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Sexto capítulo




«1972 fue declarado año internacional del libro por la Organización de las Naciones Unidas»


Mamá no había dejado de comentar cosas como;

―Te haría bien hacer amistad con los chicos Wood, se nota que son buenos muchachos.―Mientras se movía por la cocina, ocupada en el quehacer de elaboración de las magdalenas. Pronto la cocina comenzó a llenarse con los ricos olores de la repostería.

Yo me ocupe de recoger, sacar el polvo, para luego barrer la sala y dejarla en orden para los inesperados invitados. Alizze estaba más inquieta que nunca y no dejaba de saltar e ir y venir entre mamá y yo. Mi hermana había olvidado las muñecas e insistía en que quería ayudar.

Alizze era de complexión pequeña y delgada como mamá, pero casi siempre tenía mucha energía que gastar. Mamá parecía estar a punto de gritar y buscando mantener ocupada a la chica optó por darle una pequeña bolsa de basura con desperdicios.

―Ve afuera y déjala en uno de los botes, cariño ―dijo. Yo había terminado con la sala y me disponía a subir para darme esa ducha que ella mencionó más temprano, no obstante, un grito de mi hermana me detuvo, me giré justo a tiempo para verla entrar despavorida a la casa desde el patio trasero.

Enseguida me di cuenta de que Alizze no estaba herida, que su grito manifestaba excitación y algo de temor.

―¡Beau, aquí hay un gatito herido!

Mamá intrigada fue la primera en salir al patio seguida de la misma Alizze y yo las seguí. Cuando ellas se detuvieron de pronto, yo di unos pasos más para acercarme a uno de los zafacones, ese donde pude ver a un pequeño y conocido gato tumbado sobre uno de sus costados y no tuve que ser un experto para darme cuenta de que estaba más allá de toda ayuda. Enseguida recordé donde había visto al animal.

Minutos después tuve que encargarme del pequeño, y mientras lo hacia me pregunté si el vecino había tenido algo que ver en el cruel destino del minino. Y aunque yo era más de perros que de gatos, igual lamente la vida perdida.

―¡Apúrate Beau, Olivia no tarda en llegar! ―Con un encogimiento de hombros y tratando de mantener lejos de mis fosas nasales el nauseabundo olor que despedía mi carga, trote por el camino de gravilla hacia el principio, cerca de la carretera donde a un costado dedique algo de tiempo en cavar un hueco lo bastante profundo para dejar la bolsa plástica, luego volví a echar la seca tierra encima.

Seguro de haber hecho un buen trabajo regresé a la casa, esa vez fui directo al baño, pues necesitaba con urgencia esa ducha en la que tanto insitio mamá.

Escuché el molesto sonido que hacia el viejo timbre de la puerta principal de la casa, mientras terminaba de acomodarme un rebelde mechón de cabello. Mamá no lo dijo, pero yo era conciente de que debía arreglarme lo mejor que pudiera, pues no seria de su agrado que Alizze o yo luciéramos desarreglados ante la visita.

La voz de Amelié, cuyo agudo acento gales se escuchó más marcado que de costumbre, se alzo entre el pequeño bullicio de pasos y palabras de bienvenida.

―¡Que bueno que están aquí! Mis hijos y yo estábamos esperándolos...Olivia, querida, te ves muy hermosa con ese vestido...pasen, pasen...esta es mi hija mayor Alizze...

Abandoné mi habitación en el momento en que la visita se movía hacia la cocina, mamá había preparado la mesa, la idea era merendar y luego ella y su nueva amiga se quedarían para la sobremesa mientras nosotros los chicos ocuparíamos un lugar en el sofá para disfrutar de alguna película de vaqueros en el pequeño televisor.

Mientras bajaba las escaleras no podía dejar de pensar en el pobre gato, que relacionaba directamente con uno de los hijos de la vecina, aquel chico serio que un día usaba espejuelos y al otro día no.

A esos chicos y a su madre ya los había visto, el mismo día en que se mudaron a la casa vecina, pero eso mamá no lo sabia y justo en ese preciso momento me invadió el temor a que de manera despreocupada la tal Olivia comentara sobre la desafortunada manera en que nos vimos las caras la primera vez.

Iba tan ensimismado que apenas me di cuenta que me encontraba en el umbral de la cocina comedor de frente a cinco pares de ojos. Mamá no perdió tiempo en estar a mi lado y con orgullo me presento.

―Amor, ven a conocer a nuestros vecinos. Beau es mi hijo menor, tiene catorce años, y es un amor de chico, siempre tan atento y servicial...realmente no sé que me haría sin él. ―Enderece la postura y embocé una tímida sonrisa dirigida a la mujer de cabellos oscuros que recordaba, sin embargo, nada en su expresión indico que el reconocimiento fuera mutuo, y en silencio di gracias.

Olivia Wood no tardo en presentar a sus hijos, Hunter y Milo.

Hunter era el chico robusto de cabellos oscuros como su madre que se encontraba a la derecha de la mujer, y junto a él estaba su hermano menor Milo, el chico alto y delgado, de cabellos rubio oscuro y ojos ambarinos.

El mismo que había visto torturando al gato.

En esa ocasión me fijé que no llevaba espejuelos y cuando pasé un rápido vistazo de su hermano a él no pude pasar por alto la extraña sonrisa que le distendía los finos labios. En ese momento no supe darle nombre a su expresión, quizás por mi juventud, porque a pesar de verme expuesto en años anteriores a situaciones que me habian hecho madurar, aun no me habia encontrado de frente con una persona que guardaba en su interior inquietantes emociones y pensamientos.

Ese día mientras que Hunter me dio la impresión de ser un chico serio y tosco, su hermano, lucia como un chico antipático y distante que probablemente se creía mejor que los demás. Ninguno de los hermanos Wood me pareció simpático y mucho menos sentí deseos de acercarme para tratar de forjar ese vinculo que mamá habia mencionado antes.

Por el contrario, ese dia sentí que mientras más lejos estuviese de esos dos, sería mejor para mi.


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