Capítulo 26
Pierce arribó al 30 Rockefeller Plaza con el corazón latiéndole deprisa. Nunca había llegado a su trabajo tan malhumorado; en realidad, estaba furioso, y eso Kate lo descubrió desde el momento en que lo vio entrar a su oficina.
Por un momento la mujer tuvo miedo, pero Pierce no le haría daño. No era un hombre violento, pero cuando escuchó su voz tronar, se estremeció. Sabía que estaba jugando con fuego cuando se atrevió a tomar las imágenes y videos de su teléfono, pero no se arrepentía. El puesto que tenía se lo había ganado haciendo esos sacrificios, y en la vida —según su filosofía— no siempre se podía andar con escrúpulos.
—Relájate, Pierce, y vamos a conversar —le pidió, poniéndose de pie.
—¿Que me relaje? —Las venas de su cuello parecían a punto de estallar—. ¡Tomaste archivos de mi teléfono sin mi consentimiento! Expusiste a mi hermana y su condición sin piedad y le hiciste daño a la mujer que quiero… Eso sin mencionar que incumpliste con tu palabra. Me prometiste que esperarías por el reportaje sobre Liz.
Kate se llevó ambas manos a la sien como si le doliera la cabeza y volvió a sentarse.
—Lo siento por tu hermana, de verdad. Sabes que en este negocio hay daños colaterales. En cuanto a Liz, no me hagas reír —se burló—, ¿la quieres?, ¿en apenas unos días? ¡Eres un tonto, Pierce! ¡Me decepciona que digas eso!
Pierce dio un puñetazo sobre la mesa.
—¡Puedo acusar al canal por lo que hiciste!
—Yo no hice nada, Pierce —contestó ella con calma—. Tienes un contrato con el canal, se te encargó un reportaje y tú mismo enviaste las imágenes de tu teléfono al mío. Eso lo hemos hecho muchas veces… ¿Ves alguna irregularidad en ello?
Pierce se estremeció ante su cinismo.
—¡No puedo creer lo que hiciste!
—No fue nada personal en contra tuya, querido mío. Era un riesgo aguardar a que tu Liz estuviese lista. Con el compromiso de Brad se volvió a hablar de ella y la noticia valía oro en estos momentos. Yo solo aproveché la coyuntura.
—¡Lucy y Bob se burlaron de ella, Kate! —tronó—. ¡Eso no fue dar una noticia, eso fue destruirla por segunda vez en los medios! ¡La humillaron!
—Ya sabes cómo son Lucy y Bob. —Se encogió de hombros de manera despreocupada—. Todos saben que les encanta hablar de la gente. Liz debería estar acostumbrada a lo implacable de los medios. Y tú también, Pierce.
Él negó con la cabeza. De pronto lo vio todo muy claro.
—Lo siento, pero no puedo acostumbrarme a esto y menos a trabajar contigo. Me has decepcionado, Kate —dijo en voz baja—, y renuncio.
—¿Qué? ¿Estás loco? —Kate se levantó como si el asiento tuviese un resorte—. ¿Vas a abandonar tu carrera por tu orgullo herido y una simple mujer?
—Es la mujer de mi vida, Kate, pero eso tú no puedes entenderlo.
Pierce dio media vuelta y se marchó. Kate estaba tan abrumada que por unos instantes se quedó sin habla. Jamás en sus quince años en la televisión, le había sucedido algo semejante.
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Ni siquiera pasó por su departamento, condujo de regreso a Cooperstown todo lo rápido que la autopista le permitió. Cuando llegó a casa, sentía como si le hubiesen dado una paliza. Estaba realmente agotado, luego de tantos viajes de un lado al otro. Las cosas habían cambiado mucho en unas horas: en la mañana, cuando regresaron, todo estaba bien con Liz, se amaban y eran felices; ahora, en cambio, las cosas pintaban realmente mal y no sabía cómo arreglarlo.
—Estaba preocupada por ti. —La voz de su madre lo asustó un poco.
Se hallaba en el corredor, aguardando por él. Eran cerca de las diez de la noche, y Charlotte no podía conciliar el sueño hasta que regresara. Sabía lo alterado que estaba su hijo, y en esas circunstancias era muy malo conducir.
—Lo siento, mamá. —Le dio un beso en la cabeza.
—Te estaba llamando para saber si te quedarías en tu departamento.
—Perdón, no sentí la llamada —se excusó—, estaba conduciendo y tenía que regresar. ¿Cómo está Em?
—Está más tranquila, Pierce. Y yo hubiese estado también más tranquila de saber que te quedabas esta noche en Manhattan. No me gusta que conduzcas a esta ahora.
—Lo siento, tenía que volver. ¡No sé cómo solucionar las cosas! —Estaba agobiado.
—Ahora date un baño y baja a comer. Te estaré esperando.
—Gracias, mamá, pero no tengo hambre y…
—Tienes que comer, eso no es negociable —le dijo dándole un beso en la cabeza—. Además, no se puede pensar con el estómago vacío.
Pierce le dio un pequeño abrazo y siguió los consejos de su madre. Pasó frente a la puerta de Em, pero tenía la luz apagada. Antes de volver a la ciudad esa tarde, había hablado con ella y dicho la verdad. Emma quedó más tranquila, comprendía que Pierce no había sido responsable de ese reportaje, pero a pesar de todo le había hecho daño.
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—Está muy buena —comentó mientras se llevaba la cuchara a la boca. La sopa de su madre era legendaria.
—Te hará bien. —Charlotte le tomó la mano con cariño.
Pierce suspiró cuando terminó la última cucharada. Su madre lo miraba atentamente, como si quisiera decirle algo.
—Mamá, yo no fui responsable. Te aseguro que no haría nada que hiriese a Em. Es verdad que Kate me pidió que ayudara con la investigación de ese reportaje, pero yo desistí. En cuanto conocí a Liz quedé deslumbrado por ella y jamás la hubiese traicionado.
Charlotte asintió.
—Ese no es el problema, Pierce. Yo te comprendo, y sé que eres una buena persona, pero ahora mismo necesito que pienses en tu hermana.
—No comprendo…
—Sé que ahora tu dolor y tus deseos de recuperar a Liz ocupan toda tu mente, y te repito que te entiendo... Deseo de todo corazón que se arreglen las cosas, pero Em ha sufrido bastante y dentro de tres días es su boda.
Pierce comprendió lo que su madre quería decirle y asintió.
—Necesito que en los próximos tres días hagas un esfuerzo. Su boda es importante, Pierce. Ya ha pasado por muchas cosas, y verte angustiado y triste le rompe el corazón.
—Haré todo lo posible por arreglar las cosas con Liz y porque Em no note mi preocupación. Te lo prometo, mamá.
Su madre le sonrió con tristeza. Para ella era difícil pedirle esos sacrificios, pero Em se merecía una boda tranquila y feliz.
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—Buenas noches, corazón. ¿Puedo pasar? —La aterciopelada voz de Tess llamó su atención.
Liz despertó de sus pensamientos e hizo pasar a su abuela, quien llevaba una bandeja en las manos.
—Te he traído algo de comer —comentó mientras colocaba la bandeja sobre una mesita—, ya que no bajaste a cenar.
—Lo siento, abuela. No tengo hambre…
—Pues tendrás que comer: te he traído leche y tus galletas favoritas, las de chispas de chocolate.
Liz no pudo evitar sonreír. Su abuela era muy tierna. Se incorporó en la cama y aceptó el vaso de leche y una de las galletas, en lo que Tess se acomodaba a su lado.
—¿Estás absolutamente segura de que Pierce es culpable de ese reportaje? —le preguntó su abuela después que Liz se terminara la merienda.
La aludida frunció el ceño.
—Tu madre me contó lo que Pierce te dijo en la tienda. Fue valiente al ir a verte enseguida para asegurarte que te ama; eso es algo que Brad nunca hizo. Jamás dio la cara, en cambio, Pierce te ofreció una explicación razonable.
Liz no sabía qué responder.
—Se acercó a mí con la intención de exponerme. ¿Puedo confiar en una persona así?
—Todos nos equivocamos, Liz, pero no creo que la relación de ustedes haya sido irreal o de alguna manera fabricada por su parte. ¿Por qué insistir en que te quiere? ¿Por qué venir a esta casa a conocer a tu familia? Esa no es la conducta de un hombre deshonesto. A mis años he visto mucho, y sabes que jamás intenté justificar a Brad. Sin embargo, en el caso de Pierce es distinto.
—Olvidas la noticia… ¿Podemos estar convencidos de que no fue responsable de lo que sucedió? Él filmó esos videos y tomó esas fotos… Pensar que no los entregó es difícil de creer. La historia de la jefa actuando a sus espaldas es un tanto inverosímil.
—Pierce no es el tipo de hombre que usa a una mujer por algo tan bajo como una noticia, Liz. Por otra parte, él es un gran hermano, un excelente hijo, no lo creo capaz de atentar contra la intimidad de Emma.
Liz no contestó, tenía demasiados sentimientos encontrados como para confiar en Pierce… Después de lo que sucedió el día de su boda, ella había aprendido a ser recelosa y a no entregar su corazón. Con Pierce lo había vuelto a hacer y a juzgar por lo sucedido, debió haber aprendido la lección desde la primera vez.
—Que descanses, cariño —le dijo su abuela dándole un beso en la cabeza—, espero que mañana puedas estar más tranquila. Recuerda lo que te he dicho.
Liz asintió, tenía el corazón oprimido y era probable que esa noche no pudiera conciliar el sueño.
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