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Parte 6

Los años iban pasando con rapidez, los pequeños hijos de Lorenzo ya no eran tan pequeños. Ahora los tres descendientes del soberano contaban con alrededor de diez años en edad; cada uno creció contando con habilidades y belleza que los caracterizaban los unos con otros.

Donum, cuyo nombre significaba regalo, nombre que fue otorgado por la princesa Isabella, un sinónimo que la reina tomó como de "bienvenida entre nosotros y bendecida serás en nuestra casa". La belleza de diez años tenía el don del amor; ella era simpática y agradable; honesta y leal, así como también bondadosa y justa. Adaptó su estilo de vida al de la reina; pues durante cinco años había sido su aprendiz, la mujer de cabellos color fuego cuidó de ella al rededor de cinco años, así que uno de los pasatiempos favoritos de la princesa Donum era el bordado al igual que su reina. Tenia habilidades en esas pequeñas manos, creaba estilos únicos y realmente llamaban la atención de quien los viera, e incluso algunos reyes que llegaban a palacio de visita compraban muchas de sus creaciones como regalos para sus reinas. Isabella se sentía muy orgullosa de ella; aquella pequeña de cabellos oscuros disfrutaba pasar su tiempo con la soberana; Donum había aprendido cosas que ni siquiera la hija biológica de Isabella habían aprendido, tenía una mente muy eficaz y una memoria realmente buena; habían cosas como las leyes y la fabricación de objetos que las aprendió solo viendo o escuchando, y poniéndolas después en práctica. Tampoco le temia a lo extraño, era aventurera y atrevida, cualidades extrañas pero que ella usaba a su favor. Incluso él mismo rey se preguntaba de donde había sacado la princesa esas habilidades, pues ni el ni su madre biológica las tenían.

En cuanto a la princesa heredera de Isabella y Lorenzo, que llevaba por nombre Esmeralda, tenía el don de la paciencia, la amabilidad y la justicia; pero también tendía a tener un carácter duro si así necesitase la situación, carácter heredado de la familia de su padre.

Sin embargo, a diferencia de su hermana Donum, Esmeralda disfrutaba de los libros, algo que también heredó de su madre biológica; la princesa de cabellos rojos era más "femenina" si se le puede llamar así; pasaba tiempo cuidando de su imagen física, como su cabello, su rostro y la piel, así como también acostumbraba a leer sobre las etiquetas y cortesía; pasando más tiempo con los educadores (personas que se encargaban de la educación para los herederos del rey), disfrutando también del estudio y las leyes. Esto la llevo a ser más cercana a su padre, el rey Lorenzo, que a su madre, la reina Isabella. Lorenzo se sentía orgulloso de sus hijas, sobre todo de Esmeralda, ya que con gran facilidad aprendía sobre el gobierno del imperio, el rey estaba casi seguro que de no ser porque era mujer, aquella princesa sería coronada como su sucesor al trono. En cuanto a los ancianos, también sentían que la princesa Esmeralda era la digna nieta del difunto Magnus, era muy similar a él en cuanto a la preocupación y bienestar del reino, ella pasaba mucho tiempo en la sala escolar para aprender más sobre el reino y sus costumbres así como también para ser una digna noble del imperio Luminis. Debido a estas razones, Esmeralda era lejana a la reina, por eso Isabella pasaba más tiempo con Donum que con Esmeralda, aunque las amaba a ambas, y ni Donum ni Esmeralda tenían confrontaciones por dichos pasatiempos. Esmeralda no sentía celos de la cercanía de Donum con su madre; ya que ni tiempo tenía para esas cosas. De hecho se alegraba que su media hermana encontrara refugio en su madre.

En cuanto al hijo heredero, había mucho que decir...

Los ancianos estaban incómodos por el actuar de aquel niño, era soberbio, altanero e impaciente, así como también de carácter inquieto e impulsivo. Muchos de ellos, aunque sutilmente; le habían confesado a Lorenzo sus inquietudes con respecto al pequeño Magnus. Era todo lo contrario a sus dos hermanas. Llegando incluso a amenazar a la servidumbre sino se hacía lo que él "ordenaba". El pequeño había encontrado pasión en las guerras y en la muerte; obligando así a sus maestros y entrenadores a pasar toda la mañana desde que se levantaba a parte de la tarde para practicar en el campo de entrenamiento. Siendo así un pequeño muy hábil en el manejo de las espadas.
Pero no todo era malo en el pequeño, también tenía buen corazón, a pesar de aquella inquietud, Magnus ayudaba a quien necesitase su ayuda, los reyes habían observado en diversas ocasiones como repartía parte de los alimentos con los más pequeños dentro del palacio, como ser los hijos, sobrinos o familiares de los empleados. Incluso si rostro no denotaba emoción, pues al igual que su familiar cercano, el difunto príncipe Leopoldo, el rostro del pequeño se mantenía neutro, dando la impresión que aquel ser no tenía emoción, pero era todo lo contrario, si los tenía, solo estaba confundido.

Alguien confundió su mente pequeña, y por eso actuaba altanero y sin demostrar su verdadero ser...

María había comenzado una nueva etapa como madre, una sustituta se podría decir. En su corazón adoptó como hijo al descendiente de su "contrincante". Se encargó de criar al pequeño como suyo, llenando su cabeza de ideas sobre su sangre y derechos como heredero. Incluso pasando desapercibida para Isabella y Lorenzo, ya que los reyes pensaban que solo era rebeldía de la edad, no se imaginaban quien estaba detrás de aquel comportamiento en el menor.

— ¡Ya le he dicho que no comeré nada de esto! — le gritó a su madre — No me gusta, y por eso no lo comeré.

— Magnus; no puede comer solo carne roja, también tiene que probar las verduras.

— Nadie me obligará a comer algo que no se me apéstese. Llamen al cocinero y díganle que traiga carne, las verduras son un asco — dijo con desprecio y empujando aquel plato hacia el frente. Los sirvientes que estaban dentro del comedor salieron a toda prisa del lugar para encontrar al chef real.

— No sé que pensar al respecto, Magnus — suspiro Isabella con decepción — Pero una cosa le advierto, no dejaré que siga tratando a la servidumbre como se le antoje.

— ¿Qué no es eso lo que hace un heredero y futuro rey? — dijo irónicamente — Solo les queda obedecerme.

— ¡Ya basta! — le gritó la reina — Si el rey llegase a tomar las riendas del asunto, Magnus, tendré que hacerme a un lado, aunque me duela, pero si es por su bien lo haré.

— Papá no hará nada de eso, estoy seguro — diciendo eso, Magnus se puso en pie dejando a Isabella con la ira flotando en ella.

— No nos rete, Magnus, no le va gustar el resultado.

Eso enardeció al pequeño. Pues se sentía amenazado por su propia madre, además aquella mujer de cabello rojo no hacía otra cosa que siempre ordenarle y mandarle, algo de lo que ya estaba arto.

— Nos veremos más tarde, madre — y así el pequeño Magnus salió del comedor dejando a su madre "loca" del enojo.

María quien había visto el arrebato, se vistió de oveja y se dirigió a la reina.

— Tranquila, su alteza, solo es una etapa, verá que con el pasar del tiempo se le pasará.

— Eso espero, ya que no tengo el ánimo de ver cómo los ancianos junto con el rey lo sancionan por esto.

— No diga eso, mi reina, hay que ser positivos en todo. Mientras mal piensa nuestra cabeza hay más posibilidades de que suceda.

Isabella no dijo nada; solo se excusó y salió del comedor y fue directo a sus aposentos.

María hizo lo mismo un tiempo después; busco también a su dama de compañía y le encomendó una misión.

— Llevad está carta hacia las afueras del reino, ahí verá un riachuelo y más allá una cabaña aparentemente abandonada. No dirá nada, no le enseñará la carta a nadie, ya que es un secreto. Tampoco deje que el rey la vea salir de palacio, y en cuento ponga la carta en la puerta de la cabaña, será libre de irse a donde desee, tal y como quería desde el inicio. — le indicó María a aquella mujer.

— Pero...

— Nada de peros, hará lo que ordené, sino entonces tendrá que morir — amenazó la peli negra — Nadie sabrá a donde fue; ni siquiera yo, así que no se preocupe. Solo preocúpese en llevar la carta a salvo y en una pieza.

— Es... está... bien — tartamudeo con miedo la menor. Era una niña después de todo, y no tenía a donde ir, pero tampoco podía desobedecer o su destino sería una tragedia.

— Partirá al anochecer, cuando todos los nobles y empleados estén dormidos, si los guardias preguntan, diga que la reina la ha enviado. Lleve este anillo con usted — dijo María tomando aquel objeto, cuyo sello estaba impreso en él — Es el sello de la reina, con una mirada al objeto bastará para que los guardias la dejen ir sin hacer más preguntas.

— Está bien... así haré — dijo en un temblor.

La dama se fue a descansar en cuanto María lo hizo también. A la mañana siguiente aquella jovencita ya no se encontraba más en el castillo. María la instruyó muy bien para salir de ahí y entregar la carta.

Unos meses después el baile de primavera comenzó; el primero de ellos de hecho, este era especial, ya que incluía a la población de Luminis, desde la clase alta, hasta la clase baja.

— Todo ha quedado perfectamente bien — comentó María — Es hermosa la decoración, excepto por... bueno, el resto — dijo despectivamente mientras miraba a un grupo de personas que estaban al otro lado de la fuente, allí se encontraba una familia de bajos recursos y vestidos humildemente, pero con una sonrisa genuina plantada en sus rostros.

Isabella no vio nada de malo en aquella imagen frente a ella, al contrario, era una imagen muy emotiva. Al otro lado, la joven sólo captó la unión de la familia, el patriarca cargaba a una niña de al menos cuatro años sobre sus hombros, la pequeña reía ante los mimos de su madre y sus hermanos mayores, el padre también sonreía y jugaba con la pequeña mientras corría de un extremo al otro para que la pequeña riera. Los oídos de la reina captó el delicioso sonido armónico de una familia feliz. Y sonrió con melancolía...

Recordó a su padre y a su madre, en una escena algo parecida, tenía cuatro años, la misma edad de aquella niña, solo que en lugar de la fuente era en aquel hermoso jardín real. Y su padre la cargaba de la misma manera en que aquel hombre a su hija. Aún recordaba la suave risa acampanada y armoniosa de su madre, uno de los tantos recuerdos que tenía de ella. Sin duda fueron los mejores, ¡cuanto desearía tenerlos ahí, junto a ella!

Deseaba que sus padre hubieran conocido a los mellizos, seguramente también los amarían con la misma locura con que su corazón amaba a sus hijos. Incluso estaba segura que a pesar de las circunstancias, también hubiesen amado a Donum.

— ¡Reina Isabella! — el grito de María la sacó de aquella ensoñación; incluso aquella familia dirigió su mirada hacia ellas — ¡¿Y ustedes que ven?! Sigan en lo suyo — les grito la peli negra.

— María... — le corrigió Isabella — No los trate así, ellos también merecen respeto.

— Lo sé, solo no me gusta la gente curiosa.

Isabella solo la ignoro y cambio de conversación.

— ¿Qué me decía?

— Le estaba comentando sobre un par de trajes que mande a traer de Francia, son unos vestidos realmente hermosos, incluso encargué uno para usted, espero y de verdad le guste — le repitió — Sin embargo, usted parecía estar en otro lugar, ¿qué sucedió?

— Nada... solo me distraje, eso es todo.

— Es verdad, la gente como esa familia distrae. ¡Pero como no lo harán!, si con esos harapos horribles se ven como un costal de papá — comentó María.

La peli negra camino hacia el interior de palacio, hasta que se percató que la reina no la iba siguiendo.

— ¿Reina? — preguntó intrigada, una pregunta sin más palabras que un título, pero realmente clara.

— Entraré en un momento, por ahora quiero disfrutar el aire libre.

María sonrió entonces. Isabella la devolvió. Pero había algo más entre aquellas sonrisas, pero no se indagó mucho más en el tema.

La peli negra ingresó otra vez al interior del palacio, encontrándose en los pasillos con Donum y los mellizos.

— ¡Así que aquí estaban, pequeñas traviesas! — dijo "animadamente" — Mi pequeño príncipe también está aquí. ¡Que alegría!

— Hola, primera dama — saludó Esmeralda educadamente — También es alegría para mí encontrarla, hace algunos días no la veía.

— ¡Pero que pequeña tan encantadora! — dijo con una sonrisa forzada — Créame pequeña, el placer es mío.

Esmeralda con mucho estilo y educación hizo un pequeño movimiento de "arriba y abajo" con la cabeza, un símbolo de respeto a su mayor y noble, al menos por el momento.

— El motivó para buscarles era para informarles que la reina Isabella solicita su presencia, ella se encuentra en el jardín del palacio.

— ¿Mi madre mandó a buscarme? — preguntó Esmeralda con suspicacia — ¿Por qué no envió a la dama Angelina?, ¿por qué enviar a una noble a buscarme? Ese es trabajo de la servidumbre, no de la primera dama.

— No sea tonta, mi hermana, es solo un favor el que ella le hace a mi madre — intercedió el menor.

— En ese caso... está bien. Vamos, Donum, Magnus, madre nos espera en el jardín...

— En realidad, solo mandó a buscar a Donum y la princesa Esmeralda, Magnus no puede ir con ustedes.

— ¿Por qué no? — preguntó el menor ofendido.

— Porque usted, mi hermoso príncipe, es hombre. La reina tiene asuntos que hablar con las princesas, es cosa de mujeres.

— Bien, de todos modos ni quería ir con ustedes — expresó Magnus. Aunque en el fondo quería saber lo que su madre tenía que hablar con sus molestas hermanas.

Diciendo aquello, él menor se giró en dirección contraria mientras que las princesas siguieron su camino en compañía de María.

Iban llegando al jardín y a lo lejos se distinguía la silueta de la reina, quien al ver a las dos niñas sonrió suavemente y se acercó a ellas poco a poco.
Todo parecía estar en calma, cuando de repente, varios hombres vestidos de guardias saltaron de entre las sombras, atacando a las dos niñas, a la reina y a la dama María. Ambas mujeres forcejearon y lucharon contra aquellos hombres.

— ¡Suéltenme! — ¡Suelten a mis hijas! — gritaban con desespero y al mismo tiempo. Ambas intentaban luchar por sus hijas, intentando impedir que se las llevaran o las mataran.

Uno de ellos ya impaciente, proporcionó un golpe a María que la dejó inconsciente.

— ¡María! — gritó la reina en pánico, al ver como la sangre salía de un lado de su cabeza. — ¡Por favor, suelten a mis hijas!, ¡no les hagan daño!, ¡hagan conmigo lo que quieran pero no a ellas! — rogó Isabella entre lágrimas; su garganta incluso quemaba por los gritos y el llanto.

Así, poco a poco fueron llevando y arrastrando a las princesas y a la reina como rehén; vendaron sus ojos con telas oscuras, también introdujeron otro trapo de lino en color negro en sus bocas para evitar que alguien las escuchara y viniera a su rescate.

— ¿Donde está la peli negra, ignorante? — le dijo uno de ellos. El hombre tenía una voz tétrica y oscura, tanto que daba temor. Aunque estaba ese tono y timbre de voz que se le hacía conocido a Isabella, ¿pero donde lo había escuchado? Ya que aquel hombre parecía fingir la voz...

— Ya la traerá el nuevo recluta — respondió el otro, con una voz igual de profunda — Y no me llame ignorante.

— Eso es lo que es usted — le dijo aquel sujeto.

— Aquí está ella, mi señor — dijo el otro. Se escuchaba más joven que los dos primeros.

— Súbala al carruaje, ¡y apresúrese antes de que vengan los guardias de palacio! — le ordenó.

Así arrancó aquel carruaje, los caballos parecían ir a toda velocidad dejando atrás el palacio del rey.

Cuando a Isabella le quitaron las vendas y pudo observar bien alrededor, se percató que era una habitación oscura y abandonada; las paredes tenían moho y estaban sucias, el techo casi les caía encima y para lo peor del asunto, la tenían atada a un poste en medio de la habitación. Con tres hombres rodeándola evitando que escapara. Los tres tenían cubierto sus rostros con una máscara hecha de trapos negros, solo dejando ver sus ojos, y uno en particular llamó su atención...

De las sombras vio surgir a María, quien traía en su cabeza una venda para cubrir la herida, y su sangre se heló al ver la mirada macabra y de odio que está traía en su rostro; y diciendo las palabras más crueles, inhumanas y egoístas que la reina nunca antes había escuchado, hasta ese día:

— Con el peso de la miseria y la crueldad, he marcado su existencia, persiguiendo mi ascenso hacia la gloria, la admiración y el recuerdo perdurable. Mientras usted se desvanece en el olvido, yo reclamo el trono y será mi legado el que enaltezca la vida de ese hombre... — le dijo entre dientes y con la mirada fría.

Y fue en ese momento donde Isabella temió por su vida y la de su familia. Pero posiblemente ya era tarde para remediar ese error...

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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