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Parte 2

— Usted no tiene autorización para estar aquí — le reprendió Angelina a María — Solo el hijo del rey tiene el derecho de estar en este lugar y ...

— ¿Acaso usted tiene el derecho de hablarme de esa forma? — preguntó ofendida y molesta, cortando las palabras que Angelina estaba a punto de decir — Hasta donde sé, yo aún continúo siendo la reina de Luminis.

— Hace mucho tiempo le perdí el respeto, pues a causa suya hoy en día nos encontramos en esta situación — le recriminó Angelina. Pero esto solo causó un problema aún mayor — El rey estará molesto si se da cuenta que usted vino con nosotros al túnel.

— No lo creo — negó María. Aunque esta sabía en su interior que así sería, pero se encargaría de eso más tarde — El aún me ama; solo se encuentra bajo presión, pero una cosa es segura, Angelina, si salimos vivos de esto yo misma me encargaré de usted — le amenazó.

En eso llegó el heredero y futuro rey, este venía resguardado por dos guardias reales.

El rey les había dado orden precisa de no separarse de su hijo bajo ninguna circunstancia.

— ¿Por qué mi madre no es bienvenida, Angelina? — preguntó Magnus con molestia evidente. La pregunta fue formulada bajo ironía, pues el hijo del rey creía firmemente en que su madre debía ser protegida — ¿Quién es usted para hablarle de esa forma?

Angelina vio con sorpresa al joven e inmediatamente bajo su cabeza en señal de sumisión. Porque desde hace mucho tiempo aquel niño dulce y amable dejó de existir, desde que María empezó a criarlo, él pequeño Magnus creció y se convirtió en un hombre manipulador y engreído. Su lado amable solo surgía ante la presencia de su padre y al estar junto a María, a quien el pequeño amaba.

— Yo... yo... solo decía que son órdenes del rey...

— No le mienta a mi hijo, Angelina — contraatacó María con altanería — ¿Le quiere ver la cara de tonto al futuro rey?

— ¡No! — negó la dama — No es eso... es solo que el rey...

— Está claro que mi padre solo se encuentra bajo la presión del reino y más aún con la revolución que hay allí afuera, pero no por eso significa que papá dejara que mi madre ande por ahí sin ninguna protección — dijo el joven con enojo — No me quiere ver como un ignorante, Angelina, la escuche claramente al acercarme aquí — le dijo entre dientes — Quien no debería estar aquí es usted. Dele gracias al cielo que mi padre se compadeció de usted, sino fuera por eso, estuviera allá arriba junto a los demás empleados — le dijo de manera despectiva.

— Así es hijo mío. Hay gente en este lugar que es mal agradecida — dijo María de manera altanera — Mejor continuemos buscando la salida de emergencia; no quiero correr el riesgo a que nos encuentren aquí.

— Está bien, madre.

— Mi pequeño Magnus, ¿por qué no va con los guardias por ese camino? — dijo señalándoles el lugar — Angelina y yo buscaremos por el del lado izquierdo, quizás sea más rápido encontrar una salida de esa manera.

— ¿No vendrá conmigo?

— No, hijo mío. Créame, es más rápido buscar una solución, así como le he indicado.

— Está bien, pero tenga mucho cuidado.

— Lo haré — le dijo María mientras le sonreía.

El joven príncipe fue por el camino que quedaba a su mano derecha; pensó en que quizás su madre tenía mucha razón al decir que sería más eficaz y rápido encontrar una salida si lograban separarse. Lo cual era mentira de la peli negra, había algo más profundo y sombrío detrás de sus planes. Angelina también dudo en ir con aquella mujer, sabía que no podía confiarse de la actual reina.

— Entonces, Angelina, ¿nos vamos? — pregunto con descaro.

— No iré a ningún lado con usted, María.

— Bien, entonces será mejor que se quede aquí, de todos modos, no es alguien muy útil para nosotros.

— En eso se equivoca, creo que de las dos soy la que más ha hecho por la realeza. Por algo era yo la dama favorita de la reina Isabella.

— Ambas eran iguales, Angelina. Eran las dos inservibles, por eso se comprendían muy bien — enuncio María con mucho veneno en la voz — Puede quedarse aquí, en este lugar mugriento y lleno de excremento de ratas, es aquí donde pertenece de todos modos.

Angelina intento no sentirse ofendida con las palabras de María, pues sabía que solo lo hacía por maldad. Aunque en lo más profundo de ella, esas palabras le habían dolido demasiado, en muchas ocasiones escucho palabras parecidas, incluso de su propia familia, pues no tuvo una buena infancia.

— Por mucho que usted trate de aparentar ser mejor que nosotros... ser mejor que la reina Isabella, déjeme decirle, María, que jamás lo será, ni en esta, ni en otra vida — se atrevió a decirle, Angelina había utilizado el mismo veneno en su voz para darle donde más le dolía.

María sintió su sangre hervir por aquellas palabras, su respiración era entrecortada y además su cuerpo tembló un poco ante aquella situación tan acalorada.

— El destino le dará una lección que jamás olvidara, María, los malos nunca ganan, grávese eso en la cabeza.

— Es extraño entonces... — murmuro con una sonrisa que daba miedo — Porque yo ya gané, ¿ve por aquí a la insípida e inútil de Isabella, Angelina?

— No... — respondió dubitativamente, no sabiendo que era lo que María trataba de decir.

— Eso significa entonces que ya gané — sonrió la peli negra con orgullo, no estaba arrepentida en lo absoluto.

María se acercó a Angelina con pasos lentos, cautelosos y aparentemente tranquilos, como lo haría un depredador con su presa. Angelina solo tomo una corta respiración y así lo mantuvo, fue como un pequeño reflejo ante el peligro evidente, incluso sus extremidades dudaron en moverse, era como si temiese despertar el instinto asesino de aquella mujer.

— Le diré un secreto, uno que quizás le remueva el alma y la despierte de esta... cruel vida que está experimentando, Angelina — dijo con voz baja y un tanto peligrosa — Fui yo quien se encargó de enviar a Isabella al otro mundo, yo me encargue de desaparecerla...

Angelina tomo el valor para reprender a aquella mujer  y corto la frase que aquella serpiente estaba a punto de decir:

— No es ninguna sorpresa para mí, María, yo sabía desde mi interior que usted había causado todo esto — le dijo ella con un poco de miedo, pero tratando de demostrar valentía — Creo que el rey también lo piensa de este modo, ¿o no? — le recrimino con una sonrisa — Por esa razón impidió que la protegieran a usted también, estoy segura de que después de esta... guerra, mandara a ejecutarla por sus crímenes.

— Pero no estará usted ahí para verlo... — susurro peligrosamente.

Angelina ni siquiera pudo reaccionar ante lo siguiente, María cargaba con ella una especie de daga, la traía escondida bajo los cintos de sus vestidos. Quien diría que aquella mujer con cara de ángel tendría en ella una enorme cantidad de veneno, un veneno tan mortal como la que poseía la cobra real, porque eso era lo que ella era, una serpiente vestida con la piel de una mujer, de una mujer humana y sin valores.

— He de pagar mis crímenes — acepto María — Pero no hoy... — susurro cerca del rostro de Angelina.

Con la daga incrustada en su vientre, Angelina no resistió más y desplomo en el suelo, María estuvo ahí durante varios minutos viendo como aquella mujer jadeaba en busca de aire, hasta que sus ojos se cerraron y dejo de moverse.

— Nos veremos cuando llegue mi hora, mientras tanto lo único que me queda es decirle "ad proximum, amica mea" — dijo sonriendo con satisfacción.

María se fue entonces de la escena del crimen, así diría que no era la culpable de la muerte de Angelina.

No muy lejos de ahí, Leónidas se preparaba para batallar contra el otro reino y salvar a su pequeño hermano. Isabella se notaba ansiosa, sabía que, si las cosas llegaban a más, el reino caería en "picada", pues tardarían en recuperar lo perdido. Y no estaba hablando de cosas materiales, no, ella pensaba en su hijo Magnus y en su esposo Lorenzo, ella tardaría una eternidad en recuperarse si algo malo pasaba con ellos.

— No se preocupe, reina Isabella, todo estará bien — dijo Leónidas tratando de consolar a su cuñada. El término "reina" asombro un poco a Isabella, pues ante el mundo había dejado de ser reina desde el primer momento que fue secuestrada. 

Para Isabella, que Leónidas la llamara de esa manera significaba mucho, el hombre no era tan expresivo, incluso era un poco machista, pero si el aun la consideraba como la nobleza, entonces era una buena señal. También significaba que, si Leónidas la miraba como reina, el mundo también lo haría otra vez.

— Solo tome sus cosas, partiremos esta noche, hay que llegar lo antes posible a Luminis — informo el rey.

— Esta... esta bien — dijo con un poco de temblor en la voz y el cuerpo.

Esa misma noche, tal y como el rey lo había ordenado, Isabella y sus hijas regresaron a lo que era su hogar, acompañada por el tío de las niñas y otras personas que se encargarían de su protección al estar allá mismo.

— Entraremos por los túneles subterráneos, Isabella — le dijo Leónidas en tono serio y sin una pizca de amabilidad, en estos momentos estaba en modo rey, pues era una situación complicada que requería de órdenes directas para que todo saliera según lo planeado. Esto a Isabella no la perturbo, sabía que era por el bien de todos y del reino, más que nada por sus familiares.

— Esta bien — le dijo ella en acuerdo — Como usted lo diga, rey Leónidas.

— Todos los demás, no se separen de la reina Isabella y de las niñas, ¡o la pagaran muy caro! — les ordeno con voz firme.

Los demás también estuvieron de acuerdo con el plan, además, no es que tuvieran otra opción.

Al llegar ahí, pudieron divisar la revuelta de la gente, eran miles de personas intentando ingresar hacia el interior del palacio, mientras que otros solo aprovechaban la situación para robar, matar o deshacerse de todo lo que estaba a su paso. 

— Oh cielos... — murmuro la exreina con aflicción y temor. Sus ojos se pusieron cristalinos debido a las lágrimas que estaban a punto de caer.

— Esta bien, Isabella, esperemos que aún no haya pasado nada malo con ellos — dijo su cuñado de manera imperturbable. Como siempre lo fue.

— S-si... esperemos que así sea — susurro con miedo, pero llena de esperanzas.

— Debemos ir ahora mismo hacia los túneles, entraremos por ahí y sacaremos a mi hermano y sobrino — recordó el rey el plan inicial.

— De acuerdo... no hay tiempo que perder — dijo ella con ansias. No podía más contra la presión en su pecho, pues ansiaba volver a ver a su hijo, más aún, saber que se encontraba bien. 

Leónidas los dirigió a ambos hasta una de las entradas secretas del palacio, aunque a partir de ahí dependería más de Isabella.

— Es su turno — dijo Leónidas sin ni siquiera mirarla.

— ¿Que? — pregunto ella anonadada, nunca nadie la había dejado dirigir una misión, pues se suponía era un trabajo para hombres.

— Es hora, Isabella, de tomar las riendas en esta misión — dijo con aquella voz ronca y varonil, haciéndole saber que no bromeaba respecto a eso. Y es por eso que Isabella estaba impactada.

— "¿Leónidas me está pidiendo dirigir?" — pensó Isabella con incredulidad. — "El, que es un hombre reacio a creer que una mujer es capaz de dirigir una tropa" — se preguntó. Todo eso lo pensó en cuestión de segundos, que Leónidas dijera algo así ya era algo impactante.

— ¿Quién más que usted conoce este castillo? — pregunto con obviedad — Usted es la única que puede llevarnos por estos túneles hacia el interior del palacio.

— Si, tiene razón, lamento no haberlo pensado así — se disculpó con un poco de vergüenza.

Isabella entonces se colocó al frente de todos, solo a la par de su cuñado, era el único al que no debía darle la espalda, y fue entonces cuando todos los que iban con ellos ingresaron a ese lugar.

Un tiempo más tarde, más precisamente después de un buen recorrido, llegaron hacia el centro del lugar, a partir de ahí el camino se dividía en tres partes. Pero lo que realmente llamo su atención, fue ver a una joven tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre, poseía una especie de herida hecha por un arma filosa, pero era un poco más pequeña como para pensar que fue ocasionada por una espada. Era una herida hecha por algo más pequeño, una daga, eso debía haber sido.

— Oh — murmuro Isabella en shock — Que atroz situación — Leónidas solo asintió en acuerdo a esas palabras.

— "Aun no se ha visto lo peor" — pensó Leónidas.

La mujer aquella tenía el cabello sobre su rostro, así que desde aquella distancia no podían saber con exactitud de quien se trataba y más sumándole el hecho de que su rostro estaba cubierto con sus cabellos, como si se tratase de una cortina, pero Isabella sentía una corazonada, una inquietud, por lo que no se movió de su lugar cuando su cuñado ordeno que se movieran y siguieran avanzando. En cambio, Isabella dio pasos en dirección a aquella mujer.

— Isabella... — susurro Leónidas en confusión — Debemos avanzar, ¿qué está haciendo?

— Solo... solo deme un momento — dijo ella en voz baja.

Con un poco de temor, y con sus manos temblorosas, Isabella poco a poco fue apartando el cabello de aquella mujer del rostro de esta misma. Hasta que quedo en shock al ver de quien se trataba.

Su mano fue inmediatamente a su boca y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. 

— No... — dijo con incredulidad — No es posible... — siguió diciendo con la voz quebradiza.

— Isabella, ¿está usted bien? — le pregunto Leónidas confundido desde el otro lado, pues este no se había movido de su lugar — ¿Quién era ella?

—  Mi.... era mi dama... ella era mi dama de compañía — dijo entre sollozos.

— Encontraremos a alguien más que la remplace entonces, no llore por una empleada a la cual podemos reemplazar — le aconsejo Leónidas sin entender el porqué del llanto de su cuñada por una criada como cualquier otra.

— No — negó Isabella — Usted no lo entiende...

— ¿Qué es lo que debo entender?

— Ella era más que mi criada... — sollozo la exreina.

— Era su amiga — dijo Leónidas a sabiondas. Ya había escuchado esa frase miles de veces.

— Si... — respondió Isabella — Quizás usted no lo entienda, porque usted cree que el amor y las amistades no existen, pero para mí, Angelina era como mi hermanita... 

— Comprendo... — respondió Leónidas simplemente, seguía sin creer en todo eso, pero si Isabella sufría por algo así, entonces lo mejor era guardar respeto a su sufrimiento. — ¿De verdad esta ella muerta? — pregunto con curiosidad, sin saber que fue demasiado directo al preguntar aquello, ya que solo hizo estremecer un poco a Isabella con esa pregunta — Lo siento — se disculpó.

— Si... — termino por responder ella.

— No creo.

— Mmm... ¿que? — dijo ella secando sus lágrimas.

— Desde aquí he podido notar que su pecho sube y baja debido a que aún sigue respirando. Es leve, pero respira — declaro con simpleza y como si aquello fuera algo tan minúsculo y común. — Quien sea que intento deshacerse de ella no lo hizo bien — dijo encogiéndose de hombros — Esa persona merece unas buenas lecciones...

— "Yo me encargaría de enseñarle bien, hasta con ejemplos claros y muy reales" — pensó con sarcasmo. Él sabía muy bien quien era la criminal detrás de todo eso.

Mientras que Isabella solo agradecía a los cielos por la vida de su amiga.

— Debemos sacarla de aquí y buscarle un médico que le ayude — dijo ella — Por favor, Leónidas — pidió ella con voz amable y esperanzada.

El acepto y envío a la joven con uno de los guardias que les acompañaban. Si lograban encontrar un médico en medio de este desastre entonces aquella joven tenía posibilidades de salir viva de ahí, si es que encontraban al médico...

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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