Parte 6
—Princesa de Luminis Imperium, Isabella Muñoz III... — pronunció Lorenzo con voz firme, segura y decidida. — Hija del más grande, magnífico y valiente rey, Magnus IV, e hija de la soberana más grande de los tiempos, Veily Muñoz de Magnus I. Su sonrisa, para mí, ha sido la luz que necesitaba ver, una luz para encontrar mi camino en medio de la oscuridad; su presencia es todo lo que necesito para seguir vivo y caminar por este mundo cruel y despiadado; sus ojos, como piedras preciosas al despertar, serán suficientes para sentirme feliz cada mañana y cada día por el resto de mi vida. Sé con seguridad que, si la tengo a mi lado, todo lo demás desaparecerá porque su amor me librará de todos los males que me acechan. Y es por esa razón... — dijo Lorenzo mientras se iba arrodillando.
Todos alrededor esperaron unos cuantos segundos a que el joven terminara con su propuesta. La tensión era evidente, así como también lo eran los nervios de Lorenzo. Isabella llevó una de sus manos para cubrir su boca. Su corazón se sentía desbordado de muchas emociones, emociones bastante agradables. Parecía algo irreal lo que estaba sucediendo.
Siempre se imaginó una escena así, donde su verdadero amor le propusiera matrimonio. Quizás ahora habían muchos cambios en eso, pero el sentimiento era inexplicable; era lo más agradable y hermoso que había sentido en su vida. Lorenzo era un joven amable, educado, y estaba segura de que también era de un corazón bondadoso, de la misma manera que lo fue su padre en vida.
Además de que el joven era apuesto; sin duda, era uno de los hombres más guapos y hermosos del baile, con su traje elegante, esa mirada profunda de un color azul, un rostro varonil que te roba suspiros al verlo, y un cuerpo bien trabajado debido a cada uno de los entrenamientos.
Sí, la verdad era que su matrimonio con Lorenzo no sería tan malo. Esperaba que, en un futuro, ambos llegasen a amarse profundamente como en sus libros, de la misma manera en que vio florecer el amor entre su padre Magnus y su madre Veily. Oraba a los cielos para que el joven se atreviera a seguir cortejándola incluso después del matrimonio.
Muy por el contrario, Lorenzo se encontraba nervioso y más confundido. Estaba decidido a continuar. Sí, lo estaba; era lo correcto. ¿Pero qué sería después de esto? Se convertiría en rey, pero ¿qué pasaría con su matrimonio? ¿Qué pasaría con María?
De verdad quería ser un hombre honesto y decirle la verdad a la princesa sobre sus sentimientos por alguien más, a quien de verdad él deseaba conquistar, pero a causa del destino jamás podría casarse con aquella doncella. Como rey tendría ciertos privilegios, y una segunda esposa era uno de ellos, incluso un harén, como lo había tenido su padre. Aunque este último se olvidó de todas ellas al casarse con su madre y reina, Deodora.
Pero al final, ser rey era lo único que le quedaba. Aún podría disfrutar de muchas diversiones en su tiempo libre, tal y como su hermano, su padre y el rey Magnus lo hacían. Así que, quizás, no estaba perdiendo del todo su libertad.
— Y es por esa razón... que me atrevería a decir lo siguiente... — continuó Lorenzo unos segundos después—. ¿Me concedería el honor, princesa Isabella, de convertirse en mi esposa, en mi reina, en mi amiga y confidente para el resto de nuestras vidas y hasta que la muerte nos separe? — soltó de pronto.
Todos estaban a la expectativa. Ahora solo hacía falta que la princesa ofreciera una respuesta a la propuesta hecha por el príncipe Lorenzo.
Magnus rebosaba de felicidad en ese momento. Ya no solo le interesaba que alguien lo reemplazara en el trono; ahora solo estaba feliz por su hija. Así, él podría partir al mundo de los muertos sabiendo que dejó a su más grande y único tesoro en las manos correctas.
Lorenzo, sin duda, era la mejor opción para Isabella, y por supuesto que también les daría su bendición. Para que fueran prosperados y bendecidos en los días de su reinado, para que su matrimonio fuera también bendecido, trayendo consigo los frutos de su amor, quienes continuarían con sus linajes, fortaleciendo los lazos entre reino y reino, y la amistad que sus padres habían tenido tiempo atrás. Esta era una ocasión realmente especial y llena de felicidad.
Leonidas también estaba muy feliz por su hermano menor. Deseaba de todo corazón que el joven tuviera una vida plena y larga sobre la faz de la tierra; lo mismo deseaba para Isabella, quien, al parecer, ahora sería su cuñada.
Al igual que el rey Magnus, también les deseaba a ambos lo mejor para su matrimonio y sus días de soberanía. Pero, muy dentro de Leonidas, también había una inquietud. A pesar de la felicidad que lo embargaba en ese momento, quería saber qué pasaba por la cabeza de su hermano. Solo esperaba que Lorenzo fuera sabio en sus decisiones.
Ya había perdido a sus seis hermanos; no quería perder a Lorenzo también. Él era lo único que tenía, su único y leal familiar. Sería una gran desgracia que Lorenzo hiciera algo indebido y que esto lo condenara.
Leonidas se negaba a dejarlo por su cuenta, no permitiría que este tomara sus propias decisiones sin un guía. No, como hermano mayor, tendría que encargarse de guiarlo por el buen camino. Sería su consejero y su buen amigo. Quizás no mandaría sobre él, pero no deseaba verlo caer. Así que se negaba a soltar del todo a Lorenzo; aún tenía muchas cosas que enseñarle.
Dejando a un lado estos pensamientos, decidió que, por lo pronto, sería mejor regocijarse por los acontecimientos de esa noche. Después se encargaría de todo lo demás.
— Príncipe Lorenzo, para mí sería un honor convertirme en su esposa. Es por esa razón que deseo responder a su pregunta de la siguiente manera: yo acepto casarme con usted, Lorenzo — respondió la joven con voz dulce y alegre.
No había otro sentimiento que describiera mejor las emociones que estaba teniendo la joven; realmente deseaba casarse con Lorenzo.
Los aplausos no se hicieron esperar. La alegría cubría cada parte de aquel castillo. La noticia incluso se divulgó por todos los pasillos y llegó hasta la servidumbre. Ellos estaban más que contentos por la felicidad que ahora le esperaba a Isabella. Ella era amada por cada uno de los sirvientes de aquel palacio, conocida como una joven de carácter dócil, amable y amorosa.
Para ellos, Isabella era la criatura más hermosa que había sido entregada en esta tierra, y no hablaban solo físicamente. No, la joven en realidad tenía el corazón y los sentimientos más puros que ellos alguna vez habían visto. Isabella era incluso más dócil y amable que su difunta madre.
Así que la servidumbre estaba regocijándose porque Isabella, por fin, podría ser feliz y reinar como la soberana digna que era y que merecía ser.
El rey Magnus no esperó más tiempo. Bajó de aquel estrado y se dirigió hacia la pareja con pasos firmes y como todo un rey imponente. Pero esta vez, en su rostro había una gran sonrisa que demostraba lo mucho que el rey aprobaba aquel matrimonio.
Lorenzo, al ver caminar hacia ellos al padre de Isabella, sintió algo de temor recorrerle el cuerpo. Claro que, para los demás, no era notorio, pues el joven intentó con todas sus fuerzas ocultar sus temores. Aunque no era lo mismo para su hermano mayor; este, sin duda, conocía muy bien a Lorenzo. El menor vio de reojo cómo Leonidas tenía una sonrisa divertida en su rostro. Aunque era muy sutil como para que los demás lo notaran, Lorenzo sabía que a Leonidas le divertía ver aquella escena.
Magnus llegó hasta ellos y se paró frente a la pareja. Los demás seguían viendo y presenciando todo con curiosidad. Para que la boda fuera anunciada formalmente, tenían que esperar cuál sería la respuesta del rey Magnus: ¿aprobaría o no aprobaría al joven como futuro yerno y soberano?
— Rey Magnus... — empezó a decir el joven. Pero Magnus simplemente levantó su mano para detener las palabras del joven. Sin embargo, el rey tenía esa sonrisa en su rostro y le indicó al joven que no había nada de qué preocuparse.
El rey se postró en medio de la pareja. Al lado derecho tenía a Lorenzo, y al izquierdo, a su amada hija Isabella. El rey pasó sus brazos alrededor de los hombros de cada uno y continuó diciendo:
— Hermanos míos, como pueden ver, a mi lado tengo a dos valiosas joyas que fueron enviadas por los dioses para bendecir y traer alegría a mis tierras. Esta noche, estoy gozando de una enorme felicidad al ver cómo mi reino será y seguirá siendo bendecido, a través de estas dos almas que hoy se comprometen en sagrado matrimonio — habló el rey con seguridad—. Y es así como me complace anunciar que otorgo mi bendición al joven Lorenzo Constantino I, ex príncipe de Regnum Aureum, y que ahora será reconocido como Lorenzo Constantino I, ¡rey de Luminis Imperium! — anunció el rey.
Todos empezaron a aplaudir con suma alegría. Eso quería decir que ya había un nuevo rey que gobernaría sobre Luminis Imperium.
Los sirvientes comenzaron a traer toda clase de bocadillos y bebidas, y los repartían a cada uno de los invitados. Estos habían sido preparados especialmente para este evento, para cuando el rey anunciara y bendijera al nuevo sucesor al trono. Todos comenzaron a mezclarse y a disfrutar de la noche. La música era aún más alegre, y la fiesta continuó sin detenerse.
Se le dio espacio a la pareja para que también tuvieran más tiempo de conocerse. Lorenzo guió a Isabella hacia los jardines, ya que el joven recordó lo que ella había dicho durante el baile.
Caminaron un buen tramo. El jardín de Luminis era enorme; había sido construido específicamente por el rey Magnus para su esposa Veily, ya que la reina amaba las plantas, y el rey se encargó de consentir a su esposa en todo lo que pudiera.
La difunta reina había sido conocida como la más amada de los tiempos, pues, aunque muchos reyes amaron a sus esposas, nunca se había visto a un rey adorar tanto a una mujer como Magnus a Veily.
— El jardín es enorme — comentó con asombro Lorenzo —. Pero es agradable; trae una brisa fresca y libera las tensiones. Es perfecto para desestresarse.
Isabella sonrió ante el comentario.
— A mi madre le encantaba este lugar. Mi padre Magnus se encargaba de ampliar más y más el jardín para que mi madre tuviera su propio espacio — comentó ella —. Creo que así fue como creció tanto.
— Entiendo — dijo Lorenzo. Después agregó: — Su padre debió amar mucho a su esposa.
— Como no tiene idea — dijo Isabella, soltando algunas risitas. A Lorenzo le agradó escucharla reír, aunque no sabía por qué. — Mi padre moría por ella, complacía cada uno de los caprichos de mi madre, y ella lo amaba con toda su alma. Eran el complemento perfecto el uno del otro.
— Escuché mucho sobre eso. Incluso creo que mis padres quedaban muy atrás. Ellos se amaban, pero no creo que exista una comparación que iguale a los soberanos de Luminis — dijo Lorenzo, sonriendo.
— Así es. Aunque, después de su muerte, papá apenas si ha estado bien. Creo que su único motivo para vivir fui yo. Luchó por mí durante bastante tiempo, aunque, en ocasiones, aún lo escucho llorar por mi madre o lo veo mientras contempla su imagen en las pinturas del castillo — murmuró Isabella con tristeza.
Lorenzo no tenía idea de cómo podría animar a Isabella de nuevo. La conversación había tomado un rumbo diferente sin planearlo, y él nunca fue bueno consolando a las personas. Tenía que pensar en algo más para distraerla.
— ¿Hay alguna flor que le guste a la princesa? — preguntó Lorenzo. Fue lo primero que se le ocurrió.
— Oh, la hay — al parecer había funcionado. Isabella se vio más animada después de la pregunta que Lorenzo realizó de improviso —. Amo los tulipanes; siempre han sido mi flor favorita desde que tengo memoria.
— Eso es maravilloso, princesa. ¿Y hay alguno entre tantas flores que hay en este jardín? — siguió preguntando el futuro rey. — Me gustaría ver alguno.
Lorenzo se alegraba de que Isabella parecía más animada y ya no pensaba tanto en ese pasado que la agobiaba. Al menos quería mantener esa sonrisa en el rostro de la joven por esa noche.
Isabella se maravilló al ver el interés de Lorenzo en ella. La joven lo guió hasta el lugar donde estaban sembrados los tulipanes. Ella le habló sobre ellos y del porqué eran sus favoritos. También lo llevó por los diferentes senderos del jardín y le habló sobre cada planta que había.
Lorenzo la escuchaba con atención. Jamás pensó que se interesaría por las plantas, pero, al ver cómo le encantaban a Isabella, decidió escuchar atentamente cada una de sus palabras. Y, para ser sinceros, también le agradó ver cómo Isabella se emocionaba por esas cosas.
Ahora mismo, se encontraban en el suelo del jardín observando una pequeña planta. De esta aún no había brotado ni una flor; era obvio debido a la estación en la que se encontraban.
Isabella le explicó a Lorenzo que la flor saldría en los primeros días en que la primavera tocara el suelo de Luminis.
— ¿Y es así de hermosa como la describe? — preguntó el hombre, muy interesado en el tema —. Se oye como si fuese la descripción de un libro de fantasía.
— Lo es. Si esperamos a la primavera, estoy segura de que verá lo hermosa que es la flor de este lado del jardín — comentó ella, riendo por la cara de asombro que tenía Lorenzo.
Arriba, sobre ellos, las nubes se fueron disipando, dejando ver la luna con más facilidad. Era luna llena y estaba más brillante y redonda que nunca. El cielo pronto se despejó, y la noche se tornó más clara y hermosa que de costumbre. El viento sopló con suavidad, llevando entre sus corrientes de aire algunas de las hojas sueltas que había sobre el suelo del jardín.
Las flores soltaron un agradable olor, perfumando con delicadeza el ambiente que rodeaba a la pareja. Ellos se encontraban muy entretenidos mientras Isabella continuaba con su explicación.
Sin darse cuenta, la curiosidad y la emoción los llevó a ambos a acercarse más a una de las flores que comenzaba a brotar de su semilla.
Esto hizo que, sin querer, estuviesen más cerca el uno del otro. Sus rostros estaban tan próximos que sólo faltaban unos centímetros para que se tocaran por completo. Sin embargo, ninguno de los dos se había percatado de eso...
— Realmente es una maravilla para mí ver cómo la princesa recuerda cada uno de los nombres, significados y propiedades de tantas plantas — murmuró Lorenzo a su lado.
— No es tan difícil, y si gusta, yo podría enseñarle... — comentó Isabella con suavidad.
Ambos giraron sus rostros para verse después de eso. Quedaron a sólo centímetros. Lorenzo observó con más atención el rostro de la princesa y sintió cómo su corazón latía con más fuerza.
Isabella estaba igual; sus emociones ahora estaban más despiertas que nunca. Si ambos se inclinaban un poco más, sus labios se unirían en un beso. La respiración de ambos se volvió cada vez más pesada.
Ninguno sabía qué hacer hasta que Lorenzo empezó a inclinarse otro poco hacia ella.
Pero, de repente, una imagen de María cruzó por la mente del joven. Esto hizo que Lorenzo se inclinara hacia atrás con cuidado, pues tampoco quería herir los sentimientos de Isabella.
— Lo lamento... — susurró el joven —. No fue mi intención...
Isabella solo se sentía confundida y algo humillada por el acto.
— ¿Hice algo mal? — preguntó con suavidad —. Lamento si fue así...
— No, no fue su culpa. Fue mía — respondió Lorenzo con vergüenza —. Es solo que no es correcto. La boda es hasta mañana y deberíamos esperar. No es correcto que me aproveche de esta manera de una dama tan dulce como lo es usted. De verdad lo siento — terminó diciendo.
Lorenzo se puso en pie y extendió una mano hacia ella.
— Creo que deberíamos volver... — susurró el joven. A ella simplemente le quedó aceptar volver adentro de palacio.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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