Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Parte 3

Isabella y Amalia caminaron por el pasillo de la mansión, cuando de repente, por la ventana, lograron visualizar a un señor de estatura baja, contextura robusta y con una enorme barriga, estaba vestido de ropas muy conocidas, unas que Isabella logró distinguir muy bien.

— Cielos... — murmuró la ex reina con asombro y esperanza.

— ¿Sucede algo? — preguntó Amalia con mucha curiosidad.

Al ver la mirada atónita de Isabella, Amalia vio en dirección a aquello que tanto había llamado la atención de su amiga.

— ¿Quién es el? — preguntó curiosa.

— Yo... el... — tartamudeó un poco la peli roja, esto debido al asombro de ver a aquel señor bajito en estatura. Al salir de su estupor, Isabella se giró hacia su compañera diciendo: — ¿Cree que podría cubrirme un momento?

— ¿A donde va? — preguntó — Isabella, ¿qué es lo que hará?

— Voy a salir y conversar con el mensajero.

— Oh — murmuró Amalia, aunque un poco preocupada por su amiga.

— Entonces, ¿me cubrirá? — presionó amablemente — Necesitó hacer esto. Nos beneficiará a ambas.

— Isabella... podría ser peligroso. A los amos no les gusta que recibamos nosotros a los visitantes reales.

— Lo sé. Trataré de que ninguno de ellos me descubra.

Amalia no dijo nada. Solo tembló de miedo al saber cuán arriesgado podría resultar que Isabella saliera a recibir a aquel hombre.

— Por favor, Amalia, esta es nuestra oportunidad para salir de aquí. Podemos tener aunque sea un rayito de esperanza — le dijo Isabella — ¿Acaso desea que nuestras hijas crezcan siendo esclavas?

Amalia negó suavemente con la cabeza y entristecida de recordar el destino de las tres menores. Y fue pensando en ello que decidió encubrir a su amiga.

— Entonces hagamos esto — respondió Amalia decidida — Todo sea por nuestras hijas.

— ¡Eso es! — expresó Isabella de manera alegre y sonriente — Ahora, necesitó que distraiga al mensajero, necesito enviar una carta...

Amalia estaba confundida con respecto al plan de Isabella. Pero decidió confiar en su amiga.

— De acuerdo. Pero haga la carta lo más rápido posible, no creo poder detener por mucho tiempo al mensajero. Recuerde que viajan largas distancias, no se detendrá mucho tiempo a conversar conmigo.

— Lo sé. Tendré que ser breve y rápida. Así que la dejaré ahora e iré a escribir. Después le dire mis planes.

Diciendo eso, Isabella no espero respuesta de su amiga y corrió lejos de ahí. Mientras que Amalia corrió pero en dirección contraria.

Se escondió detrás de una columna y espero pacientemente a que Celeste, la señora de la casa, despachara de sus terrenos al consejero. De esa manera, Amalia correría tras de aquel hombre y en donde su señora no pudiera verla.

— Bien — escuchó decir a aquella mujer — Creo que eso es todo.

— Si señora. Son las únicas cartas que ha enviado su hija. Lamento que sea así.

— Claro — respondió bruscamente. Algo muy típico de ella — Ya puede irse.

— De acuerdo. Hasta la próxima, señora Celeste.

La señora no le respondió y simplemente regresó hacia el interior de la casa. El hombre también tomó camino en dirección a la salida. Amalia utilizó esta oportunidad y corrió tras el hombre gritando:

— ¡Señor! ¡Esperé un momento!

— ¿Eh? — murmuró el hombre en confusión. Se giró sobre sus talones y miró lleno de confusión a aquella joven que venía tras el. Por supuesto la reconoció de inmediato — ¿Amalia?

— Siento tener que hacer esto de nuevo. Pero, podría por favor, esperar un poco.

— ¿Esperar que?

— Esperar, pronto sabrá de qué hablo — le dijo con una sonrisa.

— Amalia, ya hablé de esto con usted — dijo apesarado — Su familia no ha enviado ninguna carta, tampoco me han recibido las que usted ha mandado.

Amalia sintió, como otras ocasiones y como comúnmente se estaba sintiendo en estos días, que su corazón volvía a sufrir a causa de personas que se han vuelto expertas en hacerle daño.

El mensajero notó como los ojos de la joven se volvían cristales, a causa de las lágrimas no derramadas.

— Lo siento... — susurro el cartero con profunda tristeza.

Amalia era una mujer bella, una mujer de buenos modales y corazón gigante, sin embargo, no entendía como personas tan cercanas a ella le habían hecho esto. Pero él ya no podía hacer nada, después de todo, era un simple mensajero.

— No se preocupe — le dijo ella mientras limpiaba rápidamente sus mejillas húmedas con el dorso de sus brazos — Pero, no es eso lo que necesito.

— ¿No? — preguntó confundido el hombre — ¿Entonces en que..?

Amalia respondió antes de que si quiera el mensajero pudiera terminar su pregunta. Ella colocó sus manos en los hombros del señor, y con una sonrisa le dijo.

— Espere aquí, por favor, procure que mis amos no lo vean todavía en sus territorios — le indico — Vendrá alguien a usted, alguien a quien quizás reconozca y eso le dé un tanto de esperanzas para el reino del cual proviene.

— Amalia... — dijo soltando un suspiro cansino — Si esta es una broma... mire, no tengo tiempo para estos juegos — le dijo sin creer ninguna de las palabras de la joven.

— ¡Por favor! — le rogó — ¡Necesito que me ayude! Solo por esta ocasión, después no lo volveré a molestar — le suplico.

Incapaz de negarle algo a aquella joven tan amable y con una vida de esclavitud, el hombre se quedó. Cumpliría al menos esto, algo que jamás nadie volverá a hacer por ella, lamentablemente.

— Está bien, Amalia. Pero yo tampoco tengo tanto tiempo, en otros lugares me esperan ansiosos, tengo cartas que entregar y algunas de ellas son de suma importancia.

— Está bien. Lo entiendo, solo, por favor, espere aquí, alguien vendrá a usted y así sabrá cuán importante este favor — le dijo con una media sonrisa — Hágalo por ella... lo necesita...

— ¡Está bien, esta bien! Pero usted tome camino de regreso a la mansión, antes que sus amos noten su ausencia. Dígale también a esa persona que se apresure, porque no esperare tanto tiempo.

— Así será — le dijo Amalia con una sonrisa llena de agradecimiento.

Ambos tomaron caminos separados, el hombre se ocultó detrás de unos grandes arbustos que habían en aquel sendero, todo con tal de que los señores dueños de aquella propiedad no lo vieran ahí en sus territorios. Mientras que Amalia fue de regreso a lo que era hoy en día su "hogar".

— ¿Donde estaba, Amalia? — escuchó tras ella la voz de su señora, la cual la sorprendió mucho.

— Yo...eh... andaba supervisando a las niñas — dijo como último recurso — La cosecha de las fresas va bien, señora Celeste, solo... quise ir a ver cómo les iba.

— De acuerdo... — dijo sospechosamente — Espero que así sea, Amalia, no querrá que su hija sufra de la misma manera que usted. Sabe, mi esposo no es muy paciente, a él le gustan los trabajos bien realizados, además, usted tiene muchas pruebas de ello en la espalda, ¿no es así? — dijo refiriéndose a las marcas del látigo sobre la espalda de Amalia.

— Si... señora Celeste, lamento que esto la haya molestado...

— No. En realidad me ha ahorrado el trabajo, me dirigía hacia allá en estos momentos — dijo encogiéndose de hombros — Bien, en vista que todo va bien con la cosecha, regresaré a los aposentos de mi esposo.

— Está bien... señora Celeste — dijo suavemente y de manera sumisa — ¿Necesita algo más?

— Si, ya casi es hora del almuerzo, atienda a mi esposo como él lo merece, haga su platillo favorito y se lo envía de mi parte a sus aposentos, ahí estaremos los dos esperando nuestra comida.

— Está bien, mi señora. Eso haré.

La señora se marchó dejando a Amalia aliviada de no ser descubierta.

— "Por poco" — pensó aliviada la joven — "¿Donde estará metida Isabella?" — se preguntó después.

Mientras tanto, la peli roja salía por la puerta trasera con mucho cuidado. Se cercioró que nadie estuviese viéndola, no quería meterse en problemas con la señora Celeste y su esposo.

Corrió hacia el sendero por el cual se habían retirado Amalia y el mensajero.

— ¡Hola! — dijo Isabella medio gritando — ¿Hay alguien aquí?

— Usted debe ser la persona que... — empezó diciendo el mensajero, hasta que pudo ver bien con claridad quién era aquella persona frente a él — Reina... ¿reina Isabella..? — murmuró sin poderlo creer.

— Mensajero real de Luminis — saludo cordialmente — Es un placer para mí volver a verle.

— Reina... Isabella — repitió otra vez, tenía los ojos desorbitados, como si frente a él estuviese nada más un fantasma — ¡Reina Isabella! — dijo al final con mucho regocijo — ¡No puedo creerlo, esta viva, esta con vida! — gritó sin medir las consecuencias.

Isabella sonrió ante el entusiasmo de aquel hombre, la verdad, ella también sentía felicidad.

— Sh — le dijo suavemente, le indicó que bajara la voz, pues podían escucharlos — Así es, soy yo, Isabella, hija del gran Magnus IV y ex reina de Luminis.

— Mi soberana... esto, ¡esto es increíble! — expresó, pero esta vez en voz baja — Razón tenía Amalia, esto es algo muy importante, no comprendo cómo llegó usted aquí, mi soberana. Pero debemos regresar a Luminis — dijo sonriéndole.

Isabella negó suavemente.

— No puedo regresar. Allá piensan que estoy muerta; además, estoy segura que María es la nueva reina. Antes de volver y retomar mi lugar, debo planearlo muy bien.

El mensajero asintió en comprensión. Si la nueva reina de Luminis era María, eso significaba que los soldados obedecerían a su señora, y eso podría significar un peligro para ella.

— Necesito un favor.

— El que desee mi señora — dijo dispuesto a ayudarla.

— Tengo una carta en mis manos.

— La veo — asintió. Era un sobre pequeño, sellado para llegar a manos de otro Imperio.

— Necesito que le entregue esta carta al rey Leonidas. Estoy seguro que él podrá restablecer el orden en el reino de mi padre; confío en que el amor de padre e hijo que los unía me ayudara a regresar a mi hogar.

— Por supuesto, mi señora. Así haré; iré y lo buscaré, no descansaré hasta que la carta esté en manos del soberano de Regnum Aureum.

— Gracias, consejero, jamás olvidaré este favor. Si logro llegar a mi hogar y a mi trono, juro que será recompensado.

El consejero sonrió y reverenció a su reina. Mostrando su lealtad, mostrando que a pesar de los años que habían transcurrido desde su desaparición, la gente de Luminis jamás olvidó a su verdadera soberana.

— Yo también espero que regrese, mi reina, no por la recompensa, sino porque el reino de Luminis Imperium necesita a su verdadera heredera.

Esto despertó la curiosidad de Isabella.

— ¿Cómo están las cosas por allá?

El consejero negó con decepción.

— Terribles. La reina Maria ha tomado todo lo que nos pertenece, el pueblo sufre por hambre, por falta de agua, miles de habitantes han intentado abandonar el reino, pero últimamente nos están matando por intentarlo — explicó — Muchos niños han quedado sin padres, también hay ancianos que han sido abandonados a su suerte. Es de verdad terrible.

Isabella quedó en shock al escuchar aquello, ¿cómo era posible que el reino de su padre estuviera pereciendo?

— "Esto es culpa mía" — se dijo mentalmente — "De haber sido más valiente me hubiera enfrentado a esa mujer, sin embargo, mi cobardía ha perjudicado el tesoro de mi padre, su reino..." — se culpó internamente.

Un nudo se formó en su garganta, haciéndola sentir como la culpable principal de todo lo que estaba sucediendo.

— "¿Qué pensaría mi padre al ver su reino de esa manera?, ¿qué pensaría de mi?" — se preguntó — " Y mis hijos están pagando mis errores..."

— Mi señora... ¿está usted bien? — preguntó con pánico el mensajero — Mi señora, no debe llorar. Ahora que sé que vive, yo daré mi vida por ayudarla a regresar — le dijo — Tiene mi apoyo, y estoy segura que tendrá también el de su cuñado...

— ¿De verdad lo cree?

— Si, lo creo — dijo con determinación.

— Entonces, lleve la carta hacía mi cuñado — le dijo Isabella con una sonrisa un poco más aliviada.

— ¡Eso haré mi reina! — dijo con determinación — Con su permiso, me retiro ahora...

— ¡Espere! — le detuvo Isabella. Sus manos temblaban, pero necesitaba una respuesta — ¿Mi hijo... el... el..?

Entonces el mensajero sonrió.

— El está vivo aún, mi reina. Su hijo vive.

Isabella soltó un suspiro con una mezcla de alivio. Sonrió y una lágrima se deslizó por su mejilla.

— Eso es bueno — murmuro en voz baja — Gracias a los cielos... — su voz quebradiza transmitió mucho sentimiento. En esos largos seis años siempre mantuvo a su príncipe en sus pensamientos. Rezando día y noche para que estuviese bien, también rezaba por sus pequeñas y por la hija de su amiga, rezando a los cielos para que de alguna manera, las tres niñas fueran liberadas.

Su corazón de madre sangraba de impotencia al verse acorralada, pero deseando encontrar la manera de liberarlas, y de alguna manera, que el destino le permitiera volver a ver a su príncipe, a su hijo amado.

— Lo es, mi reina. Al parecer se habla de que la reina María ama al niño. Él la llama madre, lastimosamente, pues fue su figura materna al no estar usted presente — le explico con mucho cuidado el mensajero — Creo que ella también lo considera como su hijo; pues nunca he escuchado que el príncipe sufra a manos de la reina.

— Oh, comprendo — le dijo Isabella. Al menos, por una parte, una pequeña parte de ella se alegraba de escuchar eso, pues al parecer su hijo estaba bien, estaba a salvo, al menos por ahora — Y... Lorenzo...

El consejero sintió sus manos temblar ante la pregunta no formulada de la reina. Él tenía cierto conocimiento de la pregunta que la reina Isabella estaba a punto de decirle.

— El rey no se encuentra nada bien, mi soberana — dijo suavemente — Al parecer su ausencia a causado en él una profunda tristeza. He hablado con los empleados de palacio ya que no desea recibir las cartas de sus colegas soberanos pertenecientes a otros reinos. Me han informado que su condición es lamentable, está muy delgado, no quiere comer ni levantarse de su cama — siguió diciendo — Esta deprimido...

Isabella soltó muchas otras lágrimas con cada palabra que el mensajero decía. Y se sintió aún peor.

— "¿Qué he hecho..?" — se dijo a sí misma — "Debí saber que algo así pasaría... mis hijos y mi esposo han sufrido a causa de mi cobardía y mi inexistente sabiduría..."

— Pero sé que todo estará bien — le animo el mensajero — Ahora que está usted aquí todo se aclarará. Estoy seguro que el rey Leonidas disfrutará esta noticia.

— Bien, entonces... creo que es hora que se vaya, mensajero. Lleve mi bendición con usted para que los cielos lo protejan en el camino — le dijo Isabella — Y por favor, entregue mi carta a las manos correctas.

— Eso haré. Con su permiso, mi reina.

El mensajero partió ese día rumbo al imperio de Regnum Aureum, llevando consigo un pequeño sobre de color blanco, uno que contenía la breve historia de lo que sucedió con la reina, dicho desde la perspectiva de Isabella, conteniendo también la firma de la mujer. Nada puede salir mal de eso.

El hombre de estatura baja y con un gran bolso llegó a los muros del enorme palacio.

— ¿Quien a osado venir hasta aquí? — preguntó el guardia principal — Oh... — murmuró con algo de vergüenza al ver de quien se trataba — Mensajero de Luminis. Me da mucho gusto volver a verle.

— A mi también, capitán. Vengo a entregar una carta a nuestro señor Leonidas. De preferencia que sea en sus manos.

— Entendido — afirmó el guardia — ¡Abrid las puertas de palacio y dejad que el mensajero llegue al soberano! — les gritó el guardia a los demás soldados.

— Muchas gracias — le dijo el mensajero.

Luego de eso, el hombre casi corrió en busca de Leonidas. Hasta que una de las sirvientas le indicó que el rey se encontraba en la sala del trono y no en su despacho. Así que giró en esa dirección.

— Me han dicho que el mensajero real de Luminis deseaba verme — escuchó la voz de Leonidas tras de él. Ni siquiera había llegado todavía a la sala del trono.

— Así es, su majestad. Traigo un mensaje importante, de alguien muy importante.

— ¿Mi hermano? — preguntó con voz neutra.

Hace mucho tiempo que el soberano de Regnum esperaba una mala noticia, pues a sus oídos llegó el deplorable estado de su hermano y del reino en Luminis. Pero no podía meterse en asuntos ajenos a él. Por lo tanto solo le quedaba esperar alguna noticia, de preferencia de los ancianos.

— No, mi soberano, es alguien que pide auxilio a gritos. Y cree que usted es la única persona capaz de ayudarla — le informo aquel hombre —  Ella piensa que usted será el único poderoso de poner orden al caos.

Leonidas lo vio con seriedad unos momentos. Luego tomó la carta que aquel hombre le estaba ofreciendo.

— Eso es todo, su majestad — le hablo él mensajero — Le dejaré a solas para que lea la carta. Aunque estaré por aquí si desea responderla y enviarla.

Y así, aquel hombre dejó solo al rey, esperando que el soberano de Regnum tomara en consideración lo dicho en la carta.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro