Parte 4
Frente al rey, habían veinte personas; es decir, veinte consejeros reales; los cuales están reunidos en aquella sala por petición de su rey.
En retrospectiva; después de la discusión con su esposa, Lorenzo había mandado al mensajero real a buscar a Pedro; el anciano más "dócil" a comparación de los otros; también era uno a los que Lorenzo consideraba el más cercano a él, porque a pesar de su aspecto de rudeza; el hombre era más accesible y algo comprensivo, una característica que a los compañeros de Pedro les faltaba.
— Mi rey, tenga usted una linda tarde — saludo el anciano al cruzar aquellas puertas. Su tono de voz era el típico que usaba en sus reuniones, una totalmente neutral, y su rostro él mismo de siempre, sin expresión alguna — Me han dicho que solicitó mi presencia. Lamento presentarme ante usted de esta manera; pues no tenía previsto una reunión el día de hoy.
En comparación a sus días de labor, donde el consejero solía vestir con una túnica blanca que contenía el escudo de Luminis sobre un fajo de color dorado, esta vez Pedro vestía con pantalones de tela simples en color café, y una camisa de color azul igual de sencilla de telas finas; era obvio que no esperaba una reunión donde se solicitase a un consejero real.
— No tiene que disculparse consejero; fui yo el culpable; mandarlo a llamar de improvisto es algo que no forma parte de mi educación, pero es importante para mi que usted viniera. — le respondió Lorenzo — Hay un asunto que necesita mi atención, y no lograré por mi mismo resolverlo.
— Comprendo soberano. ¿De qué trata el asunto?
— Lo mejor será ir a mi despacho, en los pasillos del castillo pasan muchos visitantes no deseados. Creo que un lugar más privado para hablar sobre el tema sería más adecuado.
— Veo que es un asunto delicado. — comentó el anciano — No veo el inconveniente; si el rey quiere mantener esto en privado entonces no veo problema alguno.
— De acuerdo. Entonces vamos — dijo Lorenzo levantándose del trono. Camino hasta la salida con un Pedro lleno de intriga tras de él. — Lamento mis modales. ¿Al consejero le gustaría algo de beber?
— Un té o un café me caería bien. Gracias soberano.
Lorenzo envió a Juri por el té hacia la cocina, mientras tanto ellos dos seguían caminando hasta el despacho, ahí solía trabajar Lorenzo cuando le tocaban trabajos privados que solo el rey debía atender, y de vez en cuando algunos consejeros lo acompañaban para resolver de mejor manera alguno de esos asuntos. Por ejemplo, como ese día...
— Tome asiento consejero — habló Lorenzo con cortesía.
— Disculpe mi señor; no debo hacerlo — respondió el hombre.
— ¿Por qué no?
— No somos iguales, tales comodidades son dignas de usted que es un rey, un protector, y quien dirige nuestra nación, pero un hombre como yo no debe estar a la misma altura.
— Pero soy yo quien lo está invitando — respondió el rey Lorenzo. — Por favor.
— Agradezco mucho su hospitalidad mi señor. Pero he de quedarme en pie, no me siento cómodo realizando tal acción.
Lorenzo soltó un suspiro cuidadoso, ni siquiera Pedro se había dado cuenta de eso. El rey sabía que discutir con el anciano no sería una opción, siempre sabría cómo evadir su petición y verse cortes al mismo tiempo, el hombre podía ser terco.
— Está bien, si así usted lo prefiere — dijo Lorenzo con amabilidad, no había otra manera de todos modos — Pedro, yo solicité esta reunión de imprevisto a causa de un problema mayor. Pero que debe ser tratada con delicadeza.
— Esta bien, lo escucho — le respondió el anciano.
— Se trata de mi, e involucra también a otras cuatro personas, más o menos... — dijo dudoso. ¿Los niños en el vientre si contaban, verdad? Pero como sea, siempre nacerían así que ya los tomaba en cuenta — Quería que usted me ayudara a resolverlo de manera discreta, incluso antes de llamar a toda la corte, quizás entre usted y yo encontremos una solución y no sea necesario reunir a los demás consejeros para resolverlo, sino solo para informar.
— Bien, entonces iniciemos con saber el problema...
La frase Pedro se vio interrumpida por el sonido de la puerta. Lorenzo hizo pasar a la sirvienta quien traía las dos tazas de té para el soberano y para el anciano de la corte. Ambos le dijeron un sutil "gracias" con amabilidad a la señora y esta después terminó por irse.
— ¿Qué era lo que decía, Pedro?
— Oh, lo siento soberano. — respondió un tanto apenado, al menos eso le pareció a Lorenzo por el timbre de voz de aquel hombre, pero su rostro siempre permaneció estoico — Lo que estaba diciendo era que podía empezar contándome ese problema que tanto lo angustia, así ambos pensamos en la solución.
— De acuerdo, pero debo pedir un favor al consejero.
— ¿Cuál sería este favor?
— Que permanezca en calma y me deje explicar todo de inicio a fin, y que a pesar de todo, me ayude a resolver el problema y no a complicarlo aún más.
— Pero mi señor, podré hacer el intento, pero si las reglas se han roto, debo actuar como el consejero que soy. — respondió con voz grave.
— Está bien. Lo comprendo. — le dijo Lorenzo — ¿Pero... intentará? — preguntó un tanto asustado.
Pedro asintió despacio ante la pregunta de su soberano.
"Al menos va intentar"— se dijo Lorenzo internamente.
— Bien... sucede que antes de mi matrimonio... — dijo Lorenzo con temor — Antes de casarme con Isabella, yo amaba a otra mujer.
— Mmm — murmuró el anciano con entendimiento — Continúe mi rey que yo lo escucho.
— Yo amaba a esa joven, pero Leonidas de alguna manera me lavo el cerebro y mi trajo aquí, al inicio no quería tomar el cargo y casarme con la reina Isabella, pero decidí hacerlo al final. — contó Lorenzo su historia — Hice una promesa, y le prometí convertirla en una segunda esposa.
— De eso trataba aquella conversación — comentó Pedro al darse cuenta — Ella me imagino y es una sierva como cualquier otra, no tiene un título de nobleza. — dijo al final, y después de hablar bebió un sorbo de su té.
— Si — respondió Lorenzo, este ni siquiera había probado su bebida — Y si, se trata de eso.
— Pero creí haberle explicado bien las normas respecto a eso; ¿desea que vuelva a hacerlo? — Preguntó Pedro un tanto desorientado — Si desea casarse con aquella joven, primeramente debe tener el permiso de su reina que en este caso es la soberana Isabella, después la de los ancianos quienes pueden no estar de acuerdo, pero la decisión final es suya, si quiere casarse puede hacerlo, pero esto conlleva a las malas miradas y comentarios desagradables hacia su nueva esposa por no ser una noble. Pero al final la decisión será de ambos.
— Entiendo. Entonces puedo casarme con ella y aunque molestos los ancianos no impedirán la unión, ¿es correcto? — preguntó Lorenzo.
— Prácticamente, aunque eso traería consecuencias, no tan graves en realidad. — explicó — ¿La reina Isabella lo sabe?
— Si, he hablado con ella, pero no sabía si continuar.
— ¿Entonces ella está de acuerdo que usted tenga una segunda esposa?
— Siempre y cuando ella mantenga su reinado.
— Entonces solo faltaría decirle a la corte. — recordó aquel hombre.
— Hay otro problema... — dijo Lorenzo — Es aquí donde todo se complica.
— ¿Mmm? — murmuró levantando una ceja interrogante ante aquella confesión. — ¿Y qué sería tan grave para que el rey...
— María está embarazada — dijo de pronto. El anciano parecía estar en shock durante unos segundos, mientras Lorenzo sentía el corazón latir aceleradamente debido a los nervios que recorrían su cuerpo.
Aquel anciano frunció el ceño con molestia, Lorenzo supo de inmediato que eso lo perjudicaría, pero solo quería confesar de una vez su error.
— Eso complica las cosas — enunció aquel hombre con su típica voz grave — ¿Se da cuenta que se trata de una infidelidad?... adulterio le llamarían otros. — reclamó el anciano. — Un rey tiene que actuar sabiamente, no es posible que esto esté pasando.
Lorenzo frunció también el ceño, después de todo, él ya era un adulto y estaba casado, aparte de eso también mantenía en pie un reino entero, ya era un hombre como para que alguien le reclame de sus acciones como si fuese un niño.
— Sé que cometí un error. Pero el bebé ya está por nacer, ya no necesito que me reclamen por lo sucedido, sino que me expliqué la ley y la pena, así he de encontrar la solución.
— La pena la elige el pueblo — respondió el hombre con seriedad.
— ¿Por qué el pueblo?
— Ellos son parte del reino, sin pueblo no hay corona, sin corona no hay pueblo. — dijo el hombre — Todo es equilibrio, así como usted castiga a aquellos que ponen en peligro el reino, así ellos también defienden su casa cuando el que los gobierna pone en peligro a sus seres queridos.
— El niño no es peligroso.
— Pero lo será, no ahora, pero quien sabe en el futuro — recordó el hombre — Una guerra entre hermanos puede desatar un caos; el bebé de la dama a quien usted ama puede desafiar al hijo de la reina Isabella o viceversa, recordemos que el niño de María... es el primogénito. — Pedro no quería desafiar a su rey, pero tenía que recordarle sus límites al joven — Usted más que nadie sabe cuántas vidas se pierden ante estos enfrentamientos, después de todo, su hermano mayor, el rey Leonidas, también pasó por lo mismo y el pueblo entero junto a él. Así mismo, ninguno de nuestros habitantes aceptará un hijo que fue concebido fuera del matrimonio o del harem como un rey, menos si es hijo de una simple sirvienta, pero él niño tendrá derecho a pelear por su lugar y enfrentar a su hermano menor, quien lleva sangre noble.
— Eso lo entiendo bien — dijo hastiado Lorenzo — Lo que deseo saber es, ¿qué debo hacer? — presionó el soberano. — ¿Una baja en el título quizás?
— ¿Sería usted capaz de hacer tal cosa?
— Esa sería la manera de mantenerlo a él seguro, viviría bajo mi techo y tendría todo lo que necesita, pero no tendría derecho a reclamar la corona y menos desafiar al hermano. — respondió Lorenzo — Ya que yo, personalmente, le estaría permitiendo al pueblo y a su hermano interceder si ocurre un atentado en contra de su rey, quien estaría destinado a gobernar incluso si es el hermano menor.
— Comprendo que podría ser una solución, pero eso no impide que las cosas salgan mal, aún así él podría intentar atacar.
— En ese caso el pueblo respondería también al igual que la guardia y los sirvientes del castillo, si ellos hacen eso, no habría gobierno para el mayor, como usted ha dicho, sin pueblo no hay corona.
Pedro analizó las palabras, y de hecho que la ley respaldaría aquel acto. Cuando un rey daba de baja al heredero, indicaba que no era apto para gobernar, por lo tanto el pueblo no estaría de ese lado, sino de aquel joven que el rey elija, estos podrían ser uno de los menores, si es que el rey tiene más hijos. En el caso del rey Lorenzo, podría decir que el mayor sería dado de baja, y el pueblo entendería que aquel hijo no tendría las características que un rey necesita, y estas son la fuerza física y mental para gobernar, así que no respaldarían a ese niño, en cambio, volcarían su confianza al menor, ósea al hijo de Isabella.
— ¿Está seguro de querer hacerlo?
— Es la solución para poner fin a un problema, y evitamos un problema aún mayor en el futuro.
— Es correcto. Creo qué tal acto puede funcionar. — afirmó el anciano — Pero señor, usted como padre, ¿está seguro de querer hacerlo? Me refiero a que sería una tremenda humillación para el niño.
— Ser rey lleva a tomar decisiones duras. No deseo hacerlo, pero debo. — le respondió Lorenzo — De esa manera mantendré a mis hijos seguros, a ambos.
— Bien, no veo razón para negarme ante eso. Siento que mis compañeros tampoco se opondrán a respaldarlo. — mencionó el anciano — Tendremos que hablar con ellos y llegar a un acuerdo. Siento que será más difícil convencerlos a ellos que a mi, pero no imposible.
— Está bien, llevaré esto ante la corte, así estarán informados de todo — accedió Lorenzo.
— Siento que también es importante que la reina esté presente.
Lorenzo intentó negar esa petición, pues su esposa estaba embarazada y no quería causar un disgusto que la hiciera enfermarse, y el tema ya era suficientemente delicado como para seguir agrandándolo.
Pedro notó el semblante del joven y supo de inmediato que no estaba de acuerdo con eso, pero la reina también era importante en esa decisión.
— Ella merece saberlo, mi rey — aconsejo — Recordemos que esto le concierne a ella, ya que se trata de su futuro hijo y el bienestar de su reinado.
— Ella está embarazada, es delicado. No puedo ponerla en una situación tan delicada como esa.
— Con todo respeto mi soberano, desde el momento que esa joven, María, salió embarazada de su hijo; la reina ya estaba expuesta a la situación. — recordó Pedro con desagrado — Ahora ella tiene que saber esto, y ayudarnos a tomar una decisión, no podemos pasar por encima de ella y hacer aun lado su opinión, ella también gobierna y ella carga a un bebé de linaje noble.
Lorenzo lo pensó unos segundos, hasta que se dio cuenta que Pedro tenía razón.
— Bien; hablaré con ella — le respondió el rey — ¿Cuándo podemos empezar?
— El consejo está para cuando lo necesite, posiblemente podríamos llegar a un acuerdo entre mañana o el siguiente día a ese — dijo Pedro — En todo caso, déjeme a mí reunirlos en su nombre, y yo le haré saber el día.
— Está bien. — dijo Lorenzo — Y gracias, Pedro. Gracias por venir hasta aquí a pesar de ser un día de descanso.
— Estoy para servir — contestó el anciano — Déjeme decirle, mi señor, que yo estoy de su lado, ha demostrado ser un rey formidable, el reino ha crecido desde su gobierno y es algo digno de admirar, ni siquiera el rey Magnus logró tanto. — dijo aquel hombre — Y en cuanto a este asunto, usted también es humano y comete errores, gracias a los cielos y tenemos una solución al caso, pero aconsejaría tomar decisiones sabiamente de hoy en adelante, intentando no volver a repetir los mismos errores.
— Gracias Pedro, por sus palabras; le prometo que haré todo lo humanamente posible por corregirme — respondió Lorenzo.
— Me alegra oír eso, mi señor.
Y así termino aquella charla entre el consejero y el rey, Pedro camino de regreso al pueblo con la intención de reunir a cada compañero que tenía, eran veinte en total, así que debía avisarles a cada uno sobre la reunión con el soberano y poder decidir el día y la hora en que se llevaría a cabo. Pedro era un hombre honorable, aunque como consejero podía dar aviso a sus veinte compañeros sobre lo que habló con Lorenzo, él decidió no hacerlo. Esto era algo que el rey diría y confesaría por sí mismo, eso fue lo que el rey solicitó y eso haría. No diría ni una sola palabra. En cuanto a Lorenzo, este camino hasta la biblioteca del castillo donde sabía que encontraría a su esposa, debía decirle sobre la reunión. Cuando la vio sentada en aquella silla junto a su dama de compañía, suspiró con derrota, Isabella aún no quería dirigirle la palabra, pero tendría que ir y enfrentarla por el bien de su hijo el menor, del pueblo y de la corona.
— Isabella, ¿podemos hablar? — pregunto cortésmente.
Ella levantó la vista del libro y lo miro a él, aunque aún sentía enojo y decepción no tenía el corazón para negarle algo a su esposo. Pero no le dejaría creer que ya todo estaba bien, no dejaría que la ganase tan fácilmente.
— Por supuesto — respondió con simpleza — ¿Nos permites unos minutos Ángela?
La joven asintió ante la pregunta de la reina y salió de la biblioteca.
— ¿Qué desea, soberano? — preguntó una Isabella poco contenta y al mismo tiempo con educación.
— He hablado con el consejero Pedro. Creo que tenemos una solución.
— Excelente — respondió cortante. Lorenzo solo la miro y supo que sería difícil volver a ganar su confianza, y sobre todo su amor. Pero empezaría de a poco para volver a ella.
— Ellos solicitan su presencia en una reunión, quieren su opinión y saber si está de acuerdo con lo que se va decidir.
— ¿Cuándo?
— Entre mañana o el día siguiente.
— Está bien, iré.
Y así, Isabella le hizo guerra a aquel rey, quien estaba devastado y destrozado por sus acciones, y más cuando estas habían alejado a su esposa.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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