Parte 5
Era uno de esos días grises y secos donde el sol no salió sobre el hermoso imperio de Luminis; las nubes estaban teñidas de un leve color gris aunque sin indicios de lluvia. Una hermosa familia convivía fuera de palacio en uno de esos campos verdes, color que se le otorgaba al campo debido al pasto, y con hermosas flores brotando, pintando aquel paisaje de bellos y diversos colores.
Un rey jugaba alegremente con sus tres pequeños, un poco alejado de aquellas hermosas mujeres quienes veían la escena alegremente. Las madres sentían alegría de ver a sus hijos convivir con su padre y lejos de todo deber real. Solo en familia.
Desde lo lejos se escuchaba la risa de los pequeñitos al divertirse junto a su padre, disfrutando del momento que rara vez se les permitía. Su padre pasaba la mayoría del tiempo trabajando como soberano, por lo que esos momentos así solo se disfrutaban de vez en cuando.
— Donum y los mellizos se ven tan alegres — comentó Isabella, enternecida debido a la bella imagen que tenía frente a ella.
— Lo están — le afirmó María — Me sorprende que el rey Lorenzo nos haya pedido venir aquí.
— Quizás no estaba tan ocupado. Pero de todas formas me llena de alegría ver sonreír a mis hijos y a Donum.
— A mi igual — comentó hipócritamente la peli negra. La verdad a ella le daba igual la pequeña Donum — Iré a ver si necesitan algo; quizás un poco de agua.
— Es cierto — asintió Isabella — Llevan mucho tiempo corriendo de un lado a otro que no comprendo como aún no se cansan.
— Lo sé — rió suavemente María. La peli negra tomó un jarrón y algunos vasos de cerámica, luego camino hasta ellos, allá a lo lejos, donde les ofreció agua tanto al rey como a los niños.
Isabella observó desde lo lejos; vio como los mellizos se acercaban libremente a la mujer de cabello oscuro y sonreían con amabilidad mientras esta, con una gran sonrisa; les daba de beber. No así la pequeña Donum; quien con pasitos cortos y cohibida se acercaba hasta donde estaba la mujer. La princesa se aferró a la capa de su padre, con una mirada un tanto temerosa. Extendió su manito para tomar el vaso de agua que le estaban ofreciendo, cuando lo tomó se retiró de la escena, dejando solo a los mellizos y a Lorenzo con esa mujer.
— ¿A donde va, mi pequeña? — le preguntó Lorenzo un tanto extrañado por la nueva actitud de la pequeña niña.
— ¡Donum! — le reprendió su madre — ¿Qué significa esto?, no puede retirarse así, pida disculpas a su rey.
— Lo siento... — comentó cabizbaja — ¿Puedo yo retirarme, mi señor rey y padre?
— Puede, mi pequeña — le permitió Lorenzo.
El rey pensaba que en ocasiones María podía ser un tanto brusca con la corrección de la niña, pero aunque le doliera, habían ciertas circunstancias en donde el soberano comprendía que Donum necesitaba ser corregida. Estaba mal visto salir de la presencia del rey sin antes pedir su permiso; ya que el respeto era primero, "era rey antes que padre", al menos eso decían las escrituras.
Si Donum no aprendía a respetar y seguir las reglas entonces Lorenzo podía ser tomado como burla para el pueblo, y todos, absolutamente todos, debían respeto a sus soberanos. Es por eso que en esta ocasión se le permitió a María gritarle a la pequeña.
Donum camino de regreso a donde estaba el pícnic; ahí se encontraban Isabella, su dama Angelina, la otra mujer que apenas si conocía y que en algunas ocasiones la había visto con su madre, pensó que quizás era su nueva dama. También estaban los guardias y el escudero, quienes se encargaban de la seguridad del rey y su familia.
Isabella notó el semblante de la pequeña, a diferencia de algunos minutos atrás, la niña venía con una mirada melancólica pero sin derramar una lagrima. Solo llegó jugueteando con el vasito de agua y su mirada sobre sus piecitos.
— ¿Qué a pasado princesa Donum? — le preguntó Isabella con preocupación.
— No es nada, reina Isabella — respondió suavemente — ¿Puedo sentarme junto a usted?
— Por supuesto que si, mi pequeño regalo.
Donum se sentó sobre el manto y muy cerca de la reina Isabella. Se acomodo tan tranquilamente al lado de ella que incluso se recostó a su costado. Isabella colocó su mano derecha sobre el hombro de la pequeña en forma de abrazo. Incluso peinó suavemente los cabellos negros de la niña. Ambas, tanto la pequeña Donum como la reina Isabella; prefirieron quedar sentadas sobre aquellas mantas mientras Isabella le leía una historia a Donum a través de un libro de fantasía.
Mientras tanto, allá a lo lejos, María se unió al juego del rey, reía alegremente con los mellizos y sobre todo se notaba que el varón se sentía más cómodo cerca de aquella mujer a diferencia de su hermana. Y lo mismo pasaba con María, ya que parecía reír con ambos, pero en realidad se sentía más feliz al estar cerca del varoncito. Quizás se debía a que la pequeña Esmeralda no tenía mucha confianza hacia ella como el príncipe Magnus.
Mucho tiempo después, el rey regresó al pícnic siendo seguido por María y los mellizos. Todos comieron, siguieron riendo y bebieron alegremente.
— Creo que ya es hora de regresar a casa; no quiero que la tormenta nos alcance y que alguien se enferme — les ordeno el rey en tono tranquilo a todos ellos.
Todos se pusieron en pie, las mujeres que acompañaban a las esposas de Lorenzo ayudaron a guardar todo. Y así partieron hacia el castillo.
Alonzo y Angelina con el tiempo arreglaron sus diferencias. Isabella jamás supo el problema que los había separado, pero se alegraba profundamente de que su dama de compañía pudiera ponerle fin a ese disputa que los separó. Ahora Alonzo y Angelina caminaban juntos hacia el palacio, mientras él abrazaba por encima del hombro a su esposa, ambos en ocasiones se miraban y sonreían como dos cómplices profundamente enamorados. A su otro lado, María caminaba junto a su dama de compañía, Lorenzo les había perdonado la vida a sus dos concubinas; a una de ella la liberó del harem y la convirtió en la esclava de María. Y a la más grande la envío de regreso al harem, así que la más pequeña le sirve a María como dama.
El soberano lo decidió así, alegando que la más grande era un peligro mayor, ya que sería capaz de planear cualquier cosa; mientras que la mente de la niña no sería tan drástica ni retorcida; así que la dejó a cargo de las órdenes de su segunda esposa.
Donum y los mellizos caminaban aún lado de sus respectivas madres, aunque unos más emocionados que otros...
Y así culminó un día especial en familia, un momento que les sirvió tanto a los más grandes como a los más pequeños para relajarse un poco.
Unos meses más tarde las cosas empezaban a complicarse para Isabella; el pequeño Magnus estaba cada día más molesto e irritable, algo fuera de lo común en él, ya que él niño solía ser muy dulce y amable, tal y como sus dos padres, pero al parecer algo estaba molestándolo.
— ¡No es así como debe ser! — le gritó Magnus al guardia — ¡Se supone que yo debo ganarle, no al revés!
— Lo siento, príncipe... — se disculpó aquel hombre; era uno de los maestros encargados en el arte de las espadas, normalmente él se encargaba de entrenar al hijo del soberano — Pero las reglas son reglas, en batalla usted no debe...
— ¡No me interesa lo que tenga que decir! — se negó aquel pequeño — ¡Yo debo ser más fuerte, no usted!, ¡cuando sea rey lo primero que haré será eliminarlo!
— ¡Magnus! — reprendió Isabella, aunque con un toque de pánico y asombro por aquella actitud en el pequeño.
La reina venía ingresando al campo de entrenamiento para monitorear a su hijo, hasta que lo escuchó gritarle a aquel hombre. Junto a ella venía la primera dama; quien no estaba asombrada en lo más mínimo.
— Al parecer salió más al tío que a su propio padre — sonrió de forma ladeada la peli negra — Es de familia...
— No debería ser de esa manera — murmuro Isabella a María — Jamás he visto al rey Leonidas comportarse así.
— Mi reina, que no lo haya visto no quiere decir que no sea así, créame, yo le serví a él y al rey Leonardo tiempo atrás. Sé cómo actúan — le explico María — Tranquila, soberana, él príncipe está pequeño, aún no comprende bien lo que hace. Estoy segura que cuando crezca recapacitará — agregó rápidamente al ver la cara asustada de Isabella.
— Creo que tengo que corregir ese comportamiento, no deseo que mi soberano lo haga; quien sabe las medidas que tomará. O peor aún, que los escuchen los ancianos.
— Soberana, soberana, tranquila. Respire un poco y exhale — le calmó María — Estamos yendo demasiado lejos; aún no ha pasado y dudo que suceda. Solo hablé con el príncipe, es un niño inteligente, estoy segura que lo entenderá.
— De acuerdo... — asintió Isabella — Voy a intentarlo.
El niño aún seguía con la disputa entre él y el entrenador; fue hasta que vio a Isabella que detuvo su discusión. Pero su semblante era uno muy enojado.
— ¡Magnus! — le dijo su madre con voz enojada — ¿Por qué le habla de esa manera a su entrenador?
— ¡Porque yo soy el príncipe!, ellos son los que deben obedecerme a mi, no yo a ellos.
— Que sea la última vez que lo escucho amenazando al hombre o a cualquier otro de los empleados. No por ser un príncipe hará lo que le plazca.
— Cuando mi padre habla ellos obedecen, cuando tío Leonidas lo dice la gente corre para cumplir sus órdenes; ¡conmigo deberían hacer lo mismo! Porque yo no soy igual a ellos, yo soy más importante aquí, ellos son simples esclavos.
— ¡Magnus, ya basta! — le gritó su madre con enojo — No es así como tiene que ser, aún le falta mucho que aprender...
— ¡Yo soy el futuro rey! ¡Lo que yo digo se hace!, ¡todos deben obedecerme y brindarme gloria, incluso usted! — le dijo entre dientes. Algo que dejó muy asombrada a la reina — Y ya sabe cuál es el castigo para los que desobedecen...
Isabella se congeló en ese momento, impactada por las palabras de su hijo, un niño cuyo pensamiento debería ser más inocente, no tenía edad para pensar en quitarle la vida a alguien o amenazar y humillar a quienes le parezca. Incluso se había atrevido a retarla a ella, ¡a su propia madre!
María a lo lejos miraba todo con ojos de asombro. Vio como Isabella incapaz de hacer algo por el shock se alejaba de la escena dejando a Magnus con el entrenador, otra vez. ¿Acaso iba llorando?
— " Mental y emocionalmente la reina es débil..." — pensó María en sus adentros. Decidió no ir tras la reina y se acercó al pequeño.
— ¿Por qué se alejó su madre? — le preguntó al príncipe.
— No lo sé... — murmuró — Iba llorando... no se qué pasó... solo le dije lo que era verdad.
— Por supuesto. Lo escuche — afirmó María. Esta soltó un suspiro y luego sonrió cálidamente al pequeño — Será un magnífico rey — afirmó ella.
— ¿De verdad lo cree? — preguntó con fé aquel pequeño.
— Por supuesto que si, ¿quien no lo haría? — María le dio una mirada al entrenador y le hizo una seña para que se fuera del lugar.
El hombre obedeció inmediatamente y salió del campo dejando a María con el pequeño. A los alrededores habían más guardias, pero lo suficientemente lejos para que no escucharan su conversación con Magnus.
— Ha hecho bien. Solo que su madre jamás lo entenderá — le dijo María con ternura — Un rey tiene que dejar en claro su posición, usted no es como el resto de esos apestosos ancianos, ni como los esclavos inmundos, ni tampoco como sus odiosas hermanas — le dijo María mientras acariciaba de forma maternal la mejilla del pequeño — Usted es mas que ellos, incluso más que el mismo Lorenzo.
— ¿Le dijo odiosas a mis hermanas? — preguntó con asombro el pequeño — ¿Incluso Donum?
— Yo soy franca, mi pequeño príncipe. Donum es una más entre todos aquí. — le respondió encogiéndose de hombros — Pero usted no, y es algo que ninguno de los que aquí habitan quiere aceptarlo.
— Eso he visto — dijo con el semblante enojado — A mi casi nadie me obedece, normalmente mi madre toma las decisiones por mi, que me voy a poner, que voy a tomar, cuando he de salir de la habitación y que tengo que comer. Incluso si no es con ella no salgo porque no me lo permite, ¡odio eso!
— Lo sé — sonrió María — La he visto. Y debe ser duro aguantar algo así, lastima que no soy su madre, príncipe Magnus, conmigo no tendría que aguantar algo como eso. Yo lo dejaría ser libre.
— ¿De verdad? — preguntó con curiosidad.
— Si — sonrió María.
— Es una lástima — murmuro Magnus — Donum tiene suerte de tenerla como madre.
— Eso es cierto. Lastima que ella no lo sabe; prefiere a la reina Isabella que a mi — dijo María con cara "triste" — Así que la dejo ser feliz al lado de la soberana.
— Si Donum se robó a mi madre; entonces yo haré lo mismo — dijo el príncipe compadeciéndose de la peli negra.
— ¡Es tan tierno, mi pequeño príncipe! — dijo María sonriendo. Después lo abrazo y dio un beso en la mejilla del menor — Con gusto lo aceptaría como mi hijo.
— ¡Que bien! — dijo animadamente el príncipe.
— Conmigo no tendrá porque ocultarse, conmigo usará su título a su disposición; y esta gente obedecerá al verdadero rey — dijo la peli negra alabándolo — Pero no debe hablar de esto con nadie.
— ¿Eh?, ¿por qué no? — preguntó en confusión.
— Porque entonces su madre y su padre van a intentar impedírselo, ya sabe lo que ellos piensan...
— Creen que solo ellos tienen derecho a gobernar, ¿verdad? — preguntó — Eso fue lo que me dijo el día de ayer.
— Es porque así es. Ellos no aceptan nada de esto, pero solo es artimaña de ambos — le "explico" — Ellos quieren gobernar para siempre, no quieren que alguien tan fuerte y con mucho potencial como usted, joven Magnus, suba al trono.
— ¿De verdad?
— Si. Por eso hay que ser más inteligentes y que crean que aceptamos su forma de gobierno; pero con mi ayuda, usted será rey, y ellos lo verán triunfar.
— De acuerdo. No dire nada — prometió entonces él niño.
— ¡Eso es, joven y hermoso príncipe! — entonces María lo abrazó con fuerza y el pequeño hizo lo mismo con ella.
La mente del pequeño no procesaba bien lo que aquella mujer le había dicho, él creía en sus adentros que era un acto de bondad para él y para que en un futuro pudiera reinar, así sus padres estarían orgullosos de él al verlo como nuevo rey.
— Ahora bien, ¿quiere seguir entrenando? A un príncipe y futuro rey le conviene aprender el arte de la guerra, jamás nadie podrá detenerlo, príncipe Magnus.
— Está bien, madre, quiero entrenar — le dijo felizmente.
— De acuerdo — María entonces se puso en pie y llamó de regreso al entrenador — Mi pequeño príncipe quiere entrenar — le dijo con una sonrisa un tanto forzada; luego se acercó al guardia y le dijo: — Ay de usted si lo hace perder; porque me encargaré personalmente de destruirlo.
Magnus quedó impactado de ver a la peli negra amenazar al entrenador, él lo había hecho antes, pero el odio en los ojos de aquella mujer le hacía ver que la amenaza era en cerio; demasiado en cerio...
— Listo, mi pequeño Magnus; ya nadie va estorbarle — le dijo acariciando las mejillas del menor suavemente y depositó un beso en su mejilla.
Magnus entonces sonrió y salió del terror que le había sembrado María unos segundos atrás. Sonrió agradecido al ver que la mirada de María cambiaba con el, porque a él no lo miraba con odio, sino con algo más que el pequeño no supo interpretar.
— ¡Está bien! — celebró el niño cuando entendió que María haría cualquier cosa por el; era mejor eso a que su madre biológica le impidiera todo y cada uno de sus deseos. En María si tenía esa madre "perfecta", que llevaba tiempo pidiendo.
Así entreno "duramente" donde vencía al guardia en cada oportunidad que tenía. Magnus se sentía orgulloso de sí mismo y de la ayuda de su nueva "madre". Así si creía el príncipe que llegaría muy, muy lejos, ya hasta se imaginaba una vida de ensueño y sentado en su trono.
Pocos sabían que la actitud del pequeño se debía a lo unidos que se habían convertido él y María y no rebeldías de la juventud como todos lo excusaban, donde la peli negra había envenenado su cabeza de ideas y en contra de sus padres; pero claro, la mujer había sido estratega y de manera sutil hizo caer al pequeño Magnus. Y sin saberlo, la mujer había estado averiguando más sobre los títulos y derechos en la monarquía, así encontró un mejor pase al poder.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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