Prefacio
Prefacio
Verano 1974
«Para los estadounidenses el año mil novecientos setenta y cuatro se vio marcado por la dimisión del presidente Richard Nixon tras el escandalo de Watergate, lo sucedió Gerald Ford»
Julio fue un mes muy caluroso, de hecho, el cinco de julio fue registrado en la historia como el día con la temperatura más alta ese año. Días después, la mañana de un día que prometía tener temperaturas más benévolas, Beau Hendrix Dubois salió de su casa dirigiendo sus pasos hacia el patio de la vivienda vecina donde vivía su mejor amigo Milo Adriel Woods.
Minutos después de su llegada, en la pequeña cocina con olor a café recién colado y el rico aroma a tocino pululando el ambiente se encontraban reunidos en ese espacio cerrado los tres amigos, o quizás deba decir dos mejores amigos y el hermano rezagado de uno de ellos.
Beau, el vecino alto, hijo de la mesera francesa y hermano de la chica con problemas, esperaba por su mejor amigo Milo, el chico flaco y desgarbado, que había puesto sobre la estufa el sartén con el tocino, mientras su hermano mayor Hunter, un robusto y pelirrojo hombrecito de diecisiete años que se encargaba un día si y el otro también de preparar la cafetera y encenderla, daba la impresión de estar en la espera de algo o de alguien de pie en la esquina donde el viejo refrigerador gorgoteaba.
No era raro ver llegar a Beau a la casa de sus vecinos los Wood, pero desde hacia algunas semanas atrás los amigos salían mucho más temprano a perder el día vagabundeando por la zona, mientras Hunter los observaba alejarse desde una de las opacas ventanas de la vivienda.
Como casi todo en la vida, detrás de esos sutiles cambios existían circunstancias que no solo afectaban a Milo, sino a su hermano Hunter, pero que ninguno de los dos, tampoco Beau por petición del primero, habían verbalizado a alguien más.
Y esa mañana de julio, con Olivia Wood confinada a su cama en parte debido a su enfermedad física, en parte a su enfermedad mental, no se podría decir con certeza quien de esos tres chicos tomó la decisión y ejecuto el plan que puso fin no solo a un periodo de abusos sino a una vida que muchos seguramente pensarían que no valía la pena conservar.
Tampoco se podría decir quién estaba ajeno a lo que sucedería y quién no.
—Aquí tienes tu café, tío —mencionó Milo solicito en tanto depositaba la taza de losa con humeante café sin leche o azúcar justo al lado de la cajetilla de cigarrillos Marlboro, y frente al obeso Rowan Tipsy, quien estaba repantigado sobre una de las viejas sillas de madera, acabado de levantar.
Todavía tenia en su hinchado rostro las muescas de la almohada y en las comisuras de su diminuta boca, para ser un hombre tan grande, residuos de saliva seca.
—Gracias pequeño. —Rowan Tipsy era un hombre alto y gordo, sus cabellos lacios siempre lucían grasosos y despedían un fuerte y desagradable olor mezcla de sudor y canela, aquello último gracias a los caramelos que solía llevarse a su pequeña boca y saboreaba mientras entrecerraba sus diminutos ojillos oscuros.
Milo se alejó de la mesa sin quitarle los ojos de encima a su tío materno, solo cuando estuvo lo suficiente lejos se giró para ocuparse de los platos sucios en el fregadero, aunque un observador atento notaria que no hacía tal cosa, y que solo dejaba el agua limpia correr entre sus manos.
Los pequeños ojillos de Rowan fueron a posarse sobre el alto vecino de ojos grises, esos que muchos comentaban eran similares al color de las nubes de tormenta.
—Otra vez por aquí, Ben. —Ante su tono de voz no era fácil discernir si le agradaba la presencia de Beau Dubois o no, aunque el muchacho apostaba por lo último. Rowan veía a Beau como una especie de barrera entre él y su sobrino menor Milo, aunque no lo diría— .Si no supiera que vives justo al lado pensaría que no tienes casa, chamaco —añadió en referencia a su constante presencia alrededor de Milo.
A Beau no lo intimidaba el gordo Rowan, pues el muchacho estaba acostumbrado a lidiar con personas de la calaña del hombre, aunque para muchos Rowan Tipsy era un hombre honrado, amable y religioso que no creían capaz de ninguna bajeza. Lo que pocos conocían sobre Rowan era que el amable y bonachón solterón era un lobo vestido de oveja.
Rowan giró un poco la cabeza hacia la derecha, lo suficiente para darle un rápido vistazo a Hunter que no se habia movido de su lugar como si quisiera pasar desapercibido, aun cuando a la misma vez quería estar presente.
Mientras tanto el tocino que habia puesto Milo en el sartén chisporroteaba con fuerza destilando su rico aroma en la calurosa cocina.
—Mi nombre es Beau —mencionó el vecino con tono hastiado, preguntándose cuando el tío de sus amigos lo llamaría por su nombre. No era la primera vez que Rowan confundía su nombre, tampoco que el chico lo corregía, sucedió tantas veces que Beau estaba casi convencido que al hombre poco le importaba y en ocasiones sentía que lo hacia a propósito.
—Si, si...—El hombre acomodó su humanidad, sus movimientos sacudieron la endeble silla, mientras Milo seguía dándole la espalda de frente al fregadero, aunque sus ojos no paraban de moverse en un esfuerzo por lograr ver el celaje del hombre sentado.
Hunter habia retrocedido unos pasos situándose entre la cocina y el comedor en penumbras, sus ojos verdes brillaban, expectantes.
—Supongo que estas esperando a Milo para irse el resto del día a holgazanear —agregó Rowan antes de finalmente tomar con su mano derecha la taza frente a él para llevarla cerca de la nariz y aspirar su humeante aroma — .A veces me pregunto que tanto hacen por esas arboledas...seguro nada de provecho —Una desagradable risotada cerró la frase y fue preámbulo al movimiento que hizo para acercar la taza a su boca y dar un largo trago del amargo café que tanto le gustaba.
Beau, que habia dado los pasos suficientes para colocarse muy cerca de la puerta hacia el patio, no le quitaba los ojos de encima al hombre. Milo habia cerrado la llave del agua, dejando los platos sucios sin tocar, pero permaneció inmóvil con las manos mojadas en el borde del fregadero, mientras su hermano mayor parecía haber dado algunos pasos más dentro de las sombras del resto de la casa.
Un gorgoteo, seguido de un esténtor acometió a Rowan quien tras beberse más de la mitad del liquido oscuro dejo la taza de losa sobre la superficie de la mesa, la depositó tan fuerte y de repente que se volcó desparramando los residuos que se deslizaron hacia el borde y de ahí directo al suelo de losetas de vinilo, viejas y descascaradas.
El goteo perdió protagonismo, mientras Rowan se ponía de pie con una de sus manos sobre el ancho pecho, y con la mano izquierda sobre la superficie de la mesa parecía buscar mantener el equilibrio con su rostro reflejando desesperación y dolor.
El hombre trastabillo hacia atrás con movimientos desestabilizados empujando la silla y alejándose de la mesa en tanto desplazaba la mano que tenia al pecho hacia su abultado estómago. Su rostro por lo general congestionado en las mejillas, nariz y barbilla comenzaba a lucir pálido y sudoroso.
Ninguno de los muchachos se movió, siendo Milo quien más cerca se encontraba de Rowan mirándolo atentamente, pero sin indicios de querer prestarle ayuda.
El muchacho saltó hacia el lado contrario de su angustiado tío que manteniéndose de pie se apretaba la barriga doblándose sobre si mismo, con respiraciones rápidas y cortas. En segundos, Rowan cayo de rodillas al suelo, con las manos apoyadas a los lados de su cuerpo, mientras vomitaba un líquido pardo y hediondo.
Hunter, que se habia mantenido mirando todo desde su posición en el comedor, se acerco sin quitarle los ojos de encima al hombre que para ese momento habia caido de bruces sobre su propio estropicio.
Rowan no se movía, mientras el tocino se quemaba en el sartén, los tres chicos observaban el hombre tirado boca abajo cerca de la mesa cuya parte trasera de su pantalón beis mostraba los primeros vestigios de la perdida de reflejos, en tanto en el segundo piso de la vivienda su hermana Olivia dormía ajena a que su hermano menor habia muerto de forma repentina.
Beau se esforzó por tragarse las nauseas que la mezcla de olores le provocaba, Hunter trato de disimular los temblores que amenazaban por derrumbarlo, mientras que Milo apenas pudo ocultar la sonrisa que la visión ante sus ambarinos ojos provocaba.
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