Capítulo 14
Las hermanas Thompson tenían casi terminado el vestido de Emma. Habían trabajado arduamente en él durante dos días. Cuando Liz y Pierce regresaron al taller, Moira se los mostró con satisfacción:
—Solo falta hacer los ajustes de la cintura, pero lo más difícil ya se terminó. Espero que la cola desmontable haya quedado bien.
Una pregunta de Pierce, quien se hallaba a su lado, la tomó desprevenida:
—¿Por qué no te lo pruebas, Liz? A fin de cuentas, mi hermana y tú tienen la misma talla.
Ella no respondió, se quedó de piedra ante la sugerencia sin saber qué contestar. Fue Molly quien apoyó la idea:
—Sería muy bueno para poder ver el efecto de la cola en una persona sentada, ¿harías eso, Liz?
La aludida no tenía manera de negarse, aunque se sentía un poco incómoda de desfilar con vestido frente a Pierce. No se había probado ningún otro, desde que usó el suyo hacía cinco años.
—Está bien.
Liz se retiró con Molly a una habitación contigua, quien la ayudó a cambiarse. Cuando salió, unos minutos después, Pierce se quedó boquiabierto. El vestido le quedaba hermoso; a Emma también se le veía precioso, pero ver a Liz usar aquella prenda le había emocionado.
No era la primera vez que la veía en un traje de novia, pero no podía compararse a aquella experiencia. El encaje en su cuerpo hacía resaltar su figura, su cuello, incluso el rostro que se advertía más luminoso pese a la timidez que podía apreciarse en ella.
—¡Te ves hermosa! —exclamó Moira.
No le fue fácil a Liz caminar frente a Pierce vestida así. Por momentos olvidó que las hermanas Thompson se hallaban a su lado y lo miró a los ojos. Lo que veía en ellos la hizo ruborizarse, pero Pierce no dejó de admirarla en silencio, transmitiéndole con su sonrisa, lo extasiado que estaba al apreciarla así.
Liz anduvo un poco con el vestido, luego tomó asiento. No había inconveniente alguno con la cola, que se incorporó al vestido una vez que ella se hubo acomodado en la silla. Las hermanas Thompson rectificaron algún detalle, pero nada que no pudiese terminarse en lo que faltaba de día.
—Mañana estará listo —les aseguró Moira—, y podrás dárselo a la novia. ¡Este vestido es maravilloso!
La diseñadora asintió, mientras regresaba al salón contiguo para volver a vestirse. Apenas había entrado a la habitación, cuando Pierce irrumpió tras ella.
Liz creyó que se trataría de Molly, pero se sorprendió mucho cuando comprendió que era él. Pierce tenía una mirada muy turbadora; su expresión era grave, y ella se sobresaltó un poco cuando notó que cerraba la puerta.
—Pierce... —susurró.
Cuando sus miradas se encontraron nuevamente, fue Liz quien dio un paso hacia él. Pierce colocó sus manos en su cintura, lo que hizo que Liz comenzara a respirar más deprisa; ella le miraba, anhelante, deseando algo que hasta entonces se había negado a sí misma... Las manos de Pierce recorrieron su torso, se detuvieron en sus hombros para colocarla mejor frente a él, y luego le acarició la mejilla.
—Te ves bellísima —murmuró.
Liz tembló al sentirlo tan cerca, esta vez no saldría corriendo. Adivinando la seguridad que se dejaba ver en sus ojos azules, Pierce se inclinó para besarla confiando en que no huiría. Liz recibió su beso con deleite; se estremeció cuando experimentó la presión de sus labios sobre los suyos, y se perdió en aquel momento de exaltación como si lo hubiese estado esperando toda su vida.
Cuando él la abrazó, Liz comenzó a temblar aún más. Aquel beso era el más inquietante y delicioso que había recibido en toda su existencia, y jamás podría olvidar el sabor de sus labios, el calor de sus manos y la pasión de su cuerpo... Pierce se alejó apenas unos centímetros para ver su rostro sonrojado y dedicarle una sonrisa.
—Supongo que sucumbí a la magia de tus vestidos de novia —susurró.
Ella no podía hablar, estaba demasiado agitada. Pierce le dio otro beso, esta vez más breve, justo antes de salir.
—Será mejor que no escandalicemos a las hermanas Thompson —añadió riendo.
Solo entonces Liz retornó a la realidad de donde se encontraba. Por unos instantes, había estado en las nubes.
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Las hermanas Thompson lo miraron un poco extrañadas, pero no dijeron nada. Molly entró de inmediato a la habitación para ayudar a Liz, y él salió al porche todavía con la sonrisa en los labios. Aún no podía creer que hubiese besado a Liz, y mucho menos las sensaciones que ella le había despertado. Jamás se había sentido así por una mujer, y aunque el pensamiento era peligroso, no disminuía en nada la alegría que experimentaba por estar con ella.
Los suaves pasos de Liz en la madera del porche le hicieron voltearse; ella continuaba sonrojada o quizás se había ruborizado una vez más al verle. Pierce no le permitió hablar, corrió a su encuentro para darle otro beso, esta vez más apasionado, y la elevó en sus brazos haciéndola girar.
—¡Estás loco! —exclamó ella riendo—. ¡Bájame!
Pierce reía también y la cargó en sus brazos hasta depositarla encima de la baranda de madera que rodeaba el porche, colocándose frente a ella para abrazarla y robarle otro beso.
—Estás loco —repitió Liz, colocando sus manos alrededor de su cuello.
—Por ti —confesó él.
—Ahora sí que me compensaste adecuadamente por la broma que me hiciste esta mañana y por la ración de pancakes que faltó.
—Te aseguré que te compensaría, Liz, y adoré desayunar contigo. ¿Qué tal si esta noche también cenamos juntos? ¿Paso por tu casa después para recogerte?
Ella negó con la cabeza.
—¿Y si cenas esta noche en mi casa? Mamá ansía conocerte.
Él aceptó encantado.
—¿No querías darme un beso y ahora me presentas a tu familia? Hemos avanzado mucho, cariño.
Liz volvió a reír.
—Eres muy insistente, así que no he tenido más remedio.
—Si cenamos esta noche en tu casa, mañana podremos hacerlo en la mía. El vestido de Em estará listo y sería una bonita ocasión para llevarlo y quedarte a cenar. Así conoces al resto de mi familia: a papá y a Charlie.
Ella asintió.
—Me parece que quieres pasar demasiadas noches conmigo —le reprendió.
—Por supuesto, ¿podríamos pasar juntos todas las noches de los próximos cien años?
Pierce lo dijo con ternura, pero Liz se tensó al escucharlo, todavía con temor al compromiso. Lo había besado, él la hacía sentir cosas maravillosas, pero tenía miedo.
—No hagas promesas que no puedas cumplir.
—Hey —le dijo él, acariciándole la mejilla—, puedes confiar en mi Liz. Sé que hace muy poco tiempo que nos conocemos, pero jamás me había sentido así por nadie. Eres muy importante para mí y necesitas saber eso...
Esta vez Liz le sonrió, le dio un beso en los labios y se abrazó a él. Tal vez no fuese tan difícil confiar en alguien después de todo. Al menos en Pierce creía poder hacerlo.
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—¿Liz? ¿Ya llegaste? —La dulce voz de su madre le indicó que se hallaba en la cocina.
La joven se encaminó hasta allá. Una sonrisa nerviosa adornaba su rostro, y no sabía cómo decirle que esa noche tendrían a un invitado a cenar.
—Pierce me trajo —le contó—. Fuimos hasta el taller: el vestido de Em estará concluido muy pronto.
—¿No tienes nada más que decirme? —Su madre la observaba con curiosidad, dejando sobre la encimera el delantal que llevaba.
La aludida asintió.
—Lo he invitado a cenar. Sé que debí habértelo consultado antes, pero...
La risa de Kimberly la interrumpió.
—¡No era preciso, lo sabes! Me alegra mucho que lo hayas hecho. No sé por qué tenía una corazonada y he comenzado a preparar algo especial desde temprano.
—Gracias, mamá —Liz la abrazó.
—¿No quieres comer nada de almuerzo?
—Comí algo con Pierce antes de llegar.
—¡Vaya! Desayunas, almuerzas y comes con él... Parecen un matrimonio.
Liz sonrió, pero luego su expresión se tornó un tanto grave. Kimberly corrió hacia ella para disculparse, percatándose de que podía hacerle daño con ese comentario.
—Lo siento, corazón. No sé dónde tenía la cabeza.
—No es eso, mamá. No tienes por qué disculparte, es que me quedé pensando en algo que sucedió hoy.
—¿Qué? —Kimberly estaba intrigada.
—Pierce me pidió que me probara el traje de Em para estar seguros de que los ajustes hubiesen quedado bien. Ella y yo somos la misma talla; sin embargo, cuando salí vestida así frente a él...
Liz se volvió a ruborizar recordando aquel momento.
—No sé explicarlo, pero me sentía emocionada y a la misma vez, su mirada era la que siempre desee ver en la persona que me esperara en el altar.
—¡Es precioso eso que me has dicho! —exclamó su madre con lágrimas en los ojos.
—Él me gusta demasiado, mamá —le confesó con un hilo de voz—, y en ocasiones eso me da mucho miedo.
Kimberly volvió a darle un abrazo, y le aseguró que esta vez, todo saldría bien.
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