BUM, bum. Él la movía. BUM, bum. BUM, bum. Ella le sonreía.

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-Amunet, dime que no ocurre lo que creo. Si hubiera aceptado... -Seth parecía fuera de sí. Era uno de los mejores recuerdos que tenía de ellos y él parecía no haberlo disfrutado del todo.

-Si hubieras aceptado la aventura, probablemente todo sería diferente. Pero nunca lo sabremos. No lo hiciste en ese momento y ahora ya es demasiado tarde para tomar esa decisión.

-¿Y no podemos modificarlos? He modificado recuerdos para que Laila los viera. ¿No podría funcionar?

-Has cambiado detalles mínimos, pero no afectaban el final de la historia. Lo pasado, ha pasado, no hay forma de corregirlo. Lo siento Seth, pero tendremos que vivir con la duda de qué podría haber sucedido.

-Amunet, has vuelto y una vez más cambias mi mundo ¿Cómo haré para dejar de pensar en los múltiples errores que he cometido? Solo creía conocer uno, pero ahora no dejo de pensar en todas las veces que dejé pasar las oportunidades, en todas las veces que podría haber cambiado el destino de nuestras vidas. Una vez más, Amunet, he comprendido la consecuencia de mis actos.

-No te lo negaré, siempre ansié que aceptaras mis pedidos. Pero tú no eras así, era un ilusa por quererlo. Luego de lo que hice, de aquel día, recree mil veces mis recuerdos, en todos ellos me decías que sí. Pero no podía avanzar más allá de eso. No hay forma de retomar el pasado y ver como habría sido el futuro. Lo he intentado Seth...

Él, sin saber qué más decir, salta prácticamente sobre ella y la abraza sin ninguna intención de soltarla. Estaba decidido a afrontar las aventuras, a no temer. La gente ya no lo veía como el ser supremo a quien debían respeto. Era libre de elegir lo que quisiera por sobre lo que los demás esperaran de él. Si Amunet, desde el interior de Laila intentaba proponerle algo, tomaría la oferta y diría que sí. Pensaba aprovechar cada segundo de su nueva vida.

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