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Capítulo 11

Hacía un tiempo terrible, pero Pierce no desistió en su empeño de ir a ver a Liz. La tormenta le había pillado casi llegando, y fue gracias al sistema de navegación que pudo dar con la dirección, pues apenas podía ver nada.

Cuando se detuvo frente a la casa de tres pisos de fachada blanca, reconoció a la joven que se hallaba de pie en el porche, viendo llover. Adivinó su rostro de sorpresa a pesar de lo empañado del cristal, pero sonrió porque su viaje no había sido en balde: Liz continuaba allí.

Pierce se bajó del coche cubriéndose con una manta que tenía en el auto para intentar no mojarse en demasía; durante la primavera y más en una zona montañosa como aquella, las temperaturas podían ser bajas.

En una de sus manos llevaba una cesta con comida, que le dificultó un poco el tránsito hasta el porche, pero finalmente se vio frente a Liz.

—¡Hola! —Le sonrió mientras se quitaba la manta—. ¡Qué tiempo tan terrible!

Ella estaba tan sorprendida de verlo, que por unos instantes no reaccionó.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.

—Quería verte y Christine me dio la dirección. ¿Podemos entrar?

Ella asintió y se encaminó hacia la puerta. Pierce la siguió hasta el salón principal de las máquinas de coser. Quedó impresionado, nunca había visto un taller de costura antes.

—¡Qué interesante! —exclamó—. Así que es aquí donde se cosen tus obras de arte…

—Gracias, aquí es —sonrió ella—, hoy estábamos trabajando en el vestido de Emma. Mis costureras ya se marcharon, yo me quedé para cerrar, pero el diluvio me sorprendió.

—Entonces estamos solos… —La sonrisa pícara de Pierce la hizo reír.

—Y para colmo de males mi auto está descompuesto, así que no puedo huir de ti.

—Soy un hombre afortunado —añadió.

—Dime que traes comida dentro de la cesta —indicó ella con un dedo—. Muero de hambre…

Él asintió, orgulloso de lo precavido que era.

—Cenas conmigo, almuerzas conmigo… Creo que esto es más que una cita, ¿no te parece Liz?

—Solo te falta desayunar conmigo… —respondió ella.

En el acto se ruborizó por lo que había dicho, pero Pierce sonrió.

—Si esa es una propuesta para pasar la noche y…

—¡No, por favor! —exclamó ella ocultando el rostro entre sus manos, avergonzada—. Vayamos mejor a la cocina y olvidemos este incidente.

Pierce se rio de ella. Le encantaba cuando se ponía nerviosa en su presencia, y la idea de desayunar juntos era muy tentadora.

La cocina de la casa se hallaba en el primer piso también. Era amplia, espaciosa y estaba bien cuidada. Las hermanas Thompson solían calentar su almuerzo, hacer café en las mañanas o comer alguna merienda, por lo que aquel sitio era muy funcional.

Pierce colocó la cesta encima de la mesa, y comenzó a sacar las cosas que había llevado.

—Demoré un poco en llegar, pues pasé por un restaurante y pedí comida para llevar. Mi idea era dar un paseo y hacer un pícnic por los alrededores, pero supongo que debemos adaptarnos a las actuales circunstancias.

—Me alegro de que hayas pasado por ese restaurante; no hay casi nada en la nevera y muero de hambre.

—Ya me lo has dicho dos veces —sonrió él—, creo que te alegra más la comida que verme.

—¡No digas eso! También me alegra verte…

Pierce extrajo de la cesta dos pizzas: una hawaiana y otra de vegetales.

—No sabía cuál era tu preferida, así que pedí variado…

Ella le sonrió. Le encantaba ver que se preocupaba por ella, que pensaba en ella…

—Podemos comer de las dos —le respondió.

También había llevado una botella de vino tinto, que era perfecta para compartir en un día de lluvia y, por último, extrajo un recipiente plástico con dos porciones de cheesecake de fresas.

—¡Qué delicia! Es mi postre favorito.

—Compré dos porciones porque según el antecedente de ayer con la tarta de chocolate, eres una fuerte competencia si de postres se trata.

Liz se echó a reír. Al lado de Pierce solía hacerlo a menudo, él sacaba a relucir su buen humor y una ilusión que creyó sepultada tras años de decepción y aislamiento.

—Voy a calentar la pizza —se ofreció ella.

Él asintió.

—Volveré en un segundo. Quiero llamar a casa y que sepan que estoy bien. Salí sin anunciar a dónde iba y después del accidente de Em, se alarman mucho cuando llueve y alguno de nosotros está fuera.

—Mi abuela me contó del accidente de Em. Debió ser terrible para todos… —La voz siempre se le afectaba cuando hablaba de ello.

Pierce se acercó a ella, y le dio un beso en la frente. Agradecía su empatía y su buen corazón.

—Fue el peor día de mi vida —le aseguró—, pero quiero que el mejor día de mi vida sea contigo.

Ella parpadeó un tanto asombrada, pero ya Pierce se había alejado para hacer su llamada y ella debía poner a calentar el horno.

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—Me asombra que mantengas esa figura envidiable y aún seas una talla 4.

Liz dejó de morder su última rebanada de pizza.

—¿Cómo sabes mi talla? —Estaba sorprendida.

—Después de tenerte en mis brazos ayer mientras bailábamos, es difícil que no pueda recordar las dimensiones de tu cuerpo.

Ella se ruborizó tanto que pensó que iría a desvanecerse.

—Eres un seductor… —le reprochó con una sonrisa.

Pierce le tomó la mano por encima de la mesa, sin importarle que tuviera restos de queso y de tomate en ella.

—Es difícil no serlo, tratándose de una mujer tan maravillosa como tú —le contestó él mirándola con sus ojos verdes.

Liz lo ignoró todo lo que pudo y pasaron al postre que estaba delicioso. El vino lo tomaban en vasos, pues en la casa no tenían copas, pero no importaba. Estaban pasando tan excelente momento juntos, que ya por la compañía valía la pena.

Ella se levantó cuando terminaron para colocar las cajas vacías en el cesto de basura, cuando retornó a la mesa, Pierce se puso de pie y se colocó frente a ella, echándose a reír burlón.

—¿Qué? —preguntó Liz un tanto incómoda.

—Tienes mermelada de fresa en la nariz, en la boca… ¡Pareces una niña!

Ella intentó limpiarse, pero fue Pierce quien le acarició la nariz y luego los labios con la yema de su dedo. Su tacto se volvió una caricia; ella se estremeció cuando rozó sus labios por segunda ocasión y de manera instintiva cerró los ojos.

Cuando volvió a abrirlos, advirtió que Pierce se estaba inclinando sobre ella para darle un beso. Liz entró en pánico y se apartó de él en el acto antes de que pudiera hacerlo.

—Lo siento —susurró mientras salía casi corriendo de la cocina.

Pierce parpadeó, confundido. Cuando creyó que finalmente iría a besarla, Liz había huido de su lado una vez más.

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