La Sombra Maternal
(5 AÑOS MÁS TARDE)
El tiempo pasó como si nada y las cosas en Luminis estaban cada día más florecientes y maravillosas.
Los campos verdes y llenos de flores recibían con alegría los rayos del sol, el cielo se iluminaba de manera maravillosa y junto a él habitaban las nubes blancas, grandes y esponjosas. Aves volaban por el cielo azul mientras se elevaban sobre el de manera libre y sin ataduras. Las aves del corral salían en busca de granos y gusanillos para comer y las bestias corrían libremente mientras su melena se mecía al compás del viento. Las vacas daban la leche a sus becerros y los cerditos comían a gusto lo que sus amos daban a ellos. Por los jardines se podía escuchar el ladrido de un perro juguetón y el maullido de un gato enojado. Los patos nadaban en el estanque junto a sus pequeños patitos y los peces nadaban tras la corriente de agua.
Mientras que en la plaza del reino ya hacían los habitantes cumpliendo su labor, unos vendían sus frutas y verduras recién cosechadas y frescas; el panadero abrió su tienda y de ella se desprendía un aroma delicioso a panes recién horneados. Las tiendas de ropa y calzado tenían un sin número de telares nuevos y vestidos recién confeccionados. Los zapatos que hizo el zapatero estaban en los estantes siendo mostrados al público y listos para ser vendidos al mejor comprador. Carruajes iban y venían a los maravillosos terrenos de Luminis Imperium, trayendo consigo a miles de comerciantes y nobles que pasaban por ahí realizando sus compras y deberes. En los muelles; miles de embarcaciones llegaban y salían del puerto; trayendo nuevas clientelas así como también nuevas mercancías. Junto a los barcos nadaba un grupo de delfines y a los lejos las ballenas brindaban un espectáculo digno de ver y admirar.
En el castillo las cosas seguían igual, miles de sirvientes y empleados caminaban dentro de palacio cumpliendo con las tareas asignadas por el rey; por ejemplo, los cocineros y meseras estaban preparando los alimentos que serían servidos al medio día, realizando un sin número de platos diferentes para cada uno; incluyendo a los empleados, quienes también debían ser alimentados. Las mucamas caminaban de un lado a otro, habitación tras habitación y sacudiendo el polvo que en ellas había. Los jardineros, carpinteros y de más, estaban también cumpliendo con diversas tareas; sin duda alguna era un día muy movido y atareado.
Pero algo si es seguro; en el reinado de Lorenzo e Isabella las cosas habían mejorado; tanto para nobles como para comerciantes. Cosa por la cual los habitantes alababan a sus reyes.
Mirando también a los nobles de palacio podemos darnos cuenta como el tiempo ha influido en ellos. Hoy en día, los tres pequeños tenían al rededor de cinco años, siendo Donum la mayor de ellos por algunos meses.
Lorenzo estaba orgulloso de sus pequeños, cada uno contaba con habilidades y cualidades diferentes, siendo los tres niños inteligentes y aprendices rápidos. El rey también había mejorado, aparte de sus deberes como rey disfrutaba de la caza y de los deportes de ese tiempo. Aprendió también a manipular una espada, ya era tiempo que el rey aprendiera de eso, hoy en día rondaban muchos enemigos, eran grupos de personas que extorsionaban a los de rango bajo, y si surge la oportunidad también a los nobles.
Y Lorenzo no podía permitir algo así en su territorio.
Por lo que se vio obligado a defender su reino, eso incluía aprender la manipulación de diversas armas letales. Por eso dio gracias a su difunto padre, el rey Leonardo, quien lo obligó a asistir a los entrenamientos pese a sus intentos de no hacerlo. Con él aprendió algunas cosas básicas que fueron esenciales en este presente, ahora gracias a eso era un buen luchador.
— ¡Vamos papá! — gritaba el pequeño Magnus en apoyo. — ¡Termínelo!
Lorenzo estaba practicando con su general de la guardia y su hijo estaba presente. Los ancianos, su hermano Leonidas e incluso Isabella pensaron que era bueno llevar al niño a los entrenamientos, así iría aprendiendo de a poco sobre ese deporte, para que cuando llegase el momento el pequeño Magnus fuera el mejor de todos los luchadores en esta tierra.
— ¿Quién le enseño a decir eso? — preguntó Lorenzo extrañado pero con algo de diversión.
— Mi tío Leonidas. Lo escuche gritarle eso a un soldado el otro día que fui a su tierra — informó inocentemente el pequeño. Aunque "otro día" en el idioma del pequeño significaba hace meses atrás.
— No puede ser!.. — exclamó con voz baja y para él mismo. — ¿Ahora por qué luchaba? — le preguntó Lorenzo con aburrimiento y algo de enojo al pequeño. Aunque su enojo era más contra su hermano mayor.
Últimamente el mayor de los hermanos pasaba días luchando contra los Umbras; ya no era extraño para él escuchar ese tipo de noticias. Lo que le extrañaba era que el mayor había permitido al pequeño Magnus presenciar algo como eso...
¡Mentiras!, no era extraño.
Pero no quiere decir que sea correcto que Leonidas permita tal cosa. ¡Y menos exponer a su hijo a ese tipo de situaciones!
— Mi tío estaba entrenando y yo estaba con él. — explicó el pequeño con inocencia — Después que él se aburrió se fue a sentar junto a mi. Vimos a dos soldados practicar, yo apoyé al mas joven y él al más grande. Entonces gritó eso — dijo Magnus con una pequeña sonrisa.
Fue hasta entonces que Lorenzo pudo estar tranquilo. Al menos Leonidas no había llevado a su hijo al campo de batalla y en medio de una guerra.
— Escuche, hijo mío. A nuestra gente se le cuida, no se le desea muerte — le explicó su padre — No vuelva a repetir eso, ¿de acuerdo?
— ¿Por qué no? — preguntó confundido — Mi tío lo hace.
— Pero su tío ya es alguien mayor. Y esas palabras no son para un niño.
— Está bien — accedió el pequeño, comprendiendo que no debía volver a decir aquella palabra.
— ¿Por qué no deja que el pequeño se exprese, rey mío? — dijo María; ella venía caminando en dirección a ellos. — No dijo nada malo, solo fue la emoción del momento al ver a su padre.
— No lo permito porque su edad no es apta para eso, aún — dijo enfatizando la palabra "aún".
— Tarde o temprano el pequeño va a comprender; el será un rey después de todo, eso es lo que hará más adelante.
— No tiene edad para comprender a profundidad sobre la muerte...
— ¡Pero yo no dije que deseaba que se muriciera alguien! — expresó el niño con molestia ante las "mentiras" de su progenitor.
— No se dice así, hijo mío. Se dice "no quería que alguien muriera" — corrigió Lorenzo con amabilidad a su pequeño.
— ¡Eso quise decir!
Lorenzo ignoró al pequeño por el momento y continuó conversando con María.
— Es un niño tan inteligente — dijo la peli negra con una sonrisa al ver fijamente al pequeño. — Será un magnífico rey.
— Lo sé. — enunció Lorenzo con orgullo. El niño solo sonrió complacido al escuchar esas palabras.
María se sentó en una de las sillas que quedaban en los pasillos, observó atentamente a los soldados mientras estos entrenaban. Un poco más a su derecha, el rey se sentó en su silla y junto a él su pequeño Magnus. Así pasó el tiempo, donde los tres observaron la práctica.
— ¿Quiere entrenar, hijo mío? — le preguntó el rey.
— ¡Si, papá, vamos! — el pequeño e inquieto corrió hasta las armas que habían. Lorenzo rápidamente se puso en pie y corrió tras el.
— ¡Magnus, no! — le gritó en pánico. — ¡No toque eso!
— ¿Por qué no?, ¿no se supone que vamos a entrenar?
— Si, pero no con ese tipo de arma. — Lorenzo camino delante del pequeño e intrigado Magnus, quien de pasito a pasito iba caminando tras el rey.
Lorenzo tomó una espada de madera de tamaño pequeño, con ellas entrenaban a los futuros guardias, exactamente con ese tipo de "arma"; normalmente eran hijos de los soldados aunque también se sumaban los pequeños hijos de los habitantes.
— Pero no quiero entrenar con esta — negó el pequeño. — No es de verdad.
— Tómela — dijo Lorenzo simplemente. El pequeño rápidamente comprendió que no debía contradecir a su padre. Así que tomó la espada.
Lorenzo le explicó cómo sostenerla y lo que debía hacer en algún caso de ataque. Le enseñó movimientos y también estrategias de batalla. No diría que Magnus haya comprendido correctamente, pero si pudo captar algunas cosas que su padre le había enseñado.
— ¡Muy bien, hijo! — felicitó su padre.
— ¿Lo hice bien, papá? — dijo sonriendo esperanzado.
— Por supuesto que sí, sin duda alguna eres hijo mío — dijo con una pizca de diversión.
Mientras tanto, María había estado observando al padre y al hijo. De alguna manera, María amaba al pequeño, como si fuese hijo propio. Magnus era el hijo que ella tanto había deseado, y durante esos años había estado "ayudando" a Isabella con la crianza del pequeño.
— ¡Es un niño muy valiente e inteligente! — alabó María. Esta se acercó a ellos y abrazó al pequeño príncipe, quien se quedó un rato sorprendido y estático ante la acción de la mujer de cabello azabache. — Será muy fuerte. No habrá enemigo que lo detenga...
— ¡Eso dice mi tío Leonidas! — expresó el pequeño.
— Magnus, no se interrumpe cuando alguien está hablando — corrigió Lorenzo.
— Está bien, soberano, no me molesta en lo absoluto — dijo María con una enorme sonrisa.
Lorenzo solo negó y alegó que no se le podía permitir crecer sin ser corregido ante las faltas de educación. Alegando que desde la niñez se forma el carácter y valores de los futuros gobernantes.
— Mi tío Leonidas dice que llevo su sangre; y que nosotros no le tememos a nada ni a nadie — le dijo Magnus a su padre cuando esté le pregunto sobre su estadía en Regnum.
— ¿Eso dijo? — preguntó con diversión el soberano.
Tanto padre como hijo iban camino hacia el interior de palacio. Ya era hora de que el pequeño comiera su almuerzo.
— ¡Si! — dijo saltando y aplaudiendo ante la alegría de haber convivido con su tío. — Dijo que el miedo es mental; también dijo que yo sería un hombre fuerte al cual las naciones enemigas temerían, de la misma manera en que a él.
Lorenzo solo escuchó lo que el pequeño decía, aún no podía asimilar las cosas que su hermano le metía en la cabeza a su hijo.
— ¡Y yo quiero ser como él! — siguió hablando — ¡También quiero las mismas estuatas que el tiene!
— Hijo, se dice estatuas, ¿y qué clase de estatuas son estas de todos modos? Lo noto emocionado por eso.
— Son unas que parecen reales. Dan miedo pero quiero ser valiente como tío Leonidas. — dijo el niño con una sonrisa de oreja a oreja.
— Quizás podríamos mandar a confeccionar unas cuantas. ¿Cómo son?, ¿o prefiere que le preguntemos a mi hermano?
— ¡Es una jaula grande y de hierro! — dijo el pequeño mientras hacía el ademán con sus manos alzadas para demostrar cuán grandes eran. — Y dentro de ellas tienen a unos señores que parecen de verdad. También cae algo rojo y líquido al suelo.
Lorenzo sintió su corazón detenerse ante la sorpresa de ello. Paró en seco provocando que el pequeño Magnus chocara contra el.
Extrañado, Magnus dio unos cuantos pasos atrás y buscó en su padre una respuesta para lo que acababa de pasar.
— ¿Leonidas lo llevó a ver esas estatuas? — pregunto lo más paciente que pudo. Sus manos estaban hechas puños y sus uñas se incrustaron en la palma de sus manos.
— ¡No! — negó el niño. Aún sin saber qué su padre estaba molesto. — Fui con una sierva a la plaza del reino. Ahí es donde las vi.
— ¿Dónde estaba Leonidas?
— Ocupado. Al menos eso me dijo antes de mandarme con la mujer rubia. — informó — Íbamos a buscar verduras para la sopa del almuerzo; y no podía dejarme solito, al menos eso dijo la mujer. Y me llevo a la plaza.
— Comprendo... — murmuró Lorenzo entre dientes.
— ¡Ah, y me da curiosidad! — dijo Magnus corriendo hasta quedar frente a Lorenzo, deteniendo sus pasos para poder hablar — Vi a unos guardias llevar otro señor de esos; tenían la misma ropa que las... ¡eso que usted mencionó! — dijo al final, ya que no podía pronunciar bien la palabra "estatuas". — ¿Por qué pasó eso papá?, ¿a donde lo llevaban?
— Magnus. Esos son asuntos de su tío. No se meta que no es de un noble hacer eso — dijo Lorenzo como último recurso.
Lorenzo sintió su sangre hervir. Sabía que su hijo tendría que aprender que eso ocurría la mayoría de las veces en los reinos, tristemente. Pero no ahora, aún era muy pequeño.
Tiempo después el rey dio gracias a los cielos por no recordarle al niño hablar sobre ese tema. Sabía que a Isabella le daría un ataque si se enteraba que él niño presenció la muerte de alguno de los enemigos de Leonidas.
Esas jaulas eran en realidad una de las formas más comunes de Regnum para castigar a los malvados, delincuentes y asesinos. Aunque siempre terminaban en muerte. Encerrados dentro no tendrían escapatoria, por lo qué Leonidas ordenaba a los guardias que con una lanza puntiaguda golpearan y torturaran a los que estaban encerrados. Sin duda era algo horrible de ver; y lo más lamentable era la exhibición de estos; por eso eran llevados hasta la plaza y ante la vista de todos. Dejándolos ahí hasta que solo huesos quedasen.
— Tranquilo, mi rey — le dijo María.
Era un día jueves, el día en que la primera dama era llamada a la habitación del rey. Ese día convivía con ella, pues con dos esposas debía prestarle "atención" a ambas. Y ese día era especialmente para la peli negra.
La joven había insistido en realizar un masaje al rey diciendo que lo notaba tenso.
— ¿¡Pero cómo podría yo calmarme!? — gritó con enojo. — Leonidas ha expuesto a mi hijo ante tal situación.
— Estoy segura que el rey no lo sabía. Recuerde que el niño dijo que Leonidas estaba ocupado.
Lorenzo intentó dejar aún lado la molestia y tomó en cuenta las palabras de María.
— Si... si, puede ser... — murmuró en acuerdo.
— Mi rey, caiga en razón que el príncipe Magnus no será un niño para siempre. Él debe aprender y asimilar el hecho de que eso pasa muy a menudo con los que se portan mal.
— Lo sé, María. Lo sé — dijo Lorenzo hastiado — Pero no debe ser ahora; hay un tiempo para todo...
— Leonidas es un buen rey, ¿no es así?
Lorenzo levantó una ceja ante esa pregunta; pero decidió responder de todos modos:
— Si.
— Bueno, él desde una edad temprana tenía conocimiento de lo que pasa a su alrededor, y eso lo convirtió en un buen soberano.
— ¿Y qué tiene que ver eso?
— Que si le permite al niño crecer como debería, sin ser sometido a un mundo de fantasía, él también llegará a ser un rey magnífico y justo. Sin embargo, si lo mantiene en ese mundo fantástico e infantil será difícil para él asimilar lo que pasa en la realidad.
Lorenzo pensó que María tenía un buen punto. Pero aún consideraba que Magnus estaba demasiado pequeño. Decidiendo omitir por ahora el tema; se puso en pie y camino directo a la salida.
— ¿¡A donde va, mi señor!? — preguntó María en confusión.
Lorenzo no respondió, solo se vistió con una túnica que llegaba hasta sus tobillos y la cual agarró de un perchero que había cerca de la entrada, estaba hecha de un material pesado y de color rojo sangre, digna de un rey. Hizo caso omiso al llamado de María y salió de la habitación. Hace mucho tiempo que dejó de atraerle María, ahora solo pasaba tiempo con ella como si fuesen amigos cercanos.
No busco a Isabella tampoco; debido a que tenía que esperar el día correspondiente a la visita de la reina. Lorenzo camino hasta uno de los balcones de palacio, uno muy alejado de los demás, ahí se sentó y observó la noche.
— "Cuanta paz..."— se dijo así mismo.
Escuchó unos suaves pasitos llegar hasta el. Se giró y miro a la pequeña Donum, quien venía restregando sus ojitos adormilados.
— ¿Papá? — preguntó con su pequeña y dulce vocecita — ¿Por qué no está dormido aún?
Lorenzo rió suavemente ante la pregunta inocente de la pequeña.
— Debería hacerme la misma pregunta, pequeña mía.
— Yo no tenía sueño, y mamá no estaba conmigo. — dijo tristemente — Mamá no me quiere, papá...
FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux
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