Capítulo 2
—¡Tenemos una emergencia! —gritó la voz de Christine desde el salón principal.
Liz dejó el boceto que tenía a medias y salió de una oficina: una pequeña buhardilla de paredes de color rosa y ventana de cristal. Bajó por una escalera en forma de espiral de color blanco y se encaminó al salón donde la aguardaba una novia llena de dudas y temores.
—Hola, buenos días —saludó Liz con una sonrisa.
En el local se hallaba una joven de pelo rubio, cara redonda y un poco de sobrepeso. Era hermosa, todas las novias lo eran, solo debía encontrar el vestido perfecto para el gran día. Aunque pareciera fácil, no todas tenían la habilidad para advertir lo que les resultaba más favorecedor.
—¡Hola! —exclamó Christine al verle llegar—. ¡Te necesitamos! Ella es Kelly Moore, nuestra novia y ella es su madre Thelma y la joven, su hermana Grace.
Las mujeres saludaron, pero, de inmediato, Liz advirtió que el ambiente era bastante tenso. Kelly, la novia, tenía lágrimas en los ojos, mientras se observaba en el espejo.
—¡Este es el vestido que quiero! —sollozó.
—Insisto en que no te queda bien, cariño —repuso su madre—. Te ves más gorda de lo que en realidad eres…
Esta vez la chica sí comenzó a llorar, pero Liz se acercó de inmediato a consolarla.
—Te ves hermosa, pero estoy aquí para ayudarte. A ver, déjame echarte una ojeada.
La chica se calmó un poco y se alejó unos pasos para que Liz pudiera verla bien.
—Su madre quiere un vestido princesa para ella, pero Kelly desea un corte sirena para resaltar su figura —apuntó Christine.
—¡Se le notan mucho los brazos! —objetó su madre quien, a pesar de su edad, poseía una envidiable silueta.
—Yo pienso que el corte sirena es el adecuado para ella —comentó su hermana con cariño—, le hace una figura increíble y Kelly debe mostrarla.
—Sí, pero los brazos… —La madre no concluyó la frase, simplemente no estaba de acuerdo con la manera en la que se le veían.
Liz se quedó observando a la joven. El vestido era hermoso: un corte sirena con una cola capilla de encaje. Era strapless, y quizás al dejar descubiertos los hombros y brazos de la joven, podía en verdad hacerla parecer más gorda, pero sin duda era una pieza magnífica y la novia se vería estupenda en él.
—¿Qué te gusta del vestido, Kelly? —le preguntó.
—El corte me fascina: es precioso como me delinea la figura, el busto, la cintura y las caderas. Por otra parte, me encanta el encaje floral que lo recubre, es muy delicado y elegante.
—¿Qué opinas de unas mangas? Pienso que el vestido se te ve precioso, pero puedes complacer a tu mamá usando unas mangas de encaje sin prescindir por completo de él. El vestido será igual de sexy, pero resultará más encubridor.
La chica dudó por un momento, pero entonces Liz se dirigió a la madre.
—El corte sirena se le ve espléndido, no creo que el problema sea el corte que ha seleccionado. Sin embargo, ¿estaría de acuerdo en cubrirle los brazos con unas mangas de encaje?
—Tal vez —cedió la mujer.
—Christie, por favor, tráeme el encaje que llegó de París la semana pasada.
La chica de inmediato se alejó y al cabo de unos minutos regresó con una parte del encaje. Era muy fino, blanco como la espuma, y con un patrón de flores muy parecido al del cuerpo del vestido.
Liz tomó la tijera, hizo unos cortes y luego colocó la improvisada manga sobre uno de los brazos de la joven, sujetándola con pinzas por la parte posterior para que no se vieran demasiado. Repitió el mismo procedimiento con el otro brazo hasta que quedó conforme con el resultado.
—Quiero que te mires al espejo y me digas cómo te ves. ¿Te parece que podrás usar esto el día de tu boda?
La muchacha se giró hacia el enorme espejo que cubría casi toda la pared de la tienda.
—¡Cielos, es precioso el efecto que hace!
Liz le sonrió complacida.
—Por supuesto, se te ven los brazos, pero están disimulados tras el encaje. En ocasiones, mostrarlo todo no es sinónimo de elegancia y buen gusto. Lo que se insinúa siempre es mejor, pues deja espacio a la imaginación. Ahora voltea para que tu mamá y hermana te vean. ¿Qué creen de Kelly? Se ve hermosa, ¿verdad?
—Estás preciosa —le dijo Grace—. ¡Luces radiante!
Liz observó esta vez a la mayor de las mujeres, sabía que era la más difícil de convencer.
—¿Qué cree del vestido, señora Moore?
La aludida permaneció en silencio unos instantes, pero luego asintió satisfecha.
—Me gusta mucho así —le contestó—. Kelly está hermosa. ¿Podrán hacer los ajustes y crear unas mangas para ella como estas que lleva puestas?
—¡Por supuesto! Le aseguro que el vestido le quedará perfecto. Christine, por favor, trae un velo acorde a este vestido.
La chica volvió a desaparecer y retornó con un bello velo catedral sencillo en su factura, pero rematado por un encaje floral a juego con el vestido. Christine colocó el velo en la cabeza de Kelly con una peineta y ella apreció el efecto completo de aquel atuendo nupcial.
Lágrimas volvían a asomarse a los ojos de la joven novia; esta vez, eran lágrimas de felicidad.
—Haces magia con los clientes —le dijo Christine después que las mujeres se marcharon—. No sé cómo lo haces, pero cada vez que te veo aprendo más de ti.
Liz sonrió orgullosa mientras tomaba el vestido sirena y el encaje.
—Me gusta mucho lo que hago —contestó—, ver a una novia dichosa es el mejor regalo que podría recibir en la vida.
Christine sintió pena de Liz; a pesar de las decepciones que había sufrido, tenía un corazón generoso, dispuesto a ayudar a las chicas a verse espléndidas en un día tan importante de sus vidas.
—Por cierto, ha llamado Charlotte Graham para confirmar la cita de su hija esta semana —prosiguió la joven—. Por hoy, no tenemos a nadie más.
La dueña de la tienda agradeció la información. Deseaba cerrar temprano para volver a su despacho y dedicarse a crear. Diseñar era lo que más le gustaba, aunque no tenía a menos coser ella misma los vestidos que imaginaba.
—¿Has aceptado la invitación de Pete? —preguntó Christine con una sonrisa.
La aludida negó con la cabeza, fingiendo interés en unos bordados que tenía delante. Su amiga le insistía con frecuencia en que aceptara salir con Pete, un agradable médico de la ciudad. Él era perfecto en todos los sentidos, pero ella simplemente no estaba preparada para hacerlo.
—Lo siento, le inventé una excusa.
—¡Liz! —Su amiga la reprendió—. ¡No puedes estar encerrada todo el tiempo!
La diseñadora miró a su amiga: tenían prácticamente la misma edad, pero Christine era pelirroja y muy alta y mucho más delgada que ella, que era de estatura mediana y pelo castaño.
—Lo dices como si hubieses avanzado mucho en esa área, Chris.
—¡Salgo todas las semanas con alguien! Y voy a la ciudad —se defendió.
—Ese es el problema, que es alguien distinto cada semana. —Se rio Liz.
—En realidad esta tarde iré al cine con Matt. Es nuestra segunda cita. ¿Segura que no quieres ir al cine con nosotros?
—¡Qué va! No quisiera ser mal tercio, además sabes que no me gusta ir a Nueva York.
Christine no insistió, eran amigas desde hacía mucho tiempo y conocía los motivos por los cuales Liz iba lo menos posible a la Gran Manzana.
—Antes de irme quería informarte que recibimos un e–mail de Sarah. Llega la semana próxima para probarse el vestido y cuenta con tu asistencia a la boda. Necesita que le confirmes cuanto antes.
Liz asintió y le lanzó un beso a Christine antes que esta se marchara.
—¡Éxitos en la cita!
—¡Gracias!
Luego se dirigió a su oficina y revisó el correo de la tienda. En efecto, en la bandeja de entrada se hallaba el último mensaje de su mejor amiga Sarah Geller, quien ahora se encontraba en Londres. Sarah estaba prometida para casarse con lord James Acton, un aristocrático joven empresario de una de las familias más antiguas de Inglaterra. De hecho, estaban emparentados con los Windsor: eran primos lejanos.
Sarah y James iban a casarse en la St. Paul´s Cathedral en Londres durante el verano. Ella era parte del cortejo nupcial de la joven novia, si finalmente aceptaba asistir.
Sarah le había pedido que diseñara su vestido. Al comienzo Liz se había negado, pues creía que para una boda de tanto abolengo debía recurrir a un diseñador de renombre en Europa, no a ella. Sin embargo, Sarah fue tan testaruda al respecto que le aseguró que, si no creaba su vestido, perdería su amistad para siempre.
Liz aceptó entonces, sabiendo que en el fondo de su corazón Sarah quería ayudarla a emprender su negocio y a darle el empuje que necesitaba en el camino hacia el éxito. A fin de cuentas, las buenas amigas son las que apoyan en los momentos difíciles, y Sarah estaba haciendo justamente eso. Por su parte, Liz puso todo su empeño para que el vestido de novia fuera exactamente como ella lo soñó. Ahora que lo veía terminado y puesto en un maniquí, se sentía orgullosa de lo que había sido capaz de crear.
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