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Parte 3

Todos los invitados ya estaban adentro de aquella enorme iglesia, esperando el momento en que se viera a los futuros reyes caminar por el pasillo, donde el primero en ingresar sería el príncipe Lorenzo.

Después podrían ver a los del cortejo real entrando y adornando el camino que guiaría a Isabella hasta su futuro esposo.

Y así empezó todo. Lorenzo ingresó acompañado de su hermano y rey Leonidas, quien sería su padrino y testigo en la boda. Al llegar al altar, Lorenzo se sintió más nervioso que nunca. Era extraño, dado el caso, pues ni siquiera amaba a Isabella de manera romántica como para sentirse ansioso por su llegada, pero, por alguna razón desconocida, lo estaba.

No quería cometer un error demasiado grande y arruinar la ceremonia. Isabella no se merecía algo como eso. Lorenzo era un caballero, después de todo; jamás haría sentir mal a una mujer, y sabía que este acto "sagrado" sería importante para ella. Pero no podía evitar pensar en alguien más.

De vez en cuando, la imagen de María se posicionaba en su mente; quería que fuera ella quien caminara hacia él, y no Isabella.

El tiempo iba pasando, y así, poco a poco, cada uno de los del cortejo también fue adentrándose en la iglesia, abriéndole camino a la futura reina.

Mientras esperaban la entrada de Isabella, Lorenzo guió su mirada hacia una de las filas. Ahí se encontraba María, quien parecía tener un semblante triste, y esto entristeció también a Lorenzo.

Él no quería causarle sufrimiento a su amada, pero era lo único que estaba logrando en esos instantes. Lorenzo ni siquiera escuchó la suave música que anunciaba la entrada de Isabella a la iglesia; solo estaba concentrado en la joven María.

Mientras tanto, la astuta María ya se había percatado de que el joven la observaba, y trató de actuar con tristeza lo mejor que podía. Ella también levantó su cabeza y lo vio desde su asiento con "melancolía"; quería hacerle creer a Lorenzo que eso la estaba dañando, y, de esa manera, lograr acelerar los planes del joven, teniendo la fe en que pronto Isabella sería sustituida del título de reina.

—Lorenzo... —murmuró Leonidas a su lado. Este le dio un codazo discreto para traerlo de regreso a la realidad.

Fue entonces cuando Lorenzo se dio cuenta de que el rey Magnus e Isabella venían caminando hacia él. Estos ya venían a mitad del pasillo, y se asombró por eso; ni siquiera se había percatado de que ya habían ingresado.

Lorenzo vio al lado del rey Magnus, y la verdad es que se maravilló al ver a la princesa. Para él, no había una mujer más hermosa que María, eso era un hecho, pero, en ese momento, tenía que ser honesto consigo mismo: Isabella era, en verdad, un sueño hecho realidad.

La luz que entraba en la iglesia iluminaba el blanco del vestido que la joven llevaba puesto. Isabella parecía estar iluminada por una luz celestial; parecía que un aura pura brillaba, haciéndola parecer una especie de fantasía hecha persona.

Los rizos rojos brillaban cual llama de fuego, y el caminar de la joven era elegante, casi como el caminar de una hermosa ninfa en el bosque.

"Preciosa" se dijo en su interior al verla. En realidad, ni él mismo se había dado cuenta de lo embobado que estaba al ver a la hermosa mujer de cabello rojo caminar hacia él. "Es hermosa..." volvió a repetirse.

Pero el pensamiento volvió a desaparecer cuando recordó a María.

Mientras tanto, en aquella fila, la doncella de cabello negro se sentía airada al ver cómo Lorenzo miraba a Isabella. Eso solo arruinaría sus planes. Era obvio que Isabella era hermosa, pero no podía permitir que Lorenzo se llegase a enamorar de Isabella o sus planes se verían estropeados.

Tanto María como Lorenzo se volvieron a mirar. Este último sentía vergüenza por pensar que Isabella era hermosa, que en realidad lo era, pero él estaba enamorado de alguien más y sentía que, al pensar así, solo estaba traicionando a su verdadero amor.

—"Pronto..." —murmuró Lorenzo para María, dándole a entender que sus planes serían llevados a cabo en cuanto tuviese la oportunidad de hacerlo.

Y María sonrió al instante; al menos aún tenía a Lorenzo enamorado de ella. Isabella podría ser hermosa, pero Lorenzo la amaba a ella.

Anterior a esto, Isabella se encontraba afuera de la iglesia, esperando su turno para ingresar. Sentía los nervios a flor de piel, pero también se sentía alegre, pues esta era una ocasión muy especial para todos.

—Él va a amarla —le dijo su nana con suavidad—. Está realmente hermosa, mi princesa Isabella. Él no podrá ver a nadie más que no sea usted.

—¿De verdad lo cree, nana? —preguntó esperanzada—. ¿Cree que él llegue a amarme?

—No lo creo, yo lo sé —le dijo con seguridad. La nana limpió una lágrima de su mejilla, pues aún sentía que la emoción la consumía.

Era difícil para ella procesar el hecho de que su niña estuviera a punto de casarse.

Isabella sintió esperanza. En realidad, ella quería que su futuro esposo lograse amarla. Quizás las cosas habían sucedido demasiado rápido, pero ella, muy en su interior, deseaba que su futuro esposo la viera con amor, con ese brillo único de enamorado, el cual siempre vio en su padre cuando miraba a su madre.

Desde niña, siempre soñó en casarse con alguien que la viera como si fuese el tesoro más grande o la cosa más hermosa que había visto. Ese era el sentimiento que ella quería experimentar cuando él la viera caminar hacia él.

—Mi pequeña Isabella —dijo la voz de su padre al verla—. Mi niña...

Isabella sonrió con suavidad al ver a su padre, y una lágrima melancólica cayó por su ojo izquierdo.

—Padre... —murmuró ella en respuesta.

Magnus solo la abrazó. El rey, muy en el fondo de su corazón, sentía una alegría inmensa al ver a su hija vestida de blanco. También estaba algo melancólico, pues estaba a punto de entregar a su hija a manos de alguien más. Era como entregar todo su mundo para que ese alguien se hiciera cargo de él.

Esperaba y rogaba a los cielos que Isabella siguiera creciendo y siendo bendecida, que ella llegase a adulta y llena de muchas alegrías. Deseaba que Lorenzo le diera a la princesa todo el amor y cariño que ella merecía, pues su padre ya no estaría allí en unas cuantas estaciones más.

Por eso deseaba que ella, su única hija, quedara en los brazos y bajo la protección de alguien que de verdad la amara y velara por su bienestar.

—Se ve hermosa —susurró su padre—. Tu madre hubiese estado feliz y orgullosa al verte, hija mía.

—Gracias, papá... —murmuró Isabella. Ella devolvió, muy feliz, el abrazo, disfrutando de aquel momento tan bello entre padre e hija.

Después de un rato, se dio inicio a la ceremonia. Los del cortejo fueron los primeros en ingresar, abriendo un hermoso camino hacia el altar de aquella iglesia, adornándolo con pétalos de flores de todo tipo. Flores que desprendían olores agradables, convirtiendo el ambiente en uno muy hermoso y de ensueño.

Después empezó a sonar la marcha nupcial. Magnus caminó con su hija, quien iba tomada del brazo de su progenitor, caminando con porte elegante y pasos relajados por todo aquel pasillo.

Isabella se sentía cada vez más nerviosa. Las miradas estaban sobre ellos; todas y cada una de las miradas. Tanto niños como adultos estaban concentrados en su entrada. Miles de sonrisas la recibían con alegría, e Isabella se dio cuenta de cuán apreciada y amada era por el pueblo. Eso llenó de gozo su corazoncito.

Eso fue hasta que fijó su mirada en Lorenzo. Su alegría cayó al suelo al ver que este no sonreía, ni siquiera la veía. Lorenzo parecía tener su mirada perdida en un punto lejano a ella. En la vista del joven se podía apreciar la melancolía y la tristeza, una que ella pensó que el joven perdería en la mañana.

La noche anterior también lo había notado, pero lo excusó como algo pasajero, atribuyéndolo a los nervios del día siguiente. Pero, al parecer, se había equivocado.

Siguiendo la mirada de Lorenzo, Isabella notó a una joven de cabello negro al otro lado de la iglesia. Era muy bella, tenía que admitirlo, y ella, al igual que Lorenzo, tenía la misma mirada melancólica. E Isabella lo entendió todo...

A Isabella se le humedecieron los ojos, pero intentó no derramar ni una lágrima. Tenía que ser fuerte o, de lo contrario, se armaría un gran escándalo ahí, en medio de la iglesia. Su corazón se sintió morir, destrozado y humillado. Lorenzo amaba a alguien más y, aun así, la engañó para seguir con ese matrimonio.

De haberlo sabido, no lo habría elegido como candidato, pero ya era demasiado tarde. Dentro de ella también estaba el pánico. ¿Qué pasaría si él decidía dejarla ahí plantada? Esa sería una humillación demasiado grande y un escándalo aún más enorme para la nobleza y el reinado de su padre. Tenía un nudo en la garganta difícil de digerir. ¿Cómo debía enfrentarse a esa situación?

Tanto su padre Magnus como el rey Leonidas habían otorgado su bendición a ese matrimonio. Ya se había anunciado al nuevo rey, y todos ahí estaban listos para presenciar aquel acto que era de suma importancia.

Isabella tenía miedo. Sabía que Lorenzo aún no podía amarla como ella quisiera, pero tampoco tenía que haberla engañado de esa manera. Trató de calmarse y decirse a sí misma que todo estaría bien, que todo se arreglaría y que quizá en un futuro él olvidaría a aquella joven.

Mientras pensaba en qué debía hacer, Lorenzo, como si hubiese leído su mente, la miró.

Por un breve momento, la mirada del joven parecía brillar, de aquella manera en que ella tanto se imaginó. Sintió su corazón despertar otra vez, sintió muy lindo aquel sentimiento. Era justamente como ella había imaginado que sería, incluso era aún mejor.

Sintió muy cálido su corazón debido a la mirada tan dulce y brillante del futuro rey, mariposas revoloteando en su estómago y sus mejillas sonrojadas. Él la veía como si fuese una especie de sueño casi irreal. Incluso pudo notar una breve y minúscula sonrisa en los labios del príncipe.

Pero solo fue un breve momento, uno que ella hubiese deseado que se extendiera. Sin embargo, así como la miró, así también dejó de hacerlo. Y eso la confundió.

Ya iban dos ocasiones en las que él la miraba de esa manera. La primera fue en aquel jardín, donde casi tuvo su primer beso, y la segunda fue hace unos segundos atrás.

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué la miraba como si fuese la cosa más hermosa del mundo y luego simplemente la evadía?

Isabella no sabía cómo funcionaban realmente las cosas. Ella jamás había tenido alguna experiencia con alguien, apenas si sabía lo que era el amor debido a los libros que leía, pero en sus libros todo era diferente. Su único ejemplo habían sido sus padres, pero estaba muy pequeña como para siquiera recordarlo todo.

Además, su padre no volvió a casarse, así que jamás tuvo frente a ella un ejemplo o muestra de lo que era el verdadero amor y cómo este funcionaba. ¿Era normal que el chico actuara así?

Llegaron al altar. Su padre Magnus entregó la mano de Isabella a su futuro esposo. La princesa volvió a sentir las mariposas revoloteando en su estómago debido al contacto de su mano con la del joven. Pero este ni siquiera era capaz de verla a los ojos; simplemente disimulaba mirar a cualquier lado, menos a ella. Y esto entristeció el alma de Isabella.

El sacerdote inició con la ceremonia. Así fue avanzando el tiempo hasta que llegó el momento de los votos. El sacerdote le indicó a Lorenzo que era hora de empezar. Este se veía muy nervioso y distraído. De vez en cuando, aunque fuera de reojo, Lorenzo miraba a María, sintiéndose cada vez peor.

—Lorenzo, diga algo... —Isabella escuchó cómo el rey Leonidas le susurraba suavemente a Lorenzo para que este iniciara—. Todos están esperando a que comience...

—Hoy que estoy a punto de convertirme en su esposo... —empezó a decir Lorenzo—, me comprometo a cuidar de usted, Isabella. También me comprometo a amarla y convertirla en mi mejor amiga y confidente por el resto de mi vida. Este es un sueño que ambos compartiremos y del que me siento honrado de formar parte. Para mí, siempre será el tesoro más grande y la joya más preciada. En este día, uno mi vida con la suya para convertirnos en uno solo y amarnos hasta que la muerte sea la única capaz de separarnos. —Terminó diciendo.

Ella de verdad quería creer en aquellas palabras, pero se había dado cuenta de que eran falsas. No eran genuinas, solo eran para terminar rápido con aquella ceremonia.

Y así llegó el turno de Isabella, quien con mucho cariño y honestidad había preparado sus votos la noche anterior, creyendo que sería igual de correspondida, pero ahora se daba cuenta que la única que de verdad había intentado que las cosas funcionaran había sido ella.

—Hija mía... —murmuró su padre al ver que ella tampoco iniciaba—. ¿Isabella? —preguntó Magnus con temor y un poco de vergüenza al verla ahí sin decir una sola palabra.

Los invitados empezaron a notar el comportamiento de ambos y a preguntarse el porqué de aquella extraña situación. ¿Por qué ahora parecían tan distantes, cuando la noche anterior ambos parecían llevarse bien?

—Me sentí afortunada de haberlo encontrado en mi camino... —inició Isabella. La voz de la joven era suave y gentil, pero también tenía un tinte de tristeza en ella —. Y ahora, me siento aún más afortunada de seguir caminando a su lado. De saber que compartiremos el mismo sueño, el mismo sentimiento y de saber que me permitirá permanecer cerca suyo. Afortunada de saber que estaremos juntos hasta el fin de nuestros días y de ver florecer lo que construiremos juntos: un imperio, una nación, y sobre todo una familia... —continuó diciendo, aún con penas en su alma —. Hoy prometo ser su apoyo en cada batalla, su refugio en los momentos difíciles y su compañera en cada paso que demos. Prometo amarlo sin condiciones, tal como lo dicta mi corazón. Porque para mí usted no es solo mi esposo, es mi compañero, mi fortaleza y, espero, mi hogar. Creo en este vínculo, y creo en nosotros. Hoy le entrego todo lo que soy, con la esperanza de que juntos podamos superar cualquier obstáculo. Porque, pase lo que pase, mi amor por usted siempre será sincero.

Y así terminó con sus votos la joven. Ella había sido honesta con sus palabras. Lorenzo, por su lado, ahora se sentía mal. Había notado que la joven no se veía bien emocionalmente y se sintió como la peor cosa del mundo.

Había arruinado sin desearlo aquella ceremonia, la cual debería haber sido un motivo de alegría, por lo menos para Isabella; pero no pudo evitarlo, él también tenía sentimientos, y en ese momento tampoco se sentía bien con ellos.

Lorenzo realmente iba a intentar darle una buena vida, se aseguraría de que a ella no le faltara nada, pero no podía corresponderle, no de esa manera.

El sacerdote terminó con todo lo demás, y así llegó el momento más esperado para cada uno de los invitados.

—Príncipe Lorenzo Constantino I, ¿acepta usted a la princesa Isabella Muñoz III para amarla, honrarla y respetarla hasta que la muerte los separe? —hizo la pregunta el sacerdote.

Pasaron algunos segundos hasta que Lorenzo por fin pudo responder:

—Acepto —dijo por fin. Aunque Isabella y Leonidas pudieron notar en su tono de voz que lo decía con cansancio y resignación.

El corazón de Isabella no podía estar más triste, nunca en su vida se había sentido como en ese momento: humillada y pisoteada. ¿No debería ser este el día más feliz de su vida?

Pero, en cambio, solo se sentía fatal y como la peor cosa del mundo.

—Así mismo... —continuó el sacerdote—. ¿Acepta usted como esposo, princesa Isabella Muñoz III, al príncipe Lorenzo Constantino I, para amarlo, honrarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe? —preguntó.

Isabella lo pensó unos segundos. ¿Acaso no era este el momento exacto para acabar con todo?

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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