Capítulo 15
Pierce llegó a la hora acordada; estacionó frente a la casa de fachada blanca y atravesó el jardín. No había pasado ni un minuto desde que tocó el timbre cuando una risueña Tess le abrió la puerta.
—¡Hola! Adelante, muchacho. ¿Cómo estás? ¡Qué guapo te ves de oscuro!
Pierce sonrió y también saludó a la anciana. Llevaba una camisa negra y una chaqueta de cuero del mismo color.
—He traído este vino para la cena, señora Parker.
—No era necesario —repuso la anciana, tomando la botella—, pero muchas gracias. Puedes pasar al salón que es esa puerta a tu derecha. Yo iré a la cocina a ver a mi hija. Liz no tardará en bajar.
Pierce asintió y abrió la puerta. El salón de las Parker era muy agradable: lleno de ventanales de cristal que brindaban una preciosa vista al patio trasero del hogar. Los muebles eran de color claro y las paredes de un azul celeste. Se acercó para observar las fotografías: en una de ellas había una bebé con unos hermosos ojos azules, sin duda era Liz, podía reconocerla muy bien; en otra aparecía Liz con unos diez años con un traje de natación, sosteniendo una copa; una de adolescente con dieciséis años, vestida de gala; las fotos de su graduación de high school y después de la Universidad...
—Eres demasiado curioso, Pierce.
El aludido dio un respingo al escuchar su voz.
—No te sentí llegar —contestó volteándose hacia la diseñadora—, por cierto no sabía que fueras campeona de natación.
Ella se encogió de hombros y se rio.
—¡Era apenas una niña! Luego abandoné la piscina por las clases de costura. A los doce ya había cosido toda una colección de trajes para mis antiguas muñecas y a los diecisiete...
Pierce se acercó a ella. Estaba muy hermosa con un vestido gris, de mangas largas y cuello alto. Se aseguró que no hubiese nadie más en el salón para luego darle un beso en los labios.
Liz se abandonó al beso; los labios de Pierce la envolvían, haciéndola sentir exaltada y anhelante.
—¿Y a los diecisiete qué? —preguntó él cuando la soltó.
Ella estaba confundida, no entendía a qué se refería.
—¿A los diecisiete?
—Me estabas contando que a los doce hiciste toda una colección de trajes para muñecas y que a los diecisiete... Justo ahí te besé. ¿Ya no recuerdas de qué me hablabas, querida Liz? —se burló Pierce, satisfecho del efecto que causaba en ella.
Ella se ruborizó, pero retomó el hilo de la charla.
—A los diecisiete decidí estudiar modas y alta costura.
—¿Dónde estudiaste? —inquirió, acariciándole la mejilla.
—En Nueva York. En el Fashion Institute of Tchnology.
—Prestigioso lugar. —Estaba orgulloso de ella.
—A los veinte participé en un intercambio y me fui a estudiar a París por seis meses. Fue allí donde me enamoré de los vestidos de novia y decidí que ese sería mi camino.
—Estoy impresionado. Eres muy talentosa, Liz.
Ella negó con la cabeza.
—En Nueva York vendía mis diseños online o en Queenshall Bridal donde trabajaba. Me estaba pensando en abrir una tienda allá cuando... —La voz se le quebró un instante—. En fin, fue en Cooperstown donde puede cumplir mi sueño de tener mi propia boutique.
Pierce la tomó de la mano y la llevó hasta el diván. Liz recostó la cabeza sobre su hombro y suspiró. Transcurrieron algunos minutos en silencio, cuando él le preguntó:
—¿No piensas nunca asumir que Liz Parker es en verdad Liz Wellington?
Ella lo meditó un poco.
—Mamá hace poco me dijo que no podría esconderme para siempre; lo cierto es que lo he pensado, y creo que quizás dentro de un corto tiempo esté lista para revelar dónde he estado por todo este tiempo. Quisiera fusionar mis dos marcas y utilizarlas las dos. Hay colecciones de Liz Wellington que se han quedado en el pasado, sin producirse más, y que merecen una nueva oportunidad.
Pierce pensó en abrirse un poco con ella.
—Me gustaría hacer un reportaje sobre ti, sobre lo que has hecho. ¿Accederías?
Liz se incorporó sobre el sofá, indecisa.
—Sí —confesó al fin—, solo necesito un poco más de tiempo. Creo que eres la persona idónea para hacerlo, pero me gustaría esperar un poco. Hay algo que todavía no te he comentado —añadió con una sonrisa de satisfacción.
—¿Qué? —Pierce tomó su mano entre las suyas.
—He diseñado un vestido de novia para mi mejor amiga, Sarah. Ella se casará a comienzos del verano con un importante lord británico. La boda tendrá mucha repercusión en Londres, y cuando el vestido de mi amiga salga a la luz, también lo hará mi marca: Liz Parker. Creo que después de ese acontecimiento, podremos lanzar ese reportaje.
Pierce sabía que a su jefa Kate Mackenzie no le agradaría esperar tanto tiempo para dar la noticia, pero él quería esperar por ella. Se llevó la mano a los labios y le sonrió:
—¡Muchas felicidades! Ese será un momento maravilloso en tu carrera, Liz, estoy seguro de ello. Por otra parte, me siento honrado de que me permitas producir ese reportaje. Te aseguro que será digno de ti.
Ella le dio otro beso, pero de inmediato se apartó, pues ambos sintieron pasos en el corredor y la puerta se abrió. Era Kimberly quien llegaba risueña a saludar al invitado.
—¡Disculpen el haber demorado! —se excusó—. Tenía el asado en el horno.
Los jóvenes se pusieron de pie.
—Lamento que mi invitación le haya ocasionado tanto trabajo en la cocina, señora Parker. Es un placer para mí estar aquí y poder conocerla.
La dama le dio un beso, sonriente.
—No es ninguna molestia. Ya ansiaba conocerte. En casa se habla mucho de ti.
—Mamá... —le reprendió Liz ruborizada.
Pierce sonrió al ver su reacción.
—Pero es la verdad, cariño —repuso su madre—. Por cierto, Pierce, llámame Kimberly, eso de señora Parker vamos a dejárselo a mamá, quien de seguro también te pedirá que la llames por su nombre. Ahora, ¿qué les parece si nos dirigimos al comedor? ¡Espero que la comida sea de su agrado!
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Era la primera vez que Pierce conocía a la familia de una novia. Cielos, "novia", se sentía nervioso de pensar en aquella palabra. Era la primera vez que tenía una relación tan seria, pero no estaba asustado. Las Parker lo hicieron sentir como en casa y la comida estuvo deliciosa.
Kimberly había hecho un cordero al vino tinto exquisito con papas asadas. De postre pie de manzana, que al parecer era una especialidad de la familia.
Durante la cena charlaron mucho, en especial de Liz. Historias de su infancia y adolescencia no faltaron, haciendo enrojecer a la joven o haciéndolos reír a todos.
Cuando la comida terminó, Liz y Pierce se ofrecieron para llevar los platos a la cocina, pero Kimberly no lo permitió.
—Yo me encargo de eso —les dijo—, la noche es todavía joven y pueden conversar un poco.
—Muchas gracias por la comida, Kimberly. Estuvo exquisita.
—Cuando quieras, me gustará recibirte en casa siempre que lo desees.
—He invitado a Liz a cenar mañana en casa de mis padres; mamá la espera con muchos deseos de charlar y Em se ha puesto muy contenta también.
Liz había olvidado contarle a su madre de aquella invitación, pero Kimberly estaba satisfecha de saber que él también le presentaría a su familia. Cierto que en la cita de la tienda de novias había conocido a Charlotte y a Emma, pero aquella cena daba mayor formalidad a aquello que los dos estaban construyendo.
—Me parece excelente —respondió Kimberly, antes de partir para la cocina.
Tess también se despidió de ellos, pues iba a subir a su habitación, por lo que los jóvenes le dieron las buenas noches.
Liz llevó a Pierce hasta la terraza de su casa; que era muy acogedora y bastante privada. Las luces eran tenues y podían apreciarse bien las estrellas. Se sentaron en un hermoso columpio de tres plazas y Liz se abrazó a él en silencio.
—La he pasado de maravillas —comentó él, acariciándole la cabeza—, aunque reconozco que tenía un poco de miedo de visitar el hogar de las Parker.
Liz le sonrió y le tomó la mano.
—Pensé que la de los miedos era yo.
—¡Qué va! —Rio él—. Imagina conocer a la madre y a la abuela de tu novia... Eso sí que es intimidante.
Liz se incorporó para mirarlo a los ojos.
—¿Novia? —repitió nerviosa.
—Pues claro —respondió con seguridad mientras le rozaba la nariz con su dedo—, ¿acaso no has percibido que tienes mi corazón en tus manos?
Ella tembló al escucharle decir eso.
—Pierce...
Él la beso, de forma apasionada, para acallarla. Cualquier duda que fuese a expresar al respecto quería silenciarla, no necesitaba escucharla.
Ella reciprocó el beso, estar en sus brazos la hacía sentir una mujer de nuevo, y aquel pensamiento era inquietante. Sin embargo, no quería pensar en sus temores, quería sentirse plena, algo que solo experimentaba cuando lo besaba a él. Temblaba cuando sentía a Pierce besarla con esa pasión; sus manos acariciaron su espalda, y gimió sin poder evitarlo cuando él se inclinó un poco más sobre ella para besarla con mayor intensidad.
—Te quiero, Liz —le confesó él, cuando se separó un poco para recuperar el aliento.
Ella se quedó sorprendida al escucharle, pero la respuesta salió de sus labios, ya sin temor.
—Yo también te quiero, Pierce.
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