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Parte 4

En otro lugar muy lejano a Luminis Imperium; una bella dama se encontraba siendo esclavizada por personas pedantes; con maldad en su corazón y cero tolerancia. Aquella joven se encontraba viviendo una vida muy distinta en comparación con la que había crecido. Reconoció cuán difícil era llevar una vida como esa, admirando la lucha que día tras día muchas familias pasaban con tal de sobrevivir.

— ¡¿Qué acaso está sorda?! — le gritó la señora de la casa — ¿¡Acaso no le dije que recogiera las sabanas y las llevase al río a lavar!?

— Lo hizo, siento mucho no haberlo hecho. No volverá a pasar.

— ¿Y se puede saber por qué ha desobedecido mis órdenes? — la mujer aquella era de rostro fuerte y robusto, de ceño fruncido y mirada penetrante. De cuerpo gigante y de compostura erguida por el orgullo que poseía en ella, y otra cosa más que agregar, era igual de malvada que su esposo.

— No desobedecí mi señora — se disculpó ella con miedo — No me dio tiempo de atender todos los deberes.

— Veremos que dice mi esposo al regresar. Quizás la próxima vez le dé tiempo para terminar con sus deberes en esta casa — le dijo con una sonrisa malvada — Después del castigo no volverá a holgazanear.

La señora aquella regresó al interior de la gran mansión, soltando así algunas risas burlescas e imaginando el escenario perfecto para el castigo de aquella "esclava", así era como la señora le llamaba.

— ¿Mamá?.. — dijo aquella pequeña vocecita. La adolescente caminó hasta su madre con mucho miedo y soltando algunas lágrimas de tristeza — ¿Qué castigo le tocará esta vez?, ¿por qué esta gente es tan malvada?

— No lo sé — sincero ella. Pero sonrió forzosamente para darle ánimos a su hija — Pero no se preocupe por eso, mi niña amada; mamá estará bien.

La esclava abrazó a su hija, puso su barbilla sobre la cabeza de su "pequeña niña" y pensó en lo difícil que se había convertido su vida desde hace algunos meses atrás. Fue un cambio drástico y de muchos giros inesperados.

— Vamos, levante las sábanas blancas y llevémoslas al río. Aún tenemos que lavarlas antes de que el señor Daniel regrese — le dijo su madre con voz suave y pasiva, aunque por dentro moría de miedo.

— Está bien mamá — accedió la niña con mucho pesar y temor. Ella ya sabía lo que vendría, también sabía que no era nada agradable.

Ambas, tanto madre como hija caminaron un largo trayecto hasta el río más cercano. Con ellas llevaron dos canastos de ropa sucia, incluyendo las sábanas que la señora ordenó.

De pronto, en el camino se escucharon como los cascos de un caballo. La mujer levantó la cabeza y vio como un hombre venía montado en un animal negro y de pelaje brillante, pudo percatarse también que el hombre vestía una armadura, la cual traía en ella un escudo muy conocido:

— "Luminis Imperium" — dijo la mujer en sus adentros en reconocimiento de aquella nación a través del dibujo en la armadura del hombre.

Lo más extraño de todo, es la diferencia de escudos, ya que el caballo en el cual venía montado pertenecía al imperio de Regnum Aureum.

— "Esto es muy extraño" — se dijo la esclava — "¿Cómo es esto posible?, ¿habrá ocurrido algún accidente o guerra en el norte?"

Tanto la niña como la mujer se detuvieron en seco cuando aquel hombre montado en su caballo llegó cerca de ellas.

— ¿Celeste? — dijo aquel hombre simplemente. Con su ceño que estaba fruncido y como roca, tanto así que daba miedo. Y su voz era igual de fuerte, clara y firme.

La niña se escondió detrás de su madre en busca de protección por temor a aquel extraño.

— Ella se encuentra en su casa, mi señor — respondió la esclava.

— ¿Dónde queda la ubicación?

La mujer señaló el camino diciendo:

— Debe ir por ahí, siga el camino de la derecha y pase por el gran roble, después solo debe cruzar el jardín de rosas blancas, que en su entrada posee un gran arco con enredaderas decorándolo. Siga recto y al final encontrará la mansión de mi señora Celeste.

— ¿Se me hace muy conocida, señorita, alguna vez la he visto?

— No lo creo — negó ella rotundamente. No quería ser reconocida por personas que tanto daño le habían hecho — Viendo el escudo en su armadura se me hace que no es de por aquí, no creo haber visto ese escudo durante toda mi existencia.

El hombre solo la detalló unos momentos; cuando se convenció de las palabras de aquella joven siguió su camino hasta la casa de la señora Celeste.

Aquella joven quedó en shock cuando al avanzar aquel hombre en su caballo vio como tres personas venían atadas y magulladas detrás del enorme animal.
Las manos de la madre tenían algunos moretones debido al fuerte nudo de la soga, también la notó cansada debido a las ojeras que traían sus ojos, y las dos menores que venían con ella también se miraban en mal estado. Las tres personas no levantaron su rostro, al contrario, iban con la cabeza mirando directamente hacia el suelo, como humilladas ante tal acto.

— ¿Quienes son, mamá? — preguntó también en shock la hija de la esclava — ¿Serán también un regalo para la señora Celeste y su esposo?

— No lo sé, hija mía, pero es posible — dijo la dama con tristeza.

La mujer vio como aquel hombre y las tres mujeres avanzaban hacia el camino que ella le había indicado; y una idea se le ocurrió entonces.

— Hija, ¿por qué no lleva las canastas hasta el río? — le preguntó su madre — Yo iré a ver de qué se trata todo esto.

— Pero...

— No lave todo lo que está aquí adentro, solo lave lo que pueda hasta que yo llegue.

— Está bien... — dijo la adolescente con dudas, pero iba hacerlo de todas formas, aún tenían pendientes que terminar hasta que el señor de la casa llegara, y ademas, quería evitarle a su madre un castigo cruel.

Su madre la despidió con un beso en la frente, luego corrió tras aquel hombre, algunos pasos después logró alcanzarlo.

— ¡Mi señor! — gritó ella para detenerlo — ¡Mi señor!

El hombre al escuchar el llamado se detuvo, no volteó hacia atrás, solo espero a que ella llegase hasta él.

— Mi señor, creo que es más seguro que lo guíe yo hacia la casa de mis amos. Así evita perderse en el espeso bosque.

— ¿Entonces que esta esperando?, camine delante de mí y yo la seguiré — le dijo aquel hombre de manera arisca e impaciente.

La mujer hizo lo que el hombre le había dicho y caminó delante de él como se le indicó.

— Es aquí, mi señor. Es aquí la casa de mi amo Daniel y mi señora Celeste.

— De acuerdo. Gracias por guiarme, ya no necesito de sus servicios, retírese...

Aquel hombre fue interrumpido por la voz de aquella señora, hace muchos años que no había vuelto a saber de ella. Esa misma interrupción hizo que el hombre desviara su atención de la esclava hacía aquella mujer.

— Alonzo — dijo aquella señora de manera pedante. Sin mostrar una pizca de alegría ante la presencia de aquel hombre.

— Tía Celeste... — saludó de la misma manera. Desde lejos se notaba el tenso lazo familiar.

— ¿Qué hace usted aquí? — preguntó la mujer sin tacto alguno — Pensé que trabajaba para el rey Magnus. ¿Por qué ha venido desde tan lejos?

— Venía a pedirle un favor, encarecidamente se lo pido, es de suma importancia para el reino en Luminis, será bien recompensada por esto. Se lo prometo — dijo el sobrino. Ninguno de los dos mostraba alegría de verse, solo iban directamente al punto sin muchas vueltas en el asunto.

— ¿Qué clase de favor?

Alonzo hizo a un lado el caballo dejando a la vista a las tres personas que arrastró con él.

— Vengo con compañía — explicó simplemente.

La señora arqueó una ceja mostrando su confusión y en la espera de una respuesta.

— No es para hablar aquí, quizás pueda regalarme algunos minutos de su valioso tiempo — exigió Alonzo.

La señora se encogió de hombros sin mostrar algún interés. Caminó de regreso a la mansión con Alonzo siguiéndola.

Cuando ambos se perdieron de vista, la esclava volteó hacia la mujer de cabellos color fuego.

— Hola — saludó lo más amable que podía — ¿Qué ha sucedido?, ¿por qué las han enviado aquí? — preguntó ella con amabilidad, no queriendo ofender a la mujer de rizos rojos.

— Hola — dijo suavemente y con tono abatido — Es muy extensa la historia, por ahora preferiría no hablar de eso.

— Entiendo, no volveré a tocar el tema — la mujer solo sonrió suavemente en comprensión, también deseaba transmitirle calma y paz a la mujer que estaba frente a ella — ¿Cuál es su nombre?

— Mi nombre es Isabella — respondió con suavidad — ¿Y el suyo?

— "Tiene el nombre de la reina de Luminis" — pensó la joven, pero como prometió, no preguntaría más sobre esos temas, no deseaba ser irrespetuosa e incomodar a la joven. En cambio optó por decir:

— Tiene usted un lindo nombre, le sienta muy bien — dijo suavemente — Mi nombre es Amalia, y soy la sirviente de los amos en esta casa — se presentó — Cualquier cosa que necesite estoy aquí para servir — ofreció ella.

Isabella le dedicó una suave sonrisa en agradecimiento, pero aquella bella sonrisa no duró mucho tiempo, en cambio, se le notaba que su estado de ánimo no era el mejor, y claro, dadas las circunstancias era entendible.

— No creo que usted tenga que servirme; al parecer ahora hemos de trabajar juntas — agregó Isabella — Pero gracias por su amabilidad.

Amalia sabía que la joven Isabella tenía razón; si las trajeron aquí de esa manera era porque serían esclavas de la gran casa blanca, así como lo eran ella y su hija Sussanna.

— No hay de que — respondió a Isabella — Aún así, si necesita una guía o ayuda para atender los deberes de esta casa también la ayudaré, no dude en buscarme.

— Es usted muy amable, joven Amalia — le sonrió Isabella.

Amalia devolvió la sonrisa, pero a ambas se les borró cuando escucharon los pasos de la señora Celeste y del joven Alonzo.

— Solo será por un lapso de tiempo, Alonzo, no más de lo que hemos tratado — le dijo con esa voz fuerte característico de ella.

— Yo entiendo, solo haga lo que le pedí para que sea recompensada. Recuerde que necesitan el dinero — le recriminó Alonzo. La señora hizo un ademán de desagrado y enojo por lo que su sobrino le había dicho.

— Solo desate de una vez a esa gente — dijo señalando a las niñas y a Isabella — Hay muchas cosas que atender dentro de casa; inmediatamente tendrán que trabajar.

— ¡Bien!

Alonzo desató a Isabella y a las niñas, aunque no con mucha amabilidad. Después se subió al caballo y sin mirar atrás siguió su camino de regreso a Luminis.

— Ya que vienes aquí como chismosa, ¿por qué no va y le enseña a las nuevas esclavas los que aceres de la casa? — le dijo Celeste a Amalia de manera despectiva.

— Pero...

— Nada de peros, para poner oído y vista en lo que no le incumbe si esta lista. Ahora vaya y ayúdeles a ellas a llevar a cabo los deberes en la mansión.

A Amalia no le quedó de otra que hacer lo que la señora le había dicho, pero también se notaba preocupada por su hija.

— Puede irse, Amalia — le dijo Isabella suavemente — Sé muy bien que algo le preocupa; yo puedo hacer los deberes aquí sin ningún problema.

— ¿De verdad? — preguntó extrañada.

Amalia pensaba que por pertenecer a la realeza, Isabella no sabría muchas cosas de los deberes caseros, así que le sorprendió que la reina dijera algo como eso.

— Si, no se preocupe — le dijo amablemente.

Si bien es cierto que Amalia solo tenía sospechas de que Isabella fuera aquella reina de Luminis, habían muchas características que la guiaban a querer confirmarlo, sobre todos porque aquel cabello color fuego y esos ojos de zafiro en color verde no eran muy comunes, y eran esas algunas de las características que distinguían a la reina de Luminis Imperium.

— De acuerdo. Muchas gracias, Isabella, por este favor. Es solo que me hija fue al río a lavar algunas de las ropas de mis señores y esta sola allá en ese lugar — explicó rápidamente — Juro que la próxima vez le enseñaré y ayudaré de la mejor manera posible.

— Está bien. Gracias por todo, aunque puedo defenderme sola; mi nana me ayudó y me enseñó sobre los que aceres del hogar — le sonrió Isabella — Estaremos bien.

Amalia corrió de regreso al río en busca de Sussanna, su hija adolescente, y por la gracia del cielo, la encontró sana y salva, además estaba tranquilamente lavando aquellas prendas sin ninguna interrupción.

Mientras tanto, Isabella guiaba y enseñaba también a sus hijas sobre cómo realizar las tareas de la mansión, la ex reina era buena en realizarlas, tenía práctica y las terminaba en buen tiempo. La señora Celeste desde lo lejos la observaba, fue de agrado para ella ver como aquella sirvienta no necesitaba ayuda, presión o dirección para saber lo que tenía que hacer. La joven era eficiente y muy buena ama de casa, algo que la señora Celeste admiró. Pero claro, por su orgullo jamás le diría nada de eso.

— ¿Cuanto tiempo nos tendrán aquí, mamá? — preguntó Esmeralda con melancolía — Quiero ver a papá... — dijo mientras sollozaba suavemente.

A Isabella se le rompió el corazón al escucharla, y sin desearlo, una gota salada se derramó por el ojo de Isabella al ver a su hija llorar, algo que conmovió su alma y la quemó por dentro, quizás ya nunca volverían a ser las cosas como antes.

— Lo sé, mi niña, yo sé — dijo con la voz quebrada, también la abrazó y la arrullo en sus brazos.

Donum miró el intercambio de madre e hija; y también lloro, lloro porque quería ver también a su madre, quería que su progenitora la protegiera como Isabella a Esmeralda, pero tendría que esperar hasta que las encuentren y así poder ver una vez más a su madre. Lastimosamente, Donum y Esmeralda se habían desmayado en aquel altercado, tanto así que ninguna de las dos supo que María había sido la causante de aquel secuestro y ahora también la causante de su esclavitud.

Como si supiera lo que pasaba por la cabeza de la niña, Isabella camino hasta ella y se sentó a su lado, puso su brazo sobre los hombros de Donum y su barbilla sobre el cabello negro de la princesa de Luminis.

— Sabe que también la amo, tanto como amo a Esmeralda y a Magnus, ¿cierto Donum? — le dijo Isabella amorosamente. Donum asintió — Yo voy a protegerlas a ambas; no tiene porque temer, mi pequeño regalo.

Donum abrazó a Isabella, se sintió mejor después de hacerlo.

— Queremos a papá también... — susurró — Quiero regresar a casa, mami Isabella — le dijo Donum con voz casi inaudible — Tengo miedo...

— No hay porque temer, mi pequeña. Mamá las cuidará.

Así pasó el tiempo, Amalia regresó junto a su hija Sussanna, a quien presentó a las nuevas integrantes de la mansión.

— Queridas, ella es mi hija Sussanna, hija mía, ellas son Donum y Esmeralda, hijas de la dama Isabella — presentó Amalia a las tres menores — Ellas estarán aquí con nosotros, por favor, ayude usted a las señoritas a realizar los deberes de la casa de la manera en que corresponde, estoy segura que juntas lo harán muy bien.

— Está bien madre. Y encantada estoy de conocerlas — dijo Sussanna amablemente.

— Nosotras también estamos muy felices de conocerla — dijo Esmeralda igual de amable. Donum asintió en afirmación.

— Vengan conmigo, yo les guiaré por la casa y les explicaré lo que deben hacer.

Sussanna se llevó a Donum y a Esmeralda con ella, dejando así a Amalia y a Isabella juntas para poder conversar libremente.

— Sus hijas son hermosas, Isabella — halago Amalia — Pero son muy distintas — Observó con un tono de voz suave sin querer ofender por la observación que realizó.

— Lo son; Donum es más parecida a su padre, y Esmeralda se parece más a mi — explicó a medias — La mayor no es mía biológicamente; pero en el fondo de mi corazón y alma si lo es.

Amalia quedó sorprendida un rato cuando la comprensión llegó hasta ella. Pensó en que el rumor era cierto, y admiro a Isabella por aquel amor y bondad tan grande que poseía en ella.

— Es algo digno de admirar — se expresó Amalia con una suave sonrisa.

— Gracias, Amalia.

Todo marchó muy bien el resto del día; eso fue hasta que el señor Daniel llegó a casa, faltaba poco para la media noche cuando en el patio de la mansión se escucharon gritos de dolor y el sonido de un látigo contra la carne humana.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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