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Parte 5

Ya había pasado un buen tiempo desde el casamiento entre María y Lorenzo. Las cosas aparentemente marchaban bien y ante los ojos del rey todo parecía ir normal.

Pero no era así entre Isabella y María...

Desde la llegada de las concubinas que fueron un regalo para el rey, una de las más grandes y revestidas de poder tenía el deber de dirigir aquel harem, que contaba con 126 mujeres jóvenes y virgenes. La indicada y elegida por el soberano fue su reina Isabella; ya que así había solicitado el mayor de los hermanos.

— Dice pues el soberano del imperio Regnum Aureum: "Mi amado hermano, digno soberano del Luminis Imperium y poseedor de gran poder. Ruego que considere la solicitud de su hermano mayor, y designe a su reina para liderar el harem, ya que ella ha sido la elegida para esta importante tarea. Su cabello, que irradia un rojo tan intenso como el fuego, es símbolo de su libertad y fortaleza, cual llamas que guían con sabiduría. Sé que ella cumplirá con excelencia esta crucial misión, velando por el cuidado y bienestar de sus jóvenes siervas." — citó entonces el escudero del rey; transmitiendo el mensaje que el soberano del imperio Regnum había enviado a su hermano menor.

Fue así como incluso con el resentimiento que cargaba Lorenzo a causa de las anteriores y crueles palabras de su hermano, concedió la petición y nombró a Isabella para dirigir a aquel pequeño harem.

Asombroso fue entonces para la reina. Que no esperaba que el mayor de los hermanos la tomara en cuenta para dirigir tan importante tarea, algo que también era muy importante para el reino y para el gobernador del imperio. Al inicio cuando se enteró de aquel harem, conformado por más de cien mujeres jóvenes y virgenes, sintió su pecho arder entre llamas de fuego, aquellas llamas que consumen todo a su paso, destruyendo lo más puro y preciado. El shock la cubrió entonces, ¿126 mujeres hay en el harem?, ¿elegidas y preparadas para el soberano, solo listas para ser llamadas ante la presencia del rey?

¿Cuándo sucedió todo eso?, ¿Cuándo tuvo tiempo el soberano para realizar algo así?

Muchas preguntas invadieron a la reina en aquella noche. Preguntándose: — ¿María y yo no somos suficientes? — se preguntó internamente, temiendo que la pregunta saliera de sus labios, más aún...Teniendo miedo de la respuesta.

Solo dijo entonces:

— Soberano, ¿puede concederme el derecho a una respuesta, para disipar una duda que carcome mi alma?

Al escuchar aquellas palabras e interrogante, Lorenzo se preocupó por su esposa y porque el semblante de esta transmitía aflicción; algo que el soberano no deseaba ver en su amada, sintiéndose inútil por ser incapaz de mantener feliz a su esposa.

— ¿Qué sucede amada mía? Explíqueme el porqué de su aflicción para remediar inmediatamente eso que tanto la perturba.

— Sé muy bien el derecho del rey. No simplemente es mi esposo, también es mi mayor y mi gobernador, superior a mi y a su nueva esposa, María. El regalo que el rey Leonidas ha enviado a mi amado soberano es completamente aceptable por las leyes y el gobierno. Y está en completo derecho para aceptarlo — le dijo Isabella con voz apagada, suave y trémula. Con su vista fija solo en el suelo, incapaz de ver a la cara a su esposo o soltaría las lágrimas que tanto ha estado intentando retener. — Simplemente me pregunto... ¿qué será de mí y de su nueva esposa?

— ¿Qué será de ustedes? — preguntó Lorenzo, mas que una pregunta, las palabras fueron dichas con asombro debido a la interrogante de Isabella.

Él se puso en pie dejando su trono y bajo del estrado, caminando hasta donde su reina estaba arrodillada y con una reverencia muy común para aquellos que llegan a la presencia del rey. Tomó su barbilla y levantó con suavidad su rostro obligándola a verle.

La reina obedeció y se dejó guiar. Al encontrarse su mirada con la del rey pudo notar unos ojos azules hipnotizantes que transmitían paz y calma, también notó una suave sonrisa en los labios de su esposo que combinaban perfectamente con su mirada, calmando así el corazón inquieto de la reina.

— Mi reina; no hay nadie más a quien desee a mi lado en lo que resta de mi gobierno. Es usted única, inigualable e irreemplazable, amada del soberano eres, y por ende también es mi reina y digna de llevar el control sobre mi pueblo y mi harem, gobernad pues a mi lado, siendo los dos solo uno, unidos por aquel lazo dorado que invocamos ante nuestra unión el día de la boda. — le expresó Lorenzo.

Sin pensarlo, el rey había declarado su amor a su tan adorada reina, aunque camuflado bajo palabras tranquilizadoras que posiblemente pasen desapercibidas para ella.

— ¿No desea llegarse a alguna de ellas? — preguntó Isabella con miedo y melancolía.

— ¿Por qué lo haría? Si frente a mi tengo a la única mujer capaz de igualar mi espíritu, alma y cuerpo — siguió expresando el rey.

Esto tranquilizó a la soberana, quien se encontraba temerosa de ser olvidada por su esposo.

— ¿El rey jura entonces que no se olvidará de mi?

— Juro entonces que en mis pensamientos y en mi corazón la llevare presente, donde quiera que vaya o dónde quiera que me encuentre ahí estará usted conmigo, mi alma también buscará a la suya, siendo entonces uno solo.

Y con esas palabras el corazón de la reina encontró consuelo. Ahora dirige el harem y se encarga que todo esté a la perfección, aunque estas ni siquiera llegarán a conocer a su soberano. Pues Lorenzo juró no tocar a ninguna de ellas, solo las conservaba por ser un obsequio de su hermano el día de la boda.

Mientras tanto, el corazón de María estaba siendo consumido por las llamas del fuego, aunque esta era por motivos muy diferentes. El control que hay sobre el harem solo demuestra quien era la mujer que llevaba la corona sobre su cabeza, siendo estas palabras alusivas al poder que Isabella poseía y no exactamente por el objeto en sí.

Quien controla el harem es acreedor a todos los beneficios y derechos sobre el reino, Lorenzo había elegido a su favorita, y era el peor error que podría haber hecho.

María se encargó desde aquel día, hacerle imposible la vida a la reina, llenando los mandatos de su soberana con contradicciones y críticas, llevando así a Isabella a perder la paciencia que poseía. Porque amable era la reina, pero también era humana y como todos en esta tierra también se cansaba de destilar bondad a aquellos que no la deseaban.

Regresando al presente; el reino estaba preparándose para una de las ceremonias tan anheladas. Conocerá el reino al sucesor de Lorenzo y conocerá también a las dos nobles que con su belleza e inteligencia harán del imperio un lugar mejor.

— Preparad todo, quiero que la ceremonia de presentación sea única e inolvidable. Mis herederos merecen lo mejor, así los súbditos sabrán quienes son los hijos de su imperio. — dictó el rey.

— Así haremos, su alteza — dijeron todos aquellos empleados.

Empleados que eran llamados para organizar la ceremonia, y eran varios de ellos, casi 46 en su totalidad. Entre ellos se encontraban cocineros, encargados de la limpieza, músicos y más.

— Buscad a Isabella, seguid sus órdenes y no desobedezcáis, pues es la reina, y digna de su respeto y obediencia ella es — ordenó.

— Así es soberano. Dejadnos marchar en busca de la reina, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para honrar a nuestros soberanos y futuros gobernadores.

— Pueden irse, Marcos.

Y así hicieron cada uno de ellos, buscaron a la reina quien les indicaba lo que tenían que hacer.

Conversaba ella con el maestro de los músicos cuando María llegó al gran salón. Venía ella bien vestida con sus más caros y lujosos vestidos. También traía con ella una peluca que estaba a la moda, sinónimo de poder y riqueza.

— ¿Qué está haciendo la reina? — preguntó como si no supiese de que se trataba.

La relación de ambas era tensa, pero Isabella trataba de no dar tanta importancia al asunto, ahora solo trataba de evadir a la peli negra. Pero en ocasiones era difícil lograrlo.

— Planifico la ceremonia de presentación, órdenes dadas por el mismo soberano — explicó Isabella lo mejor que pudo.

Trato también de no dar muchas explicaciones, solo lo necesario.

— ¿Y cómo va con la planificación?

— Hasta ahora todo marcha bien y de acuerdo al plan.

— ¿Qué darán en el banquete?

— ¿Disculpe? — preguntó Isabella un tanto pérdida por aquella pregunta formulada por María.

— Mi dieta es estricta. Quisiera yo saber que darán en el banquete. — dijo como si nada.

María camino inspeccionando el gran salón, donde muchas mesas ya habían sido colocadas a lo largo del lugar, solo dejando un espacio para la pista de baile. Las enormes ventanas ya estaban vestidas con enormes cortinas color morado y de tono oscuro.

Cortinas que resaltaban y llamaban la atención de quienes entraban en aquella cámara del castillo; ese color era digno y tomado solo por nobles, un símbolo más para resaltar las diferencias entre clase alta, media y baja, pues ese color tan peculiar no era obtenido por cualquiera. Importado desde continentes y territorios muy poco conocidos, gastando así una gran cantidad de dinero desde su hechura hasta su importación.
Los hilos de aquellas hermosas obras de arte, que van desde cortinas hasta vestidos y de túnicas hasta enormes capaz, eran difíciles de conseguir e incluso difíciles de fabricar. He ahí el porqué solo la realeza y nobleza vestían aquel color de vez en cuando.

La mayoría de las veces solo se podían ver vestidos así de acuerdo a las ocasiones especiales. Incluso sus casas eran decoradas de tal manera cuando la ocasión lo ameritaba. Por ejemplo, a María si que le encantaba aquel color. Lo vestía incluso sin ser ocasión especial, simplemente por el hecho de sentirse bien consigo misma... ¡vaya manera de mostrarse superior a todos!

— Veamos que tenemos aquí — dijo la mujer inspeccionando cada detalle — Cortinas, maravillosamente bien... el color de los cubre mesas... perfectamente bien equilibrado...

— ¿Pero de qué habla? — preguntó Isabella confundida — ¿Acaso la primera dama sustituyó al rey?

— Por supuesto que no. Pero también tengo mi buen juicio. — dijo distraídamente mientras caminaba por el salón buscando el más mínimo error — Después me lo agradecerá. — enunció.

Camino erguida mientras abanicaba su cuerpo con un hermoso abanico hecho con las plumas de un pavo real. Un abanico que obviamente tampoco valía unas cuantas moneditas...

— Este mantel esta manchado. — reprochó.

— ¿¡Es eso verdad!? — preguntó alarmada Isabella.

La reina caminó apresuradamente hacia la mesa que María señalaba.

— ¿Dónde?

— Justo ahí.

— No veo nada.

María resoplo y en sus adentros pensó — "Aparte de tonta es ciega"— pero no formulo palabra alguna, era cuidadosa con eso.

— Por favor, mi reina. Acérquese más a la mesa, mirad bien ese punto en el centro del mantel.

La reina siguió buscando, al inicio pensó que María solo bromeaba con ella, pero finalmente logró encontrarlo.

— ¿Por eso recrimina mi trabajo? — resopló Isabella. Tomó una respiración pausada y luego soltó el aire con paciencia.

— ¿Recriminar a la reina? — dijo con falsa inocencia — Por supuesto que no. No sería yo capaz de algo así. Es solo que no quería que mi reina pasara por las burlas de otras mujeres, sabe como son en la clase media. Se fijan en cualquier detalle, por mínimo que este sea.

— Pero apenas si se ve, es solo un punto — señaló — De verdad me asombra la capacidad que sus ojos poseen.

— Pues, llevé algunos años de práctica.

— Oh... cierto... — dijo Isabella apenada. Se había olvidado que la mujer frente a ella no había nacido siendo noble.

— Ya no importa — dijo entonces la peli negra — Quizás lo mejor será dejarme la decoración a mi. Ya tengo práctica en ello.

— Lo sé. Pero fue el rey quien me envió para organizar todo. No puedo ir en su contra.

— Estoy segura que el rey apreciará mi ayuda.

— ¿Y si se une a mi?

— ¿Eso significa que usted ordenará sobre mi?

— Bueno... no lo llamaría ordenar, sino guiarla.

— Entonces no.

— ¿No? — dijo la reina aún más confundida que antes.

María iba a responder, pero no se había percatado que el rey estuvo observando el intercambio de amabas.

— ¿Qué hace aquí, María? — preguntó con voz grave.

— Yo... yo solo ayudaba a la reina.

— ¿Es verdad eso, Isabella? — preguntó el rey a su reina — Prefiero si es posible, la honestidad.

— Bueno... es algo como eso. — dijo Isabella con voz suave y al mismo tiempo titubeante.

— Quizás entendí mal, me pareció haber escuchado ciertos comentarios. — dijo con Ironía — Pero dejaré que resuelvan esto ustedes mismas.

El rey se giró y camino hacia la salida, pero antes:

— ¿María?

El llamado causó un pequeño susto en la peli negra, ya que la voz del rey la había tomado por sorpresa.

— ¿Si, mi señor?

— La inspección del salón y todo lo demás que se une a la gran celebración... me corresponde a mi — declaró con enojo — Yo soy quien juzga, usted ni siquiera debería estar aquí.

María no dijo absolutamente nada después de eso. Solo bajo su mirada e hizo una reverencia mientras salía del salón.

Lorenzo entonces quedó a solas con su primera esposa.

— Reina mía. — llamó el hombre, capturando la atención de la soberana — Lamentó mucho que los cubre mesas que envíe hayan llegado defectuosos.

— No es culpa del rey. Sino mía.

— No lo es. Pidió usted algunos cubre mesas, de ser posible que sean nuevos, yo envíe por ellos y no tuve tiempo de asignar a alguien que los revisara. — dijo entonces el rey en disculpa — Quitadlos todos y por favor, asegúrense que estén en perfecto estado y sin ninguna mancha, por mínima que esta sea — dijo el rey a uno de los empleados.

Fue así como se organizó todo, de vez en cuando María calculaba que el rey no estuviese cerca, de esa manera llegaba a Isabella y hacía comentarios "pasivos", según decía "mi propósito es ayudar a la reina". Pero sus motivos siempre fueron ocultos.

Llegó el día de la celebración y aquel salón estaba repleto de nobles, en otra de las alas del castillo se encontraban los de clase media y en otra los de clase baja. Todos ellos esperaban el anuncio y presentación de los herederos.

— ¿¡Pero qué es esto!? — preguntó con asombro Isabella. No con enojo, simplemente se encontraba en shock. No podía creer lo que veía.

Una de las mujeres encargadas de repartir los alimentos, llegó hasta la reina Isabella, quien miró aquel plato repleto de comida pero había un pequeño problema...

— ¿Por qué sacrificaron las aves del corral? — preguntó asustada — Yo ordene que se sacrificara parte del ganado.

— Pero... la señora María fue quien... quien lo ordenó — dijo la mujer un tanto asustada.

— ¿Qué? — preguntó Isabella anonadada.

Isabella no espero respuesta y fue en busca de aquella mujer, una que se regodeaba frente a un grupo de personas. Ella vestía un pomposo y muy caro vestido de color violeta, otro color poco común y significativo. Con otra de sus ridículas pelucas sobre su cabeza y con joyas llamativas por el gran tamaño que estas tenían.

— Buenas noches a todos — saludo cortésmente la reina. Los demás la recibieron con sonrisas amables y respondiendo también con reverencia ante la presencia de su majestad. Pero la reina se dirigió a la primera dama — ¿Puede la segunda esposa venir conmigo? Deseo hablar en privado con usted.

— Por supuesto — dijo María con una falsa sonrisa y siguió aparentando grandeza, se despidió también de todos, pero no antes de agregar: — Nos veremos más tarde, y Martha... no vuelva a comprar sus vestidos en esa tienda barata y corriente, mejor mandar a buscar sus vestidos a la India, son de mejor calidad se lo aseguro.

— ¡Así lo haré! — respondió Martha, una mujer que era de clase media y, al parecer, estaba encantada con él "carisma" de María. Claro, no la conocían del todo bien. — Nos veremos más tarde, mi señora. Adiós reina mía, espero tenga una linda y hermosa noche.

— Muchas gracias, Martha, por sus buenos deseos. También anhelo que la noche sea de provecho para todas.

— ¡Gracias mi soberana! — dijeron todas ellas con gozo.

Isabella arrastró con ella a María, llevándola lejos del público evitando así un espectáculo ante toda la audiencia. La reina no estaba enojada, pero si impactada y desconcertada ante la osadía de la primera dama.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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