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Segundo capítulo




«El Apollo 17 vuela a la luna y se convierte en la última misión tripulada allí»

Seven Hills, Mayo, 1972

El sonido de la gravilla al ser aplastada por las gomas de la Rambler Wagon familiar amarilla de mil novecientos sesenta y dos despertó a Alizze, pero mi hermana tardo en ser plenamente consciente de nuestra llegada a la nueva casa.

Mientras mamá continuaba manejando a poca velocidad por el desigual sendero que terminaba frente a la vivienda de madera que sería nuestro hogar, Alizze, quien se incorporó, y yo nos mecíamos al vaivén del vehículo, los rizos rubios cenizos de mi hermana mayor, bastantes largos, se echaban sobre sus ojos verdes provocándole ganas de reír y aplaudir, mientras que yo, a su lado, simplemente sonreía.

Alizze era una niña inquieta, risueña y amorosa de catorce años, aunque los problemas neurológicos, de aprendizaje y su deterioro mental permanente causaban que su comportamiento fuera el de una niña de ocho.

Yo era tres años menor que ella, pero desde siempre fui su guardián y protector, al menos así me auto llamaba con orgullo mentalmente.

Mamá detuvo el vehículo, un fuerte sonido al jalar la emergencia de mano, seguido de una leve sacudida fue el preámbulo a un momentáneo silencio cuando ella apago el motor. Dejamos el interior del vehículo con aroma al fuerte perfume que llevaba Amelie, que se hacía notar concentrado y multiplicado por el calor del día.

Un soplo de brisa agito mis cabellos, por aquella época lo llevaba algo largo en las puntas, y necesitaba un buen corte antes de que comenzaran las clases. Mi hermana había saltado del vehículo detrás de mi y no dejaba de moverse, excitada, mientras mamá, caminando con cuidado con sus zapatos de tacón sobre la gravilla suelta del camino se movía hasta llegar a la parte trasera del Rambler para comenzar a sacar el equipaje.

Enseguida me puse en movimiento echándole mano a dos de las maletas para sacarlas fuera del auto familiar, mientras mi hermana correteaba de ida y vuelta alrededor de nosotros.

—Alizze cariño...—Con voz suave que trataba de ocultar el retintín de impaciencia que el  errático comportamiento de su hija mayor le causaba, Amelie la llamó mientras trataba de asirla por el antebrazo. Ella logró su cometido y Alizze se detuvo a regañadientes.— .Aqui tienes preciosa...—Le entrego un pequeño bulto que formaba parte de sus escasas pertenencias, Alizze casi se lo arrebato de las manos antes de salir corriendo hacia el portal de la casa.

—¡Con cuidado, Alizze! —Le advertí, pues las viejas costumbres eran difícil de echar a un lado, y yo llevaba algunos años pendiente de Alizze, de sus cambios y comportamientos erráticos, incluso peligrosos.

—Tranquilo Beau...de ahora en adelante sere yo la encargada de cuidarlos, no solo a Alizze, sino de ti, cariño —comentó mamá en tanto me daba un suave apretón sobre uno de mis antebrazos, y mientras nuestras miradas se encontraban.

Sé que en ese momento mamá creía firmemente en lo que decía, y en las promesas y compromisos con el departamento de niños y familia que le habían devuelto nuestra custodia después de permanecer casi dos años lejos de ella.

Recuerdo lo emocionado que me sentía, que como cualquier niño de apenas once años recién cumplidos podía sentirse, estaba dispuesto a creer en las palabras de su madre, en sus dichos alentadores que pintaban un buen futuro, donde estaríamos protegidos y amados.

Creía firmemente en que habían quedado atrás los días en el abandono, las carencias económicas, pero sobre todo emocionales, y los arrebatos de ira y frustración.

Un buen vistazo a la casa de dos plantas pintada de beis, con aleros amarillo pálido me saco la primera sonrisa genuina dedicada a ella.

—¿Qué te parece si después de dejar el equipaje volvemos al pueblo a comprar una de esas pizzas tan famosas que venden para cenar?

De solo recordar semejante manjar me hizo salivar la boca y luego de sacudir la cabeza afirmativamente me apure a desalojar junto con ella todo lo que quedaba en la parte trasera del vehículo.

Ese día ha quedado grabado en mis memorias como uno grandioso, preámbulo de nuestra nueva vida familiar en la que yo creía y confiaba lleno de ilusión.

La casa, una vivienda en buen estado a pesar de los años que llevaba en pie, era amplia. Contaba con tres cuartos dormitorios, dos cuartos de aseo, y en la planta baja una cocina completa y equipada, sala comedor y un balcón donde mama había colocado dos sillones y una mesita.

Esa noche después de cenar pizza, mamá ayudo a Alizze con su baño, luego le dedico tiempo a leerle uno de sus cuentos preferidos mientras que ella la miraba desde la cama con sus ojos entornados.

Cuando Alizze se durmió mamá fue por mi habitación, ninguna de los cuartos estaba decorado, apenas teníamos lo necesario, una la cama y par de cortinas sobre las ventanas.

—Con mi primer sueldo pienso comprar dos muebles para que tu y Alizze puedan acomodar su ropa —mencionó al entrar al cuarto, en una de sus manos llevaba el viejo libro que ocupo con la niña,  mientras se desplazaba frente a la cama donde yo ya estaba acostado y listo para dormir. — .¿No quieres que te lea un cuento, Beau?—Senti que no pude ocultar lo extraño que me pareció su pregunta, a la vez que algo ridícula. Hize un gesto negativo con la cabeza.

—No me digas que te avergüenza, Beau...no debería, amor —comentó risueña de pie a los pies de la cama. Sus ojos verdes, tan parecidos a los de Alizze, amables sobre mi. Y yo, que no me cansaba de mirarla, con cada hora que pasaba desde que nos recogió esa mañana en la casa hogar, más asimilaba que su cambio era real, que se esforzaba para dar lo mejor.

—No me gustan los cuentos de hadas, mamá. Eso se lo dejo a Alizze...

Hacía años que habían dejado de gustarme. Mamá se acerco hasta detenerse a mi lado.

—Me encantaría saber más de tus gustos, Beau, y poder hacerte un regalo —dijo ella— .Por el momento duerme tranquilo, hijo, y con la seguridad de que de ahora en adelante todo será para bien —añadió.

Recuerdo que esa noche, arrullado por la brisa que se colaba por una de las ventanas, y los ruidos ocasionales de la vieja casa de madera al asentarse después de un día caluroso, me dormí con una sonrisa en los labios, tranquilo.

Y era que para ese tiempo aun le daba crédito a los dichos de mamá.


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