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Parte 2

Mientras tanto, específicamente en el reino vecino, el cual fue nombrado como "Regnum Aureum" desde hace muchos siglos, se encontraba un rey llamado Leonidas VIII. Era el mayor de ocho hermanos y fue criado e instruido para sustituir a su padre cuando este partiera al mundo de los muertos. Hace unas cuantas noches, Leonidas había sido coronado como el nuevo rey de "Regnum Aureum".

Su padre había muerto en una batalla muy dura en defensa de su amada nación, dejando a su primogénito como el nuevo rey; pero eso no significaba que todo estuviera resuelto. La coronación de Leonidas desató en sus hermanos la histeria y la violencia; cada uno de los siete intentaba apartar a su nuevo rey del camino, así que uno a uno fueron perdiendo la vida a manos de Leonidas, quien tuvo que tomar medidas drásticas para evitar un desastre aún más grande. Esto implicaba deshacerse de sus hermanos menores a como diera lugar.

Excepto a uno de ellos.

El menor de los hermanos se llamaba Lorenzo Constantino I, a quien Leonidas le había perdonado la vida. Lorenzo, al ver la rebelión de sus hermanos en contra de Leonidas, juró lealtad a su nuevo rey, avisando de los planes que los otros seis tenían contra él. Por esa razón, Leonidas decidió mantener con vida a Lorenzo, quien había sido leal desde el principio. También le permitió conservar el título de príncipe y vivir bajo su mismo techo.

Por gratitud a su lealtad, Leonidas había decidido buscar una mejor oportunidad para su hermano menor. Quería demostrarle que la lealtad tenía sus privilegios. No fue hasta que recibió una invitación al baile real del reino Luminis Imperium que Leonidas supo que sus oraciones para su hermano habían sido escuchadas.

La carta era clara: se buscaba un pretendiente para la princesa Isabella Munoz III, quien debía contraer matrimonio por la ley antes de que su padre partiera de este mundo. La carta también mencionaba que el rey de Luminis Imperium se encontraba un poco mal de salud, por lo que debía casar a su hija en el breve lapso de tiempo que aún le quedaba.

La carta decía lo siguiente:

Al parecer, el rey Magnus IV no se había enterado de la muerte del padre de Leonidas y antiguo rey de Regnum Aureum. Sin embargo, la invitación era clara: el propósito de invitar a los hijos de Leonardo al gran baile real era para que alguno pudiera cortejar a la princesa Isabella durante el evento. Ahora que el padre de Leonidas ya no estaba en este mundo, él podía tomar su lugar como representante y llevar a Lorenzo como candidato al baile.

Leonidas decidió enviar una carta de aceptación para confirmar su asistencia al evento del día siguiente. Encomendó a su mensajero viajar a Luminis para asegurarse de que la carta llegara a tiempo ante el rey Magnus.

—¿Por qué lo veo más animado hoy, Leonidas? —preguntó Lorenzo, su hermano menor, con evidente desconfianza—. Empiezo a asustarme.

—Hermano mío —respondió Leonidas con una enorme sonrisa—, esta es su oportunidad para ser algo más que un príncipe.

—No sé si deba preguntar, pero... ¿a qué se refiere con eso? —dijo Lorenzo con tono preocupado. Conociendo a su hermano mayor, era evidente que tramaba algo, y parecía que él estaba involucrado en esos planes.

—No es algo de lo que deba preocuparse —respondió Leonidas, extendiéndole la carta.

Lorenzo tomó el pergamino con dudas y curiosidad. Lo leyó detenidamente, repitiendo el proceso varias veces hasta comprender todo.

—No estará planeando llevarme como futuro candidato, ¿o sí, Leonidas? —preguntó Lorenzo con voz tranquila pero firme.

La idea no le agradaba en absoluto. Era joven, aún menor de edad según los estándares de algunos reinos, y no tenía intención de contraer matrimonio en ese momento. Siempre había pensado en encontrar una dama adecuada para casarse, pero eso sería en el futuro. Ahora, simplemente quería disfrutar de su soltería y de la libertad que esta implicaba.

—Prometí que haría lo mejor para ti, Lorenzo. Pensé que algún día querrías ocupar el trono —dijo Leonidas con algo de asombro—. Creí que...

—No soy como ellos, hermano —respondió Lorenzo con seriedad—. Nunca se me pasó por la cabeza arrebatarle el trono ni el derecho a ser rey. Jamás lo deseé.

—Entiendo —dijo Leonidas tras un breve silencio—, pero es una lástima...

—¿Qué es una lástima? —preguntó Lorenzo nuevamente, aunque un nudo de nerviosismo empezaba a formarse en su interior.

—Dicen que la princesa Isabella es la mujer más hermosa de todos los tiempos. Además, como descendiente del rey Magnus, pertenece a un linaje noble —empezó Leonidas, intentando persuadirlo—. Ella podría llevarte a la cima del poder con tan solo casarse contigo, Lorenzo.

—¿Casarme? —repitió Lorenzo con escepticismo.

—Ahora quieres disfrutar de tu juventud —continuó Leonidas, ignorando su reacción—, pero ¿qué pasará después? No serás joven para siempre, y no todos los días se tiene una entrada gratis hacia un poder tan grande. Esta podría ser tu única oportunidad de ascender a un trono. Aquí, en Regnum Aureum, nunca tendrías esa posibilidad.

— Leonidas... — Lorenzo tenía el ceño fruncido cuando llamó a su hermano por su nombre — Dime que no ha enviado la carta.

— Bueno...

— Leonidas — le dijo el menor con un tono amenazador; aunque no lo estaba amenazando literalmente, le molestaba el hecho de que Leonidas haya tomado una decisión así sin preguntarle antes — ¡¿Por qué hizo eso!?, ¡¿por qué no consultó conmigo primero?!

— Punto uno, bájeme el tono de voz — le advirtió su hermano, aunque su tono demostraba lo calmado que estaba en ese momento, quizás ya estaba acostumbrado a los arranques de su hermano. — Punto dos, solo pienso en su futuro. ¿Qué le cuesta aceptar?

— Es que yo... — empezó diciendo, el menor sentía las mejillas un poco calientes. Esto no pasó desapercibido por el rey, pero decidió callar — Yo estoy enamorado de alguien más...

— ¿Quién?, ¿María? — preguntó con seriedad. — Ella no es buena para ti, Lorenzo.

El rey ya antes había visto a su hermanito seguir y coquetear con la mujer del servicio; era una mujer de cabello negro, alta y delgada; ojos oscuros y muy superficial.

Sí, de hecho el rey ya la conocía bien. María simplemente quería ocupar un cargo más alto que solo la servidumbre, no miraba con amor a Lorenzo, solo lo veía con ojos avariciosos. No le agradó el hecho de que Lorenzo parecía embrujado con aquella mujer.

Anteriormente, María había intentado con todas sus fuerzas llamar la atención de Leonidas, pero este no tenía interés en ella, ya que sabía de antemano las intenciones de esa mujer. Sin embargo, su hermano parecía menos observador. Era eso exactamente lo que le preocupaba de Lorenzo, que siguiera sus instintos de hombre y no razonara bien con la cabeza. Llevar a una mujer cualquiera al poder no era una opción.

— Lo dice como si ella fuera el enemigo — le recriminó Lorenzo con enojo.

— Por favor, mi hermano. Sabe que solo deseo lo mejor para usted — le dijo con sinceridad, aunque ante los ojos de Lorenzo no lo parecía de esa manera.

— No lo haré — declaró.

— La última vez que revisé, yo era quien daba las órdenes — contraatacó Leonidas. — Nuestro padre hubiera querido esto, Lorenzo. Sabes que él jamás le dejaría contraer matrimonio con María. Y yo tampoco — declaró con firmeza.

Lorenzo no volvió a decir una sola palabra. El silencio cayó en la sala del trono durante un buen rato. El menor se debatía internamente, ¿debería hacerlo? Parte de todo lo que su hermano mayor había dicho era verdad: no sería un joven para siempre y tendría que ir pensando en el futuro. Pero su corazón pertenecía a María. Estaba perdidamente enamorado de ella, una dama hermosa ante sus ojos.

Jamás habría alguien que igualara la belleza de una joven como lo era María. Con solo ver sus ojos café oscuro era suficiente para llevarlo a las estrellas. Tenía también un rostro angelical y una piel suave y delicada, cabello largo, negro y liso que caía más abajo de su cintura, un cabello realmente largo y brillante como el sol, su piel blanca como la sal, y esas largas pestañas negras que cubrían sus ojos. Sin duda alguna estaba enamorado. Y, en efecto, como todo hombre había pensado en tener hijos, pero siempre los había imaginado como una combinación de María y de él. Serían los niños más hermosos del mundo.

Y no podía permitir que su hermano lo arrastrara a casarse con alguien más.

— Pido permiso, mi rey, para retirarme — dijo, rompiendo el silencio.

Mientras tanto, a Leonidas le estaba entrando un dolor de cabeza. Sabía que sería difícil para su hermano tomar una decisión mientras María aún estuviera en el camino. No podría obligarlo a casarse con la hija del rey Magnus. Pero tampoco permitiría que María llegara a ser nombrada como una princesa real; era ilógico y, además, muy graciosa esa situación.

— Puede irse — otorgó el permiso.

Su hermano menor salió del cuarto real, dejando a Leonidas pensando en qué hacer con esa situación tan compleja. Si su padre estuviera vivo, sin duda alguna María ya ni siquiera estaría trabajando en el palacio. De hecho, muchas mujeres ya no estarían ahí; aquellas que se interponen en los planes reales son eliminadas del mapa.

De pronto, una luz llegó a los ojos del rey. Si no podía apartar a Lorenzo de María, entonces la quitaría a ella del camino de Lorenzo. De este modo, aunque fuera por obligación, Lorenzo tendría que pensar con claridad y encontrar una buena mujer, una menos avariciosa, por lo menos.

Y así lo hizo. Mandó a buscar a la mujer que tenía tan cautivado a su hermano.

— ¿Mandó a llamarme, mi amado rey? — dijo la mujer con voz melosa y dulce.

A Leonidas solo le dio arcadas; sabía lo que esa mujer tramaba.

— Hábleme con respeto, María, que yo soy superior a usted, y sus toques de coquetería no la llevarán a ningún lado, excepto a la horca — le dijo con seriedad y firmeza.

La mujer abrió los ojos como platos al verse amenazada.

— ¡Oh, mi rey! — expresó con "arrepentimiento". — No estaba tratando de seducirlo; lamento mucho la confusión.

— ¿Acaso cree que su rey y superior es un tonto? — le reprochó. — Recuerde que conmigo no funcionan esos trucos. Quizás tenga a mi hermano a sus pies, pero no lo logrará conmigo, mujer.

— Lo siento... — susurró con fingida melancolía y tristeza.

— Empaque sus cosas — le ordenó.

Ella levantó su cabeza de golpe al escuchar las órdenes.

— Será llevada como regalo hacia el reino de Terra Gloriae. Ahí servirá al rey Cironum de Alejandrion — le informó sin pesar alguno.

— Pero...

— ¡¿Acaso le he dado el permiso de hablar, María?! — le dijo con molestia. — ¿Qué insolencia es esa? ¿Acaso desea perder su cabeza?

— ¡No, mi rey, piedad! — le dijo soltando algunas lágrimas.

— Entonces haga lo que se le ordenó. Y una cosa más... — susurró con amenaza incluida — que Lorenzo no se entere de esto, porque si lo hace, María, quien morirá será usted — le dijo con poder y una promesa en sus palabras. — Si se entera, de cualquier manera, ya sea porque usted le avisó o porque envió a alguien, no me importará. Solo sé que morirá después de eso.

— Le prometo, mi rey... — dijo entre llantos. — Lorenzo no lo sabrá...

— ¿Lorenzo? — le preguntó con fingida diversión.

Ahí fue donde María se dio cuenta de su error.

— ¿Ahora lo llama Lorenzo? ¿Qué, acaso son hermanos o algo más, querida María? — siguió repitiendo Leonidas con sarcasmo. — Hasta donde sé, para usted es Lorenzo Constantino I, príncipe de mis tierras, lo cual me extraña que alguien de su categoría lo llame por su nombre y no por su título. Recuerde dónde pertenece usted, mujer insolente.

— Lo lamento, mi señor...

— Deje de lamentarse y vaya empacando sus cosas. Esta misma noche, al caer el sol, desaparecerá de mis tierras; no deseo verla más — ordenó el rey.

Leonidas le hizo un ademán a uno de los guardias, quien escoltó a la joven María fuera de ese lugar y también sería el mismo que la llevaría lejos de allí. Ordenó también a un escritor redactar una carta dirigida al reino de Terra Gloriae, en la que se mencionara que María era un regalo simbólico por los años de amistad entre sus reinos. Lo que el rey Cironum hiciera con María ya no sería problema suyo; solo esperaba que la mantuviera lo más lejos posible de su hermano Lorenzo.

Ahora solo quedaba esperar la partida de María y la discusión que se avecinaba con Lorenzo. Sabía, sin duda alguna, que al percatarse de la ausencia de María, este no se quedaría quieto hasta saber la verdad. Pero de sus labios no saldría ninguna información sobre el paradero de esa mujer avariciosa.

Leonidas también mandó a llamar a su mensajero para que esparciera, con mucho cuidado, la orden que daría a continuación. La cual era simple: nadie hablaría, mencionaría o le diría a Lorenzo sobre María y su paradero. Quien se atreviera a informarle los hechos yendo en contra de las órdenes del rey sería decapitado, torturado o ahorcado. Así de simple.

Leonidas solo quería lo mejor para su hermano. Aceptaba el hecho de que no quisiera contraer matrimonio con Isabella III o que incluso prefiriera conservar el título de príncipe durante el resto de sus días, pero jamás aceptaría un matrimonio que fuera en contra de sus leyes y moralidad.

María jamás sería adecuada para alguien de un linaje real y noble; de eso estaba cien por ciento seguro. Ahora solo quedaba buscar a alguien hermosa, especial y noble que robara el corazón de Lorenzo, haciendo que este se olvidara completamente de esa mujer, la cual ya no valía ni siquiera recordar su nombre.

Así pasaron las horas hasta que cayó la noche. El plan del rey había salido a la perfección: su hermano menor ni siquiera estaba enterado de lo que estaba a punto de suceder. Algo debía reconocer el rey sobre María: era una buena actriz. Lorenzo jamás se percató de lo que sucedía gracias a que esa mujer actuó como si no pasara nada. Todo parecía normal ante los ojos de Lorenzo.

De todas maneras, de eso dependía la vida de María. Era obvio que tendría que actuar con normalidad; de lo contrario, ya estaría en el mundo de los muertos haciendo fila para entrar a donde quiera que fuera, es decir, donde pesaran más sus pecados.

Al día siguiente, justo cuando el sol empezaba a salir, Leonidas mandó a llamar a su hermano. Era hora de tomar una decisión.

— Buenos días, su majestad — saludó su hermano menor con educación. A pesar de todo lo demás, seguía siendo más que su hermano; seguía siendo su rey.

— Buenos días, Lorenzo — respondió el rey.

— Mandó a llamarme, o eso me dijeron — informó el menor. — ¿Qué es lo que el rey desea de mí?

— Una respuesta — le contestó Leonidas con seriedad.

Lorenzo parecía confundido al inicio, pero después llegó la comprensión a su rostro...

FIN DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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