Capítulo 3
Pierce se hallaba sentado en su cama con una cerveza en la mano, mientras se disponía a ver lo que creyó sería el más aburrido de los programas para un hombre.
En la enorme pantalla de la pared de en frente se reprodujo el programa de Choose the perfect dress. Por la puerta de la tienda hizo entrada una joven castaña de mediana estatura, con unos hermosos ojos azules. Todos los presentes la saludaban, pues era frecuente su aparición en aquellos programas de televisión. Se trataba de una prestigiosa diseñadora de vestidos de novia de Nueva York que había ido en busca del suyo.
La futura novia iba acompañada de su madre: una elegante mujer de mediana edad que se la parecía mucho; su abuela, una señora algo mayor y una de sus damas de honor: una pelirroja alta y parlanchina que, al parecer, también tenía experiencia en el área de modas.
El muchacho prestó atención a la pantalla: Liz era hermosa y una mujer emprendedora llena de talento; aquel día se notaba que estaba muy ilusionada.
—No es lo mismo diseñar vestidos, que saber que serás tú quien caminará vestida de blanco hacia el altar —confesó frente a las cámaras.
Sintió simpatía por Liz al instante; incluso se compadeció, pues sabía muy bien cómo terminaría aquella boda y cómo sus sueños serían destrozados de una manera terrible, ante miles de televidentes.
—¿Qué vestido estás buscando, querida Liz? —le preguntó Ronald, el host y especialista en modas de la tienda.
Como buena diseñadora, Liz sabía bien lo que quería, pero no pudo evitar que sus colegas seleccionaran para ella varios vestidos de distintos estilos y diseñadores.
El primero que Liz se probó no tenía nada que ver con ella en lo absoluto, pero aceptó hacerlo para complacer a sus amigos. Era un vestido con transparencias, muy sexy, con unas mangas cortas de encaje. Tenía un escote profundo y se ajustaba muy bien a su cuerpo.
Pierce quedó impresionado al verla. No era una mujer que a primera vista impactara con un cuerpo de infarto, pero sin duda con ese atuendo había cambiado por completo de opinión. Liz Wellington estaba deslumbrante.
—Cretino —murmuró, refiriéndose al prometido canalla que la había abandonado—. Debes estar loco. —Bebió un poco de su cerveza.
El programa continuó y pudo ver a Liz con diferentes vestidos: uno en línea A, con una espalda con transparencias, un corte sirena muy ajustado, con mangas largas de encaje y, por último, un corte de baile o princesa que sin duda era impresionante.
—¡Vaya! —exclamó tomando otro sorbo de la bebida.
En la pantalla, Liz se ruborizó cuando se vio usando uno de sus propios vestidos. Los anteriores eran de otros diseñadores, pero aquel era suyo.
—¡Lo siento! —dijo riendo—. Me traicionaría a mí misma si no usase este vestido.
Aquella pieza era impactante: escote corazón, mangas tres cuartos de fino encaje, y falda de profusos volantes que le daban mucho volumen a la falda. En el pecho tenía varios adornos conformados con cristales Swarovski que sin duda debían elevar el precio del vestido.
—¡El traje de gala de Liz Wellington, señoritas! —exclamó Ronald cuando se lo vio puesto—. Nada más y nada menos que un vestido de 15.000 dólares.
—¡Es precioso, hija mía! —expresó su madre con lágrimas en los ojos.
—¡Te ves hermosa! —apoyó la abuela.
—Sin duda es perfecto —añadió la chica pelirroja.
Liz se volteó una vez más hacia el espejo para verse. Pierce pudo notar que también se hallaba visiblemente emocionada, mucho más cuando Ronald regresó con un velo catedral con bordados de flores que era una preciosidad.
—¡Completemos la imagen nupcial!
Liz estuvo espléndida durante su cita, pero más aún cuando bajó de un Roll Royce en la Iglesia de San Patricio el día de su boda. El metraje de aquel día no era demasiado largo, apenas unos minutos, los suficientes para apreciar el momento de profunda decepción cuando una joven, muy apenada, le comunicó a Liz que el novio no había llegado.
—¡Dios! —exclamó—. Brad no puede estar haciéndome esto…
Las cámaras captaron cuando la chica pelirroja le tendió un móvil y Liz hizo una llamada. El primer plano de su rostro permitió suponer al espectador que estaba recibiendo una terrible noticia. Las lágrimas que brotaban de sus ojos descorrieron parte del maquillaje y se quedó muda por unos instantes hasta que atinó a decir:
—¡Apaga esa maldita cámara! —Sus lágrimas eran incontenibles.
A las preguntas de su madre y del cortejo de damas, Liz aclaró:
—Brad no viene. Ya no hay boda…
La grabación terminó en ese mismo instante, y poco después el programa. Pierce quedó con una sensación de angustia, molestia y rabia. No era amante de los reality shows, pero aquel le había transmitido demasiadas emociones que no sabía describir. ¡Sentía una honda pena por Liz Wellington! Sin duda aquel debía haber sido el peor día de su vida.
Pierce se terminó su cerveza y apagó la tele. Se había hecho una promesa en ese mismo instante: cualquier reportaje que hiciera sobre Liz Wellington sería para elogiar su trabajo y la nueva vida que llevaba adelante. No hurgaría más en aquella herida que la televisión y el estúpido de Brad habían causado en ella. Si Kate lo obligaba a hacer un reportaje, sería bajo sus propias reglas.
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Cooperstown era una villa ubicada en el Condado de Otsego en el Estado de Nueva York. La distancia entre la Gran Manzana y la pequeña ciudad era de poco menos de 200 millas, que en coche se recorrían en casi cuatro horas. Volver a casa era muy agradable para Pierce, más tratándose de un lugar tan tranquilo como Cooperstown, donde se podía apreciar el paisaje, hacer senderismo, disfrutar de la agricultura local y pasar unas relajadas vacaciones. Tampoco estaba tan lejos de la ciudad como para no poder ir y regresar en un mismo día. Cooperstown era reconocido como uno de los pueblos más encantadores de los Estados Unidos: en él se reunía tanto la belleza de la naturaleza —colinas, el lago Otsego—, como muchos museos y sitios históricos que la hacían muy frecuentada por parte del turismo.
Luego de adentrarse en el corazón del pueblo, Pierce llegó finalmente a casa. Era una edificación de ladrillos de dos pisos, con un amplio porche de madera. Una cerca perimetral de color blanco le dio la bienvenida. Dejó su auto aparcado en la entrada y anduvo por el camino de tierra bordeado de rosas hasta llegar al porche. Allí se encontró a su hermana que se hallaba distraída, leyendo un libro.
Emma tenía veinte años cuando quedó paralítica en un accidente de coche; aquel había sido un duro golpe para su familia. Él, de veinticinco años a la sazón, quedó en shock cuando le dieron la noticia. Por aquel entonces estaba estudiando en la Universidad de Columbia su posgraduado en cine en la prestigiosa SoA, Escuela de Artes. Hacía ya ocho años de ese momento y todavía lo recordaba bien. Cuando la veía en su silla de ruedas, siempre se le encogía el corazón.
—¿Em? —carraspeó.
La dulce voz de su hermano la hizo voltearse con una amplia sonrisa. Emma era hermosa: pelo rubio en rizos que le enmarcaban el rostro, y unos expresivos ojos verdes. Los hermanos se parecían mucho, pues Pierce tenía unos ojos parecidos y poseía una muy cuidada cabellera dorada.
—¡Te estaba esperando! —exclamó su hermana.
Pierce se abrazó a ella y luego le dio un beso en la mejilla. No dudó en sentarse a su lado, para ponerse al día.
Iba a preguntar por el resto de la familia cuando un juguetón labrador amarillo saltó a sus piernas, ladrando lleno de alegría.
—¡Hola, chico! ¿Me echaste de menos? —Pierce le acarició la cabeza hasta que se fue tranquilizando un poco y se echó a sus pies.
—Por supuesto que Ben te ha echado de menos, como todos en esta casa. Mamá y papá han ido a buscar algunas provisiones. No tardarán en llegar.
—¿Y Charlie?
—Todavía no ha regresado del trabajo —le explicó Emma.
Charlie era su mejor amigo y el prometido de Em. Eran novios desde High School y cuando sucedió el accidente estuvo a su lado todo el tiempo. A pesar de las terribles circunstancias, el amor de Charlie por su hermana no se quebró, todo lo contrario. Par de años después le propuso matrimonio frente a toda la familia, y hacía poco que decidieron fijar la fecha de la boda para dentro de dos semanas.
—¿Cómo van los preparativos? —le preguntó.
—Mamá se está encargando de todo —respondió la novia—, esta semana escogeré mi vestido. Mamá está preocupada, pues no tenemos mucho tiempo para seleccionarlo, pero yo pienso que encontraré algo que me quede bien… —La voz se le resquebrajó y Pierce advirtió que una lágrima bajaba por su mejilla.
—Hey —susurró mientras le limpiaba el rostro con la yema de su dedo—, ¿qué sucede, Em?
—Lo siento, es una tontería de mi parte. Nunca pensé que me casaría en silla de ruedas y pienso que será difícil encontrar un vestido que me asiente en estas condiciones…
Emma pocas veces se quejaba de su situación, pero la boda sacaba a flote sus miedos, inseguridades y frustraciones. Pierce sintió pena de ella, y comprendió lo que le sucedía: ella creía que cualquier vestido que usase no luciría en su esplendor desde una silla de ruedas…
—Te verás preciosa —le dijo abrazándola de nuevo—, como nunca antes y Charlie se convencerá una vez más de que es el hombre más afortunado de la Tierra.
Ella se rio a pesar de sus lágrimas que habían vuelto a brotar a causa de la emoción, pero unos minutos después recobró la compostura.
—¿Cuándo es la cita para escoger el vestido? —indagó Pierce mientras se acomodaba en una silla.
—Es pasado mañana —explicó—, mamá fue quien la concertó. Hace tiempo que hay una hermosa tienda de novias en Main Street.
Pierce pensó en Liz Wellington y recordó sus lágrimas. Si algo no soportaba era ver a una mujer llorar. De seguro la cita de su hermana sería en su tienda.
—Me encantaría acompañarte, Em —le pidió con sinceridad.
Ella volvió a reír. Seguro que las mujeres de la tienda se escandalizarían de verlo participar de ese momento.
—Sería perfecto, Pierce. —Le sonrió.
Un rato después, Charlotte y Norman Graham hacían entrada en la casa. Estaban felices de ver a su hijo finalmente después de mucho tiempo. Charlie arribó también a los pocos minutos para unirse a la celebración. La señora Graham estaba preparando una cena deliciosa y la conversación era amena, como solo podía serlo en un verdadero hogar.
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