Parte 4
Y así Maria logró su cometido. Se convirtió en la esposa del rey Lorenzo creyendo que eso era suficiente para obtener el poder absoluto. Pero no contó con una cosa...
Que Lorenzo hace tiempo dejo de sentir un amor intenso por ella. Y eso era un dato muy importante.
Lorenzo se casó con ella tal y como lo había prometido, pero no la transformó en la reina, un deseo que María venía persiguiendo desde años atrás.
Grande fue la noticia para la joven peli negra al escuchar al anciano Pedro anunciar su nuevo título...
— ¡Larga vida a la primera dama! — gritó el anciano con su típica voz grave después de que los recién casados atravesaron la puerta de la iglesia yendo directo a la recepción.
— ¡Que viva! — respondieron los demás con júbilo.
La sonrisa de María titubeó al escuchar el título, aún faltaba la ceremonia que la nombraría como tal haciéndolo más oficial, pero no era lo que ella quería. Los aldeanos ya la consideraban la "segunda esposa" o la "primera dama", pasaban uno a uno a felicitarla y la joven "agradecía" con una sonrisa aparentemente feliz, pero en realidad era más forzada que genuina.
— ¿Qué significa esto, Lorenzo? — le reclamó una vez que estuvieron sentados en la gran mesa de la recepción. Una que era específicamente solo para ambos.
— ¿Qué significa qué? — preguntó confundido.
— ¡Esto! ¿Por qué me llaman primera dama?
— Es lo que es — respondió el rey encogiéndose de hombros.
— Es usted un vil mentiroso. No cumple con su palabra, si tan solo los aldeanos supieran la clase de rey que los gobierna — lanzó ella con cizaña.
— ¡Mire nada más como se dirige a mi! — le recriminó el rey — Sea como sea debe mantener el respeto, sigo siendo superior. Que usted no valore mis promesas ya no es culpa mía.
— ¿Cuál promesa, eh? — preguntó enojada — No veo que se haya cumplido alguna.
— ¿Y este matrimonio que es entonces?, ¿es un juego suyo acaso?
— No, claro que no. Ante la ley ya somos marido y mujer; pero aún falta una promesa.
— Solo prometí una.
— No — negó María. Esta tenía una sonrisa sarcástica en su rostro — Hizo dos promesas. Tal parece que ya se le olvidó.
— Entonces refresque mi memoria. ¿Cuál era la otra promesa? — preguntó tranquílame el rey. Este ni siquiera se inmutó ante los arrebatos de su ahora esposa.
— Me dijo que sería su igual.
— ¿No lo es? — preguntó entonces el rey, este tomó una copa de vino y bebió un trago mientras crecía una sonrisa en sus labios.
— Por supuesto que no. Ser su igual quiere decir que seré reina como usted es rey. Eso sería lo justo.
— Prometí que sería mi igual, sí, y cumplí con mi promesa — le dijo Lorenzo. — ¿Por qué mejor no disfruta de la ceremonia?
— No me cambie la conversación. — dijo enojada — ¿Cómo puede decir que soy su igual? Porque ante mis ojos no lo soy.
— Ante la ley terrenal y celestial si es mi igual. — le repitió el hombre ya cansado.
— ¿Qué? — preguntó desconcertada.
— Al convertirse en mi esposa se convierte en mi igual, el matrimonio se refiere a eso. Somos uno porque así lo prometimos ante los hombres y las divinidades. — le recalcó Lorenzo — Así lo dicta el decreto real y también la unión celestial.
— Pero... no... — negó María — No es cierto...
— Lo es. Estoy diciendo la verdad. Lo prometí y cumplí. Tal parece que la olvidada es usted. Yo ya cumplí mi parte, ahora le toca a usted.
— ¡Yo no prometí nada a diferencia suya! — negó María con enojo.
— ¿Y en el altar que fue lo que prometió entonces? Acaso no es mujer de palabra — se burló Lorenzo. Ante la falta de respuesta por parte de María, Lorenzo siguió hablando: — Ahora cumpla su papel como segunda esposa. Creo que hará un buen trabajo... si se lo propone claro.
María se giró y se posicionó otra vez de frente a la multitud, estaba "hechando humo" por la cabeza de la ira que sentía. No contó con qué Lorenzo sería astuto en ese sentido, debió "saber" que para él, ser su igual sería ser su esposa.
— "Maldito Leonidas" — dijo en su mente. Ella estaba segura que el causante de eso había sido aquel hombre. Uno al que ella aún amaba pero que odiaba al mismo tiempo.
¿Quien más podría haber sido? El único capaz de cambiar la mentalidad de Lorenzo sería su hermano mayor, a causa de eso ella ya no sería coronada como reina. Al menos por el momento...
Mientras tanto, en la cabeza de Lorenzo se cruzaba el pensamiento: — "Gracias, consejero Pedro, por alumbrarme en el camino" — de ahí provino la lucidez que ahora Lorenzo tenia.
Un día después de confesar ante los ancianos sobre su error y del embarazo de la peli negra, Lorenzo se encontraba afligido y perdido en sus pensamientos, tanto que no había notado al anciano. El viejo se acercó a él, con aquel típico rostro de roca, pero por dentro, el hombre de cabellos blancos se encontraba preocupado por su soberano. Lorenzo explicó todo, incluida la promesa, y como un sabio hombre de ya avanzada edad, le dijo:
— El soberano se aflige en vano — le dijo aquel hombre con voz pasiva — Mis compañeros y yo estamos de acuerdo en que la dama sea convertida en su igual, ¿qué le preocupa entonces?
— ¿Están de acuerdo? — preguntó anonadado — ¿Pero que hay de mí ahora esposa?, ¿qué será de Isabella?
— ¿Qué será de la reina? — preguntó Pedro confundido — Ella es la reina, ¿no es así soberano? Permanecerá así hasta el día de su sepultura, que espero sea en un futuro lejano — enunció el hombre.
— No entiendo — le dijo Lorenzo con sinceridad. El anciano sabiendo la situación y motivo de confusión, casi sonrió ante el desconcierto del rey, casi...
— Mi rey, el parlamento dicta lo siguiente: "Como si fuese ella igual al propio rey, merece reverencia y admiración. Ante la mirada atenta de la iglesia y de los hombres, se selló con gran estima su unión. " decreto número 212 de la sección Soberanos y Harem Real — informó Pedro — No es necesario ser la reina para ser igual al rey; no es eso lo que dictan las leyes. La boda que se lleva acabo significa unión y por ende también significa ser la igual del esposo.
— Pero María desea ser reina, eso fue lo que prometí...
— Lamentó interrumpir, mi soberano, pero en ningún momento el rey mencionó que sería ella reina. Usted me dijo que su promesa fue "convertirla en su igual", bueno, son dos cosas distintas.
— ¿Usted así lo cree, Pedro? — preguntó con esperanza el soberano.
— Por supuesto. Si quiere dicto lo que dice el parlamento sobre la reina. Notara las diferencias entre ser la segunda esposa y la soberana.
— Está bien, puede hacerlo.
— El decreto número 211 de la sección Soberanos y Harem Real dicta lo siguiente: "Aquí surge el poder renacido en forma de mujer, líder que orienta a su esposo en la senda justa. Digna de honor y respeto, en su fuerza y voluntad hallamos inspiración. En el reino, cabeza soberana, bajo el mandato de su consorte, el monarca. Su mano derecha, firme sostén del imperio, en su apoyo apropiado hallamos la fortaleza." — recitó aquel hombre — ¿Nota usted las diferencias? — preguntó de manera sabionda.
En el rostro de Lorenzo se formó una sonrisa aliviada. Cuando prometió que convertiría a María en su igual no había contando con lo que decían las leyes. Dio gracias al cielo por la salida que le había brindado. Esto significaba que después de todo no rompería ninguna promesa.
— Veo que esto lo ha ayudado — comentó Pedro al ver la enorme sonrisa de su soberano — Me alegra saber que...
Las palabras de Pedro fueron cortadas abruptamente debido a Lorenzo, quien de la felicidad había abrazado al anciano sin ni siquiera darse cuenta.
— ¡Es esto una respuesta del cielo! — alabó con júbilo el rey — Recompensado será, anciano Pedro, por este favor.
— ¿Cuál favor soberano? Solo cumplí mi deber — recalcó una vez más. Pedro ya ni siquiera sabía cuántas veces le había dicho eso al soberano. Pero Lorenzo era un rey así, amable y muy agradecido con aquel que le brindase una mano ayuda.
— ¡No me salga con eso ahora!, ¿no ve lo feliz que estoy?, me ha sacado de un gran apuro, consejero.
— Puedo notarlo...
Y así, el rey salió del lugar dejando a Pedro desconcertado y solo en la sala.
— "De la que me salve" — pensó Lorenzo mientras continuaba su marcha con una inmensa alegría que nadie podía borrar.
Volviendo a la recepción, en el presente, María no volvió a dirigirle la palabra a su rey, Lorenzo tampoco volvió a intentar hablar con ella. La sonrisa tampoco se le borraba del rostro. Si que agradecía a aquel consejero, un hombre verdaderamente leal a él.
—Mi rey, mi señora — dijo Alonzo, su escudero, quien llegó a la mesa para felicitarlos a ambos, y también con un mensaje que dar... — Estoy feliz por ambos, deseo un matrimonio feliz para mi soberano y su señora, lleno de bendiciones y alegrías.
— Gracias, Alonzo — respondieron ambos. Solo que María seguía ceñuda y ni siquiera fue capaz de ver a Alonzo mientras respondía a la felicitación. Mientras que el rey se encontraba tranquilo y relajado como si nada estuviese pasando.
— He aquí que llegó un regalo de bodas para los recién casados — comentó Alonzo. Esto atrajo la atención de ambos — Es proveniente del imperio de Regnum Aureum.
— ¿¡Mi hermano!? — ¿¡Leonidas!? — exclamaron ambos con sorpresa.
— Por supuesto que si, mis señores. El rey Leonidas mandó algunos regalos a cada uno. — informó el escudero — Pidió también disculpas por no poder asistir a la boda. Pero les desea lo mejor, sus palabras fueron "Anhelo que la unión matrimonial entre mi hermano y la dama María sea tan espléndida y duradera como lo encantador de las luciérnagas, que iluminan el firmamento con su hermosura efervescente".
— ¡Oh cielos!, ¿no es eso encantador? — exclamó María. — Su hermano nos desea un feliz matrimonio, rey mío.
— Claro... — dijo Lorenzo tornando los ojos. Al parecer no tenía idea de lo que venía tras esas "hermosas" palabras.
— "Típico de Leonidas, ¡siempre tan encantador!" — dijo Lorenzo en su mente. Un pensamiento cargado de ironía y sarcasmo. — "Las luciérnagas apenas duran un año, y su cortejo apenas unas cuantas horas o semanas" — pensó. — "Es lo que desea para esta unión" — siguió pensando. Aunque esto último le causó gracia.
Leonidas podía ser así de ridículo cuando algo no le parecía bien. Tapando sus deseos detrás de unas palabras aparentemente hermosas.
— Si los soberanos lo desean, pueden venir a ver sus presentes — dijo el escudero.
— ¡Por supuesto que sí! — dijo la mujer, encantada por ver aquello que el rey Leonidas había enviado.
— Bien, no veo inconveniente alguno. Guíenos a hasta ellos. — dijo también el rey.
A la segunda esposa le fueron entregados algunos vestidos de seda, algunos linos y paños para que ella misma pudiera mandar a confeccionar a su gusto lo que quisiera. También fueron enviadas joyas que al parecer tenían mucho valor.
No así Lorenzo, quien empezaba a irritarse con el mayor. La primera broma la dejó pasar, eran solo palabras después de todo, pero ahora empezaba a ver cuanta maldad podía transmitir el hombre. Los vestidos y joyas eran aparentemente de buena calidad, pero en realidad eran solo imitaciones. No eran regalos preciados como los que había enviado cuando Isabella se casó. No, esta vez parecía una broma cruel de su parte, y más que una broma, sabía que venían en cerio.
Tenía conocimiento que María no era de su agrado, ¿pero de ahí ha desearles un fracaso matrimonial? Porque no solo lo deseaba para ella, sino que, aunque sin querer llevarlo de encuentro, también se lo deseaba a él, algo que lo hería pues eran hermanos, se supone que esta también debía ser una ocasión de felicidad.
Aquel rey, su hermano mayor, tampoco había asistido a la boda. No creyó el cuento que se debía a los asuntos del reino. Sino por el desprecio a María.
— ¡Su hermano es tan amable! ¡No puedo creer que me haya enviado tan valiosos regalos! — siguió exclamando la esposa.
— María, ¿por qué no va en busca de Isabella? Debe estar cerca de la fuente principal con su dama Angelina, estoy seguro que necesita de su ayuda. — le dijo el rey.
— ¿De mi ayuda?, ¿el día de mi boda? — preguntó con irritación.
— Sí. Pues antes de esposa deseo que sea madre, Donum esta con Isabella y los mellizos. Ambas mujeres no podrán con tres niños, su hija la necesita — le ordenó el rey.
— ¿Usted que hará hasta entonces? — preguntó ceñuda.
— Hablaré con mi escudero.
— ¿Sobre qué?
— Un asunto que solo nos concierne a ambos. Por favor, vaya en busca de su hija.
María dejó aún lado sus regalos y los entregó a la servidumbre, con mucho enojo he de agregar. Y salió del jardín pisando fuerte y con evidente molestia.
Una vez que se cercioraron que la mujer ya no se encontraba más cerca de ahí, el rey se giró hacia Alonzo con una ceja alzada en cuestionamiento.
— ¿Qué ha sido todo esto? — preguntó el rey con enojo — ¿Es acaso este su trabajo?
— No mi señor — negó Alonzo.
— ¿Por qué ha sido usted quien ha traído el mensaje como si fuese el mensajero real?, ¿dónde está él y por qué no cumple su trabajo? — preguntó.
— Fue el rey Leonidas quien lo solicitó de esta manera — respondió Alonzo — Juro, mi señor, que tampoco entiendo el motivo. También fue grande mi asombro cuando llegaron a decirme que el rey Leonidas pedía que fuese yo quien entregara el mensaje.
— ¿Entonces podría explicarme que son estas baratijas que le entregaron a mi esposa?
— Tampoco tengo el conocimiento de esto, mi rey, se lo juro. Lo que he traído fue lo que me entregaron los empleados a cargo de su hermano, el rey Leonidas. — respondió Alonzo. Siempre bajo el mismo tono, fuerte y grave intentando ser valiente, pero por dentro tenía miedo a la represalia del rey.
— De acuerdo. Me temo que tendré que preguntarle personalmente. — dijo entonces el rey, aunque sus palabras eran más para él mismo que para su escudero — ¿Qué me ha enviado a mi?, ¿acaso también ha sido una joya barata?, ¿vestiduras sin algún valor? — dijo con Ironía.
— Lo que el rey Leonidas ha enviado a su majestad es más que una joya, y más que unas vestiduras. En realidad, no es alguna cosa.
— ¿Entonces que me ha enviado?
Alonzo tomó algunas respiraciones antes de responder y dirigir sus palabras a Augusto:
— Augusto, ¿podría usted, hacerme el favor de enviar por el presente del soberano?
— Así he de hacer. Con su permiso, mi señor.
Augusto se fue del jardín, tomando un pequeño desvío hacia el camino opuesto a la recepción; algo que llamó la atención del rey.
— ¿Por qué el misterio? — presionó el soberano.
— Esperad un poco, mi señor. Ya vendrán con el presente, ruego paciencia y misericordia al rey; porque no planeé nada de esto, ni tampoco sus más fieles servidores. Todo fue bajo el mandato de su hermano, el rey Leonidas.
Seguidamente, Augusto venía caminando y con él traía a seis hombres.
— ¿Qué es esto? — preguntó el rey desconcertado — ¿Por qué han traído hacía mi a seis eunucos?, ¿acaso soy yo dueño de un harem? ¿Cuánto tiempo llevan bajo mi servicio que ni siquiera saben que no cuento con uno?
— Paciencia mi señor. Dejad que los eunucos expliquen porqué están aquí.
— ¡Entonces hablen de una vez!
— ¡Oh gran y amado rey, Lorenzo Constantino I! Hijo del rey Leonardo, hermano menor del rey Leonidas — habló uno de ellos. — Estar ante vuestra presencia es símbolo de que el cielo nos tiene gran estima. No somos dignos de estar ante nuestro rey.
— ¿Por qué están aquí?
— Porque el rey Leonidas nos ha enviado, mi señor — habló aquel hombre con seguridad.
— No tiene sentido alguno...
— Mi señor — hablo entonces Alonzo — Parece que todo es simplemente un disparate y caos. Sin embargo, todo tiene una explicación.
— Presentes han llegado desde todas partes de la tierra. — dijo otra vez el eunuco — Nosotros venimos a servir bajo sus dominios, para que el harem tenga paz y exista el orden.
— Yo no tengo un harem — declaró entonces Lorenzo. ¿Qué posibilidades habían para que su hermano enviara un harem completo en una noche?
— Quiero informar, mi señor, que ahora existe uno. Ellas están esperando en un anexo del castillo, también llamado "Harem Rosarum".
Lorenzo suspira y transpira suavemente intentando no explotar.
— ¿Cuantas de ellas?
— Aproximadamente 126; mi señor. Todas ellas son jóvenes y virgenes.
A Lorenzo no le quedó de otra que simplemente aceptar. Envío de regreso a los eunucos para cuidar de ellas. Posiblemente todas iban a morir de la misma manera... virgenes y olvidadas.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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