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Parte 3

Convencer a María fue difícil, ella no quería aceptar los términos de Lorenzo; la mujer quería ser su esposa y en su mente llegar incluso a reinar; por lo que no deseaba esperar mas. Se decepcionó también al notar que Lorenzo no se sentía feliz ante su embarazo, a pesar que anteriormente, hace meses atrás, él la deseaba y quería casarse con ella. María le gritó y culpó a Isabella de eso; aunque la reina no tenía nada que ver en el asunto, pero María insistía en que era culpa de la reina:

" ¡Le dije que esa mujer terminaría convenciéndolo!" — le había gritado a Lorenzo — "¡Ella le quitó el amor que usted sentía por mi! ¡Logró separarnos!" — volvió a gritarle.

Lorenzo intentó contradecir dichas palabras pero la mujer era terca, y quizás María tenía razón en lo que decía. Isabella si logro hacer que Lorenzo empezara a enamorarse de ella, olvidando un poco a María; pero no había sido la intención de la reina, ni siquiera había hecho algo más que solo sonreírle, quien cayó en sus encantos había sido el rey por cuenta propia, el corazón cambió su rumbo y lazos dorados empezaron a unirse al corazón de Isabella, convirtiendo a su reina en su verdadero amor, tal y como en los cuentos de hadas; era un amor dorado, inquebrantable. Así que María estaba equivocada al culpar a su esposa.

Pero al final de la discusión Lorenzo le pidió calma y tranquilidad; para que la mujer le diera el tiempo necesario de poder arreglar aquella situación. Aunque desesperada y airada la mujer decidió esperar un poco más. Pero le advirtió a Lorenzo que solo esperaría dos meses más, antes de que su hijo naciera. Lorenzo accedió y se dispuso a encontrar una solución a través de las normas y leyes; Pedro era el consejero más confiable, el rey pensó en pedirle al anciano el favor de ayudarlo.

En un momento anterior, y antes de regresar a casa al día siguiente, los guardias y Alonzo miraban en completo shock la escena, donde María le gritaba a Lorenzo que esperaba un hijo suyo.

— ¿Qué dijo? — preguntó un guardia anonadado.

— Que espera un hijo del rey. ¿Qué creen usted que pensaría la reina Isabella? — respondió el otro con diversión. El tercer guardia optó por guardar silencio, de todas formas no era incumbencia de ninguno de ellos.

— No se atreva a mencionar una sola palabra de esto — lo amenazo Lorenzo — No es asunto de ninguno de ustedes.

— ¡Ja! — respondió el guardia con soberbia — Miren eso, el escuderito del rey amenazando a un guardia experimentado. Usted no es quien para amenazarme.

— Por favor — respondió Lorenzo con cortesía en su voz, pero al mismo tiempo con un timbre sarcástico — No me tiente que no sabe de lo que soy capaz.

El guardia hizo un sonido despectivo que sonaba a una risa burlona y llena de diversión, iba a responderle pero su compañero lo detuvo:

— Ya basta — hablo el otro guardia con firmeza — Alonzo tiene razón; esto es algo que no nos concierne. Lo mejor será que el rey resuelva por cuenta propia sus problemas.

— Pero las leyes...

— Pero nada Julián, sé muy bien que es lo que dictan esas normas, pero en este caso, se trata de un problema matrimonial, no creo que quiera involucrarse y quedar como vieja metiéndose donde no lo han llamado.

Aquel guardia se ofendió ante esas palabras pero optó por quedarse callado, simplemente resopló con frustración.

— Gracias — le agradeció Alonzo — Hay personas que no saben callar.

El guardia sonrió divertido ante eso. Mientras que Julián le lanzaba dagas a Alonzo.

— Imagínese... — comenzó diciendo mientras miraba a su compañero — Un guardia como chismoso, sería una vergüenza para nosotros y para el comandante.

— Ya, esta bien — gruño Julián — No dire nada. Pero esto se pondrá interesante.

— Ya deje de tirar cizaña y desearle mal a nuestro rey; podrían cortarle la cabeza si así él lo solicita, y para ser sincero Julián, usted me cae bien. No tengo ánimos de llevarlo a la guillotina.

— Bien ya basta de discusiones — dijo Alonzo levantándose del suelo — Ninguno de nosotros dirá algo de lo que escuchamos, nos mantendremos callados y en completo silencio hasta que el rey resuelva todo él mismo.

Los tres guardias asintieron, aunque Julian deseaba ver el mundo arder, pero no volvió a decir una palabra.

— Además, una situación como esa pondría a Luminis Imperium en completo caos, recuerden lo qué pasó en 1340, el reino entero cayó en la miseria a causa de la rebelión en el pueblo, tuvieron que pasar siglos hasta que Luminis volvió a levantarse. — recordó Alonzo a sus compañeros — Evitemos ese desastre a nuestras familias y apoyemos al rey hasta donde podamos, démosle tiempo para resolver su desorden.

Julián entró en razón al recordar esos sucesos, el amaba a su esposa e hijos, así que decidió detener sus malos pensamientos.

— De acuerdo — respondió tranquilamente. Sorprendiendo a los demás.

— ¿Y ahora?, ¿lo picó algún animal o qué? — respondió uno de sus compañeros.

— Déjese de estupideces — respondió enojado.

— Bien, ya basta, dejemos el tema a un lado o terminaran matándose entre ustedes — dijo Alonzo con cansancio.

Y así, los tres guardias siguieron en lo suyo mientras escuchaban a su rey discutir con aquella mujer, pero intentaron cerrar sus oídos ante aquella discusión, no sea que el rey se enoje y mande a la guillotina a cada uno por chismosos.

Mientras tanto, en la mente de Alonzo pasaba aquella promesa que le hizo al rey de Regnum Aureum, se debatió internamente si era algo que debía informar o no.

" ¿Este problema será fugaz o tendré que dar aviso de esto?" — se preguntó. Pues no quería molestar al rey Leonidas con una situación que podría resolverse fácilmente, aunque observando al rey Lorenzo parecía algo muy complejo.

— ¿En que piensa el escudero Alonzo? — dijo el guardia con cortesía.

Aquel guardia tenía por nombre Milo, era un hombre de buenos modales y un experto en combate; tenía buen récord en Luminis por ser un hombre formidable. Además que mantenía siempre su armadura y vestimenta pulcra, un hombre poco común pero digno de admiración tanto físicamente como en su forma de ser.

— En nada realmente — contestó Alonzo con amabilidad — Aunque Julián me dejó pensando. ¿Cree que esto pueda causar una rebelión?

— No — negó Milo — Quizás simplemente incomode a la sociedad de Luminis; pero realmente no encuentro motivos suficientes para que eso cause  una rebelión en el pueblo.

— ¿Está seguro? — preguntó con dudas — Los ancianos podrían no aprobar este tipo de tropiezos.

— Bueno, será difícil al inicio, el rey tendrá que trabajar duro ante eso. Pero al final podrían llegar a un acuerdo respecto al hijo que está esperando con la dama.

— ¿Cree que la reina Isabella llegará a un acuerdo con el rey? — preguntó — El hijo que la mujer espera nacerá pronto, algunos cuatro meses le harán falta o menos de eso, me parece a mi. Mientras el hijo de la reina a penas empieza desarrollarse.

— Es complicado. — respondió Milo honestamente — En ese caso, los ancianos y el rey son los únicos que tienen una solución.

Alonzo asintió en acuerdo. El rey sería el único capaz de elegir su sucesor, pues este hijo podrá ser el primogénito, pero fue concebido en pecado; mientras que el de la reina Isabella nacerá bajo el matrimonio, aunque será el menor. Ambos hijos podrían entrar en conflicto para heredar la corona en el futuro. Ahí solo el rey tendría la palabra, pero sería un acto demasiado cruel.

Así pasó todo, ahora tanto el rey como sus guardias iban camino a Luminis, emprendieron el viaje al día siguiente, después de que Lorenzo había convencido a la joven de esperar un tiempo.

Lorenzo decidió hacerle frente al consejo y aceptar su error. Pero primero, tendría que enfrentarse a Isabella, y no sabía cómo hacerlo. Los guardias se percataron que su rey iba distraído durante el trayecto, parecía distante y perdido en su propio mundo.

Uno de los guardias le hizo una señal a Alonzo para que hablase con él, ya que de todos ellos era el más cercano al rey Lorenzo.

— Mi señor — habló el joven Alonzo — ¿Esta usted bien?

— ¿Eh?, si, si, estoy bien — dijo Lorenzo saliendo de su mundo — ¿Por qué lo pregunta?

— Porque no se ve bien en lo absoluto. ¿Hay algo que lo esté preocupando? — Alonzo fingió ignorancia.

— No — respondió Lorenzo simplemente — Solo estaba pensando en algunas cosas, pero no son tan graves, al menos eso quiero creer.

— Bueno, entonces no debería preocuparse demasiado — dijo el escudero intentando darle ánimos a su rey — Al final, no hay nada en esta tierra que no tenga solución. — diciendo eso, Alonzo le sonrió con amabilidad. El rey sonrió también ante los intentos de Alonzo por subirle el ánimo. Al menos el intento era lo que contaba.

Y así, al cabo de cuatro días, llegaron otra vez al palacio de Luminis. Lorenzo no pensó si quiera descansar un momento, para él era importante resolver todos los problemas que tenía por delante. Lo primero, prepararía la carta de disculpa para el rey de Floridas, y enviaría dicha carta y esclavo ante aquel rey, rogándole a los cielos para que las cosas no empeoraran. Y así sucedió:

— Vigilen bien a este hombre; lleven también la carta al rey, cuídenla porque explica los detalles de lo que sucedió y el motivo de esclavitud para Maximiliano. — ordenó Lorenzo a sus guardias — Y compasión por ustedes si las cosas salen mal. — dijo como advertencia.

— Si mi señor — dijo el comandante; ya que sería el encargado de llevar a ese hombre a Floridas.

Poco tiempo después, partieron hacia el otro reino llevando con ellos a Maximiliano, quién aún gritaba inútilmente por la compasión del rey.

— No me gusta este tipo de actos — respondió Isabella con melancolía — Es demasiado cruel.

— ¿Crueldad? — preguntó Lorenzo un tanto intrigado — El asesinó a un hombre inocente, merecía un castigo.

— Lo sé, pero aún así... siento que es un acto terrible; al hacer esto nos convertimos también en lo que él es. — respondió Isabella — ¿Justicia es pagar mal por mal?, ¿por qué mejor no lo encarceló?

— Porque si hacía eso y el rey de Floridas se entera de lo qué pasó, podría haber un atentado en contra de nosotros por un error de ese hombre — respondió también Lorenzo con suavidad, intentando hacer entrar en razón a su esposa, quien era demasiado amable para su bien — A veces, mi reina, aunque cruel parezca, debemos sacrificar a uno por salvar a la mayoría.

— Entiendo — respondió ella; no le reprochaba tal decisión a su esposo, después de todo tenía razón en actuar de aquella manera. Pero aún así su corazón se sentía afligido al pensar lo que le esperaría a Maximiliano en las tierras de Floridas.

Lorenzo tomó la mano de la joven con suavidad y le pidió que le prestara algo de su tiempo.

— Isabella... hay algo que debo decirle.

Isabella solo lo miró, Lorenzo al llegar a palacio no había mencionado nada de su encuentro con María, alegando que era un tema delicado y que necesitaban el tiempo adecuado para poder hablarlo correctamente. Quizás ya era ese tiempo.

— Lo escucho — respondió Isabella. Ella sentía miedo, miedo de aquel amor que Lorenzo sentía por María. Ella no tenía idea que los sentimientos de su esposo ahora estaban con ella; ya que Lorenzo no había declarado su amor por Isabella, así que en ese sentido, la reina aún se encontraba en las sombras. Y el miedo que sentía estaba justificado. Era aquí donde Isabella esperaba aquel rechazo por parte de su esposo desde ahora en adelante.

— Yo me encontré con María tal y como lo prometí, hablamos de muchas cosas, pero no pude explicarle nada más. — informó Lorenzo cabizbajo.

— Lorenzo — mencionó Isabella con decepción — No es justo que ella viva engañada; además que era necesario y casi obligatorio hablar con ella de esto.

— Lo sé... es solo que... surgió otro problema — respondió él con melancolía. Si Isabella no lo odiaba antes, estaba seguro que ahora si lo haría.

En la cabeza de Isabella pasó una idea, una que era bastante obvia, después de todo suele suceder entre los enamorados.

— Llegó a ella, ¿verdad? — dijo la reina con tristeza.

— ¡No! — dijo inmediatamente; ni siquiera lo pensó, pero tuvo temor que Isabella pensara que aún sentía amor por María, ahora solo quería hacerle ver a Isabella que su verdadero amor era ella y nadie mas, por lo que pensar que Isabella creía que tuvo algo con María en ese encuentro lo atemorizó — Bueno... no y si... digo... — tartamudeó, pues en parte era cierto, por otra parte no lo era.

— ¿Si o no, soberano? — preguntó Isabella confundida.

— Está bien, si tuve algo con María... — al ver la cara de decepción y tristeza de Isabella, Lorenzo supo que tenía que aclararlo — Pero fue hace unos meses atrás...

— ¿El día de la recepción a nuestra boda? — preguntó Isabella suspicazmente.

Lorenzo asintió despacio y temeroso.

— Oh... bueno... fue hace meses. — se dijo más para si misma que para Lorenzo — ¿Entonces, qué tiene que ver eso con su encuentro reciente con ella?

— Es que desde ese día ella...

— Lorenzo — presionó Isabella con tranquilidad, con un tanto de conocimiento pero rogaba por escuchar lo contrario a lo que su cabeza decía.

— Ella...

— ¡Ella que! — dijo Isabella perdiendo la paciencia.

— Ella quedó embarazada. — soltó de pronto.

El mundo de Isabella se le vino encima tras esa declaración, lágrimas cayeron de sus ojos deslizándose por sus mejillas, si antes Lorenzo no la había dañado, ahora si había acabado con ella, llevándose de encuentro a su hijo por nacer.

— ¿Por qué? — preguntó con voz quebradiza pero a nadie en particular.

— Isabella... 

No queriendo seguir escuchando se levantó de su asiento y quiso retirarse de allí, pero Lorenzo tomó su brazo pidiendo que lo escuchara e impidiendo su huida.

— Isabella por favor — rogó el joven — Escúcheme.

— Por favor soberano, suelte mi brazo. No deseo escucharlo — dijo entre llanto — Ha perjudicado a nuestro hijo, incluso antes de nacer.

Isabella tenía temor, ahora no solo su hijo tendría dificultades para llegar al trono, sino que también sería el menos amado, pero claro, ella sabía que dolería cuando eso sucediera, pero no tuvo idea en aquel entonces de la intensidad de aquel dolor, ahora simplemente estaba destrozada. Lorenzo amaba a esa mujer, por lo tanto el hijo de ambos sería igual de amado, mientras que el de ella... pues no tanto, al menos eso creía la reina.

— Isabella lo siento — se disculpó Lorenzo — No quería que esto sucediera...

— Pero sucedió Lorenzo — declaró ella con tristeza — ¿Qué va pasar con mi hijo?

— Nuestro hijo — recordó Lorenzo — Es nuestro, y nada pasará con él. Todo seguirá por el mismo camino.

— ¿Qué? — preguntó anonadada.

— Nuestro hijo o hija será quien me sustituya a mi en el trono  — respondió él con determinación. — No se como, pero buscaré la manera en que las cosas vayan por buen camino.

— ¿Y qué pasará con ese bebé? — preguntó Isabella — Sabe que él bebe de María no tiene culpa. La culpa es suya.

— Lo sé. — respondió Lorenzo. — Veo que también le importa el bebé de María— notó confundido el rey, ¿por qué Isabella parecía preocupada también por el otro bebé? — ¿Si es así entonces porque se frustra?

— Lorenzo, no soy una tirana — recalcó ella — Es obvio que me preocupa el bebe de María. Si estoy así es por el conflicto que crecerá a raíz de esto, porque también me preocupo por mi bebe y por su futuro.

— Entiendo, pero Isabella...

— Quiero que mi hijo llegue al trono Lorenzo; mi bebé es nieto del rey Magnus y del rey Leonardo, hijo de usted quien también es un soberano. Mi hijo lleva sangre noble porque yo también la llevo — recordó ella — Pero tampoco quiero ver sufrir al bebé que espera con María; él no merece tal humillación por un error suyo — le reclamó ella. — ¡Arregle esto!

Diciendo eso, Isabella se soltó bruscamente del agarre de su esposo y salió de ahí dejando a un Lorenzo avergonzado, frustrado y con ganas de que la tierra se abra en dos y se lo lleve. Ahora su esposa estaba decepcionada y con su confianza perdida en él y con justa razón, tendría que realizar mucho esfuerzo para volver a ganarla.
Soltó un suspiro, ahora falta el enfrentamiento con los ancianos. Esta situación no podría ser peor.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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