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Parte 3

Afortunadamente para Leonidas, su hermano Lorenzo había aceptado asistir con él al baile real; por supuesto que se resistió un poco a cumplir con aquella petición, pero al final terminó accediendo.

—No puedo creer que me haya obligado a hacer esto, Leonidas —le recriminó Lorenzo.

—No lo obligué, usted mismo accedió —le dijo el rey a su hermano con un tono de voz aburrido, como si no le importara lo que Lorenzo decía.

—Por favor, todo estaba planeado —le dijo como acusación.

Leonidas tuvo que admitir el traslado de María hacia tierras ajenas. No le mencionó dónde exactamente se encontraba la mujer, pero sí le informó sobre la ausencia de María en el palacio. De esta manera, al verse abandonado, Lorenzo tendría que buscar esposa por otro lado o simplemente pensar en su futuro, y ya no tenía más remedio que aceptar la propuesta de su hermano mayor.

Por otro lado, Lorenzo sentía un resentimiento hacia su hermano Leonidas. Estaba casi seguro de que todo había sido un plan de parte del mayor para obligarlo a asistir al baile. Además, estaba preocupado por su amada; no sabía dónde la había enviado su rey porque, a pesar de lo que Leonidas había dicho, sobre que María se fue por cuenta propia, no tenía dudas de que todo era una farsa. Ella jamás lo abandonaría de esa manera; ella le habría avisado o mencionado algo al respecto, pero no fue así. El rey también había dicho que la joven insistió en mantener su paradero en secreto, cosa que tampoco creyó, y ahora ni siquiera sabía dónde empezar a buscarla.

Los empleados del reino Regnum Aureum informaron que ya se encontraban en los territorios del rey Magnus IV. El carruaje siguió avanzando hasta que llegaron al enorme palacio de las tierras Luminis Imperium. Afuera, en los jardines, ya había miles de carruajes haciendo fila; otros ya habían bajado de sus carruajes. No hace falta decir que la noticia había impactado a tantas personas, ya que en los pasillos había miles de nobles caminando de un lado a otro mientras esperaban el inicio del baile real.

—Oh —murmuró Lorenzo con asombro—. Realmente es una oportunidad única, ya que miles de nobles han venido al baile.

—Se lo dije —murmuró su hermano con aires de suficiencia—. Eras el único tonto que no quería aprovechar esta oportunidad, hermano.

—¿Y usted sí cree que tenga oportunidad? —preguntó él con tono bajo; Lorenzo, por los momentos, se encontraba intimidado de ver a tanta gente. ¿Realmente tenía oportunidad con la princesa?

—Deje la estupidez, Lorenzo —dijo su hermano con diversión—. ¿Dónde quedó mi pequeño hermano, aquel que era seguro de sí mismo?

—En casa seguramente... —se dijo en voz baja con pesimismo, aunque Leonidas había escuchado todo.

El rey solo soltó un suspiro. Sabía que Lorenzo debía de sentirse cohibido por tantos hombres caminando por ahí e intentando cortejar a la princesa Isabella, pero él confiaba en Lorenzo. Sabía que los encantos de su hermano serían suficientes para conquistar a la dama. Lorenzo solo tenía que tener un poco más de fe en sí mismo.

—Lo va a lograr, solo inténtelo —le respondió Leonidas.

Después de la pequeña charla entre los dos hermanos, bajaron del carruaje y fueron bien recibidos por los empleados del rey Magnus. Posterior a eso, caminaron hasta adentrarse al salón de baile.

Todo ahí adentro estaba impecable; habían bocadillos y aperitivos que parecían deliciosos. También había ponche y vino en aquellas jarras. El lugar estaba decorado y perfectamente bien planeado. Incluso estaba la banda sonora que tocaría esa misma noche para dar inicio y continuidad al baile real.

—Yo iré en busca del rey Magnus, Lorenzo, ¿quiere venir conmigo? —preguntó Leonidas.

—No, hermano, creo que yo he de ir a los jardines a tomar aire fresco; aún no deseo que noten mi presencia —le respondió el menor con honestidad.

—¿Está seguro de ello? Quizás esta sea su oportunidad de ir aprendiendo ciertas cosas, Lorenzo. Convivir con los reyes experimentados puede servirle de lección.

—Lo sé. Pero aún no deseo hacerlo; de todas maneras, ni siquiera sabemos si llegaré a ascender al trono —dijo encogiéndose de hombros y restándole importancia a los hechos.

Lorenzo ni siquiera tenía esperanzas de conquistar a la princesa Isabella. Su hermano era el único que deseaba llevarlo al trono, pero, siendo sinceros, de tantos nobles que había por todo el palacio, era casi imposible que Lorenzo tuviera una oportunidad, o al menos eso creía él. Además, aún resentía la ausencia de su amada, así que tampoco era como si estuviera interesado en conquistar a la hija del rey Magnus.

—Bien, pero trate de llegar a tiempo, otros podrían aprovechar su ausencia y tomar la mano de Isabella sin darle la oportunidad de acercarse a ella —le pidió Leonidas, y como si leyera la mente de su hermano, agregó—: Y es una orden, Lorenzo.

—De acuerdo —le respondió, y también tornó los ojos con fastidio.

—Bien, ahora puede irse —le dijo Leonidas, quien también empezaba a fastidiarse con la actitud pesimista de su hermano menor.

Ambos hermanos tomaron rumbos diferentes. Leonidas pronto encontró al viejo amigo de su padre, el rey Magnus IV, quien se asombró de ver al rey Leonidas, pues lo recordaba como un adolescente y no como un rey.

—¡Oh, joven Leonidas! —dijo el viejo rey con alegría—. ¡Es un gran honor para mí volver a verle, muchacho!

—Lo mismo digo, Su Majestad. Para mí también es una alegría y un honor reencontrarme con usted —respondió con formalidad el rey más joven.

—Y cuénteme... —empezó a decir Magnus—, ¿qué ha estado haciendo todo este tiempo?

—He estado algo ocupado, ya sabe... cosas de reyes —dijo como broma. El rey sonrió ante eso; él siempre había tenido un aprecio muy grande por el hijo mayor de su más grande amigo.

El muchacho era recto, simpático, educado y centrado en todo, tanto en sus deberes como en sus propios deseos personales. Sin duda alguna, Leonardo había educado a su primogénito como un rey a la altura.

—Oh, yo comprendo eso, los primeros años de reinado son los más complicados —le respondió el rey—. Pero ya aprenderá; es usted más inteligente que muchos, y aquí entre nos, incluso más que sus hermanos —le dijo con un susurro suave y en tono de broma.

Leonidas solo se limitó a reír. Al parecer, el rey tampoco se había enterado de la muerte de sus otros hermanos. Era un dato que le dolía recordar aún, incluso le pesaba llevar la carga de cada una de las muertes. También era algo que se le olvidó mencionar en la carta que envió. El rey Magnus apenas sabía de la muerte de su amigo Leonardo.

—A todo eso, ¿dónde están sus hermanos? ¿Han venido con usted? —preguntó el rey con curiosidad.

—Solo uno de ellos. El menor, el príncipe Lorenzo I —le informó Leonidas—. Los demás ya no están —enunció con pesar, intentando tragar ese nudo amargo que se había formado en su garganta.

—Oh, entiendo —murmuró Magnus con entendimiento. Lo que le había pasado a Leonidas era algo muy común entre los hijos de los reyes; Magnus también había pasado por lo mismo con sus dos hermanos—. Lamento mucho esa situación, también lamento haber realizado esa broma tan tonta sin tener conocimiento de lo que pasó. Espero me perdones —dijo apenado el rey.

—No hay por qué disculparse, señor. Ellos buscaron su propio destino. Además, usted tiene razón, siempre fui mejor que ellos —dijo Leonidas en tono de broma para aligerar el ambiente.

—Por supuesto, siempre lo noté —afirmó el rey ante la broma—. Es curioso, ¿sabes? —siguió diciendo.

—¿Qué es curioso? —preguntó Leonidas, quien seguía el juego de Magnus IV.

Una mujer algo mayor y canosa pasó por el lado de ellos. Esta ofrecía una bebida a los dos reyes. Magnus le indicó al copero real que probara de la copa. Cuando se aseguraron de que no llevaba veneno, ambos reyes empezaron a beber mientras continuaban charlando.

—Lo curioso, rey Leonidas, es que siempre supe que sería usted un rey a la altura —mencionó Magnus, para después agregar—: ¿Ya esta casado? —dijo de pronto.

Leonidas quedó algo impresionado y en shock por la pregunta. Incluso se atragantó un poco con el vino, pero rápidamente volvió en sí.

—Eh... no —tartamudeó un poco, pero solo un poco—. Yo aún no me he casado. ¿Por qué la pregunta, mi señor?

—Por favor, la palabra "señor" me hace sentir más viejo. Dime Magnus —le permitió el rey—. Sé que es una pregunta fuera de lugar y muy irrespetuosa, pero como puede ver, estoy algo desesperado por mi hija.

—Oh —murmuró el joven. Se sentía algo apenado por la pregunta tan repentina, además de las intenciones de Magnus. Más o menos tenía cierta idea de lo que diría el rey.

—Déjeme decirle, rey Magnus, que para mí sería el honor más grande poder casarme con su hija, la princesa y heredera a su trono. No habría algo más maravilloso en este mundo.

—¿Pero? —preguntó el rey con curiosidad.

—Pero no podría abandonar mi reino después de lo que pasó con mi padre. Ellos me necesitan, y casarme con la princesa Isabella implicaría abandonar mi otro reino. Además, tampoco creo que sea de su agrado que Isabella venga conmigo.

—En eso tienes razón —afirmó el rey—. Es una lástima. Siempre pensé que usted e Isabella podrían formar un hogar; su padre y yo solíamos bromear con ello —enunció Magnus con diversión.

Leonidas solo se sentía cada vez más sonrojado, pues jamás imaginó que el rey lo vería como posible yerno.

—Ah, sí, sería algo maravilloso, ¿no? —mencionó algo avergonzado. Después, le informó al rey Magnus lo siguiente—: Pero no debe preocuparse, mi hermano menor, el príncipe Lorenzo, ha venido como candidato para la princesa. Él está más que encantado de conocerla y conquistar el corazón de su amada hija.

—¡Oh, eso es una maravilla! —dijo con alegría—. Leonardo estaría feliz de escuchar eso. Recuerdo los días en que me decía lo preocupado que se encontraba por encontrar las mejores doncellas para sus ocho hijos. Ahora usted hace lo correcto en honor a su padre. Él estaría muy orgulloso de usted, Leonidas.

—Muchas gracias, rey Magnus...

Y así, el rey Magnus y el rey Leonidas siguieron charlando y recordando viejos tiempos. Mientras tanto, Lorenzo había salido al jardín a tomar aire fresco; era una de las pocas veces que asistía a un baile real. Normalmente era Leonidas quien se encargaba de todo, mientras él y sus seis hermanos se dispersaban por los salones y pasillos de los castillos a los cuales eran invitados. Pero en esta ocasión estaba completamente solo.

Mentiría si dijera que no le hacían falta los demás. No culpaba completamente a Leonidas por la muerte de sus hermanos; él también arrastraba parte de esa culpa, pero estaba seguro de que habían hecho lo correcto.

Lorenzo caminó hasta una banca en los jardines y se sentó en ella. Había una pequeña brisa y era agradable. Era otoño, una de sus épocas favoritas; traía un sinnúmero de recuerdos en esta temporada. Estaba seguro de que si Leonidas tuviera más tiempo para sí mismo recordaría esta fecha con más facilidad.

También pensó en María. La extrañaba demasiado, ¿cómo viviría ahora sin ella? ¿Dónde debería empezar a buscarla?

La vida sin su doncella tenía poco sentido, al menos eso es lo que pensaba Lorenzo. Él quería y anhelaba de regreso a su mujer, a esa dama con la que tantas veces había soñado. Su corazón caía cada vez más dentro de un agujero sin salida, y su cerebro se encargaba de repetir una y otra vez la palabra "cortejo", recordándole el porqué ahora se encontraba en aquellas tierras extrañas.

La verdad, no quería casarse. No ahora. Y si lo hacía, sería con esa mujer de cabello negro y largo, la dueña de cada uno de sus suspiros, que por desgracia ya no estaba con él.

La música empezó a escucharse desde lo lejos, dando inicio al gran baile, pero no deseaba regresar. Leonidas le había dado una orden clara, pero aun así decidió llevarle la contraria a su hermano aunque fuera solo por esa vez.

Después de todo, si las cosas salían como lo planearon, ya no volvería a ver a su hermano durante largos periodos de tiempo; Leonidas incluso ni siquiera podría mandar sobre él. Fue con ese pequeño pensamiento que tomó una decisión. Al final, no era tan mala la idea de conquistar a la hija del rey Magnus. Si lograba contraer matrimonio con la princesa, tendría acceso a muchos de sus deseos, y empezaría por el primero de todos ellos...

Corrió hasta el palacio, deseando llegar a tiempo. Cuando estuvo adentro del gran castillo, especialmente en el salón de baile, buscó a su hermano por todos lados hasta que lo encontró charlando con una joven dama.

—Lamento interrumpir —pronunció con voz amena.

Leonidas se dirigió a él después de eso.

—Vaya, llega temprano —dijo con diversión—. Pensé que le costaría un poco más.

—Déjese de juegos, Leonidas. Ahora solo necesito un favor.

—¿Cuál, si es que se puede saber?

—Podría ayudarme a conquistar a Isabella. No sé cómo cortejar a una dama.

Su hermano mayor solo se quedó asombrado por las palabras que salían de la boca del menor. ¿De verdad este era el mismo hombre que decía estar enamorado de la sirvienta?

—¿Qué está pasando con usted, hermano? —preguntó con suspicacia. Si Lorenzo había cambiado de opinión tan repentinamente, significaba que algo estaba tramando.

—Nada —dijo el menor en su defensa—. Solo pensé en lo que dijo. Creo que tiene usted razón...

—Cuidado con lo que planea, Lorenzo. No vaya a jugar con fuego o podría quemarse —le reprochó el mayor.

—¿No era eso lo que quería usted de mí? —preguntó con sarcasmo—. Usted me llevó a esto.

—En efecto, yo mismo le traje aquí bajo esas intenciones, pero usted, hermano mío, si no mal recuerdo, estaba en contra de esto. ¿Qué le hizo cambiar de opinión tan pronto?

—Le prometo que no es nada malo, simplemente me di cuenta de que tenía razón. Además, antes de venir aquí también le prometí que lo intentaría. Ayúdeme, por favor —terminó diciendo.

En el rostro de Leonidas se formó una sonrisa enorme. Al final, su hermano estaba aceptando las cosas como era debido. Para él significaba mucho que Lorenzo asentara cabeza. El futuro de su amado hermano menor ahora sería más brillante y prometedor.

Además, estaría rodeado de riquezas, una mujer muy bella y coronado como un rey. Su padre, el difunto rey Leonardo, estaría encantado de saber que sus dos hijos ahora serían conocidos como reyes, algo que ocurría muy pocas veces. No todos los hijos de un rey llegan al trono como tales, tal vez solo uno de ellos.

—Me alegra mucho poder escuchar eso, y con voluntad propia además —respondió Leonidas—. De acuerdo, lo ayudaré.

—Bien, ¿qué debo hacer?

—¿Usted? Nada —respondió con diversión—. No vaya a ser que lo arruine.

—¡Leonidas! —dijo Lorenzo un tanto ofendido y casi gritando, pero manteniendo un tono bajo—. ¿Cómo se supone que debo conquistar a la princesa sin hacer nada?

—Déjeme todo a mí. Yo mismo me encargaré.

—¿Qué..?, ¿cómo? —murmuró con confusión.

Leonidas solo sonrió y le explicó lo que había estado hablando con el rey Magnus.

—¿Así de simple es? —preguntó Lorenzo, aún más confundido.

—Claro. Usted no haga nada, o arruinará todo. Ni siquiera mueva un solo dedo —le advirtió Leonidas, aunque seguía sonriendo al recordar todo lo que había planeado junto al rey Magnus.

—Bien, he de confiar en usted, hermano —respondió Lorenzo con simpleza.

Se disponía a caminar hacia el otro lado del salón, pero fue detenido por su hermano.

—Aún no confío del todo —le dijo Leonidas en un susurro—. ¿Por qué no quiere decirme lo que lo hizo cambiar de opinión?

—Ya se lo he dicho, hermano. Es usted quien no desea creerme —contestó Lorenzo encogiéndose de hombros.

—Por favor, Lorenzo, no haga nada en contra de las leyes. Sabe que eso podría acabar con su vida y la paz del reino.

—Conozco muy bien las leyes, hermano. No tiene por qué temer.

Leonidas lo observó atentamente a los ojos, buscando la verdadera razón detrás del repentino cambio de actitud de Lorenzo. Pero cuando no encontró nada concluyente, decidió liberarlo.

—De acuerdo. Recuerde lo que le he dicho, Lorenzo.

Lorenzo asintió y continuó su camino, dejando a Leonidas con una mezcla de alivio y desconfianza. Por un lado, era alentador que su hermano finalmente mostrara interés en el futuro que habían planeado. Por otro, el cambio había sido tan abrupto que resultaba difícil de creer.

Leonidas suspiró profundamente mientras miraba a su alrededor, asegurándose de que todo estuviera bajo control. La noche apenas comenzaba, y aunque confiaba en sus habilidades para manejar cualquier eventualidad, sabía que Lorenzo siempre era un factor impredecible.

Mientras tanto, Lorenzo avanzaba por el salón, con una expresión que no dejaba entrever sus verdaderos pensamientos. Tal vez Leonidas tenía razón al no confiar del todo en él, pero Lorenzo tenía sus propias razones, motivos que no estaba dispuesto a compartir. Al menos, no todavía.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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