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Tercer capítulo




Julio 1972

«En el mes de julio del año 1972 se estreno la película El padrino, dirigida por Francis Ford Coppola, basada en la novela homónima de Mario Puzo, y protagonizada por Marlon Brando»


—¡Buenos días, Seven Hills! Hoy gozaremos de un día muy caluroso con temperaturas sobre los noventa grados Fahrenheit, les exhortamos a mantenerse por la sombrita...pero mientras tanto comiencen su mañana con esta hermosa melodía de Elvis Presley...

La afable voz de Wally, el locutor mañanero de la Wkaq131, la emisora local, dio paso a uno de los éxitos del cantante mientras que yo de pie frente a la cocina de gas, me ocupaba de los hot cakes y las salchichas sobre el sartén, sus vapores de ricos aromas hacían la boca agua.

Alizze parecía muy entretenida con una de sus muñecas sentada frente a la pequeña mesa de la cocina, en tanto sacudía su cabeza al ritmo de la pegajosa melodía. A ella le encantaba la música y casi siempre tenia un efecto calmante en su ánimo, sin importar el ritmo.

Sobre las nueve de la mañana durante la semana muchas veces me encargaba del desayuno si mamá se levantaba tarde y tenía que salir para su nuevo trabajo en la tienda por departamentos del pueblo. Luego, Alizze y yo estábamos por nuestra cuenta hasta que ella regresara sobre las tres de la tarde. 

No habían opciones, ella debía trabajar, pues era nuestro única fuente de sustento, así las cosas no quedaba de otra que delegarme a mi el cuidado de Alizze esperando que las personas del gobierno estuviesen ajenos, por lo menos durante esas pocas semanas que le restaban al receso escolar.

Alizze y yo pasábamos esas horas, después de comer, dentro de la casa y procurando hacer el menor ruido posible, aunque realmente no existían vecinos cercanos. La calle Rosemary dividía el bosque Hollow cruzando desde las afueras del pueblo hasta el centro, donde se encontraba casi toda la actividad económica.

Las casas a través de la extensa calle, por aquel tiempo, eran escasas y se encontraban bastante espaciadas unas de otras. A excepción de la casa vecina, una propiedad aparentemente tan espaciosa como la que nosotros ocupábamos, pero que en aquel momento se encontraba desocupada.

Fueron días tranquilos, ocupando nuestro tiempo en el interior de la vivienda jugando a las muñecas, dibujando y pintando, entre otras actividades. Para mi lo más importante era mantener tranquila y feliz a Alizze, aunque eso significara dejar de lado mis propios deseos.

Mamá parecía contenta y no paraba de decirnos, tanto a Alizze como a mi, lo orgullosa que se sentía.

—Somos un buen equipo, chicos...—Nos encontrábamos disfrutando una tarde de sábado, el ocaso del sol era un espectáculo que se apreciaba justo frente a nosotros pintando de suaves tonos naranjas y rojos el horizonte.

Alizze jugaba con una de sus muñecas preferidas sentada sobre el piso del balcón, mientras que mamá y yo ocupábamos sendos escalones, ella habia preparado una limonada y disfrutábamos de ella.

Sin aviso mamá se puso de pie, haciendo cómicos gestos corporales y sonidos con la boca, caminando directo hacia el carro, allí abrió la parte trasera y saco dos bolsas de papel de estaño con el logo de la tienda de departamentos donde trabajaba.

—¡Ven aquí, Beau!...esto es para ti...y esto...es ¡para mi linda Alizze! —Al escuchar su nombre mi hermana se puso de pie de un salto y me adelanto, lanzándose a bajar los cinco escalones en pos de mamá. Yo, que en ocasiones aun tenia mis reservas sobre como comportarme o cuanto entusiasmo podía manifestar frente a los gestos de mi madre, me tome algunos segundos más en llegar con ella.

Alizze fue incapaz, como siempre, de ocultar sus sentimientos y emociones cuando mamá le entrego una de las bolsas.

—Aquí tienes hijo, espero que la disfrutes. —Amelié sonreía misteriosa en tanto yo alargaba una de mis manos para tomar su regalo. Lo primero que noté fue su peso, que me tomó desprevenido, y provocó me moviera un paso al frente para compensar el balance.

Noté que mi hermana volvió al balcón con su preciado cargamento; una muñeca nueva que comenzó a sacar de su envoltorio con mucho entusiasmo.

Mi atención volvio a la bolsa en una de mis manos, que acomode sobre el bonete del carro antes de rebuscar en su interior, ya para ese momento me sentía bastante excitado y curioso por tener en mis manos el obsequio, que no se me despegaba del lado, expectante.

Pronto tuve en mis manos una patineta nuevecita, y apenas pude retener un grito emocionado. Mamá dejó salir una carcajada.

—¿Te gusto? ¿Era esto lo que tanto querias?

—¡Gracias mama! ¡Esta super! —exclamé mientras colocaba la tabla plástica con ruedas debajo de mi brazo derecho oteando hacia la calle con demasiados deseos de ir a probarla. Era el regalo perfecto.

—Te prometo que mañana iremos al pueblo para que puedas probarla en el parque —comentó mamá procurando mi atención.— .Correrla en la calle es algo peligroso, Beau.

Eso último fue una clara advertencia cuando se dio cuenta de mis intenciones.

—Mamá...

—Mañana podrás probarla en el parque, Beau, ahora entremos a la casa...

Mamá reitero su promesa y yo tuve que obedecer un poco a regañadientes. Como casi todo niño que ponía sus manos por primera vez sobre algo que habia deseado por tanto tiempo lo más que deseaba era salir corriendo y probar la bendita patineta sin importar cuan peligroso era correrla por el medio de la calle, o que pronto seria de noche.

Esa noche entré detrás de mamá y Alizze a la casa, le ayude a preparar la cena, y después de comer, obediente, me fui a dar una ducha antes de acostarme. Me tendí en la cama tranquilo y seguro, con la cabeza llena de musarañas y unos deseos intensos de subirme a esa patineta que me observaba desde un rincón.

Recuerdo que mamá cumplió su promesa y el día siguiente, domingo, pasamos casi toda la tarde en el parque recreacional del pueblo, donde, mientras mi hermana corría y saltaba entre alegres chillidos en el área infantil, yo, que me creía en control de mi nuevo juguete al menos por los primeros minutos, no fueron pocas las veces que di con mis codos y rodillas al suelo, ganándome varios gritos de mamá, entre golpes y rayones.

Sin embargo, esa noche volví a la casa satisfecho, pues estaba seguro de que con un poco más de práctica lograría llegar a ser ese experto que controlaba la tabla, así como habia visto que hacían muchos chicos en los anuncios de televisión.

Testarudo como era y soy, cuando mamá se fue a trabajar el lunes, y aprovechando que Alizze se encontraba tomando su siesta vespertina, decidí que media hora de práctica desplazándome con precaución por la calle, que realmente a esa hora no era muy transitada, no perjudicaría a nadie, y además, pensaba que Amelié jamás se enteraría.

Y fueron semanas en las que estuve haciendo lo mismo, cada vez por más tiempo. A mi rutina añadí el traspaso a propiedad privada, a la casa vecina que contaba con una entrada perfecta en cemento para deslizarse, allí no existía el camino de gravilla como en la entrada de mi casa.

Mi lógica era que estando la casa vacía y nadie mirando, no estaba haciendo nada malo si la usaba como pista para deslizarme en la patineta, una vez y otra vez, hasta el cansancio, o hasta que los nuevos inquilinos llegaran de improviso como sucedió.

Esa tarde recuerdo que me lance con buen impulso sobre la patineta, el calor era intenso sobre mí que, en camisilla y pantalones cortos, y sin zapatos, montaba la tabla sintiéndome poderoso y en control, y así llegue hasta el final o el comienzo de la entrada, eso dependía desde que perspectiva se observara.

Fue entonces que vi por primera vez el vehículo, un sedan oscuro. También era la primera vez que veía un carro tan cerca en esas circunstancias mientras azorado trataba de no estrellarme sobre su frente. Un frenazo acompañado de varios fuertes bocinazos que amenazaron con dañarme los tímpanos, acabo por descontrolar mi errante y rápido descenso.

Terminé esquivando por poco la carrocería del vehículo, pero dando con toda mi humanidad en una zanja del camino, junto con la patineta.



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