Cap. 7: Querida hija.
Canción: Veo en ti la luz - Enredados soundtrack.
Mi cabeza se tambalea de un lado a otro, mis manos están encarceladas por culpa de unas cadenas, y mi ropa fue cambiada por un fino vestido morado que hace que tiemble por el frío suelo de madera. Tengo al lado el esqueleto de la niña muerta. Llevo horas sin dejar de llorar. Mis lágrimas corren libremente por mi rostro y mojan toda la ropa que tengo puesta.
—¡Gothel! —mi voz se quiebra al gritar.
Pero no fue en vano porque inmediatamente la lunática entra a la habitación. Sonrío al ver la cicatriz en su cuello como un adorno que me recuerda que por un momento me hubiese salvado.
Se apoya en el marco de la puerta.
—¿Sí, querida hija? —su voz suena con una falsa amabilidad que me da nauseas.
—Apuesto a que no tienes treinta años —digo como si nada. Lo único que puedo hacer en este momento es alargar el tiempo antes de mi muerte.
—Apuestas bien.
—¿Y... que te hizo a creer sobre esta supuesta magia?
—La flor. Vi la flor hace muchos años, antes de que la reina la usara como cura. Antes de que me la quitara. Brillaba como el sol, iluminaba la noche —se expresa con adoración—. Era la vida que necesitaba y que la clase alta me lo quitó —su mirada cambia a una llena de odio—. Su estúpida madre me la quitó solo porque ella si tenía el poder para hacer lo que quisiera.
—Cuando... —me detengo tragando saliva como forma de hidratarme— Cuando acabes conmigo, te sugiero un par de psicólogos. Eres buena estratega, pero también estás enferma ¿Uno de esos pelirrojos fue el que se tropezó conmigo en mi ciudad? ¿verdad? Uno de ellos lanzó el folleto en mi bolso... Eres muy lista —le apremio.
—Y tú muy charlatana. Te sugiero que me vayas dando mi magia.
Su expresión volvió a ser la de la mujer asesina de hace rato. Su daga aparece reluciente frente a mí y se presenta como una enorme burla. Ya llegó el momento.
—Mejor empieza a vaciar mi cuerpo, Gothel. Mi sangre es lo único que obtendrás de mí y no tendrá los increíbles poderes curativos que deseas —digo dándome por vencida.
Ella camina dando pasos lentos hasta mí. Se agacha hasta quedar a mi altura.
—Antes de matarte, quiero darte unas actualizaciones —entrecierro los ojos esperando las palabras que está por decir—. Tu príncipe azul murió tan rápido como te desmayaste. Los Stabbington se encargaron en tirarlo en un basurero. Pronto veré en las noticias como se crea un nuevo misterio —sonríe—. Al final la basura no terminé siendo yo.
Mi semblante relajado termina por resquebrarse por completo. Nada de esto tenía que pasar así.
—Ahora... —el frío metal de la daga toca mi garganta como un momento de karma y se presiona de la misma forma lenta que hace poco le hice a ella. Las gotas de sangre empiezan a caer en mi pecho— Vamos a acabar contigo.
Sonrío al ver su decisión. En un segundo algo cambió en mí. Ya la ingenua no parecía ser yo.
—Ay Gothel. Qué mala suerte tienes.
Y el chico que vi hace unos segundos entrar, aprieta el gatillo. Una bala atraviesa la cabeza de Stephanie y cae en el suelo sin vida tan rápido como escuché el impacto. Flynn esconde el arma y se acerca a mí corriendo.
Mis ojos lo recorren como si no fuera real, como si fuera un juego de mi mente. Poco a poco la habitación se va llenando de mis incontrolables carcajadas. Las emociones se aglomeraron de golpe, y lo único que me sale es reír.
—Hey, Flor, reacciona —me da golpecitos en las mejillas, asustado—. No me digas que también te has vuelto loca.
Mis brazos pasan por debajo de los suyos y mi cabeza se apoya en su hombro. Por unos minutos siento una especie rara de paz. Todo acabó. No dejo de llorar por bastante tiempo y él no me suelta hasta que me decido levantar.
Todo mi cuerpo tiembla, pero mi voz sale firme cuando decido decir:
—Vámonos de aquí.
...
—Pensaron que había muerto, y créeme, por poco lo hago, pero cuando me sacaron de la torre, encontré una de sus armas, y no perdí el tiempo en dispararles —habla con emoción.
Me llevo otro pedazo de comida a la boca. La sensación de placer no se compara a nada. Es increíble cómo puedo agradecer algo que suelo hacer normalmente.
—¿Y qué hiciste para detener la sangre?
—Castaña, no es la primera vez que me disparan. Tengo experiencia.
Río recordando las palabras que dijo en el bar.
Y una pregunta amarga pasó por mi mente.
—¿Por qué no me dejaste matarla?
Su gesto alegre cambia a uno más deprimente. Sus ojos se empañan y se gira hacia la ventana. Sin dudarlo, busco su mano encima de la mesa y la tomo en señal de apoyo.
—No quería que vivieras con ese cargo de consciencia. Créeme, no es algo fácil. Y no lo malinterpretes, no esperaba que te matara. Esperaba hacerlo yo.
Me observa con miedo, incluso baja la vista a nuestras manos y sé que está esperando que la quite. A diferencia de eso, le aprieto un poco la mano haciéndole entender que no lo pienso juzgar.
—¿Qué ocurrió? —pregunto con delicadeza.
—No he tenido una vida muy sencilla y he entrado en caminos peligrosos. Tuve que defenderme de alguien una vez.
Con su mano libre se limpia una lágrima que corre por su mejilla.
—Pues... Me alegra que estemos bien, almorzando en un local y conversando como si lo que pasó hace un par de días fuera un sueño extraño que tuvimos y no una realidad.
Me observa con pena. Su mano suelta la mía y pronuncia las palabras que tanto he evitado escuchar:
—Pero, Flor... Sabes que tienes que despertar ¿verdad? Tienes que volver.
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