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Capítulo 14: El Corazón del Amanecer

Rilnim observaba excitado a su dios. Temsek al fin había salido del sarcófago. Aquel magnifico ser, que había forzado su encarnación en este plano, extrayendo su alma de uno de los tantos mundos perdidos en su memoria, le había indicado que no se preocupara. Lo supo de inmediato, «Ambos intrusos están aquí, me han seguido los muy ilusos». El dios, antiquísimo, con su forma física alternando entre ambos sexos y las características de diversas bestias terrenales, se presentaba ante él por vez primera, y si bien el sacerdote negro desconocía la razón de esto, se regocijaba ante tal distinción. ¡Al fin se acabarían los susurros!

Había llegado la hora de observar y sentir en carne propia la esencia del maestro.

-Mi súbdito- dijo Temsek, y su voz, de múltiples matices, recorrió la cámara de piedra produciendo un eco abrumador.

Rilnim se arrodilló ante él, tocando el suelo con la frente. Temía faltarle el respeto al quedarse anonadado por su presencia.  

-Mi señor, mi amo, aquí me tiene ante usted, para cumplir con sus designios- dijo, sin siquiera mirarlo.

-Lo has hecho bien, hombre de muchos rostros. No esperaba menos de mi agente del caos. Tú, que has viajado a través del universo corrompiendo mundos, cumples ahora con mis propósitos. ¿Te sientes conforme Rilnim?

-Así es mi señor- exclamó, elevando apenas la mirada para ojear las pezuñas que la entidad tenía por patas.

-Mentiroso - dijo el monstruo en tonó burlón -. Tu mentira me satisface.

Ante tales adulaciones, el sacerdote no pudo evitar sentir su miembro rígido bajo la toga. Se mantuvo inclinado, para esconder su excitación.

Rilnim Ferpes se sabía poderoso entre los mortales. Infinito en los ardides del tiempo, a pesar de que la memoria no alcanzara para abarcar una excesiva cantidad de vidas transcurridas, las artes mágicas parecían ser innatas en él. Y si bien se soñaba a sí mismo controlando las riendas, en este mundo, se encontraba esclavizado por el poder de aquella entidad, con sentimientos contradictorios. La criatura lo atraía, lo obsesionaba, y al mismo tiempo, le producía un profundo temor. Representaba todo aquello capaz de enaltecer su espíritu. Su Dios de sombras y caos.

-No eres en verdad consciente del regalo que me has traído, caminante de las estrellas. ¡Como un pedazo de queso que atrae a las ratas!

Al pronunciar estas palabras, el ser se inclinó junto a su súbdito, todo lo largo que era, y hundió sus garras en la tierra. En su rostro escamado, felino, se dibujo una extraña sonrisa.

Ojo Hermoso, aterrorizado ante la visión delirante de aquel ser monstruoso, tiró de la capa de Tefir para transmitirle la firme intención de escapar de allí. Aquella criatura estaba por fuera del rubro.

Tefir no respondió. Una serie de apéndices oscuros se habían extendido desde el muro, tras el cual ambos se hallaban espiando.

Ojo retrocedió asombrado. Su compañero se encontraba forcejeando en pos de liberarse. Aquellas cosas le habían rodeado el rostro, a la altura de la boca, como así también las muñecas y las piernas. Incrédulo y sin poder hacer nada al respecto, vio como el cuerpo de su compañero se fundía en la roca, hasta perderse entre los jeroglíficos.

Tefir se encontró de pronto flotando en un espacio vacuo, oscuro. Más allá de su propia figura, nada más le resultaba visible. Se vio inmerso en la más completa oscuridad. Un dolor punzó el centro de su frente, hasta alcanzar el centro de su pensamiento. La intrusión lo hizo gritar, y en efecto, abrió la boca para hacerlo, pero no hubo sonido alguno.

«No hay sonido aquí, ni tiempo».

Aquel ser horrendo estaba invadiendo su cerebro para comunicarse con él y obtener información.

«Te encuentras ahora atrapado en el espacio ínfimo entre las unidades mínimas de la materia», le comunicó la voz.

Tefir se dispuso a luchar con todas sus fuerzas ante tal intromisión, pero se encontró en un abrir y cerrar de ojos tirado en el suelo, esforzándose por llenar sus pulmones de aire. A su izquierda vio al sacerdote negro, con su rostro pálido, que lo observaba maravillado. Supo que la criatura lo estaba aplastando contra el suelo, y que no le dejaba mover el rostro.

- ¡El otro escapa, mi señor! - vocifero Rilnim, agitando las manos.

-Ningún mortal escapa de su sombra- contestó la criatura.

Ojo corría a través del pasaje que los había conducido hasta las puertas de la cámara, maldiciéndose, por no ser capaz de salvar a su compañero. Tenían una misión, que de estar los dos muertos no podrían cumplir. Debía sobrevivir a toda costa para que aquel viaje no fuese en vano.

Llegó hasta la entrada del templo y se aferró a una de las estatuas con cabeza de reptil para recobrar el aliento. Bajo la luz del cristal, que se reflejaba a través de la inmensa caverna, la sombra de Ojo Hermoso se alargaba hasta el final de las escaleras.

- ¡M-m-mi so-sombra!

Era imposible. La dirección de la sombra y su tamaño, no tenían sentido alguno. No tuvo tiempo para reaccionar. El contorno de su propia silueta se extendió, desde la mismísima tierra donde se hallaba y lo atrapó. Primero la mano sana y la pierna izquierda. Quiso, sin resultado, cortar las ataduras con su garfio. Rasgó el aire. La fuerza de aquella extensión de sombra lo llevó al suelo, y más allá. Al igual que había sucedido con Tefir, su cuerpo se hundía en la tierra, se fusionaba.

«Este es el fin», pensó.

La nada. Infinita oscuridad.

El dolor que penetró en su mente le recordó que aún seguía con vida, a pesar de lo inverosímil de la situación.

«¡Ah!, un hijo perdido de esta ciudad devastada»

Supo que la voz que resonaba en su cabeza era la del Dios del sacerdote negro, la de aquel demonio alado de piel escamosa.

«Bienvenido»

Sintió un sacudón. Volvió a sentir la existencia de las cosas a su alrededor. El aire, el sonido y la luz.

El ser lo sostenía en lo alto, tomándolo por el cuello. Y lo observaba. Su rostro de cerca era aún más espeluznante. En verdad le pareció a Ojo, de rasgos felinos, más la textura de la piel era parecida a la de las serpientes.

-Alucinante, mi señor.

- ¿Dudas acaso Rilnim?

El sacerdote agachó la cabeza, avergonzado.

-La duda es normal. Aún no te has formado una idea clara de mi poder, más te advierto, que jamás lo harás. Así como la hormiga no comprende la extensión del cuerpo humano.

Ojo luchaba por soltarse del amarre. Desesperado, hundió su garfio en la muñeca de aquel ser, pero el filo recorrió la piel escamosa como si de mantequilla se tratara, hasta que el corte se solidifico. El garfio se había quedado atorado en la carne de la criatura.

-Es inútil, inútil, inútil- repitió la criatura-. Ustedes los humanos son tan graciosos y peculiares. Su ignorancia siempre los impulsa a luchar hasta el final.

Ojo observó hacia abajo. Tefir estaba tirado en el suelo, atrapado por las sombras que se desprendían de las patas del monstruo.

El sacerdote reía, festejando las acciones de su dios.

-E-en e-efecto - dijo Ojo-, nu-nunca no-nos re-rendimos.

Temsek inclinó la cabeza, curioso. Supo lo que el ladronzuelo había decidido hacer pero no tuvo tiempo de reaccionar. Algo lo distrajo. A miles de kilómetros de allí, el príncipe traidor había presenciado un ápice del equilibrio, invocándolo. Vio el rostro de un joven de las planicies, con un fragmento de resonancia en su interior. El primer indicio de que la niña había reencarnado.

Bajo sus pies, Tefir se las había ingeniado para soltar un pequeño cilindro, que rodaba ahora por el suelo, a poca distancia de donde estaba Rilnim.

Ojo hermoso realizó un rápido movimiento con su mano libre y cerró los ojos. La pequeña cuchilla se clavó en el centro del explosivo cegador.

El sacerdote se cubrió el rostro ante el refulgente estallido esperando una explosión de fuego. La cámara de piedra se llenó por unos pocos segundos de una poderosa luz y el ser apartó el rostro, lanzando a Ojo contra el sarcófago.

Las sombras que apresaban a Tefir se extinguieron dejándolo libre. Sin pensárselo dos veces rodó por el suelo para alejarse de la criatura.

Su plan había funcionado pues Ojo lo había entendido sin mediar palabra. Años de trabajar en equipo. Tenía la firme convicción que aquel ser adepto a la oscuridad, no debía tener ninguna clase de agrado por la luz.

- ¡Gusanos rastreros!- vociferó Temsek, apartando la vista. Su cuerpo se extendía y se comprimía, amorfo.

Tefir tomó dos de sus dagas y se las lanzó, pero estas no dieron en el blanco, e impactaron en la pared que estaba más allá.

Ojo comenzaba a levantarse de entre los restos del sarcófago, con una bomba de fuego en la mano. La lanzó en dirección al ser, pero Rilnim intercedió. Para desgracia de ambos, el sacerdote negro se había cubierto el rostro durante la explosión cegadora.

Apuntando su dedo en dirección a la bomba en pleno vuelo, lanzó una descarga de energía. El explosivo se envolvió en una pequeña nube de humo rosado, y se convirtió en un pequeño mono de juguete que cayó al suelo, poseía en sus manos dos extraños platillos metálicos. Acto seguido, Rilnim apuntó su dedo a Tefir y volvió a disparar. Ágil, éste lo esquivó lanzándose al suelo pero el rayo proveniente del dedo del sacerdote aún seguía fluyendo. Lo redirigió hacía su víctima y Tefir salió despedido hacia el otro extremo de la cámara, inconsciente.

Ojo vio como el pequeño monito se acercaba a él, haciendo sonar los platillos entre sí. Se alejó justo cuando el pequeño juguete estalló en pedazos, desprendiendo la loza superior y esparciendo fragmentos de roca en todas direcciones.

El rosto de Rilnim surgió desde el centro del humo. Su macabra risa nada tenía que envidiarle a su Dios en términos de generar miedo.

- ¿Co-cómo te atreves ta-ta-tartamudo?- le preguntó a Ojo, pisándole la espalda-. Hirieron a mi Dios, cosa que creía imposible- dijo, casi en un susurro.

A Ojo no le quedaban fuerzas para luchar.

-Apártate Rilnim, tengo planes para estos hombres. Han demostrado ser valiosos y el tiempo apremia.

-Mi señor, ¡lo han insultado!

-Ignorancia Rilnim, al igual que el príncipe, pronto se encontraran anhelando el abrazo de las sombras.

-El príncipe aun no cumple con su misión.

- ¡Ha hecho más que eso salta mundos! Soy yo quién juzga, tú dedícate a servir.

Ojo hizo uso de toda su voluntad para no desvanecerse, procurando oír al sacerdote y a su Dios. El príncipe del que hablaban, no podía ser otro que Ratesh, "el lisiado de Galashir".

-Lo siento mi señor, es que no logro comprender para que podría usted necesitar a estos dos hombres. Disculpe mi falta de visión.

-Escucha bien mis palabras, Rilnim. Han sido más de 150 siglos de deambular sobre la superficie del sueño, regocijándome, susurrando tretas en los oídos de los hombres, e implantando ideas en sus débiles mentes. ¡150 siglos, Rilnim!, viendo a los reinos de los hombres caer y levantarse en la marisma interminable de su propia naturaleza. No hablo falsedades, cuando os digo que hubo guerras inmensas en las cuales no fue necesario interceder. El desequilibrio ya formaba parte de sus almas, de sus ansias. Son los motores perfectos de la desidia y la destrucción-. El ser realizo una pequeña pausa, como si recordará acontecimientos muy remotos y continuó.

-Aburrido, como ser pensante que soy, abandone la vigilia y me dediqué al sueño. Esperé, paciente. Dos grandes guerras me despertaron. En la segunda, tras redescubrir la humanidad la división del átomo, volvieron a captar mi atención. Eso, admito, fue artimaña mía. Era aquel un hombre listo, pero iluso, que creía estar realizando un bien para la humanidad.

Rilnim casi podía ver, en una rápida sucesión, los hechos acontecidos en aquel mundo. Aún no lograba comprender del todo la espera de su señor ni sus orígenes. La información se había perdido, desentrañar la verdadera historia de aquel mundo era una tarea casi imposible. Temsek apuntó la palma de su mano en dirección al suelo y continuó:

-Hubo luego un tiempo de paz, estéril, donde se multiplicaron como nunca - dijo, mientras la piedra se elevaba en lo alto-. Sus avances seguían siendo nimios en comparación con los alcanzados en los inicios del tiempo, incluso luego de la primera y la segunda hecatombe entre los hijos de la Unidad y mis hijos. Se dedicaron a formas absurdas de comercio, al entretenimiento y al consumo. Solo era cuestión de tiempo para que el caos se abriese camino a través de aquella masa absurda de seres inocuos. Como sucedió con los Arianos, y créeme, si te digo que la existencia es una espiral donde los acontecimientos siempre se repiten.

El ser extrajo de la roca un tubo de cristal, con un símbolo. Ojo hermoso, que espiaba de reojo, reconoció el trébol negro pintado sobre un campo amarillo.

-Forjaron entonces estas reliquias, quizá, fue lo más cerca que estuvieron de alcanzar el potencial energético de los hijos de la ley del Uno. Con ellos alimentaron gigantescas máquinas de asedio, destinadas a aniquilar a sus enemigos. Su propia especie. ¿Irónico no? Ahora mis huestes portan como estandarte el símbolo de la destrucción que los antiguos hombres usaron como distinción para su más mortífero armamento.

La criatura se acercó a Ojo hermoso, y lo elevó del suelo con una sola mano.

-Sé que oyes, ladrón. Quiero que lo hagas. Cuando haya terminado con ustedes, tú y tu compañero serán perfectos instrumentos.

Ojo dejó de aparentar, sorprendido por la perspicacia de aquel ser.

Temsek se giró y observó a Rilnim.

-El mundo ha cambiado mucho desde entonces. El holocausto forjado por los antiguos hombres provocó grandes cataclismos, hundiendo enormes porciones de tierra y elevando otras nuevas. Mi despertar material se ha concretado junto a la alineación de los cinco, sacerdote. Incluso la cantidad de entidades conscientes han de ser las adecuadas en este momento. Las consciencias cósmicas atadas a la ley del uno han reenviado a la niña a reestablecer el orden, la misma, es inmune a mi visión. Podría estar muy lejos.

El sacerdote se impaciento ante la mención de ésta "niña". Su dios ya le había dado indicaciones antes, para que estuviese atento a la posibilidad de detectar su peculiar vibración. La niña sería el alimento de la bestia por segunda vez, si había comprendido bien.

- ¿Es la espiral que se repite, mi señor?

-Siempre Rilnim, pero la casualidad nos sonríe. Pronto a cumplir con su objetivo, Ratesh se ha cruzado con un joven seleccionado por la entidad. Debe haber otros con él, un grupo unido por las esencias peculiares que Jnum les ha otorgado. Necesito toda la información que estos individuos puedan proporcionarme acerca de los reinos al sur y al oeste de Tarmitar. Quizá tenga un pequeño encargo para ambos.

Dicho esto, negras sombras manaron de sus fauces y se introdujeron en el interior de la mente de Ojo, ingresando por sus oídos, nariz y boca.

Oyó, como si se encontrase muy lejos, la risa del sacerdote negro, y luego, su consciencia lo abandonó.

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Tefir despertó aturdido. Se hallaba encadenado de pies y manos, sobre una plancha de acero. Aún vestía sus ropas y su equipo. A su derecha se encontraba Ojo, atrapado de igual forma. Aquellas mesas metálicas descendían hasta el suelo como bloques compactos.

-Ojo, despierta.

Su compañero no parecía oírlo, aunque no dejaba de mover la cabeza de un lado a otro, balbuceando.

Las paredes de la habitación estaban conformadas por gruesos ladrillos de piedra, repletos de pinturas y símbolos como los que habían visto en la cima de la pirámide. Supuso, que se encontraban aún en alguna cámara oculta en el interior de aquel templo. A su izquierda, había un largo estante de piedra, repleto de libros, pergaminos, y otros objetos extraños que no supo identificar. Había dos pasajes hacía aquel habitáculo, uno a la derecha, más allá de donde se encontraba Ojo, y otro en dirección a donde apuntaban sus pies. Inmensas columnas sostenían el cielo raso, a unos cincuenta pies de alto.

-Ojo, amigo mío, despierta por favor.

No hubo caso.

Tefir sentía su propio cuerpo entumecido. ¿Pero que había sido todo aquello? ¿Una ilusión? El sacerdote, llamado Rilnim, le había lanzado un rayo a partir de su dedo. Era lo último que recordaba. Pero aquella criatura espantosa, ese ser salido del infierno, no podía ser más que una ilusión causada por el sacerdote. Una mera treta mental.

-Soy real Tefir. Tan real como la noche y la luna, tan cierto como el terror que sientes en este momento.

- ¡No!- exclamó el joven, estremeciéndose al ver a la criatura materializarse frente él - aléjate de mí.

Temsek surgía del suelo, como si se estuviese moldeando a partir del mismo. Las alas membranosas se extendieron a la par. Sus pechos, cubiertos de escamas se colocaron frente al rostro de Tefir y la criatura le acaricio el cabello, silenciándolo con sorna.

-Podría cambiar de forma para hacértelo más fácil.

- ¿Qué eres?

-El único digno de ser llamado Dios por los hombres. Me han nombrado en muchas formas y en muchas lenguas, Belial, Lucifer, Sekmet, entre otros. Ante el desconocimiento de la humanidad acerca de sus verdaderos orígenes, he tenido siempre un preciado papel en sus diversos credos.

- ¿Qué has hecho con Ojo?

-Su verdadero nombre es Elzinga, un chatarrero. Tú ya sabías eso. Estoy extrayendo información de él.

-Déjalo ir, yo sé las mismas cosas que él, hemos andado siempre juntos. Ten piedad de Ojo y déjalo libre.

El rostro felino de Temsek se tornó furioso.

-Ambos me pertenecen ahora, ¡tú petición es fútil!

La criatura se alejó de Tefir y dio unos pasos hacia la mesa de metal donde se hallaba Ojo, extendiendo una mano en dirección a él y abriendo la boca en un sórdido rugido. Tefir vio como el cuerpo de su compañero se tensaba y de su boca, nariz y ojos, un denso gas negro se desprendía flotando hacía las fauces del Dios de muchos nombres. Cuando el ser terminó de ingerir el humo negro, Ojo volvió en sí, gritando de terror.

- ¡Oh sí!, ahí está - exclamó el ser multiforme, regocijándose-. Un viejo brujo en una aldea lejana, al noroeste. Interesante, creí que el encargo sería de alguien más importante.

Ojo Hermoso volvía en sí. Buscó a su alrededor con la mirada, perdido.

-Bienvenido, Elzinga.

-Te-te-tefir- llamó el ladrón, haciendo caso omiso del ser.

-Aquí estoy Ojo.

-M-m-mí me-mente. Él lo-lo sa-sabe to-todo.

-Por supuesto que sí - interfirió Temsek-. Tefir será el siguiente, pero primero, le haremos a Elzinga algunas mejoras.

El ser se acercó a Ojo Hermoso y tocó su garfio con gracia.

-Te daré la mano que nunca tuviste y estarás agradecido.

Ojo escupió en dirección a Temsek.

-Ve-vete a la mi-mi-mierda.

-En eso me encuentro Elzinga, tratando con insectos como ustedes. Pero incluso de los seres más bajos puede surgir algo útil. ¿Una mosca tal vez?

Aquel demonio realizó un ademán con su mano izquierda y del suelo, comenzó a formarse un cúmulo arcilloso, que en cuestión de segundos adoptó una consistencia sólida. Cómo lo había demostrado anteriormente, la criatura era capaz de moldear la materia a su antojo. Pronto, hubo junto a Ojo un pedestal de acero, repleto de máquinas e instrumentos extraños. La mayoría, punzantes y cortantes.

Divertido, se subió encima de la mesa y con una de sus afiladas garras comenzó a rasgar la frente del bandido mientras este gritaba. Ante la impotencia, los gritos de Tefir se mezclaron con los de su compañero.

De pronto, Temsek se quedó tieso, y su garra se detuvo a medio camino entre el centro de la frente y la sien izquierda. El corte sangraba profuso.

Un segundo. Dos segundos. Tres.

- ¿Qué sucede? ¿Ojo?

-N-no lo sé. E-e-está pa-pa-paralizado - dijo Ojo, procurando no moverse para que la garra colocada sobre su frente no continuara cortándolo.

Las pupilas en los ojos de aquel ser parecían rebotar de aquí para allá, más el resto de su cuerpo permanecía inmóvil.

Pasaron algunos segundos más. Tefir luchaba contra los amarres de acero, pero no había forma de liberarse.

-Es en va-vano.

-No te rindas imbécil, tenemos que salir de aquí.

A Ojo hermoso, le dio un vuelco el corazón al ver que la mirada de la criatura volvía a posarse sobre él.

-Disculpen la ausencia.

Por su semblante parecía ofuscado. Enseguida agregó:

-El príncipe encantador está teniendo algunos problemas con la ingesta de veneno.

Para ambos bandidos, aquellas palabras tuvieron poco sentido.

-Continuemos.

- ¡No!- gritó Tefir.

Su compañero frunció el ceño y apretó los dientes, hasta que Temsek terminó de marcar su frente.

Luego extrajo de entre las herramientas, una esfera plateada con un mango de un lado, y una serie de pequeñas hileras en el otro. De entre las hileras, surgió un disco de metal, dentado, que comenzó a girar a gran velocidad.

- ¡¿Qué es eso?!- preguntó Tefir, aterrado, al ver que Temsek acercaba el disco cortante a la marca que había dibujado en la frente de su amigo.

-Silencio. Solo dolerá un poco.

Ojo dio un grito de espanto. La pequeña sierra estaba a tan solo un palmo de hendirse en su cráneo.

Para sorpresa de ambos, la criatura se detuvo, presa de un espasmo.

-No- dijo, débilmente, y se colocó una mano en el centro del pecho.

Elevando la vista, profirió un alarido colérico.

- ¡No!- gritó, lanzando el dispositivo cortante a través de la sala, en su arrebato de furia-. ¡Maldito mocoso imberbe!

Rilnim, el sacerdote negro ingresó en la cámara realizando extraños movimientos. Ya no tenía puesta su toga. Iba vestido con unos ajustados pantalones azules, una camisa blanca y un extraño abrigo de cuero negro, el cual llevaba abierto. La peculiar prenda tenía una delgada línea metalizada en su abertura central y en ambos brazos, y una serie de apliques de acero, que por su distribución, no debían estar destinados a la protección del individuo. Meneaba la cabeza hacia delante y hacia atrás, y los tacones de sus extrañas botas brillosas resonaban sobre el suelo de piedra.

Temsek lo observó por apenas unos segundos, ultrajado por su insolencia.

Era evidente que el sacerdote no estaba prestando atención. De sus oídos colgaban dos finas cuerdas negras, conectadas a un pequeño objeto que llevaba en la mano.

Ojo y Tefir cruzaron miradas de confusión.

Al percatarse de la presencia de su amo, Rilnim se detuvo en seco.

- ¿¡Son estos momentos propicios para tu ocio!?- exclamó el ser, dando un par de zancadas en dirección a él.

- ¡Mi señor!

- ¿Qué haces vestido con estas ropas? - preguntó Temsek, levantando una de las mangas de la prenda de cuero.

- ¡Los chatarreros las encontraron!

- ¡¿Acaso sientes la presencia de Ratesh?!

Rilnim, extrañado por la pregunta de su Dios, se concentró por unos instantes. Luego su semblante de sorpresa enfureció aún más a Temsek.

- Y tú perdiendo el tiempo con las inmundicias de los chatarreros.

- ¡Lo siento mi señor!

- ¿Por qué gritas?

Cayendo en la cuenta de que había estado elevando la voz todo el tiempo, Rilnim se quitó las cuerdas que llevaba introducidas en los oídos.

- Perdone mi negligencia, pero es que estás ropas me sientan bien. Y la música de aquella época me trae extraños recuerdos.

El ser no se inmutó ante las excusas de su súbdito.

- Iremos a revisar los tanques criogénicos, ¡ahora!

Rilnim salió de la cámara a trompicones.

-Pronto estaré de nuevo con ustedes, y terminaremos con los experimentos- anunció Temsek, para fusionarse luego con el suelo, adquiriendo aquella consistencia arcillosa, hasta desaparecer.

-Pe-pero qué jo-jodidos es-estamos.

Tefir considero sus posibilidades y muy a su pesar, estuvo de acuerdo con su colega.

Tanto el hechicero, como aquella extraña criatura sobrenatural, poseían una especie de poder sensorial que les permitía saber lo que ocurría a su alrededor. El joven ladrón intuía que también podían detectar ciertos acontecimientos a mucha distancia, y esa era la razón que le había salvado el pellejo a Ojo. Al menos por unos minutos.

-Supongo que así termina entonces compañero. No me arrepiento, fueron grandes aventuras. Me entristece pensar que nadie sabrá jamás lo que está sucediendo aquí, en las profundidades de Tarmitar.

- Pa-para cu-cuando lo se-sepan se-se-será dema-masiado ta-tarde.

-Qué más da, moriré joven, sin haber conocido el amor, asesinado por un Dios. Será trágico pero legendario.

- Na-nadie lo sa-sabrá. Me hu-hubi-biese gu-gustado ti-tirarme a Bo-Boni otra ve-vez - dijo Ojo, emitiendo un leve suspiro.

- ¿A Bonifacia? ¿La prostituta de Los Seis Escudos?

Ojo Hermoso miró al techo, y recordó los días pasados en aquella vieja taberna de Parym. Una pequeña lágrima brotó de su ojo virolo, y se deslizó por su mejilla.

Tefir lo miró, del todo desconcertado.

- ¿Esperas a estar a punto de morir para ponerte bien maricón?

-Pu-púdrete.

«Menos mal que no me acosté con ella» se dijo Tefir, a sí mismo, observando a su compañero angustiado por váyase a saber que asuntos del corazón. Sin creer del todo lo que veía, se percató de la olla de metal que avanzaba en dirección a Ojo desde la entrada paralela a él. Como estaba acostado, no podía ver más que eso. Una olla flotante.

- ¿Qué es eso Ojo?

- ¡Apuiden!, qi noi voilva el monstro.

- ¿U-uñu?- preguntó Ojo, incrédulo, al ver a su derecha al enano, con la olla embutida en su cabeza y la mullida almohada cubriendo su pecho.

-Afoira con uzteides.

- ¡Vete de aquí Uñu, te van a matar y no tienes las llaves de nuestras cadenas!

Haciendo caso omiso de la advertencia de Tefir, el enano metió la mano dentro de su almohada y sacó dos pequeñas ganzúas de metal.

-Uñu maeztruli entri laidrones - dijo, y enseguida liberó el brazo derecho de Ojo Hermoso, haciendo unos pequeños movimientos con las ganzúas en el interior del cerrojo.

-Ca-ca-rajo, que sí sa-salimos de e-esto se-serás u-uno ma-más en el e-e-equi-quipo.

Uñu se tomó con mucha seriedad aquella promesa, y en cuestión de segundos, Ojo estuvo de pie junto a él, liberando a Tefir.

-La suerte nos sonríe todavía compañero.

Ojo, con su frente tajeada, le dedicó una sonrisa de esperanza.

-Poid aqi, veinid con Uñu- exclamó el enano, haciéndoles señas con sus cortos brazos.

Ambos bandidos lo siguieron, a través de un oscuro corredor.

- ¿Cómo nos encontraste Uñu?

-Uñu espeido moicho y peinzó, "lois zuzios y feoz de Oijo y Teifir mañoizos, muigroizos zei van a id afoira zoilos". Azí qi lois seiguí - dijo, tocándose dos veces la redonda nariz - oiliendo a ezte.

Al ver que el enano lo señalaba, Ojo se olió el sobaco, ofendido.

-Gra-gracias po-por la co-co-confianza.

- ¡Ja!, yo huelo bien- festejó Tefir.

-Oijo vueile a peidos.

El bandido se disponía a rebatir tal afirmación por parte del enano, cuando detuvo su marcha, acosado por una profunda jaqueca. Dos ojos malignos lo rastreaban desde el interior de su mente.

- ¿Qué sucede?

- Sa-sabe que es-esca-capamos.

-Pero no pudo detectar la presencia de Uñu - dijo Tefir, sin dejar del todo claro si aquello era pregunta o afirmación.

- ¡Daipido coidan!

El enano parecía tener una excelente memoria de por donde había venido, y más les valía que así fuese, pues de ello dependía sus vidas.

Ascendieron y descendieron por túneles angostos. El interior de aquella inmensa pirámide poseía un ambiente opresivo y desolador. Ojo ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que habían cambiado de dirección, cuando vieron una luz al final de pasaje por el cual avanzaban. Al llegar al final del mismo, se encontraron ante una enorme sala iluminada por cristales de cuarzo, franqueada por una serie de fosas. Cada fosa en su interior, albergaba un imponente cúmulo de huesos humanos. En el otro extremo del aposento, más allá de unos pocos escalones, había un trono de roca en el cual una criatura inmensa se alimentaba de los restos de lo que parecía ser un chatarrero. El animal, si acaso aquel ser podía encontrarse dentro de tal reino, era un cuadrúpedo alado. Su cuerpo, de color ocre, era semejante al de un enorme felino. Las alas cubiertas de blancas plumas, como las de un ave, estaban rotas y caídas a los lados, pudiéndose observar profundas heridas en ambas.

Cuando el ser se percató de la presencia de los recién llegados, dejó de alimentarse y los saludó, con un terrible rugido.

Su cabeza, cubierta de sangre, era la de una dama, e iba adornada por un turbante blanco, repleto de piedras preciosas.

Ambos bandidos desenfundaron sus dagas, más Uñu, temblando caminó en dirección a la criatura.

- ¿Qué haces Uñu? - preguntó Tefir.

El enano habló en voz alta, dirigiéndose a la criatura.

- ¡Uñu voilvió Eisfingie, quiedo pazad!

- Ya conoces las reglas, pequeña criatura, un enigma, un viajero.

- ¿Pa-pa-pasaste po-por aquí a-antes U-uñu?

El enano se giró, sosteniéndose la olla aferrada a la cabeza en señal de preocupación.

-Oi, Oijo, zi paizé y si noi adivinaimo la doiña nois coime.

Tefir observó el femenino rostro de aquella bestia, mientras Ojo y Uñu discutían. Está le devolvió una macabra sonrisa, mostrando una filosa hilera de dientes. Acto seguido, envió de un zarpaso, el cuerpo desmembrado de su presa hacía el foso más cercano.

-No tenemos tiempo para esto, Temsek nos alcanzará.

La criatura descendió los escalones y se colocó frente al grupo, franqueando el paso.

-El primo - dijo el ser, sentándose sobre sus cuartos traseros y cruzando sus patas delanteras por sobre su pecho -, sencillo, para una época que retorna.

- ¿Ese es el enigma? - dijo Tefir, extrañado.

-Noi, noi, yai viene - respondió Uñu, expectante.

La criatura formuló entonces el acertijo con gracia, diciendo:

No sé leer, pero vivo entre manuscritos y de letras me alimento, más por eso, no es de mi interés estudiarlos. Con avidez he devorado a las musas, sin hacer ningún progreso.

-No tengo la menor idea- confesó Tefir luego de meditar unos segundos.

-Moi boino, Uñu noi saibe.

- ¿Y cómo pasaste antes?

-Uñu aidivinó.

-La dificultad del enigma ha de estar a la altura de los participantes - explicó el ser-. Ahora son tres, y uno de ustedes posee un intelecto para nada desdeñable.

Ojo hermoso se mantuvo en silencio sin prestarle atención a los otros dos. El acertijo no debía ser tan difícil. Primero se le vino a la mente la idea de un hombre ignorante, o un bruto, pero pronto la descartó. Debía ser algo que viviese entre libros, pero sin leerlos y que se alimentara de ellos.

-El tiempo se agota - anunció la criatura.

- ¡La po-po-polilla!- dijo Ojo Hermoso, casi seguro.

-Es cierto Ojo- agregó Tefir- las larvas anidan en los libros y se alimentan de sus páginas. He oído a muchos eruditos quejarse de tal plaga.

Uñu no parecía pillarle el truco a ese acertijo en particular.

-¿Laiva? ¿Poilillia?

-Es como un gusanito que se come los libros Uñu - explicó Tefir- expectante ante la resolución de la Esfinge.

- ¡Has respondido bien! - dijo el monstruo.

Uñu saltó varias veces sobre el suelo de piedra, festejando.

Tefir aún estaba aterrado. Sabía que Ojo era inteligente, pero ¿y si la criatura no cumplía con su parte? Temsek podría llegar en cualquier momento.

- ¡El otro! - apuró Tefir.

- ¿Ya os ha apasionado la idea? - La Esfinge parecía muy entretenida-. Pues aquí va. Levanta tus dedos, los de ambas manos.

Tefir hizo lo que la criatura le demandaba.

- ¿Cuántos dedos hay allí?

«Este ser me toma por idiota» pensó Tefir.

-Pues diez, ¿cuantos más?- contestó.

-Uñu saibía eizo - afirmó el enano, con seguridad.

- ¿Y en diez manos? - preguntó la criatura, al instante.

Tefir sonrió.

-Eso es fácil, hay cie...

Ojo hermoso lo interrumpió, de un sopapo en la boca.

-Ci-ci-cincuenta - afirmó el bandido, observando su garfio donde la faltaba la mano-. E-en di-diez ma-manos hay ci-ci-cincuenta de-dedos.

-Maldito monstruo tramposo- dijo Tefir, entre dientes.

-Un enigma sencillo, pero peligroso para los hombres ansiosos. Si esto sigue así, creo que sólo el calvo pasará.

-Sólo queda uno y dijiste que podíamos responder entre todos.

- ¡Il oitro, il oitro! - pidió Uñu, que no parecía al tanto del peligro.

-Bien. Entonces esté será el último, pero el enano responderá. Ustedes pueden ayudarlo, sólo mediante señas.

- ¡Ni ma-ma-mado! - espetó Ojo.

-Olvídalo. Se lo pondrás muy difícil.

- ¡Uñu poide haicerlo! ¡Sí poide!

-¡Yo pongo las reglas aquí! - exclamó la Esfinge -, el enano será, nadie más.

Ojo sentía en su espalda, la latente presencia del dios oscuro, buscándolos a través de la pirámide. Debían resolver pronto el acertijo, y escapar de allí.

La criatura se disponía a recitar el enigma.

-No digas nada hasta que te ayudemos Uñu.

-Espero que estén listos, el acertijo dice así:

Cuatro hermanos, nacidos en el inicio del tiempo.

El primero, incansable, corre sin detenerse.

El segundo, incapaz de detener su voracidad, nunca se cansa de comer.

El tercero, por más que beba y beba, jamás puede saciar su sed.

El cuarto hermano canta siempre, a veces con un leve silbido y otras, con un aullido desgarrador.

Uñu se quedó estupefacto. Con sus pequeñas manos, sostenía su olla y la presionaba hacia abajo. Había contraído el rostro, cual pasa de uva, en su esfuerzo por resolver la adivinanza.

-Oimmm hermainos, hermainos.

Incluso Tefir había adivinado este. Él y Ojo, le hacían todo tipo de señas a Uñu, que los observaba con gran desconfianza.

- ¡Uñu noi eis tointo!

Ojo hermoso se golpeó las prendas e incluso, se lanzó al suelo y se puso a rodar.

Tefir sacudió a Uñu para que le prestara atención, mostrándole un dedo.

- ¡Uino! Primo hermaino.

Tefir asintió con la cabeza, luego, con su mano izquierda, comenzó a imitar un suave oleaje.

- ¿Uin gusainito?

El joven bandido se cubrió el rostro, frustrado por la idiotez del enano.

-Se terminó el tiempo. Los culpó a ustedes dos por no ser capaces de ayudar a tan patética criatura en la resolución.

Uñu, herido por las palabras de aquel ser horripilante, se quitó la olla de la cabeza, mostrando unos alborotados rizos cobrizos. Miró a la criatura a los ojos por unos instantes.

-¿Qué haces pequeña criatura?-preguntó la Esfinge, confundida.

- ¡Aigua! - grito Uñu, de pronto.

-No, no es posible.

- ¡Foigo!

- ¡Está haciendo trampa!

- ¡Tieda y aide!

En efecto, los cuatro elementos eran los cuatro hermanos.

Ojo elevó ambos brazos en señal de triunfo, pero la Esfinge se lanzó contra el enano, furiosa.

Tefir fue rápido. Antes de que las poderosas garras alcanzaran a Uñu, lanzó una cuchilla que se clavó en lo profundo de uno de los ojos del monstruo.

Uñu se agachó, para protegerse del ataque. La Esfinge, herida, se levantó en sus patas traseras, gritando.

Ojo apuntó su última bomba flamígera a los pies del ser.

La explosión desgarró sus patas, empujándola hacía el borde del foso más cercano. El femenino rostro se había tornado aterrador, mientras la criatura gritaba.

- ¡Pa-pa-pasen!- dijo Ojo, corriendo hacia el otro extremo de la sala.

Uñu lo siguió, luego Tefir.

Éste último, al ver que la Esfinge luchaba por no caer al foso, aferrándose al pasadizo, le lanzó una andanada de dagas. Todas ellas dieron en el blanco, haciéndola caer sobre el cúmulo de huesos.

Está vez el también sintió la presencia de Temsek, aquel punzante toque de maldad que se había alojado en sus corazones al tomar contacto con el dios oscuro palpitaba con saña. La luz de los cristales de cuarzo se vio opacada por una sombra reptante, que avanzaba a través de la sala.

- ¡Co-co-corre!

Tefir sólo tuvo un pequeño atisbo de las aberraciones que se abrían paso a través de las tinieblas propagadas por el demonio, cuyas formas y movimientos rozaban los límites de la locura. Se giró y siguió a los otros dos. Uñu corría aterrado, a pesar de ser el más pequeño. Tras el trono donde la Esfinge disfrutaba de sus banquetes, había un estrecho pasaje ascendente, el cual recorrieron a toda prisa, hasta alcanzar una pequeña recámara de piedra repleta de sarcófagos y vasijas antiguas. A pocos pies por encima de un enorme jarrón de barro, había un hueco con espacio suficiente para que un hombre adulto pasara por él a gatas. Era un bloque faltante en el exterior de la pirámide.

- ¿Po-po-por a-ahí e-entraste U-uñu?

El enano asintió y acto seguido se subió a un sarcófago, para luego saltar sobre la vasija.

-Soiban - dijo, y enseguida desapareció a través del hueco.

Ojo y Tefir lo siguieron.

Se encontraban a pocos escalones por encima de la base de la gran estructura piramidal, de espaldas a la entrada del templo que se hallaba en la cima.

- ¿Cómo evitaste el rayo Uñu?

El enano señalo una porción desdibujada del símbolo que delimitaba la periferia de la pirámide.

-Paisé poid eise luigaid.

-Es más listo que tú, Ojo.

Al salir del círculo, rodearon la pirámide y ocultándose entre las rocas regresaron al túnel por el cual habían llegado a la cueva de proporciones titánicas. En la entrada, había un buen número de guerreros tarmitanos, haciendo guardia. Otro pequeño grupo avanzaba rodeando el círculo protector de la pirámide, acompañados por el sacerdote negro vestido aún con aquellas extrañas ropas. Rilnim estaba furioso, por alguna razón no era capaz de detectar con claridad a los dos desgraciados que habían escapado de las mismísimas garras de su señor.

-No podemos volver por allí - dijo Tefir-. Estamos atrapados.

-A ti-tiempos de-de-desespe-perados, me-medidas de-desespe-pe-peradas - anunció Ojo, sacando un fragmento de cuarzo grande como un puño de entre sus ropas.

-Ay no, Ojo, otra vez no.

El bandido se elevó por encima de la roca por tan solo un segundo y lanzó el fragmento hacía la dirección donde se encontraba el sacerdote junto a su patrulla. En cuanto el trozo de cuarzo atravesó el perímetro, sucedió lo esperado.

Rilnim quiso alertar a sus hombres, pero los guerreros no fueron capaces de ocultarse a tiempo, pues se encontraban muy cerca de la zona de impacto.

Las gruesas armaduras de metal fueron atravesadas por los fulgurantes haces de luz. El sacerdote elevó sus manos hacia delante, y los rayos lumínicos rebotaron contra lo que a Tefir le pareció, era un muro invisible.

Al ver las explosiones y los haces de luz extenderse a lo largo de la cueva, los guerreros que custodiaban el túnel descendieron por el camino en auxilio de sus aliados, sin notar al enano y a los dos bandidos que a su izquierda, se escabullían por entre las piedras.

- ¡No abandonen sus puestos! ¡Imbéciles! - vociferó Rilnim, pero debido a la distancia y al estruendo, sus hombres consideraron sus gritos como un pedido de auxilio.

Regresaron sobre sus pasos, evadiendo patrullas de guerreros tarmitanos y oldobrones. Era evidente que todo el lugar había sido alertado de la fuga de los prisioneros. No pudieron regresar a la sala dónde se incubaba al ejercito tarmitano, pues se encontraba fuertemente custodiada. En cambio, Uñu propuso otro camino. Se mezclaron con los chatarreros del área donde se encontraban los grandes hornos y las forjas. Tefir caminaba encorvado, cubierto con su capa y utilizando la máscara para que no pudiesen reconocer su rostro. Uñu y Ojo se volvieron uno solo. Subiéndose el primero sobre los hombros del segundo, cubiertos por la capa andrajosa, aparentaron ser un chatarrero alto, torpe y de mal andar. Estuvieron deambulando por un buen rato, ocultándose entre las máquinas de vapor y las tuberías, para evitar a los capataces. En aras de su fortuna, la mitad de los chatarreros hacía lo mismo, lo cual los mantuvo a salvo de sobresalir entre la multitud. Llegado cierto momento, las dos puertas principales de la sala de forjas se abrieron de par en par, y los chatarreros avanzaron por un ancho túnel a tropel hasta llegar a una serie de compartimentos de metal, que ascendían y descendían a través de rieles de acero. En grupos de a diez individuos, comenzaron a subir a aquellas máquinas que llegaban desde lo alto. En su interior, otro chatarrero, presionaba un interruptor y entonces la máquina comenzaba a ascender a gran velocidad a través del riel.

Ojo espiaba a través de un pequeño agujero que había abierto en la capa. Uñu ya había visto esto antes, y no estaba tan sorprendido.

Tefir por su parte, estaba ansioso por salir de allí y dar por acabada la travesía.

En cuanto la máquina en la que habían subido se detuvo, descendieron, y ésta volvió a bajar.

Uñu tiró de las orejas de Ojo para indicarle el camino. Tefir los siguió a ambos. Pronto se encontraron solos frente a un lugar que les resultó familiar.

-Por aquí pasa la maquina larga de metal, sobre las vigas - concluyó Tefir.

-El guisainito - dijo Uñu, imitando un oleaje con sus brazos, aún posado sobre los hombros de Ojo Hermoso.

- ¡Ya te-te pu-pu-puedes ba-bajar!

El enano hizo caso, de todas formas ya le dolía la entrepierna.

- ¿Ahora por dónde salimos? No podemos volver por los acueductos, están apestados de vergamotas.

-Va-va-várgamos.

-Eso.

-Guisainitos - indicó Uñu, en desmedro del vocabulario de los otros dos.

-Sa-saldremos po-por dónde e-e-escapé cu-cu-cuando ni-niño.

-Ideimos afoida, ¡afoida!

-Baja la voz Uñu.

El grupo, en vez de subir al transporte metálico, caminó a través del largo túnel. Tuvieron cuidado de no ser aplastados por la máquina en sus reiteradas idas y vueltas. Uñu parecía al tanto del camino que Ojo Hermoso estaba tomando.

- ¿Viamoz a doinde coilga la madeira del teicho?

- ¿Co-conoces el lu-lugar?

Uñu asintió.

Cuando llegaron, Tefir comprendió a lo que se refería el enano.

Tras una leve abertura en una de las paredes del túnel, yacía un recinto de tierra, de cuyo techo colgaban inmensas raíces muertas.

-Ja-jamás pe-pensé que vo-volvería a-aquí.

Ojo busco entre las muchas y enormes raíces. Una de ellas estaba hueca.

Uñu parecía sorprendido de no haberla visto antes.

-Ca-casi lle-llegamos co-compañeros- anunció Ojo y se introdujo en el interior de la raíz, ayudándose de los bulbos resecos para poder trepar.

- ¿Listo Uñu?- pregunto Tefir al enano.

El pequeño enderezó la olla en su cabeza, se acomodó la vara chispeante entre las almohadas y echó un pequeño vistazo hacia atrás.

- ¿No estarás pensando en regresar cierto?

-Noi, quiedo veid la luiz deil zol.

-Muy bien, ven entonces.

Tefir lo alzó a upa y lo ayudó a trepar el tramo inicial de la raíz. Luego lo siguió.

El ascenso fue dificultoso para los tres. Así lo recordaba Ojo, arduo, como un parto. Empujando los bulbos y haciendo fuerza para abrirse paso en el interior de la raíz en descomposición. Los minutos pasaron, quizá una hora o poco más, hasta que en cierto momento se pudo percibir la brisa del exterior. Ojo trepó por el interior de un tronco robusto y gigantesco, hasta alcanzar su cima rota. Aquel árbol muerto había sido su portal al otro mundo, por segunda vez. Extendió una mano hacía Uñu que lo seguía detrás, y lo ayudó a sentarse sobre el borde del tronco abierto.

Se encontraban en el borde exterior de las ruinas de la ciudad antigua, al comienzo del bosque que la separaba de las ciénagas de Azchoria. Aun así, el amanecer se divisaba en el horizonte, creando un hermoso paisaje. Sentados sobre el borde del tronco, Ojo y Uñu, atentos a la delgada línea roja que se divisaba en el horizonte oriental, se prepararon para presenciar la aurora.

- ¿Eizto ez afoira?

Ojo asintió, colocando su mano sobre el hombro del enano.

Tefir salió por detrás de ambos, y la observó también, colgado desde la cara externa del árbol.

Aún a sabiendas de que la poderosa luz del sol naciente lastimaría su vista acostumbrada a la penumbra, el enano la aceptó, al igual que su compañero hace tantos años atrás. A partir de ahora sería una criatura de la superficie.

Tefir vio el brillo húmedo recorrer el rostro de ambos, pero por esta vez, se guardó el chiste para sí.

«Maricas» pensó, pero incluso él se sintió emocionado.

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