Parte 2
El agujero lleno de problemas en Luminis Imperium sumó uno nuevo; donde antes habían tierras fértiles ahora no quedaba nada de eso; al menos no para los súbditos del rey. Las tierras fueron vendidas al mejor postor; propiedad ahora de la corona y algunos nobles, no del pueblo; nadie más que la nobleza y la corona tenía el derecho a sembrar y cosechar en aquellas tierras — "prohibido el paso a terrenos fértiles para gente mediocre y pobre"— habían dicho en más de una ocasión.
Solo gente de altos recursos tenían el privilegio de ser dueños de aquellas grandes riquezas; hablando tanto del ganado, como de las aves del campo y de la tierra, dejando a un lado a todos los campesinos y padres de familia; quienes buscaban alguna manera de recuperar lo perdido. Pues habían muchas familias que alimentar y la corona no parecía interesada en solucionar el conflicto.
— ¡Mis hijos están enfermos, ni siquiera puedo alimentarles como se debe ya que la corona me quitó mi propiedad! — gritó uno de los patriarcas — ¡Están enfermos de hambre y deshidratados, ya no hay agua ni comida!
— ¡Tenemos hambre y sed! — gritó otro.
Los ancianos se vieron inmersos en la resolución de aquel problema ya que el rey no parecía interesado en salir de su habitación. Así que el trabajo les costó caro a los ancianos, metafóricamente hablando.
— ¡Queremos nuestras tierras otra vez!
— ¡O que al menos el rey haga algo para saciar el hambre del pueblo!
Miles de aldeanos estaban reunidos afuera de la sala de reunión; lugar donde los ancianos solían asistir. Estaban todos amontonados impidiendo el paso hacia la salida, había mucha revuelta allá en aquel patio, y estaban casi atemorizando a los del consejo.
— ¿Qué haremos ahora? — preguntó uno de los ancianos — Esta gente no nos dejara ir fácilmente. Ni siquiera sé a qué se debe todo esto.
— Al parecer hablan de sus propiedades. Alguien les quitó sus terrenos y los privó del alimento y el agua.
— ¿Quien haría tal cosa? — volvió a preguntar con intriga — ¿No es eso un delito?
— Sabe muy bien quien fue. No es noticia vieja — respondió Humberto mientras seguía escribiendo tranquilamente en uno de los papiros — Ahora quieren que nos encarguemos de resolver sus problemas; por eso están aquí.
— ¿Es eso un delito? — presionó — ¿Qué dice el reglamento respecto a eso?
— No hay ley que respalde al pueblo en este sentido — dijo Humberto con calma, sin inmutarse por lo que pasaba allá afuera — Las tierras pertenecen a la corona, prestadas nada más para el servicio del pueblo. Tienen derecho a reclamarlas de nuevo.
— ¡Pero eso solo afecta al pueblo!
— Por supuesto que sí. No he dicho lo contrario; aunque al parecer a la corona se le ocurrió que este momento seria el adecuado para reclamar sus tierras, dejando a miles de familia sin alimento para pasar el próximo invierno.
— ¡Que injusticia! — exclamó — ¡Ahora hemos de limpiar su desorden!
Humberto no respondió, solo siguió trabajando en sus papiros sin prestar atención a la revuelta que había allá en el exterior de la sala de consejos.
Pedro, por otro lado; miraba tranquilamente por la ventana. Vio como los aldeanos intentaban ingresar hacia adentro de aquella construcción pero sin tener éxito.
— ¿Qué tanto piensa, compañero Pedro? — le preguntó Humberto, al ver como su compañero no se había movido de aquel lugar desde hace más de media hora.
— En nada realmente. Solo estoy impactado por el giro de los acontecimientos. Hace mucho tiempo que no pasaba algo como esto.
— Mmm... — murmuró el consejero con desinterés, y siguió en lo suyo.
— ¡¿Por qué están todos tan tranquilos!? — exclamó ya hastiado otro de los consejeros — El pueblo se muere de hambre y están aquí como si nada estuviese pasando allá afuera.
— ¿Y qué se supone debemos hacer? — preguntó Pedro con ironía — ¡Acláreme usted la mente! El rey ya ni siquiera tiene el ánimo de vernos o escucharnos, ¿qué debemos hacer?
— Obligarlo. Su deber es reinar así como también resolver los problemas del pueblo. No puede echarnos toda la carga encima.
— Nos matarán si nos acercamos a la habitación del rey. Los guardias lo tomarán como un atentado en contra del soberano ya que no nos ha llamado.
— A menos que también estén de nuestro lado.
— Es casi imposible que eso suceda — volvió a responder Pedro — Mejor haga lo mismo que todos nosotros. Siéntese y planee usted alguna estrategia que funcione para detener a esta gente.
— ¡Es injusto!
Al caer la madrugada todas aquellas personas abandonaron el lugar; momento exacto para que los ancianos pudieran irse también a casa.
— No voy a soportar mucho más tiempo esta clase de actos — les advirtió — Si el rey no hace nada entonces que el pueblo tome una decisión.
— Un reino sin un rey es blanco fácil — respondió Humberto simplemente y sin levantar su cabeza de aquellos papiros.
— De alguna u otra forma moriremos. Si no es a manos enemigas será por falta de alimento y agua — diciendo esto salió, no sin antes dar un portazo que resonó por toda aquella sala.
Humberto y Pedro fueron los únicos que quedaron en la sala del consejo, esperaron que todos se fueran para poder hablar tranquilamente.
— Fue una buena idea lo de ocultar esos papeles — expresó Humberto con tranquilidad — Si los hubieran encontrado, todo hubiera sido un enorme desastre.
— Se lo dije — pronunció Pedro lleno de orgullo por tan brillante idea — Hubieran condenado a muerte al soberano.
— Aunque lo merece — dijo encogiéndose de hombros — Todo esto fue culpa suya, nos trajo muchos problemas.
— En todo reino hay problemas. Que no los sepamos no significa que no pasen — respondió Pedro a su compañero — No hay ni un solo reino que no pase por dificultades. Muchos reyes lo hacen adrede, no así nuestro soberano.
— Bueno... entonces... — dijo Humberto mientras intentaba pensar en algo — ¿Qué hemos de hacer?
— No lo sé. Estamos encubriendo al rey; ruego a los cielos que no nos descubran. En cuanto a la resolución del problema de todas esas familias... no tengo idea de que hacer o cómo resolverlo.
— Pensemos en algo entonces. No puede seguir así la situación — Humberto se puso en pie, tomó los papiros que llevaba escribiendo desde el amanecer y los guardo en unos estantes.
— ¿Qué es eso? — preguntó Pedro con curiosidad — ¿Por qué tanto afán en esos papiros?
— Solo son algunos registros que se me ocurrió hacer. Alguien debe guardar la historia de nuestro reino.
— ¿Qué no es trabajo de los historiadores que el rey tiene como empleados?
— ¿Cree usted, anciano Pedro, qué con este desorden en el reino, el rey ordenará registrar estos datos?
— Bueno... creo que es hora de ir a casa — termino diciendo, evadiendo así la pregunta de su compañero. Después de todo, era cierto lo que Humberto decía.
— Tiene usted razón, aunque con estos conflictos deberíamos ir pensando en traer víveres, agua y ropa hacia la sala de consejo, porque ya me estoy hartando de esconderme y salir de casa antes que el sol.
— Podría ser una buena idea...
Así, aquellos dos ancianos salieron del trabajo y fueron directamente a casa. Ya llevan algunos meses de aquella manera; donde a causa de la revolución del pueblo salían a altas horas de la madrugada. Y regresaban también antes de que los rayos de sol tocaran la tierra, así evitan una confrontación con los pueblerinos.
Mientras tanto; en el castillo también habían cambiado muchas cosas. María había tomado posesión de la corona, convertida ahora en la nueva reina. Como segunda esposa fue su derecho al trono, ya que la reina heredera no estaba presente; era deber de la segunda esposa (si es que el rey tenía) tomar la corona como suya y reinar al lado de su esposo a falta de la heredera.
Fue así como María había tomado el reino, la corona y el trono.
Lorenzo, sumido en la depresión, no salía de aquel lugar, rodeado solamente de cuatro paredes. Ya ni siquiera parecía el mismo Lorenzo, estaba ahí, con su vista perdida en un punto fijo de aquella pared vieja y mohosa, con las cortinas completamente cerradas y tapando todo indicio de luz, pues la oscuridad era lo único que el rey anhelaba. Ya ni su voz se volvió a escuchar; parecía simplemente otro más de los monumentos en el castillo, pues el movimiento de su cuerpo era nulo, ya ni siquiera dormía bien.
— Su alteza... le he traído la cena. Es carne de ciervo, mi señor, tal y como al rey le gusta — dijo Angelina con plena sumisión — El rey debe probar algo de esto, no queremos que el soberano pierda fuerza, su pueblo lo necesita. Su hijo y su esposa anhelan al soberano; desean verlo ser el mismo otra vez...
Pero por más que la dama intentaba era en vano. El rey ni siquiera se inmutaba por las palabras. Ni siquiera había escuchado una sola sílaba.
— Mi señor...
Nada. Simplemente nada.
Angelina dejó la bandeja en la mesita de noche con la esperanza de que el rey probara algo. Aunque en el fondo sabía que no lo haría.
Caminando por los pasillos se encontró otra vez con la "reina". Quien con una brillante sonrisa venía caminando hacia ella, sonrisa plasmada en su rostro como diamantes brillantes y muy orgullosa de sí misma. Abanicándose con aquel hermoso abanico; un vestido morado pomposo y una enorme peluca de cabellos lacios y larga hasta los tobillos, adornando su cabeza con una tiara de oro y diamantes. Con su rostro maquillado y resaltando su hermoso rostro, no así su feo corazón, que por más maquillaje que se pusiera no podría ocultar su verdadero ser.
— Angelina, bella dama de compañía — enunció sonriente, con su cuerpo erguido, lleno de soberbia y de orgullo — ¿Cómo ha estado?, hace algunos días no la volví a ver en el palacio.
— Estaba fuera, mi soberana, por órdenes de los ancianos.
— ¿Ah; si? — preguntó con intriga — ¿Qué querían ellos?
— Estaban resolviendo el misterioso caso de la reina...
— ¿Qué no les basta con lo que les he dicho? — preguntó con enojo — Yo ya di mi versión de la historia, ¿es que acaso no creen en mi palabra?
— No es eso mi soberana — dijo Angelina con voz pasiva y tranquila, evitando enojar a aquella mujer — Solo es extraño que alguien quisiera atentar contra la reina, en vista de que hace ya muchos años los enemigos del reino cayeron en manos del difunto rey Magnus; Luminis no tenía enemigos, por esa razón a los ancianos les parece correcto averiguar más sobre los secuestradores de la reina.
— Antigua reina — aclaró tranquilamente la peli negra — Lamentablemente ella ya no se encuentra ejerciendo ese título. Que en paz descanse — dijo con rostro "melancólico".
— ¿Usted... usted cree que ella... que ella murió? — preguntó Angelina con temor y con unas enormes ganas de llorar.
— No quería decirlo en voz alta... pero es probable — dijo entonces con voz lastimera — Dígame algo; dama Angelina, han pasado ya algunos meses desde el incidente. ¿Cree que ella aún siga con vida?
Angelina entonces guardó silencio. Una lágrima se deslizó por su mejilla; y se rindió, dejó a un lado las esperanzas de poder encontrar a Isabella y a las princesas, al punto en el que se encontraban posiblemente la reina y las niñas hayan partido de este mundo hace mucho tiempo. Posiblemente el mismo día en que fueron raptadas.
— Con su permiso... me retiro... — dijo Angelina, aunque su voz entre cortada debido al nudo en su garganta.
— Puede retirarse — accedió la reina actual. Pero por dentro, aquella mujer rebosaba de alegría al ver sufrir a la antigua dama de la reina. Su felicidad fue ver sufrir a los demás. Ahora si, el mundo estaba pagando todo lo que le habían hecho.
María siguiendo haciendo de las suyas en aquel reino, fue la principal causante del hambre en el pueblo y de las compras y ventas de terrenos, también les quitó el ganado y las aves de corral a los aldeanos, causándoles a los súbditos grandes problemas. Y sin contar su extrema vanidad y superioridad...
— ¡Amado mío! — expresó con extrema alegría cuando ingresó en la habitación del soberano — Tengo excelentes noticias.
Esas palabras iluminaron el rostro del soberano; con enorme fe, aquel hombre se levantó del suelo frío y corrió hacia la peli negra. Tomó sus hombros y la miró directamente a los ojos.
— ¡Dígame que la han encontrado! — le dijo con esperanzas. Por primera vez en todos esos meses, el rey había demostrado algo más que una expresión vacía, en su rostro pasaban miles de emociones, una de ellas era la fe — ¡Por favor, dígame que han encontrado a mi familia!
María no respondió. Solo apartó las manos del rey y pasó a un lado dirigiéndose hacia el balcón.
— ¡Por favor, respóndame, María! ¿Qué acaso no ve la angustia y el desespero en mi? ¿Acaso no se compadece de mi a causa de mi sufrimiento?
— Por supuesto que si, amado. Lo he visto sufrir todo este tiempo; por eso no quiero darle esperanzas. El motivo de mi alegría era otra. Lamento mucho si eso causó esperanzas en el soberano.
El rostro del rey cayó ante aquellas palabras, todo indicio de alegría se esfumó como espuma cuando aquellas palabras hirientes salieron de la boca de la peli negra.
— Entonces... ¿por qué?...
— Han ingresado nuevas mercancías al reino. He comprado algunos terrenos y algunas telas para mi colección de vestidos. También han traído a mí algunas joyas preciosas y costosas. Las he de lucir en el baile del invierno.
El rey arrugó el entrecejo al escuchar esa declaración.
— No habrá baile — declaró — Cancele usted las invitaciones...
— ¡¿Qué?! ¿¡Pero por qué?!
— Porque no voy a celebrar una gran fiesta mientras mi amada y mis hijas no se encuentran aquí conmigo.
— Mi señor, entiendo bien que...
— No habrá celebración, María — declaró sin titubeos — Cancele todo como se lo ordene.
El fuerte tono de la voz de Lorenzo no dejaba dudas; el rey hablaba firmemente y con determinación; ese invierno no habría celebración.
— Como el rey ordene... — respondió María en tono calmo y sumiso. Al menos eso intentaba aparentar; ya que por dentro sentía molestia ante la negación de Lorenzo con respecto a organizar la fiesta de invierno.
El rey volvió a caer en las penumbras de aquella fría depresión. Era como caer una y otra vez en un agujero sin final. Así se sentía, un inútil bueno para nada; en un cobarde e ignorante; en un ser estúpido y maldito. Sin Isabella a su lado, era un don nadie, se arrepentía una y otra vez en no haberle dicho cuanto la amaba, aunque con sus acciones había cambiado, pero fue incapaz de decir aquellas palabras durante años, solo asegurándose de que no era algo pasajero, intentó hacer las cosas bien esta vez, y no defraudarse así mismo ni a aquella joven de cabellos como el fuego.
Cuando supo que aquel calor en su corazón al estar cerca de Isabella era real, que aquellas corrientes eléctricas que recorrían su cuerpo cada vez que ella tomaba su mano eran reales, cuando supo identificar las miradas tiernas que su esposa y reina le daba, supo entonces que estaba profundamente enamorado de aquella joven con rostro angelical y de acciones puras. Supo entonces que jamás podría vivir sin aquella mirada de esmeraldas verdes y llenas de comprensión y un amor puro e incondicional. Y era eso lo que estaba viviendo precisamente, y como le dolía en el alma saber que de ahora en adelante lo que más temía... sucedió.
Ahora solo quedaba vivir solo por vivir; simplemente existir pero con un vacío que imposibilita poder disfrutar y apreciar lo hermoso de la vida, porque su verdadera vida era Isabella, y sin ella ya no existe nada.
Sus hijas también eran su mundo, pero sin ninguna de las tres aquí... solo tenía que seguir existiendo, solo siguió porque Magnus aún lo necesitaba, por él luchó contra su mente y contra su corazón, luchando por estar presente por su hijo; pero con una parte del alma hecha pedazos.
Lorenzo tomó sus últimas fuerzas y se levantó del suelo donde estuvo llorando a sus hijas y esposa durante casi medio día. Con sus extremidades débiles y temblorosas, con sus pocas fuerzas camino hacia una mesita de noche; tomó la antorcha de la pared y se acercó a un estante lleno de papiros viejos y también la pluma con su respectiva tinta, y le escribió cartas a su amada, otra más que agregar a aquella pila de cartas sin enviar, pero que plasmaban el dolor y el sufrimiento de aquel rey que solo anhelaba morir si eso significaba volver a ver a la mujer de ojos verdes y de mirada dulce. Anhelante de volver a sentir aquellas caricias suaves y llenas de amor que solo Isabella sabía transmitir, extrañaba profundamente aquellos vestigios nocturnos de paseos sin final y noches donde solo existían ellos dos; perdidos completamente en la mirada del otro, en las caricias del otro, y en los besos suaves y dulces de su amada.
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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