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Primer Capítulo



1970

«En abril de 1970 Estados Unidos lanza el Apolo 13, posteriormente la nave sufriría graves problemas técnicos que obligaron a abortar su misión y regresar a la Tierra»

Seven Hills, Nueva York

Probablemente mis sueños no eran los propios de un ingenuo niño de casi doce años, no los recuerdo, es casi imposible, pues ha pasado mucho tiempo. Sin embargo, de lo que estoy seguro es que a esa corta edad no era ingenuo, pues para ese entonces ya había probado un poco de la amargura que envicia los sueños infantiles, que empaña la esperanza.

Que no recuerde de que iban mis viajes oníricos no quiere decir que muchas memorias de aquella época se desvanecieran para siempre, porque hay algunas cosas que nunca se olvidan, que están grabadas a fuego en nuestras conciencias...y también en la inconciencia.

Si hay algo que recuerdo bien de aquellos días, dejando al lado la pegajosa sensación del sudor en la piel durante aquellas interminables noches veraniegas, que solo era aliviada por una ocasional brizna de brisa proveniente de la única desvencijada ventana, si es que a aquel hueco a ras del suelo se le podía llamar ventana, del pequeño cuarto que compartía con mi hermana Alizze, era despertarme aterrado en medio de la madrugada, y saltar de la delgada colchoneta enfocado en alejar de mis pies aquellas malditas criaturas grises portadoras de enfermedades que no fueron pocas las veces encontré royéndome los dedos.

Asqueado azuzaba a las ratas que pululaban necias sobre el colchón buscando morder los pies de mi hermana Alizze que casi siempre continuaba dormida bajo los efectos del té calmante que mamá solía darle antes de dormir. Fueron noches aterradoras a merced de aquellos roedores que se colaban por los huecos en la desgastada estructura de la vieja casa en donde ocupábamos, desde que nuestro padre murió, el hediondo apartamento en el sótano.

Y a merced de la apatía de nuestra madre.

Papá murió un frío día de febrero ese mismo año. Cayo al vacío desde un andamio mientras se ocupaba de pintar una pared a varios pisos de altura. No se supo si sufrió un mareo o algún percance de salud, por aquellos años se tomaban los hechos al pie de la letra, nadie busco más explicaciones sobre lo que habia sucedido, después de todo, mi padre fue solo un número, otro trágico accidente laboral en las estadísticas.

Nuestro padre fue un empleado responsable en una exitosa empresa de construcción a la cual le habia dedicado diez años de servicio, pese a eso con su muerte la administración solo le entrego a mamá su salario de esa quincena y unas escuetas palabras de pesar.

Recuerdo que entre sus pocos amigos recolectaron el dinero suficiente para lo que se avecinaba, además de que quedaron algunos dólares para el nuevo alquiler de aquel feo apartamento de dos cuartos que sería nuestro nuevo hogar. La fracturada familia Dubois ya no podia permitirse la renta de la bonita casa cerca del centro del pueblo que ocupaban cuando ocurrió la tragedia.

Con el paso de los días los amigos de papá se alejaron, la rutina que se quebró con su partida regresó y quedamos solos mamá, Alizze y yo. Recuerdo que nuestra madre pasaba casi todo el tiempo tirada en la cama, echa un ovillo y solo se levantaba para ir al baño a vaciar su vejiga e intestinos. Apenas hablaba con nosotros y pronto fue claro lo poco que le importábamos.

Fue evidente que no se preocuparía ni siquiera por nuestras necesidades básicas, o si íbamos a la escuela. Y poco a poco la responsabilidad de la casa y de mi hermana recayó en mis hombros, unos flacos y endebles hombros.

Mi hermana mayor Alizze para ese momento tenia catorce años, pero debido a su condición mostraba un comportamiento e intelecto de una niña siete u ocho años menor que su edad biológica. Cuando era solo un bebé mi hermana enfermó con meningitis lo que dejó secuelas en su desarrollo.

Yo, por otro lado, con casi doce era un niño avispado, al que pocas cosas le pasaban por alto y que comenzó a acumular en silencio mucho resentimiento hacia su madre.

No recuerdo si antes de la muerte de papá Luc, mi madre mostró comportamientos erráticos que se vieron exacerbados por su partida, por aquella época me gustaba pensar que los trastornos llegaron después, pero realmente no puedo estar seguro.

Y por esos años aún no estaba consciente de que aquella manoseada libreta que ella solía llevar a todas partes era guardiana de algunos inquietantes secretos.

Sin embargo, dejando eso a un lado, lo cierto fue que la madre amorosa y dedicada pareció irse junto a su esposo Luc, y debo mencionar que jamás volvió. La muerte de papá sacó lo peor de ella, sepulto el carácter dulce, aunque un poco atolondrado que la caracterizaba, y aplasto su dedicación bajo toneladas de desinterés y apatía.

Ahora pienso que el amor que la unía a papá era también el pilar del cual la frágil mente de mi madre se sostenía para no hundirse y comenzar a perderse bajo la marea de la demencia. Aquella realización no llegó a mi hasta muchos años después, cuando mi propia sanidad se vio comprometida.

*****

Si mal no recuerdo fueron semanas después, cuando el mes de abril casi le daba paso a mayo, que varias circunstancias se alinearon para que eventualmente Amelie no solo dejara el desvencijado colchón que ocupaba día y noche, sino que, tras su insípida amistad con una chiquilla que rentaba uno de los cuartos en la parte superior de la casona, tomara la decisión de comenzar a trabajar.

Mamá jamás había trabajado fuera de casa, nuestro padre era el único proveedor, pero él ya no estaba y nosotros como familia no recibíamos ayudas del gobierno. A todo lo anterior se unió la visita, en varias ocasiones, del dueño de la ruinosa casa exigiendo la mensualidad por el alquiler.

Y la insistencia de Tessa, la vecina, para que mamá, una mujer aun joven y guapa se uniese a la plantilla laboral de uno de clubes nocturnos más populares de Seven Hills por esa época, «The Owl» donde ella también trabajaba.

Las primeras noches comenzó trabajando de viernes a domingo, se iba sobre las ocho de la noche y regresaba después de las tres de la madrugada. Recuerdo las ocasiones en que me mantenía con mucho esfuerzo despierto pendiente a su llegada, ella trataba de hacer el menor ruido posible y yo, fingía dormir.

No olvido el suave sonido de sus zapatos de tacón cuando a veces los dejaba caer con descuido antes de dejarse caer ella misma sobre el colchón, exhausta. O el tenue olor a humo de cigarrillo mezclado con sudor que se apoderaba del ambiente por algunos segundos.

Con el pasar de las semanas al menos la situación económica mejoro, mama comenzó a trabajar más días, cinco en total, y yo continue haciéndome cargo de Alizze. El verano dio paso al otoño y con el, comenzaron a bajar las temperaturas.

El sótano donde vivíamos no contaba con una calefacción funcional y tanto Alizze como yo comenzamos a enfermarnos con frecuencia, aquello desastabilizaba a mamá, la sacaba de su rutina, aquella que tanto le había costado construir.

Y los estallidos de colera volvieron a suscitarse desquitándose conmigo, culpándome de las ocasiones en que Alizze se enfermaba, pues poco le importaba mi salud, y tenia que llevarla al hospital. Mamá no entendía que mi hermana era frágil y que necesitaba mejores cuidados de los que yo podía brindarle. Casi toda mi vida, desde que nos quedamos solos mamá, Alizze y yo, sentí que mi hermana y su bienestar eran mi responsabilidad.

Con el invierno llegaron las visitas que acompañaban a mamá luego de su turno de trabajo, hombres, casi todos conocidos de una noche que llegaban dando traspies junto a ella, cayéndose de ebrios y armando gran alboroto sin importar despertarnos.

De cinco días trabajados, por lo menos tres madrugadas llegaba acompañada, por esos días habia movido su camastro a una esquina colocando dos deshilachadas cortinas tratando de obtener privacidad.

No fueron pocas las veces que envuelto junto a Alizze en varias cobijas de segunda mano, sintiendo la suave respiración acompasada de ella sobre una de mis mejillas, y haciendo un esfuerzo por conciliar el sueño, era perturbado por los sonidos que salían detrás de aquellas cortinas. 

Jadeos, susurros y el chirriante ruido de los oxidados muelles del viejo catre.

Los exabruptos de mamá aumentaron, ya no era solo por las veces en que Alizze se enfermaba con resfriado o del estómago, la ira de mi madre se desataba por cualquier cosa o nimiedad, avivada por su consumo de alcohol y aunque en esos momentos no estaba conciente de ello, quizás de otras sustancias ilegales.

Y antes de que finalizara aquel año plagado de tragedia, cambios y dificultades, justo dos semanas antes de navidad, Alizze y yo fuimos removidos por el departamento de servicios sociales, consecuencia inmediata de uno de los estallidos de mamá, iniciado por mi torpeza al derramar una botella de vino barato que compartía con Tessa.

—¡Estoy convencida de que haces las cosas de maldad, solo por el placer de verme enojada! —grito, cuando estaba enojada su acento francés se escuchaba muy marcado— .¡Eres tan torpe, un garzón torpe y desgarbado que no sirves para nada!

Mamá, de pie con sus ojos verdes fijos en mi, agarraba uno de mis brazos para zarandearme con violencia. Esa fue la primera vez que había cruzado la fina línea entre la violencia verbal y la física.

Yo, incapaz de colocar los pies bien anclados en el suelo para soportar los jalones, me deje hacer sintiendo sus largas uñas clavarse en la piel de mi brazo a pesar de la camisa de mangas largas que vestía, escuchando los gritos y llantos de Alizze, y las suplicas de Tessa para que me soltara.

—¡Por Dios Amelie, suéltalo, solo fue un accidente, yo puedo comprar otra botella!

El recuerdo de esa noche no ha permanecido intacto en mi memoria, las pocas veces que he intentado recrearlo de principio a fin, permanece envuelto en una nebulosa. Mas allá de su agresividad, lo único claro para mi fue que esa misma noche mi hermana y yo dormimos en un refugio del gobierno alejados de la mujer que nos dio la vida.




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