Trastorno de la Armonía
Lorenzo se presentó ante Isabella con la noticia ya esperada, ella sabía que tarde o temprano sucedería pero no pensó que sería tan pronto.
Lorenzo le comentó sus planes a la reina:
— Estoy dispuesto a enmendar los errores que he cometido, es por eso que mañana partiré hacia Terra Gloriae y haré lo que es correcto. Más no significa que esto tenga algún significado para mi — le dijo aquel joven.
Fueron algunas palabras poco entendibles pero hicieron que su corazón frío, debido al rechazo, por un breve momento se sintiera cálido.
— No niegue mi señor, que desde el inicio, esto significaba algo muy grande, apreciado y esperado por usted. — respondió Isabella con tristeza, haciendo aún lado lo que había sentido tiempo atrás — Lleva esperando el momento adecuado para casarse con ella, yo solo fui un medio para que usted pudiera lograr su cometido — recordó, guardando siempre la compostura — Así que dudo mucho si esto no tenga algún "significado" para usted mi señor.
Diciendo esto, la reina se puso en pie y salió de aquel lugar, dejando a un Lorenzo estupefacto.
Si bien es cierto que sus planes en el inicio habían sido así como Isabella mencionó, ahora no lo eran, todo había cambiado en la vida de Lorenzo, él consideraba ese cambio en sus sentimientos como algo de bien, pero lastimosamente su ignorancia del pasado había comprometido a su futuro.
Y con tristeza y mucho arrepentimiento, tuvo que admitir que al inicio había usado a Isabella como medio para ganar la confianza y aprobación de María, hoy en día ya no quería nada de eso más que el favor y aprobación de su esposa.
Soltando un suspiro cansino tuvo también que retirarse de aquella sala para preparar su viaje hacia Terra Gloriae, también eligió a una sirvienta de buen parecer físico y llena de valores morales; ya que no le daría al rey a la peor sirvienta, el soberano debía recibir algo bueno, y Lorenzo se preparó para eso.
Así partió hacia el reino del rey Cironum, llevando con él a Mariana, una sirvienta de quince años que serviría como cambio. Ella tenía un rostro bello, con cabello de color rubio cenizo, ojos azules, labios rosas al natural y una nariz respingaba. Tenia contextura delgada y para ser mujer tenía una estatura alta, llegándole a Lorenzo casi a la altura de la barbilla. En su carácter, la joven era dócil y obediente, también era respetuosa y leal, ella era un cambio perfecto, así el rey de Luminis no llegaría a ofender al rey de Terra Gloriae por la petición que haría.
Pasaron al rededor de diez días para poder llegar hasta el reino de Cironum. La gente del pueblo veía con asombro a Lorenzo, pues no solían tener muchas visitas de reyes en su pueblo y menos sin la autorización de sus soberanos. Más curioso fue el hecho que Lorenzo no llegó en una carroza como suelen los demás reyes, esta vez, Lorenzo llegó montado a caballo, lo mismo pasaba con su escudero y los guardias, así como aquella joven. Sin perder tiempo, Lorenzo no se detuvo a saludar a nadie, simplemente siguió su camino hasta el palacio del rey.
— Rey Lorenzo — saludó con amabilidad uno de los sirvientes — Es una grata sorpresa verlo por aquí. ¿Cómo puedo yo ayudar al rey?
— Por favor, ¿podría darle aviso a Cironum de que su amigo y leal aliado se encuentra en las afueras de palacio?
— Así lo haré soberano Lorenzo, solo debe darme un momento y vendré con la respuesta de mi rey.
— Esperare aquí.
Y así, aquel sirviente salió a toda prisa en busca de su gobernador para darle la noticia.
— Mi señor... — dijo el hombre reverenciado a Cironum.
— ¿Qué desea? — preguntó el rey con tono aburrido y yendo directo al punto.
— Traigo noticias, el rey Lorenzo se encuentra en las afueras de palacio, pide de por favor, que el rey Cironum le deje pasar.
— ¿Lorenzo está aquí? — preguntó algo confundido, él sabía que contaba con el apoyo del rey Lorenzo así como él apoyaba al joven, ¿pero llegar sin avisar?, ¿no era eso una falta de educación?
— Si mi señor, ahora mismo espera en los portones del palacio.
— ¿Estas completamente seguro que era él? — el sirviente asintió afirmativamente, así que no quedaba más remedio — Hazle pasar, dile que el rey de Terra Gloriae lo espera en la sala del trono.
— Así haré, mi señor.
Así el sirviente volvió al gran portón, llevando con él la respuesta del rey, tal y como lo había prometido.
— Rey Lorenzo — llamó cortésmente aquel hombre, cuando obtuvo la atención del soberano, continuó — El rey Cironum le da la bienvenida a Terra Gloriae, y desea verle en la sala del trono donde su majestad lo espera desde este momento.
Lorenzo ingresó al castillo junto a sus sirvientes, pero a la sala del trono sólo llevó con él a Mariana, debía presentarla ante el rey y luego pedir un intercambio.
Agradeció también a los cielos no toparse con María en los pasillos del castillo, no deseaba verle por lo pronto.
— Rey Lorenzo — saludó aquel hombre.
Cironum se encontraba sentado en aquel trono, con un aura que destilaba grandeza y poder, junto a él se encontraba también su reina, quien lo recibió con una sonrisa amable. Se preguntaba si seguiría manteniendo esa sonrisa después de lo que tenía en mente.
— Rey Cironum — saludó con cortesía — Que alegría volver a verle.
Cironum parecía receloso con su presencia, aún así contestó:
— Lo mismo digo, rey Lorenzo — respondió, aunque su postura corporal decía otra cosa — No lo veo desde su boda; ¿qué lo ha traído hasta aquí?, es un viaje muy largo.
— Tengo un motivo — mencionó Lorenzo, él vio hacia el lado, donde se situaba aquella joven a su mano derecha.
El rey vio hacia el mismo objetivo, levantó una ceja con curiosidad y espero pacientemente a que Lorenzo hablara.
— Tengo motivos... — repitió otra vez — Es... es difícil de explicar, pero quisiera la completa atención de los soberanos.
Cironum vio a la reina, y está asintió positivamente.
— Por supuesto — dijo el rey — Escucharemos.
— Gracias soberanos, son ustedes muy amables — dijo Lorenzo en agradecimiento — Primeramente, quisiera disculparme con ambos, debí avisar con anticipación pero el tiempo era demasiado corto, y sé que fue un error, lamento llegar sin ser invitado.
Ante esto, Cironum respiro con amabilidad y sonrió con pasividad, relajó también su postura corporal y respondió a Lorenzo:
— Está bien, rey Lorenzo, no tiene que disculparse — dijo cortésmente — Siento que los motivos de la visita podrían deberse a un problema grave.
— Es algo parecido, soberano. — respondió Lorenzo con vergüenza — Lastimosamente he sido yo el culpable.
— ¿De qué habla? — preguntó la reina intrigada — ¿Están usted y la reina bien?
— Físicamente lo estamos; pero mi matrimonio con ella se ha visto afectado — comentó.
La reina se disponía a hablar pero Cironum levantó su mano con suavidad, dando a entender que no era el momento para hablar.
— Siento que la situación debe tratarse con más cuidado reina mía, no es el momento para hablar; además, el rey Lorenzo debe venir agotado, ¿por qué no descansa, soberano?, así podemos hablar con mayor tranquilidad en mi despacho al caer la tarde.
— Aceptó tales términos, rey Cironum — le respondió Lorenzo.
— De acuerdo. Mandaré también a preparar una habitación digna de usted — le comento el rey — Lamento que no esté lista, de haber sabido que vendría la hubiera preparado con anticipación — dijo un sonriente Cironum.
— No se preocupe su majestad; es totalmente mi culpa.
— La joven al lado suyo, ¿planea quedarse también aquí en palacio?
— Si, soberano, ella viene conmigo desde Luminis — le respondió.
— ¿Cuántos hombres vienen con usted, rey Lorenzo?
— Vienen cuatro de ellos, uno de ellos se trata de mi escudero, Alonzo, creo que ya se conocían.
— Oh, si. Solía viajar con el rey Magnus de vez en cuando, claro que conozco a Alonzo — comentó el rey — Es de alegría saber que el hombre conservó su puesto.
— Lo hizo — dijo Lorenzo — Es buen hombre, además es bueno en su labor, eso me comentó el rey Magnus unos días después de la boda y yo creí en su palabra, así que no vi un motivo para despedirle.
— Me alegra escuchar eso. Bien, iré a preparar una habitación para usted, los cuatro que lo acompañan en su viaje y está joven. — dijo amablemente el rey. — Si gustan, pueden ir al jardín, mientras se termina de preparar todo.
— Gracias soberano. — Lorenzo le hizo una señal a Mariana para que esta lo siguiera hacia afuera de la sala del trono.
Y así, Mariana termino por quedarse junto a Alonzo y los demás, él rey si decidió darse una vuelta por el jardín mientras eran llamados. Camino tranquilamente por aquellos caminos hechos de piedra, adornados por flores, árboles de todo tipo, recordando muchas cosas, incluyendo su niñez hasta el día de hoy y reflexionando cada uno de esos sucesos; se dejó llevar por cada uno y se sumió en sus pensamientos mientras seguía caminando.
Mientras tanto, Isabella se encontraba en su palacio, atendiendo todo tipo de deberes, deberes que le correspondían a Lorenzo pero en su ausencia debían ser atendidos por ella. Agradecía sinceramente a su nana, a su padre y al consejero Pedro, quienes desde su niñez estuvieron a su lado, la educaron y la prepararon para momentos como estos, así ella lograría cumplir su papel como reina y esposa, demostrando a sus súbditos que ella era una excelente soberana y digna del título.
En un momento de descanso, Pedro se acercó a ella, el anciano se posicionó a mano derecha dejando una notable distancia entre ella y él.
— Soberana... — comenzó diciendo aquel anciano — Últimamente la he visto muy... ¿agotada quizás? No sabría decir, pero noto en usted un semblante triste y cansado, ¿hay algo que la esté preocupando?
— No — negó ella — pero hay algo que me ha entristecido el corazón.
Pedro supo en ese momento que se trataba de Lorenzo y de María.
— Si no estaba de acuerdo con eso, mi soberana, ¿por qué acepto?
— Porque no quería que Lorenzo me odiara... pensé que con el tiempo él la olvidaría. — dijo agachando su cabeza mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.
Otro anciano hubiera corregido tal gesto, pero no Pedro, no él, el consejero solía ser comprensivo, y él entendía tal acto.
— Soberana... no haga eso, no por ley, sino porque nadie merece sus lágrimas — dijo suavemente aquel hombre — Aprecio y respeto mucho al soberano, pero no estoy apoyando lo que hizo, no cuando la afectada en esto será usted, y posiblemente el heredero que viene en camino. — dijo el hombre — Trató de ayudar, por eso hice lo que hice, pero no significa que el rey Lorenzo haya hecho bien, y usted no merece tal desprecio y tal acto, no le dé la satisfacción de verla así, no lo merece.
Isabella levantó su vista del suelo hacia el rostro del anciano.
— No, no las merece... pero aún así... — Isabella no pudo continuar, pues un nudo se le había hecho en la garganta.
— Lo sé, soberana, sé que es difícil, y no digo que no pueda llorar. Solo no lo haga frente al soberano, no le dé la satisfacción de verla destruida, demuéstrele usted a esa mujer
y al rey Lorenzo que la reina es fuerte.
— Voy a intentarlo... — sonrió Isabella. Aunque su sonrisa jamás llegó a sus ojos, sus ojos que empezaban a verse rojos debido al llanto.
— Está bien, mi reina. Sabe que cuenta siempre con mi apoyo, si hay algún problema, por mínimo que sea, no dude en venir a mi.
Y así, Isabella se sintió bien, con pocas palabras pero sabiendo que contaba con aquel anciano; los demás tendrían temor debido al rey, pero Pedro había demostrado ser leal a ambos, parecía algo imposible, pero él había demostrado ser un gran hombre.
Apoyar no significaba alabar las maldades de los demás, sino a ayudar a todos si podías hacerlo. Como Pedro, quien intentaba ayudar al rey incluso sino apoyaba lo que este causó, como fiel súbdito no dejaría que destruyeran a su rey por un error humano, pero también estaba al lado de la reina, quien había sido la afectada en el trayecto, junto a su pequeño bebé.
Al caer la noche, Lorenzo se reunió con los reyes en su despacho, estos ya habían mandado a preparar algunas delicias y un té para comerlos mientras hablaban.
Lorenzo contó lo que había sucedido parte por parte tal y como lo había hecho con los ancianos de su corte, por supuesto los reyes no se veían nada agradados con ello, pero no dijeron nada, después de todo no se trataba de su reino, aunque sentían que era una falta de respeto a la memoria del rey Magnus y a su actual esposa, la reina Isabella, sobre todo cuando contó lo del bebé.
La reina le gritó a Lorenzo cuando este mencionó que la joven se trataba de María, el rey Cironum intentó calmarla, pero esta terminó por salir molesta de la habitación. Para la reina, era como si algún hombre se haya aprovechado de la inocencia en los sentimientos de sus hijas, por eso no había sido de agrado lo que Lorenzo había confesado, sobre todo, porque la reina creía que María se vería sola de ese momento en adelante debido a las leyes.
Cironum se disculpó por tal comportamiento en la reina, también le dijo a Lorenzo que continuara explicando, pues no cometería el mismo error que su esposa, lo mejor sería dejarle explicar todo. Cuando esté acabo de contar, Cironum se notaba más tranquilo.
— Es increíble que el consejo haya aceptado — mencionó el rey con pasividad — El mio no lo hubiera hecho. ¿Está seguro que quiere darle de baja al bebé?
— No tengo opción, si la tuviera no lo haría — dijo el joven con tristeza y vergüenza.
— Yo comprendo bien — reconoció el hombre más viejo — Pero quizás no deberíamos de mencionarle esto a mi esposa, ella tiene un apego hacia esa joven, podría causar un escándalo innecesario. — dijo el hombre con diversión — Solo le diremos que piensa tomar como esposa a María.
— Pienso lo mismo, soberano. Gracias por comprender.
— No tiene que agradecer, usted es humano, no es perfecto cualquiera pudo haber caído, incluyéndome, pero lo importante que no es desentendido, está intentando reparar el daño y eso es admirable, es de valientes hacer frente a los problemas incluso si después la sociedad termina odiándonos. — comentó Cironum.
Cabe decir que ninguno, ni Pedro, ni los ancianos, ni el rey Cironum apoyaba lo que Lorenzo había hecho, pero tampoco podían dejar que el rey sea condenado por tal situación, se veía en el rostro del rey Lorenzo las ganas de remediar el error, por eso estaban ayudándolo, y no porque alabaran lo que había hecho.
— Rey Cironum... — dijo el hombre en un tono bajo — Yo quería pedirle un favor...
— Mmm — murmuró el hombre.
— Yo... quería ofrecer a Mariana, la joven que viajó conmigo el día de hoy a cambio de María — le dijo el joven.
— ¿Un cambio? — preguntó el hombre.
— Así es soberano. Se que es mucho el atrevimiento, pero ella carga con mi hijo y...
— Lo entiendo — soltó el rey. — Es entendible que quiera llevarla con usted, además, ya mencionó que quiere tomarla como segunda esposa, lo vi venir entonces.
— Oh, cierto — murmuró Lorenzo con torpeza — Me había olvidado.
— Mmm — siguió murmurando — Esta bien, puedes llevarla.
— Oh, gracias soberano. — contestó Lorenzo con alivio, pues el rey parecía tranquilo y no molesto como pensó que estaría al pedirle que le devolviera el regalo que su hermano le había dado tiempo atrás.
— Ahora solo queda decirle a la joven que se prepare para el viaje. Mandaré a alguien por ella.
— Está bien soberano, ¿la reina estará molesta con esto?, pues también estoy llevándome a su dama de compañía.
— Molesta quizás, pero no tiene derecho a interponerse entre ustedes, ya que la joven parece amarlo a cambio, no hay nada forzado en esto así que tranquilo rey Lorenzo — calmo el rey viejo al más joven.
Lorenzo asintió ante las palabras del rey y espero pacientemente a que esté diera la orden de mandar a llamar a la joven María.
Mientras tanto, el rey volvió a dirigirse a él y le dijo:
— No tiene porque cambiar a la joven Mariana por María.
— Pero señor... fue un regalo.
— Lo sé, ahora yo se la doy a usted, aún debía mi regalo de bodas — sonrió el hombre.
Pronto se escucharon algunos pasos llegar hasta el despacho, la puerta se abrió y mostró a una sonriente y muy embarazada María, quien no se veía intrigada ni curiosa de ver a Lorenzo, simplemente parecía feliz:
— ¡Lorenzo, mi amor! — dijo con alegría mientras corría a abrazarlo.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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