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El Regalo de Vida

Unos días más tarde, Isabella camino por aquellos pasillos dentro de palacio; solo faltaba afinar algunos detalles para la boda y así todo estaría listo para que el soberano y María pudieran contraer matrimonio. Los ancianos aún estaban reacios a aceptar a la mujer como parte importante de la realeza, pero siempre cumplirían con su parte del trato. María sabía muy bien estos hechos, sabía que no sería bienvenida o bien recibida por el cortejo y el pueblo, aún así continuó con su plan, ya encontrará la manera de hacerlos entender que ella era la soberana, entenderán de buena manera o será por las malas, pero que entenderán, entenderán.

Por los momentos, la joven de cabello negro llevo las cosas en paz, haciéndoles creer a todos que honraba y respetaba a la reina actual, para que después ninguno supiera qué los golpeó.

Era de mañana y el sol venía saliendo, pintaba el cielo en tonos naranjas, amarillos y azules. Era una mañana acogedora y hermosa.

— Buenos días, mi reina — dijo la voz de María a espaldas de Isabella.

La reina se volteó elegantemente hacia ella, regalándole una sonrisa suave a la joven María.

— Buenos días — respondió sonriente — ¿Qué hace despierta tan temprano?, los rayos de luz apenas empiezan a tocar la tierra. — señaló la reina con amabilidad.

— No podía dormir — comentó María haciendo un pequeño gesto de dolor — Este niño no me deja dormir en paz. Tengo dolor de espalda y siento mi respiración algo agitada. — informó María, esto alarmó un poco a la reina.

— ¿Está segura? — preguntó Isabella, ella se acercó un poco a María y empezó a palmear suavemente su vientre — ¿Cuánto tiempo tiene desde que se enteró?

— Nueve — respondió con calma.

— ¿No será que...?

— No — negó ella interrumpiendo a Isabella— No es tiempo aún. No siento dolor, quizás dentro de algunos días más. — comunico.

— Deberíamos llamar al médico. Solo para estar seguros.

— No, no. — contradijo María — Estoy bien, solo estoy algo agotada y con dolor de espalda debido a los movimientos bruscos del bebé, lo normal para una embarazada. Así como también estoy hambrienta, otro síntoma del embarazo.

— ¿Ha estado viendo a algún médico?

— No, ¿para qué? — dijo ella con ironía — Yo me siento bien, además el niño crece con normalidad.

— María — dijo Isabella con asombro. — Es importante llevar un control en el embarazo, yo pensé que usted...

— Lorenzo también lo dijo, pero me negué. Me siento bien, así que no hay necesidad en derrochar dinero. — expuso ella con terquedad. — Además, si fuese tiempo para que este... niño, nazca — agregó lo último cambiando "este estorbo", por "niño"— ... ya hubiese roto la fuente. Cosa que aún no pasa.

— No será de gusto. Es por la salud de ambos. — repitió Isabella llena de preocupación — Para que el niño nazca sano, y usted también lo esté.

— Me siento bien — volvió a recalcar pero esta vez con más fuerza — Hambre es lo que siento, estoy segura que el bebé también. Así que, con su permiso mi señora.

María no espero respuesta y se fue en dirección a la cocina; sus pasos eran más lentos e Isabella juró haber visto la cara de la joven hacer otro pequeño gesto de dolor.

Pensó en que quizás se preocupaba mucho, María juraba estar bien, así que no debía preocuparse de a demás. Aún así, sintió que sería bueno para María ver al médico para descartar cualquier síntoma maligno. O para descartar si ya era tiempo de que el bebé viniera al mundo. Isabella no deseaba mal al bebé, ella realmente deseó verlo nacer y crecer saludable dentro de los muros de palacio. Sintió alegría al imaginar cuán unidos llegarían a ser sus hijos. O al menos eso esperaba ella.

El tiempo pasó e Isabella atendió los deberes reales que le correspondían, no solo Lorenzo los tenía, sino también la reina. Aunque los de Lorenzo solían ser algo más complicados y fastidiosos, pero no significaba que la reina pasaba desocupada. Ella también resolvía algunos asuntos importantes del pueblo, sobre todo aquellos que están relacionados con las damas y los niños. Fue así como tuvo que salir de los muros del castillo para atender un asunto importante.

Y así fue pasando el tiempo, hasta que le tocó regresar a palacio. Desde el carruaje, pudo notar que algo andaba mal. Vio a un sirviente dirigirse a la fuente, recoger agua en una cubeta y correr con ella de regreso al castillo.

— "Que extraño" — pensó ella.

— Afton — llamó Isabella al hombre. Él había ofrecido su servicio a la reina, acompañándola al viaje del pueblo.

Él era quien había llevado y regresado el carruaje que transportaba a la reina; el abrió la puerta del carruaje e hizo una reverencia mientras la reina bajaba del transporte.

— Diga usted, mi señora — respondió el hombre al llamado.

— Mire eso — dijo en dirección a la fuente.

Por tercera vez, aquel hombre regresaba con la cubeta mientras agarraba agua de la fuente en ella, y como era de esperarse, corría de regreso hacia el interior de palacio.

— ¿Sabe usted, querido Afton, a qué se debe? — preguntó la reina con mucha curiosidad.

— No estoy seguro. — respondió el hombre mientras analizaba tal escena — Lo mejor será ir y preguntar.

— Está bien, vamos. Están empezando a preocuparme — dijo ella mientras comenzaba a caminar con pasos apresurados y con Afton siguiéndola.

La reina ingresó y se asombró de ver más sirvientas cargar linos limpios de color blanco puro, pero ninguna de ellas se había percatado de la presencia de la reina. Fue hasta que una de ellas, que a causa de la pila de linos que traía, no miro a la reina en el camino y tropezó con ella.

— ¡Mi soberana! — exclamó Afton. Este corrió hacia ella y la ayudó a levantarse — ¿Esta bien, soberana, no se lastimó?, ¿el bebé?..

— Tranquilo, estoy bien. Estamos bien — aseguró ella. Después dirigió su vista a la señora con la cual había tropezado — Afton, ayúdele a levantarse, por favor — pidió la reina con amabilidad.

El hombre corrió también hacia la señora para ayudarle a ponerse en pie. Los demás solo miraban en completo silencio la escena esperando la reacción de la reina.

— ¿Se encuentra usted bien? — le preguntó la soberana a la señora.

— Si... si... mi reina — dijo entre jadeos, pues ella si se había golpeado un poco — Solo... solo me duele la cabeza.

— Entiendo. — dijo Isabella comprensiva — Pero, ¿puede alguno de ustedes explicarme por qué están tan desesperados y asustados?

— Ay mi reina, se trata de la señora María — informó aquella anciana con la cual había tropezado — Algo esta pasando con ella, ya mandamos a buscar el médico.

— ¿María? — dijo asustada — ¿Qué pasó con ella?

— No lo sabemos, ella fue a la cocina a comer pues dijo estar hambrienta. Pero no terminó el platillo porque sintió dolor fuerte en el abdomen, intentó llegar a la recámara pero en el proceso cayó al suelo mientras de sus piernas se deslizaba un líquido rojo — explicó la señora con rapidez — Era sangre, mi reina, y la señora María no paraba de gritar por auxilio.

— Oh no — exclamó la reina — Debo ir a verla, ¿dónde la tienen?

— Está ella en su habitación.

— ¿Dónde es? — preguntó intrigada. Se dio cuenta que desde que María eligió por sí misma su recámara no había ido a verla.

— Yo sé donde es, soberana. — dijo Afton — Puede seguirme y yo la guiaré hasta ahí.

— Está bien, vamos rápido, no hay tiempo que perder.

La reina camino lo más rápido que su vientre le dejaba, tenía miedo por María y su bebé. Que haya salido sangre en lugar del líquido no era normal.

— ¡Isabella! — exclamó María al ver la reina — ¡Isabella, tengo... tengo miedo! — dijo entre jadeos.

María a penas si podía respirar; era muy difícil para ella soltar claramente algunas palabras.

— Tranquila, ya vendrá el médico — tranquilizó.

— Duele mucho... mi bebé... él... — a medida iba hablando, soltó algunas lágrimas de dolor y desesperación.

— No, María, no piense de manera negativa. Ya verá que el bebé nacerá sano y salvo. — la peli negra solo asintió mientras su cara solo dolor transmitía. Incluso inclinó su cabeza hacia atrás mientras jadeaba en busca de aire. Isabella se mantuvo con ella dándole palabras de aliento durante un buen rato, esperando hasta que llegara aquel médico.

Tiempo después llegó aquel hombre, quién le pidió a todos que salieran de la habitación mientras atendía a María, con él solo quedaron algunas sirvientas y parteras por si era necesaria más ayuda.

Por el bien mental de la reina, se le pidió salir de la habitación a pesar de las objeciones de la misma María. Ya que sin pensarlo, el subconsciente de la peli negra tomaba a Isabella como una persona de confianza a la cual podía acudir si surgía un problema grave, uno como el que estaba viviendo.

Por otro lado, Isabella sintió un ataque a su corazón, uno que no era físico, sino aún ataque debido a los recuerdos que tenía...

Antes de entrar y encontrar a María en aquella cama ensangrentada, se percató que la habitación era una muy peculiar, un recuerdo doloroso.

— ¿Por qué ella se instaló en esta habitación? — preguntó con un susurro poco audible — ¿Por qué la dejaron instalarse justamente en esta?

— Lo siento, soberana. Ella insistió en quedarse a pesar que se le avisó.

— ¡Pero no debía!, ¡tenía que respetar! — explicó mientras una lágrima se deslizaba por su ojo derecho — Saben las reglas...

— Lo sabemos soberana, pero no hubo forma de hacer cambiar a la señora María de opinión. Lo intentamos — notificó Afton.

— Era de mi madre... — siguió murmurando. — Era de mamá...

— Lo siento, soberana.

— Ya... ya no importa — dijo limpiando el resto de lágrimas. — Lo importante es ayudarla y saber si está bien.

Afton asintió ante las palabras de Isabella.

— ¿Sabe cuando regresará Lorenzo? — preguntó ella — Es una lástima que no esté en casa...

— Lo es; pero no se preocupe mi reina, el rey llegará hoy a palacio. Solo que no sabría decir la hora exacta.

Lorenzo había tenido que salir hacia la gran muralla, pues resulta que el país vecino trataba de cruzar al otro lado intentando conquistar más territorios. Así que Lorenzo salió en defensa de su reino junto a sus guerreros. Ya había pasado dos días y aún no habían señales de Lorenzo.

Isabella rezaba para que pronto su amado regresara a casa sano y salvo, listo para recibir a su hijo.

El tiempo iba cada vez más lento, Isabella sentía su cuerpo como debilitado a causa de haber pasado algunas horas en vigilia y preocupación por el bienestar del bebé y su madre. Estaba por caer la noche cuando escuchó las trompetas sonar desde una de las torres y al mismo tiempo el llanto de un bebé.

— Nació... — dijo en voz silenciosa. Al mismo tiempo, la señora que estuvo con los linos anteriormente gritaba: "¡El bebé nació!"

Todos empezaron a regocijarse, incluso la reina.

— ¿Cómo están ambos? — le preguntó la reina al médico.

— La señora María... ella....pues...

— ¿Qué sucedió? — preguntó Isabella un tanto devastada — Ella no...

— No, tranquila soberana. Aún vive — informó el médico. — Por ahora se encuentra dormida, es posible que despierte en un par de días, fue un parto difícil por lo que se desmayó. Entró en un especié de coma — siguió diciendo con franqueza, era parte de su trabajo, desgraciadamente — Haré todo lo que esté a mi alcance para traerla de regreso, pero no puedo prometer que así será.

— Comprendo — dijo ella con voz melancólica — ¿Y él bebé?

— Oh, cierto — dijo el hombre al recodar que aún no decía el género del bebé — Es una hermosa niña.

— Oh — respondió Isabella asombrada.

— Es una niña sana y parece estar bien, a diferencia de su madre quien necesita de cuidados constantes. Esperemos y logre despertar.

— Que los cielos nos escuchen — dijo ella en tono triste. — ¿Puedo ingresar y ver a la niña?

— Por supuesto — accedió el hombre.

Isabella entró y observó la escena. Había mucha sangre, las sábanas estaban empapadas del líquido rojo, incluso algunas cubetas de agua estaban manchadas de sangre en los bordes, vio también a María, quien se encontraba inconsciente mientras una anciana la atendía, posiblemente asegurándose que ella estuviese bien, además de limpiar, pues con los paños de lino ella estaba limpiando las extremidades de la madre.

Isabella pensó en permitirle a la peli negra habitar en esa recámara. Así se sentiría más segura y cómoda junto con su hijo. A pesar de los recuerdos dolorosos, Isabella se había atrevido a entrar y ayudar a María, muchas cosas ocurrieron ahí dentro, tanto buenos recuerdos como malos; pero él último de ellos es lo que la perturba, nadie había vuelto a ingresar en esa recámara después de lo sucedido con la reina, ni siquiera el rey Magnus.

Por ahora sería mejor que María guardase reposo; lo necesitaría.

Una lágrima escapó de su ojo al llevar sus ojos a la esquina cerca de la ventana. Una punzada entró directo en su corazón, pero quitó el recuerdo y camino hacia la bebé, quien era sostenida por una de las ancianas que atendieron el parto.

— Aquí está ella; soberana — dijo mientras la pasaba a los brazos de Isabella.

La niña estaba dormida después de tanto llorar; ya estaba envuelta en sábanas y vestida con las ropas que su madre había mandado a confeccionar para ella.

— Es tan hermosa... — murmuró la reina — Se parece tanto a María, aunque tiene rasgos similares a Lorenzo, como su nariz y la forma de sus labios — comentó la reina.

— Así es, mi señora. Fue lo que noté al verla — estuvo de acuerdo aquella anciana. — Necesitará alguien que la cuide — informó — Su madre aún no despierta, así que quizás, usted podría... — sugirió la señora.

— ¿Yo? — preguntó anonadada.

— Si, mi reina, usted es cercana a la señora María y también al padre de la bebé, siento que la niña estará más segura en brazos suyos a los de cualquier otro.

— No estoy segura, no sé si eso le agrade a María...

— Yo creo que si lo hará — respondió convencida.

— Está bien, entonces... manden a preparar una cuna, llévenla a mi habitación y preparen todo lo necesario, pañales y biberones, también sábanas limpias y todo lo que sea necesario — instruyó la reina.

— Como usted ordene, mi soberana — y diciendo esto, la anciana salió de la habitación.

Isabella se quedó un rato más con la niña en brazos, preguntándose si eso sería lo correcto, pues no sabía cómo reaccionaría Maria al saber que ella estaba cuidando de su hija, era la reina de Lorenzo, prácticamente su enemiga por el amor del rey. Pero no podía dejar a la bebé en manos de cualquier persona, tendría que tomar el riesgo.

Así, Isabella camino hasta su habitación después que le informaron que estaba todo listo y adecuado para la bebé. También le informaron que Lorenzo había regresado, antes de salir de la habitación de Maria, dejó a varias personas encargadas para que cuidaran de la madre mientras aún estaba en coma.

— ¿Isabella? — preguntó aquella voz al encontrarla en los pasillos. Ella levantó la vista y se topó con la mirada atónita de Lorenzo — ¿Es ella?.. — preguntó con voz suave mientras señalaba a la bebé.

— Lo es — aseguró con una sonrisa. Una sonrisa que Lorenzo devolvió alegremente.

— Soy padre... — se dijo en voz alta. Isabella se rió un poco ante eso, se notaba lo feliz que estaba al ver a su pequeña por fin aquí.

— Es padre — confirmó ella. Lorenzo se acercó a ellos mientras miraba con adoración a su hija recién nacida.

Isabella sabía que Lorenzo era algo tímido, y debido a que habían personas pasando por los pasillos era que Lorenzo no se encontraba saltando alegremente por cada rincón de palacio. Sin embargo, el hombre irradiaba felicidad. Pero en el fondo, a Isabella también le causaba dolor ver esa escena, esperaba que Lorenzo no tuviera hijo favorito, porque no quería ver sufrir a su bebé, y que este fuese rechazado por su padre. Esperaba que la situación mejorara con el paso del tiempo, mientras tanto, se aseguraría de cuidar muy bien de la niña.

— ¿Quiere cargarla? — preguntó Isabella con una sonrisa.

— Oh... si — accedió Lorenzo. Isabella lo ayudó y le explicó la manera correcta para sostener un bebé. Isabella admiro y adoro aquella escena, sin duda, Lorenzo estaba apunto de convertirse en uno de los mejores padres del mundo, se podía ver en su mirada la determinación por dar lo mejor de sí.

FINAL DEL CAPÍTULO
Annetta_Lux

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