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💫Capítulo veintiuno: ¡Maldita su estampa! [FER]

Los nervios me estaban matando por dentro desde que me dijeron quien había venido a verla. Tan solo pensar que podían haber dormido juntos una noche, me llenaba de ira y de unas inmensas ganas de romperle la cara. El dicho de «éramos pocos y parió la abuela», bien cierto que era. Al menos Miki me había reconocido y desde que llegué no se había separado de mí.

—Estarán a punto de venir —manifestó mi abuela sentada junto a mi en la mesa camilla—. ¿De verdad no quieres beber nada, hijo?

—No, gracias —sonreí amablemente con el pequeñuelo encima mío.

—Pues no te permito rechazar mi propuesta de quedarte a comer, ¿é o no é? He preparado comida para toda la zona.

—Está bien —asentí. Lo que sí me habían enseñado bien fue que los abuelos de Leire no admitían el no como una respuesta válida.

—¿Te puedo confesar algo?

—Por supuesto —le respondí.

La abuela de Leire miró a los dos lados como si tuviéramos público alrededor.

—Ese chico no me gusta para ella. Se le ve claramente sus intenciones —susurró—. No digo que sea mal illo, pero... yo te quiero a ti para mi nieta, así que os tenéis que volver arrejuntar. Mi pariente piensa lo mismo que yo también —recordó—. Fue tan diferente al día que compartimos contigo.

Una sonrisa amplia se me escapó dentro de tanta tensión acumulada. Me reconfortaba contar con el apoyo de Alba y de Fonsi.

—Me hace muy feliz saber que puedo contar con vosotros —manifesté—. Yo también quiero estar con ella formalmente.

—En lo que te podamos ayudar, lo haremos —siempre tan serviciales—. Me hace inmensamente feliz escucharte decir eso.

Escuchamos la puerta principal de la casa y unos pasos acercarse hacia la estancia donde nos encontrábamos.

—Ya están aquí, voy a calentar la comida —espetó Fonsi y fue a la cocina.

—¡Sorpresa! Mira quién vino a verte —dijo ilusionada su abuela quitándome a Miki de mis brazos.

Me acerqué a Leire por impulso y ella también a mí. Nos fundimos en un abrazo que ni me dio tiempo a mirar al mirón que nos estaba observando incómodo.

—No te vuelvas a ir así —le susurré con la lagrimilla caída.

—Perdóname.

Sutilmente nos separamos y nos quedamos mirándonos a los ojos.

—Esto es para ti —le di un ramo de flores.

A la distancia escuchamos susurrar a los abuelitos.

—A este no le dio el presupuesto para tanta flor —dijeron refiriéndose a Rodrigo.

Nos habíamos olvidado del personaje que teníamos enfrente, de la presencia y del comentario que soltaron y por suerte, no llegó a escucharlo.

Leire cogió el ramo de flores y sonrió agradecida.

—Gracias.

—Dámelas hija, las pondré en agua —Alba cogió el ramo, lo puso en agua también y desde la cocina se volvió a escuchar otro murmullo.

—Anda mira, vamos a montar otro jardín como sigamos así —espetó mi abuelo.

Quise acortar distancias con ella y me volví a acercar más. En ese instante, alguien nos interrumpió.

—Ejem —Rodrigo se puso en medio de los dos y se quedó mirándome. Me tendió la mano a la poca distancia que nos separaba—. Rodrigo.

A mala gana se la di e hice presión para saludarlo.

—Fernando —respondí de forma seca.

Leire nos miró y sobró decir que ninguno de los dos estábamos encantados de conocernos.

Cuando iba a abrir la boca Leire para romper el momento de incomodidad la voz de mi abuela nos llamó desde la cocina.

—¡A comer!

—Vamos que si no nos arrea —avisé y Leire nos medio empujó a ambos hacia la cocina y yo aproveché para conducirla hacia allí cogida de la cintura. Cosa que le repateó al pavo de turno.

Nos unimos a la mesa donde ya estaban sentados mis abuelos postizos, porque si. Así los consideraba, mi familia.

En la mesa, todos estábamos compartiendo las mejoras cosas que nos habían pasado durante los días pasados para intentar que hubiera buen ambiente en la mesa, sobre todo por los abuelos de Leire, porque si por mí hubiera sido, me hubiera liado a mamporrazos con ese, el intruso que se había colado entre mi familia. Daba asco escucharlo hablar con ese acento argentino disfrazado como si fuera español de nacimiento. ¡Qué asco me daba!

Unas horas después Leire tuvo la gran idea de ir a dar un paseo los tres —hubiera preferido darlo solo los dos pero los abuelos necesitaban hacer algo y había que quitárselo de encima—, nos enseñó un lago que había —y me venía perfecto para ahogarlo, digo... darle un remojón bueno— y por último nos apoyamos en una antigua barandilla que había.

—Leire —intenté hablar con ella pese a que el otro estaba delante. De cierta manera, quería ver su reacción.

—¿Si? —me respondió.

—Me has dejado preocupado, ¿lo sabes?

—¿Yo? ¿Por qué?

—No me respondiste a mi último mensaje —enarcó una ceja y el otro posó toda su atención sobre nosotros.

—Te respondí.

Negué con la cabeza.

—¿Por qué no seguimos andando? —nos interrumpió el otro nervioso.

—Que te calles —vociferé—, ¿o es que no te interesa de que hable?

«Contrólate, Fer».

—¿Perdona? ¿Tu quién eres para mandarme a mi callar?

Nos miró a los dos.

—Pues mira, me creeré alguien importante cuando lo he hecho. Así que no te metas en conversaciones ajenas.

—Pero si solo he dicho que andemos. Y encima me amenazas.

—Basta —dijo entremedias Leire.

—Estoy harto de que me tomen por estúpido. Primero Anya, ahora tu —manifesté cabreado.

—Aquí nadie te ha tomado por nada, ¿eh? —replicó Rodrigo.

—Te da miedo que se descubra la verdad, ¿eh?

—¿De qué hablas? —preguntó él.

Saqué mi móvil y busqué la conversación de Leire.

—A ver si ahora comprobamos quién miente aquí.

—No estoy entendiendo nada, ¿pero qué es todo esto? —nos preguntó agobiada.

—Este, que no sabe ni lo que dice.

Lo miré con furia.

—Ahora vas a ver si sé o no lo que digo —miré a mi niña—. Saca el móvil y ve a mi conversación.

El susodicho empezó a ponerse nervioso, más de lo que ya estaba. Esa reacción corroboraba que yo estaba en lo cierto.

Leire me hizo caso y me dio su móvil. Abrió nuestra conversación y yo le enseñe la mía.

—¿Ves? Si te mandé un último mensaje.

—Pero... ¿cómo? —Leire empezó a flipar cuando contrastó ambas conversaciones—. Si yo no he borrado nada y lo que vi, te respondí.

—Lo vamos a averiguar, ¿desde cuándo está él aquí?

—¿Y qué te importa a ti eso, eh? —refunfuñó el cascarrabias y yo lo ignoré.

—Pues vino hará cosa de dos días, quizás menos.

—Voilá, ya hemos cazado al culpable —le lancé una mirada asesina.

Leire entró en cólera y se tapó la cara con las manos. Debió de empezar a atar cabos sueltos.

—Ahora... lo entiendo —miró a Rodrigo—. Cuando perdí el móvil y me di cuenta, tú lo tenías.

—¿Ves? Otra prueba más.

—Fue por accidente —mintió.

—Sabes que no —le atacó Fer—. Lo hiciste aposta.

—Y si de verdad lo hiciste sin querer, ¿por qué no me lo dijiste? Hubiera sido muy sencillo hacerlo, digo yo —le reproché.

—Lo siento.

Al escuchar lo patético que era, fui a acercarme nuevamente pero retrocedí. No podía ponerme a su nivel.

—No lo vuelvas a hacer más, ¿entendido?

—Confía en mí.

—Confiar en ti... bah —refunfuñé.


Leire me dio un pisotón y yo me tragué la mala ostia.

—No lo vuelvas a hacer y no me dará por hacerlo.

Rodrigo asintió.

—Voy a preparar las cosas, mañana tengo que irme temprano —dijo—. Cuando estemos a solas, ya quedamos. Voy a llamar al hotel y esta noche duermo allí.

Enarqué una ceja.

«¿Cómo podía ser patán e intentar darle pena? ¿Qué se creía?».

—No, esta noche duermes y mañana te vas. Y ahora, no quiero ni un insulto más —nos miró enfadada a los dos—. ¿Está claro?

—Clarísimo.

—Avísame si aparecerá alguien más a por ti, porque en este caso voy a tener que especializarme en artes marciales —hablé—. Anya, este...

—Este tiene nombre. Y te juro por lo más sagrado, que voy a volver a conquistarla y se va a olvidar de ti.

—Ay pequeño iluso, sigue soñando. Si no lo hizo ya y contigo, va a ser bastante difícil —no quise ser arrogante, pero es que me salió del alma.

—Aléjate de ella —enfadado vociferó Ro. Lo acababa de sacar de sus casillas, lo sabía.

—Fernando, ya vale.

—Prometo no decir nada más —hice un gesto como si me cerrara la boca con una cremallera.

En silencio, volvimos a la casa de los abuelos de Leire. Cenamos con sus abuelos y sin decir poco, el niñato argentino le dio a Leire un beso en la mejilla y marchó a su habitación.

—Yo también me voy a la cama.

—Espera —le dije, había olvidado que no le había enseñado el manuscrito—. Esto es para ti.

—¿Qué es? —lo cogió y revisó por encima

—Algo que quería compartir contigo.

—¿Puedo abrirlo y leerlo sola?

—Si quieres, claro —aunque me hubiera gustado más que lo hiciese conmigo.

—Lo tengo en cuenta.

Le dio un beso a sus abuelos y a mi otro en la mejilla.

—Buenas noches, princesa —la abracé—. Mañana hablaremos con más calma antes de irme.

—¿Hasta cuándo te puedes quedar? No dejéis que se vaya —le pidió a sus abuelos.

—Medio día —le respondí aliviado. Eso significaba que no quería que me fuese tan tarde—. Tengo que verme con mi editor por la tarde. Vuelve a casa conmigo, por favor.

—Mañana hablamos, buenas noches —desapareció con Miki en brazos y fue a su habitación.

—Una disculpa por mi actitud —les pedí a mis abuelos postizos.

—No sé qué habrá pasado, pero... qué habéis discutido está más que claro.

Asentí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó mi abuelo.

—En otro momento —señalé el sofá—. ¿Puedo apoderarme de él esta noche?

—No —respondió firmemente la jefa.

—Es que tu no vas a dormir en el sofá.

—Con el suelo también, me conformo —propuse.

—Tu, allí —señaló la habitación de Leire.

—No sé si será buena idea.

No sabía si era buena o mala, pero la idea de dormir con ella me encantaba —y más si al día siguiente, él se enteraba—. Otra cosa era que ella me dejara.

—Tira, si se pone moños nos avisas.

Le di las gracias moviendo los labios y los abracé con felicidad.

—Mis mejores aliados —retorcimos un dedo y los unimos los tres.

—Venga ya, vete a dormir —pronunció Fonsi.

—O a lo que quieras, pero sin ruido.

—Toma, anda —me lanzó el mismo pijama horrendo de la otra vez.

—No, ese no —exclamé pidiendo auxilio—. Ese fantoche otra vez no que así no se va a enamorar de mi.

—Tu la enamoras hasta de astronauta, venga.

Ambos se rieron y yo me ruboricé.

«Ya te vale Fernando, ponerte rojo a estas alturas», pensé.

A hurtadillas entré, la luz de la mesita estaba encendida. En el diminuto mueble yacía el manuscrito que le había otorgado, señal que se lo pensaba leer muy pronto. Sin hacer mucho ruido, me puse el pijama de abuelo prehistórico, coloqué la ropa mía y me tumbé a su lado. Al parecer estaba dormidita y en una esquinita, dormía Miki.

Antes de cerrar los ojos le mandé un mensaje a Izan para saber de mi pequeña. Este me tranquilizó al enseñarme fotos de como dormía y ya dejé el móvil en la mesita. Cuando se movió y abrió los ojos mi princesa, impedí que hablase.

—Sigue durmiendo —vi en la otra mesita que se había tomado un tranquilizante para dormir. Y no pude evitar sentirme culpable.

La acurruqué en mi después de apagar la luz y así volvimos a soñar con los angelitos.

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Porque siento el mismo amor por ti que sienten Leire y Fer el uno por el otro. ¡Eres mi auténtica locura!

CANELA.

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💞É o no é es la expresión corta en Andalucía de ¿Es o no es?.

💞Número totales de palabras 1955.

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