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Cuarto capítulo



«En agosto de 1972 se observo sobre las montañas de Wyoming, Estados Unidos, el ingreso a la atmósfera del meteoroide conocido como El gran bólido diurno de 1972»


Semanas antes del comienzo de clases

Agosto, 1972

Recuerdo que aquel meteoro fue observado días antes, años después se especulo que de haber impactado la tierra habría provocado una gran explosión. Esa mañana Alizze se encontraba todavía durmiendo, mamá ya se habia marchado a trabajar y yo acababa de darme una ducha, era un día muy caluroso. La noche pasada también lo fue, y más para mi que no contaba con abanico, pues el que tenia, ya muy viejo, se averió.

Con una toalla que habia visto mejores días amarada a mi cintura y antes de abandonar el pequeño cuarto de aseo me di a la tarea de abrir la única ventana que se encontraba justo sobre el excusado buscando que entrara alguna brisa al, para esos momentos, opresor ambiente, aunque sospechaba que ese seria uno de esos días en que el viento se negaba a circular.

De igual forma y con pocas esperanzas hize el esfuerzo, baje la tapa del excusado y me encarame, pues aun cuando mi estatura casi me llevaba a alcanzar mi objetivo senti que necesitaba de un buen agarre para destrabar la oxidada hoja y desde el suelo, sin la ayuda de algo donde subir algunos centímetros, se me haría algo difícil.

Sin embargo, una vez de frente al turbio vidrio mi atención fue de las intenciones iniciales de abrir la ventana, a una figura que pude atisbar entre los arbustos que dividían las propiedades, algunos secos. Era unos de los niños que se habían mudado recientemente a la casa vecina, el más alto, desgarbado y flaco de los dos.

Cobijado por la altura y el vidrio empañado me sentí en libertad para tomarme un tiempo observando al vecino que se encontraba en el descuidado patio trasero de su vivienda, el muchacho parecia jugar con un pequeño gato negro y amarillo.

Mi mirada se concentro en él, que lucia físicamente mucho más joven que yo, aunque no pude calcularle la edad. El otro chico, el que supuse su hermano, de estatura promedio y robusto a todas luces a mi me dio la impresión que era el mayor.

El muchacho de piel muy blanca y cabellos lacios rubio cenizo estaba de cuchillas cerca del troco de un árbol, entre sus manos tenía un pequeño gato que al principio pensé se dejaba acariciar por su dueño, no obstante, hizo bruscos movimientos en tanto las manos de su captor se cerraban sobre su cuello.

Yo me sentí incapaz de quitar los ojos del pobre animal que desesperado, después de unos segundos, ya fuera porque su captor se dio por vencido o logró imponerse, se alejó huyendo despavorido hacia el bosque detrás de las casas de esa zona.

Estuve seguro que fue lo último cuando vi al chico mirarse la zona de la muñeca derecha mientras que con la izquierda tocaba su piel. No pude, a la distancia que me encontraba, ver señales de algún arañazo gatuno, pero tampoco lo puse en duda y una sonrisa de satisfación curvo mis labios, pues si era así, bien merecido lo tenía ese abusador.

Estoy seguro de que fue en ese preciso momento en que aquel muchacho alzo la vista, de pronto atento, oteando de derecha a izquierda para luego, de la manera más improbable posible, llevar su vista arriba, en mi dirección.

Mi reacción fue echarme abajo, casi me caigo al suelo de pequeñas losetas verde menta, lastimándome el tobillo derecho en mi brusco salto al piso. Recuerdo muy bien el susto que pasé, y la carrera desbocada de mi joven corazón.

También no he olvidado lo idiota que me sentí segundos después, no solo por mi reacción, sino por creer que aquel muchacho podría verme desde su posición, cuando yo me encontraba en el segundo piso de nuestra casa, y mientras más segundos pasaban más estúpido me sentía.

—Beau...¿Dónde te metiste? ¡Tengo hambre, Beau!

Logré estabilizarme antes de que Alizze me encontrara y sacudí la cabeza en un intento por echar fuera la imagen del vecino alzando la vista, mirando en mi dirección. Fueron segundos, pero resalto un detalle que hasta ahora no habia notado...la falta de sus gruesos espejuelos.

—Al fin te encuentro.

—No estaba perdido, Alizze, he estado aquí en todo momento.

—¿Haciendo qué? ¿Escondiéndote de mi?

—Tomaba una ducha —dije vencido, y casi forzando mi salida del pequeño baño, pues ella se encontraba en el umbral de la puerta, sin intenciones de moverse. Mi hermana se echo a un lado y yo, cojeando la rebase.

—¿Te duele el pie?...tengo hambre, Beau. —Típico de ella, mi hermana pronto echo a un lado su preocupación por mi paradero, o por saber que me habia pasado en el pie, cuando su estómago protesto.

Después de un rápido viaje al cuarto para ponerme una pantalón corto con una camiseta cualquiera que saque del montón de ropa que tenia sobre la silla del escritorio, bajé las escaleras.

Alizze me esperaba sentada a la pequeña mesa con una de sus inseparables muñecas sobre la superficie.

—Tengo mucha hambre, Beau. —Y eso era igual a un arrebato de incomodidad sino se le atendía, así que me ocupe de hacerle un sándwich de jamón y queso, y un poco de jugo en polvo, ese que se preparaba solo con agua. Para mi también preparé un sándwich, pero solo de queso, y un poco de café con leche.

Alizze era de las que comía con rapidez, metiéndose a la boca un montón de comida a la vez y yo siempre solía estar pendiente a llamarle la atención, pero ese día mi atención estaba un poco dispersa.

—Me quede con hambre, Beau. —Cosas como esa pasaban a menudo y siempre me decía que con Alizze era mejor hacer desayunos suculentos y no un simple sándwich. Minutos después, luego de prepararle otro sándwich y mientras ella lo devoraba gustosa haciendo toda clase de ruidos con la boca, yo me encargaba de la loza sucia, en tanto no pude dejar de echar un rápido vistazo, en dirección al patio vecino o lo que alcanzaba a ver desde la ventana frente al fregadero. No habia ni rastro del muchacho.

En tanto el agua corría entre mis manos y los pocos cubiertos que acababa de enjabonar, llevándose el jabón, mis pensamientos recrearon el día que por poco me estampo en la carrocería del vehículo de los vecinos recién llegados, y terminé en la zanja a la vera de la carretera, con la patineta encima.

Un hombre alto, joven y buen mozo se asomo a la zanja, su rostro reflejaba la preocupación y el susto que mi repentina aparición y accidente le causo, enseguida entendí que se trataba del chofer del auto. Yo me encontraba bastante aturdido.

Escuché no lejos de donde fui a parar, el ruido de puertas abriéndose y cerrándose, una voz de mujer, junto a dos voces varoniles, además de pasos que se acercaban al punto donde yo, todavía permanecía tirado.

—¿Estás bien, muchacho? Tremendo susto que me diste, pude haberte atropellado.—El hombre de cabello lacio, castaño oscuro me ofreció una mano para salir de la zanja. Yo tarde algo en despabilarme y lograr incorporarme, patineta en mano.

Cuando acepte la mano del hombre, este me izo con fuerza y de un solo movimiento estuve de pie en la carretera a su lado. Un vistazo a mi derecha me enfrento con la familia completa, una mujer bajita, delgada, con enormes ojos que me miraba con curiosidad, y dos chicos, uno robusto, de cabellos y ojos oscuros como su madre, el otro, aun luciendo más joven que su hermano, era más alto y flaco, con cabellos lacios y rubios, y llevaba espejuelos que ocultaban bastante el color de sus ojos.

Mientras la madre mostraba una tenue sonrisa, ninguno de los dos muchachos dio muestras de simpatía.

—Papá, ¿podemos entrar a la casa? Estoy cansado, y ya vimos que no lo mataste...

—Ve adelantándote, Hunter—contestó el padre al chico robusto que hizo una mueca antes de volver al interior del vehículo. El hombre volvio su atención a mi, en tanto yo observaba como el chico de espejuelos imitaba a su hermano, la mujer optó por esperar a su marido.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien? —El hombre no dejaba de mirarme de arriba abajo.

—Lamento el mal rato, señor. Y le aseguro que me encuentro bien, solo fue el susto y unos cuantos raspones.

—Ten más cuidado a la hora de montar esa cosa, muchacho —mencionó antes de darme un golpecito sobre uno de los hombros acompañado de una sonrisa, y girar para volver a su vehículo.

De ese incidente no le dije a mamá, pues sabia que un buen jalón de orejas me llevaría. Sin embargo, aunque los vecinos no dieron muestras de simpatía, admito que yo si estaba conciente de su presencia en la casa vecina y me preguntaba si me animaría a visitarlos, buscando un acercamiento, la verdad era que por esos días me sentía bastante solo y aislado. Y me hubiese gustado tener par de amigos con los que jugar.




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