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Capítulo III

—Lo siento —volvió a repetir sin levantar la cabeza.

—Vuelve a decirlo —dijo el chico seriamente a la vez que YoonGi apretaba los labios con enfado.

Suspiró sonoramente y siguió mirando hacia el suelo mientras mantenía las manos en su espalda, todo a petición de aquel jovencito.

—Joven Park —murmuró casi de manera suplicante la mujer que mantenía a la niña abrazada por los hombros.

El chico dio vueltas a su alrededor y le pegó con fuerza en la nuca, haciendo que su cabeza se fuera hacia delante y que casi cayera de cara. Apretó los dientes e intentó controlar su molestia. 

Por eso no le gustan los niños pijos.

—¿Podrías dejar de hacer eso? —interrogó con la voz ronca y la mirada en el suelo.

—Primero debes disculparte —articuló el otro engreídamente.

Le dio una rápida mirada al chico y este levantó la cabeza con superioridad mientras sonreía.

—Lo siento —volvió a decir en la misma posición.

—¡JiMin, ya basta! —gritó la niña, quien se alejó de los brazos de la mujer.

YoonGi se enderezó y soltó sus manos ya aburrido. Se acercó hasta su maleta y miró a la mujer.

—¿Dónde dejo mis cosas? —preguntó tranquilamente y de reojo vio que el chico abrió la boca con asombro.

Al principio la mujer no le respondió y solo se quedó mirándolo de la misma manera que el chico de cabello anaranjado.

—No te dije que podías moverte. —El de hebras blancas se volteó rápidamente a mirarlo de manera seria.

—¿Y qué más da? Me aburrí de jugar contigo. Tengo que ordenar mis cosas —comunicó sin quitar su rostro serio.

—¡¿Quién te crees?! —exclamó eufórico el otro.

YoonGi se acercó a él y puso el dedo índice sobre su pecho. Pudo sentir que el contrario se paralizó bajo su tacto.

—Desde ahora te controlaré. ¿Sí, príncipe?

—¿Así que de verdad eres tú? —exclamó el chico con ironía.

—¿Quién? —preguntó divertido al ver el estado de confusión del otro.

—El chico del spray... —murmuró el contrario sin quitar la vista de él.

—¿Qué pasa si lo soy? —interrogó divertido al ver la expresión ajena.

—¡Dios! ¿Cómo entraste a mi casa?

El peliblanco suspiró, como si tratara con un niño pequeño.

—Entonces... —Ignoró deliberadamente al otro muchacho y desvió la mirada hacia la mujer que no dejó de mirarlos con los ojos bien abiertos al igual que la pequeña niña que estaba a su lado—. ¿Dónde debería poner mis cosas?

—¿Ah...? ¡Oh, claro! —Rápidamente la mujer salió de su ensoñación y avanzó hacia una de las puertas cerradas de la habitación—. Este será tu armario.

—¿Mi armario? —murmuró para sí mismo con sorna. Afirmó las maletas con sus manos para acercarse hasta el supuesto armario—. Esto es más grande que mi cocina —masculló y giró la cabeza para observar mejor la pequeña habitación.

—Ahora me iré con MinAh —anunció la anciana mientras salía del armario para tomar a la pequeña de la mano y marcharse de la habitación, dejándolo con el niñito pijo.

—¿Me podrías explicar qué haces aquí? ¿Acaso me mentiste? Justo ahora pareces de todo menos un chico malo. —El pelinaranja entró con el ceño fruncido al armario.

YoonGi miró su pecho para encontrarse con la camiseta rosada que tenía bordada el fastidioso cocodrilo, la cual se puso a petición de Aaron.

Suspiró mientras veía las estanterías y los colgadores. Acostó la maleta y se agachó para abrirla y empezar a acomodar las cosas.

—Estoy aquí porque tengo que supervisarte —formuló sin darle más vueltas al asunto.

—Sabía que vendría alguien para cortarme el buen rollo —anunció el otro mientras se apoyaba en el marco de la puerta—, pero lo primero que se me vino a la cabeza fue un viejo canoso y selecto, no un chico con el pelo blanco que parece escobilla de baño.

—¡¿Cierto que parezco escobilla?! —exclamó, pasándose la mano por el pelo. El chico hizo una mueca extraña.

—Esta vez seré solidario y te daré un poco de mi aceite de cabello. —El chico apretó los labios como si estuviera a punto de llorar, pero YoonGi supo que solo se burlaba.

—Perfecto, príncipe. ¿Qué tal si me regalas un pote? —se mofó mientras metía la ropa bien doblada en los cajones.

—No tengo por qué regalarte un pote de mi fino aceite —habló el chico a la vez que se cruzaba de brazos y lo miraba con repulsión—. Y me llamo JiMin.

—Hasta tienes nombre pijo —murmuró para sí mismo para luego alzarse y poner sus abrigos extremadamente caros en los colgadores.

—Pensé que vivías en ese lugar, pero con este gusto por la ropa no creo que siquiera te pasees por ahí —dijo JiMin mientras tocaba los abrigos ya colgados.

—Te mentí —argumentó en un intento de engañar al hombrecillo de pelo naranjo.

—¿Y por qué vestías así cuando te vi?

—No sé —contestó sin ganas de hablar más con el chico.

—¿Cómo no sabes? —preguntó el otro desconcertado—. ¿Eso significa que me das paso libre para investigar sobre ti?

—Eso quiere decir que no quiero seguir hablándote —garantizó.

Tomó los zapatos y los metió en los pequeños agujeros que se encontraban en la parte inferior. Sintió un suave golpe en el costado de la cadera y cuando se volteó notó a JiMin formando una mueca.

—Mi madre dejó unas cosas para ti. —El pelinaranja apuntó con la cabeza hacia la puerta abierta de la pequeña habitación. YoonGi desvió la mirada hacia la entrada para percatarse de la caja de cartón que había a un costado de la cama y de la cual no se dio cuenta antes.

—¿Para mí? —Se acercó al paquete con el chico siguiéndolo de cerca—. ¿Sabes qué tiene?

—¿Acaso me ves cara de brujo? —preguntó con sarcasmo.

—Pues tienes una cara fea —contestó con la intención de burlarse—. Y también pareces chantajista, así que...

—¿Qué tal si te callas, escobilla de baño? —interrumpió JiMin antes de lanzarse de forma despreocupada sobre la cama.

YoonGi calló para no contestarle con una palabrota. De hecho, ni siquiera le envió una mirada fulminante.

—¿Tienes algo con que pueda abrir esto? —preguntó y levantó la vista para encontrarse con el chico, quien lo miraba de antemano.

El pelinaranja negó con la cabeza, como si despertara de una ensoñación, y YoonGi lo miró con el rostro fruncido.

Observó a su alrededor con la intención de buscar algo para abrir la casi indeseada caja. A lo lejos, sobre un escritorio, visualizó rápidamente una regla de metal y sin más complicaciones se encaminó hasta la refinada mesilla de madera para tomar el objeto y volver a la cama. Cuando abrió la caja se encontró con una gran cantidad de libros, lápices e infinitas cosas que estaban vinculadas al estudio.

—¿Qué mierda es esto? —susurró sin poder evitar su improperio.

—Oh, no... —murmuró el chico mientras negaba con la cabeza repetidas veces.

—¿Qué quiere decir esto, brujo? —se burló con más intención de descubrir qué pasaba en vez de insultarlo.

—¿Tú qué pensarías si te pasan esto? —El otro lo miró como si fuera idiota.

—¿Que me mandarán a sentarme en un puto escritorio para estudiar? —formuló en tono de pregunta.

—Bien pensado, escobilla —articuló JiMin, asintiendo.

—Espera... —musitó mientras levantaba una de sus manos para detener lo que fuera que quisiera decir el otro—. ¿Eso quiere decir que debo estudiar?

—Pues parece —concluyó el chico, metió la mano dentro de la caja y movió unas cosas.

—Pero si tengo veintidós años —dijo incrédulo y vio como JiMin tomó uno de los libros y le echó una ojeada.

—Yo tengo veinte y estudio —concluyó el contrario y le frunció el ceño, como si le viera por tonto.

—¿Qué estudias?

Vio a lo lejos el montón de papeles que le dio la elegante señora cuando entró a la casa, así que se apresuró en revisar aquello.

—Medicina —dijo el otro con simpleza.

YoonGi no pudo evitar sorprenderse. Ser médico era algo que estaba muy lejos de su verdadera realidad.

—¿Te especializas en algo? —interrogó por curiosidad.

—Cirugía —habló el pelinaranja con indiferencia y YoonGi inmediatamente sintió como un fuerte aire engreído le golpeó la cara.

Rodó los ojos y revisó los papeles, aunque no tuvo que llegar muy lejos para leer lo que realmente quería.

5.- Asistir a la misma institución que JiMin para vigilarlo con frecuencia. (Si es posible, convertirse en su amigo).

—¿Tienes amigos? —cuestionó mirando directo a los ojos del chico.

—Claro que sí —formuló el otro con el ceño fruncido.

—¿Son malos chicos? —preguntó e inmediatamente notó como la expresión ajena cambió.

—No lo son —contestó JiMin después de pensárselo unos segundos—. Son de mi misma clase social. —YoonGi evitó poner los ojos en blanco—. ¿Por qué preguntas esas cosas?

—Me acabo de enterar de algo interesante —comentó y dejó su mirada clavada en el papel y en la instrucción N°5.

—¿Qué sucede, escobilla?

Bajó la hoja para luego suspirar con frustración. ¿Cómo podría soportar a ese chico día tras día?

—Asistiré a tus clases.

—Ya estoy en la universidad. ¿Cómo...? —El chico se calló a sí mismo e introdujo la mano dentro de la caja.

—Aquí está el comprobante —Le pasó el documento que encontró entre los libros y por el cual se percató gracias a las letras pequeñas de su libro "Instrucciones para cuidar de JiMin".

—¿Así que ahora estarás pegado a mí como un parásito? —exclamó el chico de cabello anaranjado sin quitar su cara de asco.

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