Parte 3
Los días pasaron y la vida continuó en palacio; Isabella continuó dirigiendo el harem tal y como debía ser. Pero no significaba que no hubiesen problemas dentro de el.
Existían muchas de ellas que están inconformes por haber llegado a Luminis Imperium sin consentimiento alguno. Ya que muchas de ellas habían sido tomadas a la fuerza y presentadas ante el rey Leonidas como regalo, y posteriormente enviadas y distribuidas por todos los reinos, incluyendo al reino de Lorenzo.
— ¿Qué está pasando, Alonzo? — preguntó Isabella al percatarse del alboroto dentro de aquel harem.
— Algunas de las concubinas quisieron escapar su majestad; también mataron a uno de los eunucos. Por lo tanto serán llevadas a la horca — le explicó el escudero — Si me disculpa, tengo que regresar al lado del rey; solo fui enviado para poner orden.
— Puede retirarse — permitió Isabella.
Cuando el escudero se fue del lugar Isabella se dirigió al palacio Harem Rosarum para terminar de averiguar lo que sucedía.
Habían muchos guardias ahí adentro; otros resguardaron a la reina mientras esta ingresaba. Al darse cuenta de su presencia el escándalo cesó y se les obligó a las mujeres a reverenciar a su suprema majestad. Isabella detalló todo con ojos curiosos pero también mostrándose superior a ellas. Aunque no le gustase mucho el valor de su título y abusar de él, pero no tenía que mostrarse débil ante los demás o podrían tomarla como una posible víctima y abusar de su confianza. Lo lógico era mostrarse superior y más grande que los demás.
— ¿Qué está sucediendo? — preguntó con voz autoritaria.
— Mi señora — dijo el guardia superior mientras reverenciaba a su reina — Estas canallas han asesinado a un hombre; también intentaron escapar.
Isabella apartó la vista del guardia y se fijó en tres mujeres. Una de ellas era joven, parecía una niña que apenas entraba a la adolescencia; sus ojos eran café miel; su contextura corporal era delgada y sin nada de atributos y su piel era de color canela; mientras que la de en medio tenía el cabello color caoba y con rizos definidos, estaba entrando a la edad adulta y sus ojos eran grises, su piel era pálida y su contextura corporal era media. Y la última era la más bella de las tres; el cabello de esta era negro azulado, ojos color café miel similar al de la primera; con pestañas largas y abundantes, contextura media, buenos atributos y piel color canela, aunque su piel era más clara que el de la segunda.
Isabella se fijó también en sus vestimentas, sus ropas estaban salpicadas de lo que parecía ser la sangre del eunuco.
— ¿Por qué lo han hecho? — dijo Isabella con su voz firme, una voz que solo utilizaba cuando se metía en el papel de reina ante la sociedad — Eso que han hecho es similar al suicidio.
— ¡Lo sentimos mi señora! — gritaron dos de ellas. Sobre todo las más jóvenes quienes lloraban a mares; la mayor no parecía arrepentirse de lo que había hecho.
— ¿Qué deseaban lograr? — preguntó — Deberían saber que jamás lograrían escapar de este lugar; al castillo lo rodea un muro y sobre él muchos guardias. — les informó Isabella — Sé que piensan que es injusto, pero sin la ayuda y comodidades que el rey les brinda ahora mismo estuvieran muertas por las constantes guerras y miserias que hay allá afuera. Afortunadas son de estar aquí.
Las mujeres guardaron silencio y agacharon la cabeza mientras lloraban y rogaban al cielo por piedad. La más grande se aguantaba las ganas de gritarle a la reina y decirle muchas groserías, no quería estar ahí y muchos menos callar lo que sentía.
— Lo que hicieron puede ser tomado como negligencia hacia ustedes mismas y el resto de sus compañeras, así también puede ser tomado como traición al soberano. — les recriminó la reina — Además, si hubiesen logrado su cometido de nada serviría, los ancianos y los guardias las hubiesen perseguido hasta donde fuera por cielo mar o tierra hasta acabar con ustedes tres. — habló Isabella — ¡Escuchen bien, las demás! — dijo refiriéndose a las otras concubinas — No hay escapatoria alguna — recalcó. — Que queda claro a cada una de ustedes, simplemente no se puede salir, son un obsequio para el rey, pertenecen a él.
El harem era consumido por el silencio; nadie se atrevía a responder.
— ¿Quien asesino al eunuco?
— Fue Mireia — señaló la pequeña — ¡La idea fue suya soberana; no tuve que ver con el asesinato del hombre! — lloró buscando clemencia.
— ¡No es verdad! — negó la más grande al mismo tiempo que la más pequeña — ¡No fue idea mía!
— Si nadie dirá la verdad; entonces no podré hacer nada por ustedes.
— ¡El se lo merecía! — explotó la mayor de todas — ¡Todos ustedes merecen la muerte!
— ¡¿Cómo se atreve a gritarle a su superior!? — explotó el guardia mientras desenvainaba una espada — ¡Más respeto sino desea que su carne alimente a las bestias del bosque!
— ¡Yo no pedí estar aquí! ¡Me trajeron a la fuerza!
— ¡Maldita mujer!.. — gritó el soldado aireado. Pero fue detenido por la reina, ya que esta notó las intenciones del soldado. Y sea como sea la reina no permitiría que la sangre sea derramada sin antes tener una explicación.
— Paz — susurro Isabella al guardia — Veré cómo resolveré esto...
Isabella se acercó a Mireia, las tres mujeres estaban siendo detenidas por otros guardias y también las tenían atadas; el guardia obligó a Mireia a arrodillarse cuando Isabella se acercó.
— Mireia, se bien que muchas de ustedes no desearon estar aquí; pero lastimosamente así sucedieron los hechos. No podrá volver a casarse, ni tampoco formar una familia que no sea con su rey; ningún hombre al saber que fue traída para el soberano sentirá atracción por usted; al contrario, sentirán temor de siquiera acercársele; vaya a donde vaya pertenece al rey y seguirá siendo así. — dijo Isabella con voz suave — Lamento mucho su situación; pero no hay nada que podamos hacer, incluso si la dejamos ir otros reyes la tomarán como parte de su harem y la someterán a lo que ellos así deseen. Pero Lorenzo prometió no hacerlo. — explicó Isabella — Al menos aquí tiene la protección del rey; un techo donde dormir y el alimento y agua no le faltan.
Mireia solo la miro con ojos de odio; sentía tanto odio por los de la nobleza que incluso quería acabar con la reina. Aunque sabía que era cierto lo que Isabella decía, ella no provenía de un reino; era más un pueblo árido y olvidado, de ahí la llevaron y la vendieron como esclava al rey Cironum y este la dio al rey Leonidas y así sucesivamente hasta llegar a manos del rey de Luminis; si regresaba y la miraban con las ropas del harem posiblemente la maten o la vendan a otro rey. Nadie querría darle refugio por temor a la nobleza. Pero su odio era aún mayor que cegaba a la razón.
— ¡Que la maldición del reino caiga sobre usted y ese hombre! — le gritó a la reina con odio.
Nadie, absolutamente nadie espero lo que siguió a eso.
Una mano se levantó y posteriormente se escuchó el choque de esa mano contra la mejilla de aquella mujer.
— ¿Qué osadía es esa de hablarle así a la reina? — gritó la primera dama. — ¿Qué insolencia es esta?
Isabella quedó impactada al ver como la peli negra salía en su defensa. No pensó que estuviese en los aposentos ni mucho menos que hubiese escuchado todo.
— ¡Hace falta tener valor para hablar así, lastimosamente eso no será suficiente. Privilegios son los suyos al ser traída como concubina del rey; ¿o acaso esperaba ser la esposa de algún miserable y mugriento campesino?! — dijo entre dientes — ¡Pero viéndola bien, es lo mínimo que se merece; vivir entre la mugre y el lodo; ya que no atesora los privilegios de palacio. Aprenda a respetar a su rey y a su reina, o yo misma le enseñaré a hacerlo!
Todos estaban en shock; Isabella no encontró la manera de como sentirse respecto a eso; por un lado, María había demostrado lealtad en ese momento, defendiéndola ante todos del palabrerío de la concubina, a pesar del mal carácter de la peli negra había demostrado un buen liderazgo, si tan solo se hiciese amiga de la reina podría aprender a gobernar al lado de ella y no como María la veía, como un enemigo. Quizás incluso la misma reina podría educarla para que también sea buena gobernadora...
Mientras tanto, los guardias estaban también en shock, se preguntaban: —"¿En serio defendió a la reina?, ¿de dónde salió? o ¿en que momento llegó al harem?" — pero poco importaba; lo importante era que había defendido a su majestad.
La concubina palideció; no podía creer que aquella mujer le haya dado una cachetada y más aún, amenazarla. Ambas miradas; tanto la de Mireia como la de María chocaron; ambas de mal carácter, pero una más explosiva que la otra. Y entonces...
Mireia agachó la cabeza y las lágrimas rodaron por sus ojos.
— Lo siento... — dijo en un susurro. María resoplo en desacuerdo.
— No lo siente; solo no desea morir — le dijo — Lastima que ya es muy tarde para eso.
María entonces sonrió con crueldad y le hizo un gesto al capitán de los guardias para que se llevaran a las mujeres.
Fue entonces cuando la más pequeña rogó por piedad; a Isabella se le conmovió el corazón, la niña aún era muy pequeña y siendo sincera, fue separada de sus padres a temprana edad... y pensó en su hija; no hubiese querido un destino como ese para su pequeña, y pensó entonces como madre.
— ¡Esperen! — los detuvo. María alzó una ceja en confusión por lo que Isabella hacía. — ¿Cómo se llama? — le preguntó a la niña.
— Ana — dijo suavemente entre temblores y lágrimas — Mi nombre es Ana, mi reina...
— Ana... es un lindo nombre — sonrió Isabella — Bien Ana; le daré una oportunidad para demostrar que no es como las otras. Por favor; que no se vuelva a repetir el mismo error y que esta situación haya servido de ejemplo.
— ¡Lo prometo mi soberana! — gritó entonces entre más lágrimas, pero esta vez eran de alivio y de alegría.
— En ese caso... — habló María amablemente — ¿Me permitirá mi soberana liberar a la otra joven?
— ¿La necesita? — preguntó Isabella.
— Despedí a mi dama de compañía, era desobediente y no cumplía muy bien su trabajo — informó — Necesito encontrar una nueva dama. A la otra pueden llevársela, señores. — ordenó María.
Los guardias llevaron a Mireia de arrastras mientras esta gritaba y lloraba y suplicaba a la reina por una nueva oportunidad. Lastimosamente había asesinado a un hombre; un hombre que servía al rey y eso era también un delito grave, no solo fue por intentar escapar de los aposentos.
— Bien, María, veremos que podemos hacer con respecto a la otra joven — le dijo Isabella con amabilidad. — El rey no tocará a muchas de ellas; quizás las libere como concubinas y les permita un rango alto como una dama de compañía. Pero tendría usted que hablar con él.
— Lo haré, soberana. Gracias por la amabilidad que tiene conmigo; no le he agradecido por eso.
— Quien está agradecida soy yo; María; gracias por defenderme de Mireia y sus groserías.
— No es nada; su majestad. No merecía usted tales tratos. — dijo María — Si me disculpa, su alteza; he de retirarme. Mi hija espera junto a la nodriza en los jardines.
— Puede irse — ofreció Isabella con una suave sonrisa.
En eso, los ancianos ingresaron al salón de los aposentos.
— Permítanos un segundo; primera dama — hablaron a María.
— ¿Y ahora, que desean de mi? — habló con calma pero con evidente molestia.
— Es algo que quisiéramos hablar a solas; solo es permitido la opinión de la reina. Los demás pueden irse.
Seguidamente; los demás eunucos se llevaron al resto de las concubinas. Los guardias también se fueron; solo quedaron los guardias que se encargan de la protección de los nobles, eso incluye ahora también a los guardias de María, porque por matrimonio se convirtió en noble. Quedando en la sala solamente los ancianos, la reina y primera dama y los guardaespaldas de estas.
— Mis señoras; con el respeto que ambas se merecen hemos de decir lo siguiente — empezó a decir el anciano Humberto — La primera dama no debería estar aquí; menos tomar una decisión como la que acaba de hacer.
— ¿Qué decisión?; ¿defender a la reina? — preguntó irónicamente — Solamente hice lo que no pudieron los demás. Yo si soy leal a ella.
— Mi señora; trate de guardar la calma — dijo aquel anciano, pero estoico como siempre — No es a eso a lo que nos referimos. Los asuntos del harem los controla nuestra reina Isabella; eso dicta la ley; es a ella a quien eligió el soberano para llevar los asuntos de las concubinas. Cada detalle o decisión es a ella a quien le corresponde.
— No hice nada más que respaldarla — le dijo María ya hastiada — ¿Dónde estaban ustedes qué tan correctos son? No los vi aquí defendiendo a la reina.
— Veníamos en camino; no sabíamos lo que pasaba en los aposentos hasta que fuimos avisados. — respondió Pedro; su voz era pasiva; su rostro él mismo de siempre — Pero vimos todo. Y hasta este momento, el consejero Humberto tiene razón, mi señora María.
— ¿Qué he hecho mal? — preguntó entonces — ¿Qué les molesta de mí?
— No puede ordenar la ejecución de las mujeres del harem, no sin la aprobación de la reina.
— ¡Los guardias obedecieron, no es culpa mía!
— Ellos por lealtad a sus superiores seguirán sus órdenes; es usted quien debe conocer el lugar que le corresponde y dictar las órdenes que si puede dictar — informó Humberto — Ni siquiera debía estar aquí, señora María; nadie excepto la reina o el rey deben estar aquí.
— Ustedes tampoco deberían, sin embargo están aquí.
— Estamos aquí cuando debemos estar — respondió Pedro pasivamente — No venimos seguido, excepto cuando se presentan situaciones similares a esta donde el peso de la ley debe estar presente.
— Bueno... — dijo Isabella rompiendo la discusión entre María y los ancianos — María actuó muy bien, no rompió más leyes excepto estar aquí. Pero actuó con sabiduría y aplicó el castigo acorde a la situación. Ella no volverá a cometer el mismo error; por favor; perdonarle por esta ocasión.
— Pero...
— Anciano Humberto; la ejecución yo misma la ordenaría — le dijo Isabella — María solo respaldo mi decisión.
Los ancianos entonces callaron y no dijeron nada más. Dejaron pasar la situación y pidieron permiso para retirarse; cuando el permiso fue concedido entonces se fueron dejando solas a Isabella y María.
— Le dije que aún no era el momento, anciano Humberto — le dijo Pedro a su compañero — El rey Leonidas espera que los delitos y faltas de la primera dama sean aún más graves que esta vez. Algo que la inculpe a modo de no tener escapatoria.
— Lo sé. Pero no podíamos dejar...
— No; debió dejar que pasara todo; mientras más faltas, más se suman a su condena; esta no cuenta porque la reina intercedió por ella y aparentemente le perdonamos a la segunda esposa. Así nunca sabremos sus intenciones — le recriminó Pedro. — Debemos actuar sabiamente, lastimosamente el rey Leonidas no puede actuar ni mandar en un reino que no es suyo; por eso nos dejó a nosotros como medio; ahora solo puede esperar una condena que inculpe a esa mujer a modo de ser llevada ante el pueblo, ni siquiera delante del mismo rey Lorenzo, no; sino esperar a que el pueblo decida.
— ¿Ahora me culpa a mi? — atacó Humberto en su defensa — Si nos quedamos sin hacer nada en situaciones así entonces no cumplimos con nuestro deber, seríamos castigados también.
— Lo sé; solo le pido que sea más paciente y no tan impulsivo al aplicar las normas de la monarquía, porque entonces el rey Leonidas no podrá desenmascarar a la segunda esposa.
— Bien; voy a tratar — accedió Humberto — Hace tiempo no veo un buen espectáculo como ese. Será algo digno de ver otra vez, así que por eso mantendré la paciencia.
— ¡Consejero Humberto! — le reprendió Pedro — Tampoco es para que ande usted deseándole la caída a la segunda esposa, al parecer quiere ver sangre derramada.
— Todos deseamos eso, consejero Pedro, no seré yo el único — le respondió sin más — Incluso el rey Leonidas lo desea.
— No me gusta su forma de actuar; consejero — le dijo Pedro — Parece un criminal.
— No; no lo soy yo, lo es Maria — le dijo con seriedad — Usted tampoco la acepta como noble, acéptelo.
— No por eso deseo la muerte — le contesto el otro anciano, afirmando lo de la aceptación. — No veremos mañana; al menos espero eso; últimamente nos llaman a la corte más seguido.
Humberto asintió y ambos se despidieron, los dos siguieron caminos separados desde ahí, buscando cada quien su hogar. Pedro rogaba a los cielos por una respuesta, el camino que el rey Leonidas y el consejero Humberto llevaban era malo... muy malo, al menos en su opinión.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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