💫Capítulo uno: Una llegada inusual y divertida. [FER]
«Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto de Sevilla (SVQ). Por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de cinturones se apague. Los teléfonos móviles deberán permanecer totalmente desconectados hasta la apertura de las puertas. Les rogamos tengan cuidado al abrir los compartimentos superiores ya que el equipaje puede haberse desplazado. Por favor, comprueben que llevan consigo todo su equipaje de mano y objetos personales. Les recordamos que no está permitido fumar hasta su llegada a las zonas autorizadas de la terminal. Si desean cualquier información, por favor diríjanse al personal de tierra en el aeropuerto; muy gustosamente les atenderán. Muchas gracias y buenos días.»
El mensajito de la azafata no salía de mi cabeza ni a la de tres. Ya no sabía si era producto del cansancio, de mi imaginación, de llevar tantas horas de vuelo o qué. Salí del aeropuerto con una maleta que ni Willy Fog —una serie de dibujos animados basada en la obra de Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días con animales antropomorfizados—. Nada más que tuve el contacto del sol en los ojos, noté una incomodidad bastante pronunciada. Cuando me dirigía a cruzar la calle por el paso de borriquitos medio cegato y cucando mis divinos ojitos —llámese paso de peatones, o siendo lo mismo paso de cebra. Qué si te parabas a pensarlo, si pasaran tantas cebras como personas, os podría asegurar que por ahí no pasaba ni un ser con dos piernas—, fijarse que hasta mi mente tuvo un lapsus que se le antojó ver a alguien de mi pasado, a Leiriloorijuuu. Traducido en otro idioma, a Leire. La que algún día formó parte de mi corazón y de mi vida. Me paré en seco y casi atropello a un abuelito con cara de pocos amigos. Me echó tal mirada que mis pupilas le imploraron perdón y de mis labios salió un tímido «Lo siento, ¿se encuentra bien?», que por mi mala suerte fue ignorado y yo perdí la oportunidad de buscar con la vista al producto de mi imaginación. Resoplé con tales fuerzas que no le di una patada a la maleta por respeto a la maleta que sino, ¡se enteraba! Por mi salud y mi paz mental, cogí el primer taxi que pillé y me dirigí algo confundido hacía la calle donde estaba el bloque de apartamentos que estaba a punto de convertirse en mi nuevo hogar. Estaba tan aturdido y cansado que me pareció verla. Sin duda necesitaba una siesta, pero no de media hora. ¡Sino de veinticuatro horas!
Al rato, el taxi paró delante de mi edificio y después de pagarle la tarifa, bajé del vehículo junto a mi maleta y divisé las vistas. Aspiré todo el aire que pude como si de una aspiradora se tratase y me dirigí al garaje. Una vez lo abrí con la llave que me mandaron por correo, vi que efectivamente. Mi coche nuevo estaba allí en su aparcamiento, aquel BMW azulado coupé serie 4 que siempre había soñado. Gracias a un conocido que tenía un concesionario y me hizo un buen precio por él. A cambio, le vendí el Ford Fiesta —aclaro que no, que aunque lo pareciera por el nombre del coche no era un fiestero, que os veo— y así pude permitirme el cambio. Ahora que lo tenía frente a mí, no podía creerme que ya no pertenecía a un sueño sino a mí realidad. Definitivamente, mi inicio en la ciudad no empezaba demasiado mal. Si no hubiera sido por lo cansado que estaba, me hubiera ido a lucirlo por las calles sevillanas, pero eso al menos por hoy, debía de esperar. Sintiéndome afortunado, lo acaricié como tal diamante y emprendí mi camino hasta mi departamento.
Ahora sí, ¡hogar dulce hogar! Cerré la puerta tras de mí y una vez en el distribuidor, puse el freno y pude observar de cerca que podía ver las habitaciones cerradas y a la izquierda, la cocina, el salón comedor y al final una terraza que estaba destinada a darme mucha paz. Mi agente inmobiliario cumplió con su palabra sin ninguna duda. Estaba todo como yo lo había ordenado. Acto seguido, dejé en mi habitación grande la maleta —y si, podía confesar que la cama elegida era de matrimonio pero que le iba a hacer, ¡todo me iba a lo grande! Y haced el favor, ¡no piensen mal!— y antes de que me diera pereza lo coloqué todo. Después, me acerqué al baño —uno de ellos, ya que el piso contaba con dos, aunque uno de ellos estaba destinado a ser convertido en un vestidor. Pensándolo bien, las personas que vinieran de visita no me cabía duda que el servicio, podría ser un buen tema de conversación. ¿Para qué quieres dos? ¿Uno para ir a hacer de vientre y otro para el pis? ¡Por favor, ja me maten!—, me quité toda la ropa dejándola encima del inodoro —para que luego digan que no era ordenado, ¡JA! y me metí en la bañera. Encendí la alcachofa —el grifo— de la bañera, me recosté y dejé que cayera sobre mí el agua.
—¡Oh, qué fresquita! —pronuncié riéndome imitando a José Miguel y la gran Vivy Lin cuando se bebían un traguito de agua con toda la gracia que se gastaban. Ambos trabajaban como humoristas en La tarde, aquí y ahora del gran Juan y medio de Canal Sur. Un programa autonómico de Andalucía, España—. Menos mal que viviría solo sino, iba a pasar poca vergüencita.
El agua fría en pleno otoño sentaba de alucine. Y si, era tan masoca que aunque hiciera fresco de vez en cuando me daba un baño con el agua bien fresquita. Después de una hora relajándome y enjabonado mi piel, salí de la bañera y alcancé una toalla. Como no me mojé el cabello, solo tuve que ponerme el paño sobre la cintura para después limpiar el baño, recoger la ropa y salir del habitáculo. Después, abrí el ventanal de la terraza, dejé la ropa sucia en la lavadora-secadora y miré las vistas mientras notaba sobre la piel que tenía a la vista, una leve brisa. Estuve varios minutos regodeándome hasta que caí en la cuenta de que no estaba vestido así que, me di la vuelta y me metí dentro del salón cerrando la ventana a mis espaldas. A continuación, fui a la habitación y me puse un chándal. Cogí el móvil que previamente dejé en la mesita y me dirigí a la nevera. La abrí y observé que menos carne y pescado había de todo. Cerré la nevera y llamé a Izan —un gran amigo de la infancia—. Estaba seguro que por la hora que era, tendría que estar en casa después de finalizar su jornada laboral, ya que eran las tres de la tarde y él salía sobre las dos. Sin más preámbulos, me senté en el sofá y marqué su número.
Un tono, dos tonos, tres tonos y cuando me disponía a colgar una voz chillona me alarmó por el aparatito que tenía pegado a la oreja.
—¡Eeeeehhh! Qué pasa tío, cuánto tiempo —hizo una pausa—. Desde que estabas en España no he vuelto a saber de ti. ¿Dónde estás, cabrón?
Me carcajeé bastante firme mientras notaba su impaciencia.
—Pues dónde voy a estar, ¡en España! —exclamé.
—¿Qué dices? ¿En Madrid?
—Cerquita tuya —le respondí.
—¿En Sevilla? —me preguntó.
—¡Pues claro! ¡Ya estás tardando en venir a verme!
—¡Vaya huevos que gastas y me avisas ahora! —gruñó.
—Pues claro, en cuanto he llegado y me he relajado, te llamé —dije la pura verdad.
Sentí como Izan resoplaba y maldecía a todos mis muertos.
—Anda, gruñón. ¡No me digas que no te alegras! —esbocé una sonrisa, aunque era una pena que no me viese.
—¡Mal encuentro tengas! —soltó de broma.
—Pero que sea con una morena, que me gustan a mí tela —bromeé sabiendo que eran su debilidad y estaba cien por ciento seguro que ante ese comentario iba a saltar.
—¡Tus muertos! Ésa para mí.
Me burlé de él.
—¡Mira que eres fácil de picar! —seguí riéndome.
—Anda que eres Malafollá.
Mi risa se volvió más sonora cuando escuché esa palabreja de Graná —Granada, otra provincia de Andalucía—. Y el significado de Malafollá significaba que los granadinos tenían un carácter seco en sus respuestas y eso se llamaba la Malafollá granaína. Por ejemplo,"¿Para qué te vas a quitar de en medio?", en lugar de decir, ¿te puedes apartar por favor?
—Míralo como se ríe —escuché a través del telefonejo—. ¿Pero cuándo has venido?
—Claro, qué quieres que llore —me acomodé mejor—. Hace un rato.
—¿Eres consciente de que la gente avisa antes? —me reprochó.
—Soy consciente, si —le di la razón a medias—. Se puede saber... ¿desde cuándo te volviste tu granadino? ¿Qué es eso de Malafollá?
—¡Illo, sevillano hasta la muerte que no te enteras!
Cómo echaba de menos tener una conversación de este tipo después de tanto caos.
—Amen.
—¿En qué hotel estás? Ahora mismo voy a verte —me informó.
—¿Hotel?
—Si, un hotel —imaginé su cara de disgusto. Cuando se enterase de que me mudé. Ahora sí que se iba a liar bien—. So pavo —agregó—. ¿O es que a estas alturas no sabes lo que es? Un lugar donde la gente se hospeda durante las vacaciones. Hacen reuniones y van a...
Antes de que fuese algo "directo", decidí intervenir.
—Claro qué lo sé, doña croqueta —le confirmé—. Y haz el favor de ser fino.
—Habló el guardaespaldas de los buenos modales —se quejó.
—A mucha honra —me mantuve en silencio unos segundos—. Y respecto a los huevos de antes, son de granja. Gilipollas.
—Pijo de mierda que eres —se mofó—. ¿Me vas a decir ya la dirección o te voy a tener que buscar con los GEOX?
—¿Desde cuándo una zapatilla busca a personas? —lo ataqué sabiendo a qué se refería a la unidad de élite del Cuerpo Nacional de Policía de España especializada en operaciones de alto riesgo. Con sede en Guadalajara y ubicados en Madrid.
Izan gruñó.
—Vale, vale ahora mismo te lo digo —me paré a recordar con exactitud la dirección y le pasé mi ubicación por un mensaje de WhatsApp.
Noté como piticlineaba —forma peculiar para decir teclear— las teclas de su móvil.
—Betis, edificio número veintitrés, apartamento número 3, B —pronunció.
—Aja, esa es la dirección.
—Hijo de tu madre, ¿qué haces alquilando eso? ¿Sabes lo qué cuesta?
—No lo alquilé para pasar unos días —comenté—. Me mudé aquí de forma definitiva.
—¡Su puñetera madre! Cómo se nota la pasta del guardaespaldas —se carcajeó—, pero bendita sea. Así tendré a mi amigo el estirado cerca.
—Tampoco gané tanto de guardaespaldas, ¿eh? —repliqué porque a decir la verdad, conseguí más con algo que él desconocía.
—Bueno, lo que sea, Perico —meditó—. Lo que importa es que estás aquí.
—Yeah —exclamé—. Por cierto, ¿ya trabajaste por hoy?
—Si —me afirmó.
—¿Has comido?—le pregunté.
—Que va, solo me dio tiempo a ducharme al llegar a casa —me aclaró—. ¿Y tú?
—Tampoco, tengo que ir a comprar algunas cosas.
—¿Quieres que te compre algo camino hacía allí? —se ofreció—, dime qué tienes.
—Pues fruta, lácteos, harina, huevos y verduras de temporada —hice una mueca—. Ah, si... espera que miro que ahora que recuerdo me dijo que tenía más cosas en un armario de la cocina.
Levanté mis lindas posaderas del sofá y me dirigí a la cocina, que a mí suerte no debía de hacer muchos kilómetros para recorrerla. Abrí la puerta de un armario y divisé lo que había.
—¿Aló? —escuché tras el teléfono—. ¿Qué es eso de decir lácteos, eh? Qué culto se ha vuelto...
—Sigo aquí, estoy mirando —tosí—. Lácteos es leche, yogur, queso y así sucesivamente —corroboró—. Ah, tampoco te creas que soy eso. Simplemente sé hablar correctamente.
—Ojú, y yo esperando la lista de la compra y tú rezandole a la virgen María en silencio —se quejó—. Ya, ya. Mira que eres porculero con tus palabritas.
—A ti sí te voy a dar yo virgen María...—dije bajando la voz mientras miraba todo bien. Amaba lo colocadito que estaba todo.
—¡Guarro! —me ametralló la oreja con tal grito.
—¡Man!
—¡Eh, finolis! ¡No te hagas el bilingüe! —se quejó—. A mi en sevillano, que en chino no me entero.
—Pero si no es chino —repliqué.
—Girufo, palurdo.
—Ay se te va... se te va la olla por enamorarte de un amor descontrolado —canturreé la canción de aquel triunfito de Operación Triunfo que sonaba en aquel año que ni recuerdo.
—¡Várgame, qué mal cantas! —me recriminó y yo cada vez me reía más fuerte—. Qué culpa tengo yo que cantes tan mal y que no te expliques bien.
—Guarromán es un pueblo de la provincia de Jaén —le informé.
—Claro, y Tocina más Valdezorras de Sevilla, Guarros y La mojonera de Almería, Meadero de La reina de Córdoba —enumeró Izan.
—Uh, vas tela de guay de geografía —me hice el sorprendido mientras me aguantaba la risa.
—No te jode, si no te lo aprendías en la escuela entre los capones que me arreaba la profesora y mi madre, como para no saberlo bien.
Ambos nos reímos al unísono.
—Pero me sé más, ¿eh? —prosiguió—. No sólo esos.
—Ahora entiendo porque eres tan tonto, por los mocholazos que te daban —seguí riéndome a la vez que él.
—Será —hizo un inciso—. No me lleves la conversación a temas indebidos y vamos a lo que importa. ¿Qué te compro?
—Una mansión en las Bahamas.
—No te jode, y tu a mi una muñeca chochona —le pedí.
—De eso no hay en Mercadona —si lo hubiese tenido por videollamada le hubiera sacado la lengua.
—Qué lástima —suspiró—. Ahora sí, ¿qué llevo?
—Quiero tener tu presencia, quiero que estés a mi lado —berreé la canción de seguridad social, una mítica banda de música.
—Venga ya, cojones.
—Enserio, no hace falta nada —respondí—. Hay cereales, paté, pan tostado, patatas también. Si eso, luego me acompañas al super.
—Perfecto, ahora llamaré a la pizzería de Don Camillo y Peppone que está en tu calle, así las recojo y las subo a tu mansión. Las pizzas son de otro mundo.
—Si quieres bajo y comemos en el local aunque creo que las vistas de mi terraza te gustarán más —di una idea.
—¡Oh! Prefiero en la terraza.
—Entonces llama y yo te las pago —dije.
—Invito yo —respondió de forma contundente—. Me cambio de ropa, saco la basura y voy para allá —cambió de tema—. ¿De qué quieres la pizza?
—Bueno, bueno —me paré a pensar—. No sé de qué tienen pero me da igual. Qué llevé jamón.
—Lo qué haré es... pedir dos diferentes y compartimos. ¿Qué te parece?
—Estupendo, cualquier cosa me va bien —espeté.
—Eh, illo. No me digas eso que mira que no aparezco... —noté como se mordía el labio.
—Tranquilo, tienes demasiado vello en las patichuelas para llamarme la atención —me entró la risa tonta.
—Hijo, hoy en día hasta las chicas tienen...
—Pero a ellas se les perdona todo, a ti no, osito polar —me mofé de él.
—Ojú, el depiladito —carraspeó—. Ahora te veo.
—¡Yo pongo el postre! —medio grité.
—¡Vale! —se calló en seco—. Pero... eso ha sonado muy pero que muy mal. ¡No te pases, en!
—Piensa mal y acertarás —respondí guardando la compostura y noté un silencio sepulcral—. Qué no... qué es broma.
—Fite tu.
Cuando se disponía a colgar, me vino la curiosidad de saber algún dato más de esa persona especial.
—¡Espera! ¡No cuelgues!
—¿Qué pasa? ¿Se te olvidó la bebida?
—No es eso...—me mordí el labio sin saber cómo preguntárselo.
—Venga, que desayunaremos mañana en vez de comer hoy. ¡Y aviso que me comería hasta un cochino jiñando!
Ignoré su comentario para no darle juego porque sino, así íbamos a estar hasta mañana.
—¿Sabes algo de Leire?
—¡Uy! ¿No será que viniste para reencontrarte con ella y no me lo has confesado —mira que podía ser creativo, aunque en realidad no vine con esa intención. Aunque ya que estaba por la ciudad, si me apetecía verla para ponernos al día.
Sabía de sobra que un alto porcentaje de las parejas no acababan bien, pero para mí ella siempre ha sido una buena amiga y mantuvimos el contacto hasta que ella empezó a salir con un chico. Esa etapa empezó cuando yo era el amante de Ingrid —Entre lo mal que sonaba y yo que perdí la cabeza por ella, cometí una gran estupidez. Y peor me sentí cuando Gorka, que era uno de mis mejores amigos, lo descubrió—.
«Qué mal sonaba el engaño a un amigo de toda una vida y ser el amante de alguien que nunca me perteneció».
—No —confesé—. Aún... sigue... con ese tal...
Me costaba un mundo pronunciar ese nombre y lo peor es que no entendía el porqué.
—¿Rodrigo? —me cuestionó.
—Ese —solté un suspiro.
—No, y ahora Leire no está por aquí —habló.
—¿Y eso?
—Se fue a vivir al extranjero, pero dame un rato y te cuento. ¡Arrivederci!
Izan colgó y yo lo hice tiempo después. Tras dejar el teléfono sobre la encimera de la cocina, preparé unas galletas de mantequilla caseras en el horno que me recordaban a los tiempos que compartí con Izan. No era un postre de estrella Michelín pero así nos serviría para tomarlas con un buen capuchino.
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💞Illo es chiquillo, tú o tío (refiriéndose a un amigo).
💞 Porculero es una persona muy pesada y que da mucho por culo (mucha guerra).
💞Muñeca chochona es la antítesis de la Barbie. Se trata de una vieja muñeca con cuerpo de trapo, cabeza de plástico y pelo de lana con aspecto de fregona.
💞Mercadona es una cadena de supermercados española.
💞Fite tu es fíjate tu.
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MILLONES DE GRACIAS POR EL APOYO
ღEspero que Fer haya abierto una pequeñita puerta en vuestros corazones.
ღEn la foto que aparece a lo último, os presento a Izan y a Fer.
ღPalabras totales del capítulo: 2971 según word. En wattpad 3205 sumando dos párrafos del apartado epígrafes y versos, y el capítulo uno.
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