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CAPÍTULO 8

—Noc noc— La voz de Fernando al otro lado de la puerta me saca de mi mundo de diseños y me arroja de vuelta a la realidad. Abro la puerta y lo primero que distingo son varias cajas de pizza siendo sostenidas por unas manos pálidas además de magnas, un desordenado cabello oscuro y luego el angelical rostro de mi mejor amigo que se asoma por primera vez para decir—¿Me permites pasar?

—Pff...Puedes quedarte a dormir si quieres— Le arrebato las cajas de pizza de las manos a Fernando quien en estos momentos carcajea ante mi enorme delirio por la comida chatarra, ahuyentando al pobre Monty que solo vino a saludar, pero que ha concluido con marcharse por tal ruidosa risa.

—Déjame un poco ¿Quieres?— Exige Fernando al ver cómo apenas cierra la puerta, ya me estoy devorando el primer trozo de pizza.

Me siento en el comedor, extendiendo las piernas para posar mis pies sobre un banquito diagonal a mí, mientras tanto, mi querido amigo arrastra una de las sillas hasta que quedamos cara a cara. Ubica las demás cajas en la mesa y de la que tengo en manos aparta un pedazo antes de empezar a engullir.

Aunque esté acostumbrada a las visitas constantes de Fernando, el que esté aquí hoy—un viernes por la noche— y no en su cita con Robert, me desconcierta a niveles estratosféricos.

—Te dejaré si me explicas ¿Por qué estás aquí y no en tu cita?— Fernando ladea la cabeza y se toma un par de minutos para contestar.

—Mi padre volvió a la casa— Mi boca hace una perfecta "O" por el asombro que está irrumpiéndome ahora mismo.

La historia entre el señor Jorge y él es bastante complicada. Fernando les habló a sus padres acerca de su orientación sexual cuando tenía alrededor de quince años, inclusive les comentó acerca de una posible conquista, alguien unos 2 años mayor que acudía a las mismas clases de pintura que a las que él iba a pocas calles de su casa.

Su madre no emitió palabra alguna esa noche, se retiró de la mesa sin siquiera terminar su plato, excusándose con que debía ir a ver su tía Lu por si le hacía falta algo. Por otro lado, su padre lo humilló cruelmente, no solo con palabras hirientes sino también al echarlo de la casa y por si fuera poco, lo golpeó varias veces, solo se detuvo cuando vio que su boca sangraba.

A partir de ese día, la relación entre ellos cambió de manera drástica, el señor Jorge y Fernando mantuvieron distancia. Fernando se vio obligado a mudarse a casa de su tía Helen, ninguno de los dos se dirige la palabra hasta el sol de hoy. No entiendo como la madre de Fernando no hizo nada al respecto, aunque fue la única que se disculpó con su hijo por no haberse atrevido a enfrentar al padre de Fernando, estuvo de acuerdo con su decisión y después de dos años, ella por fin se dio cuenta del error que había cometido, se divorció y reconstruyó la "relación" con su hijo.

—¿Por..?— Sin poder terminar mi pregunta debido a lo sorprendida que estoy todavía, mi mejor amigo logra entenderme y comienza a dar explicaciones.

—Ella dice que mi padre ha cambiado, que debería alegrarme por ellos, que al fin y al cabo es mi padre me guste o no y que todos merecemos una segunda oportunidad en esta vida— Cita Fernando las palabras de su madre, solo que no con la misma emoción que supongo lo habrá hecho ella. Mi mejor amigo se tumba en la silla de madera con pesadez y sin ánimo, toma un trozo de pizza de la caja y come lentamente, saboreando cada parte de la comida chatarra, espero que eso logre sacarle una sonrisa o por lo menos hacerle pasar un poco el mal rato.

—¿Y qué sucedió con Robert?

—Mi madre me llamó por teléfono, quería avisarme que tenías intenciones de hablar seriamente conmigo al regresar a casa después de la jornada de trabajo. Pero como le dije que quería llevar a Robert a cenar, se quedó en silencio por unos cuantos largos segundos y comenzó a tartamudear. Ahí soltó la sopa, me contó que mi padre iría a la casa en la hora del almuerzo, que para llevar la fiesta en paz y no provocar disturbios entre nosotros, fuese mejor que no invitara a Robert.

—¿Volverás a casa entonces?— Fernando niega con la cabeza y con los ojos como el gato con botas me pide el favor de quedarse solo por esta noche en mi apartamento, a lo que yo accedo sin problema alguno—Puedes quedarte aquí las veces que sea necesario, pero eso sí. En algún momento debes enfrentar a tus padres.

—Lo sé, pero mientras tanto déjame disfrutar de la pizza y tu increíble compañía— Finjo derretirme ante el comentario de Fernando, ladeando la cabeza y sonriendo como tonta por cuan dulce sonó eso—dejemos de hablar sobre mí. Cuéntame tú, ¿Qué tal tú cita con Christopher?

Río porque sé que decir el nombre incorrecto lo está haciendo apropósito para fastidiarme, sin embargo, no le doy el gusto de mostrar mi enfado ni corregirlo y comienzo a relatar lo que fue de mi velada ayer.

—No imagino cuan tedioso habrá sido esa cita— Exclamó Fernando, inclinándose en la cama para tomar otro trozo.

—Es un agradable hombre, tiene los pies en la tierra además de ser todo un caballero—Sonrío, conservando por unas milésimas de segundos sobre los aspectos buenos de él—Sin embargo, no sentí esa química como cuando nos conocimos. Habló gran parte de la noche sobre su trabajo, la conversación solo giraba en torno a él y sus proyectos, estaba tan apasionado hablando que no quise interrumpirle.

—Ow, eres tan dulce. Si hubiese estado en tus zapatos, la cita hubiera acabado ahí mismo— Río, concordando con su comentario—¿Y qué harás si te vuelve a invitar a salir?

—Fácil, le diré que salí de la ciudad por unos días, conocí al amor de mi vida el cual se llamará Rodrigo quien me conquistó con su impresionante yate y gran sentido del humor. Nos casaremos cuatro meses después, tendremos una luna de miel en el mediterráneo navegando por las paradisiacas aguas de Italia, lo que provocará el surgimiento de una asfixiante pasión con la que conseguiré varios orgasmos, además de quedar embarazada y lo que se suponía eran unas simples vacaciones pasarán a ser toda una vida— Una risotada sale arrojada de la boca de mi mejor amigo, negando con la cabeza sin dejar de verme con los ojos cristalizados—Es un fantástico plan.

—O puedes decirle que salgan como amigos, así te ahorras las novelas y no evades el problema ya que no es la mejor solución, querida—Suelta y detecto algo de arrogancia en su tono.

—Sigo estando a favor de mi plan, pero el tuyo también promete.

—Algún día vas a admitir que tengo razón—Gruñe el castaño con los ojos entrecerrados, lanzándome una mirada de víbora.

—Puede ser, en un futuro muy lejano, quizás—Dictamino antes de esbozar una sonrisa de orgullo.

—¡Oh, púdrete!—Carcajeo con sutileza para no llamar la atención de los pocos que están a nuestro alrededor. Fernando hace morisquetas e imita mi tono de voz, su timbre es chillón y pedante (para nada se le parece al mío)

A pesar de no admitirlo en voz alta, extrañaba la presencia de Fernando en casa, muy pocas veces coincidíamos en la calle y poder planificar una salida a algún centro comercial, al parque o cualquier otro sitio parecía una misión imposible. Después de tantos días sin verlo, tenerlo aquí me hace querer valorar aún más nuestra amistad y los pequeños momentos que pasamos juntos, abrazarlo y molestarlo el tiempo que sea necesario para que no olvide cuan grande es el afecto que le tengo, además de volver más amenos los recuerdos.

***

Cuando me levanté gracias al sonido irritable de la alarma para no llegar tarde al partido de Franco, la única persona con la que me topé de camino a la cocina había sido a la abuela Kat. Admitió lo bastante preocupada que estaba por mi amigo, quien luego de recibir una llamada su rostro se ensombreció y se disculpó por abandonarla a mitad del desayuno, pero que debía irse pese a una emergencia de la cual no dio detalles.

Después de que el equipo de Franco saliera victorioso, intenté comunicarme con Fernando, sin embargo, solo conseguí en las cinco ocasiones hablarle al contestador. Le envié un mensaje con la esperanza de que pronto obtendría una respuesta.

En cuanto llevé a Franco a su casa, al cruzar el umbral de la sala, la pequeña rubia brinco como un canguro y se abalanzó sobre mí.

—¡Vas a hacerme el almuerzo!— Vociferó la niña con los ojos brillosos y una sonrisa enigmática en su rostro.

—No, ella no hará nada— Se apresuró en intervenir Thiago, acercándose a la criatura de cachetes inflados y rojizos—La comida la dejé en el microondas, solo caliéntala y estarás bien.

—¿Cuándo me cocinarás, Auba?—Preguntó la rubia, ladeando la cabeza y curvando sus labios rosados.

—Seguro ni sabe cocinar— Le susurró mi jefe a la pequeña, por más que haya intentado que no escuchara su comentario, ha fallado.

—Escuche eso—Gruño al momento en que veo echar su espalda hacia atrás y estirar las rodillas.

—Esa era la idea— Reconoce al pasar por un lado de mí, le regalo mi más falsa sonrisa para demostrarle que su comentario había sido superfluo—Nos vemos más tarde.

Thiago se despide de los niños, dándoles un beso en la sien a cada uno y un apretón de mejillas. Sacudo mi mano para despedirme de él en la lejanía, el no contesta sino hasta que las puertas del ascensor les queda un espacio minúsculo para juntarse.

Aun cuando han sido esporádicas las oportunidades en las que he compartido con Thiago, en cada una me ha demostrado que no soy precisamente su persona preferida, en especial estos últimos días pareciera que solo mi presencia le molestara. ¿Me lastima? Sí que lo hace, se trata de uno de mis escritores favoritos y a pesar de solo estar cerca de él por cuidar de sus hijos, gran parte de mí esperaba poder disfrutar de una agradable experiencia conversando con él sobre alguno de sus libros, que me aclarara ciertas dudas en cuanto a la historia y ciertos personajes, en qué se inspiraba para escribir, saber más sobre él. No obstante, al paso en el que voy, cada vez esas ideas solo se quedaban en el aire.

—Tengo hambre, aliméntame—Exige Franco al tenerme en su radar, piensa que con su mirada de águila me sentiré intimidada y haré el trabajo más rápido (Iluso) <<Es igual o hasta más pesado que su padre>>

—Cuando dejes de darme ordenes—Farfullé. Haciéndolo a un lado.

—Alguien amaneció gruñona hoy—Comentó, sentándose en uno de los taburetes con la ceja arqueada y sin parar de verme con hostilidad.

—Y tú estás muy mandón—Protesto con frialdad—Ve a jugar, te llevaré el almuerzo pronto.

—En cinco minutos lo quiero—Demanda, antes de irse de la cocina, ¿Tan difícil es para él pedir un favor sin ser grosero?

Tomo el bistec de carne con una pinza después de haberlo pasado por el horno un minuto y medio, lo voy ubicando en el plato de Yasmina (es circular y tiene la cara de Winnie Pooh en el centro) sirvo un poco de arroz y ensalada de lechuga, tomate, brócoli y rodajas de cebolla marinadas en aceite. En seguida, hago el mismo proceso pero en el plato de "Las tortugas ninjas" de Franco.

—¿Puedes sentarte conmigo a comer?—Interroga la niña, elevándose en puntillas para poder verme desde la barra.

—Sí, ¿Quieres que te ayude?— Puedo notar que se le está dificultando el tener que sentarse en el taburete. La pequeña me rechaza al realizar un gesto sutil con su mano en forma de negación—Deberías llevarle el almuerzo a Franco, el hambre lo está afectando.

Cojo el plato de las tortugas ninja y doy zancadas hasta invadir la sala de juegos. Confirmo que el hambre de veras lo está afectando al ver que el pobre niño está como una baba, arrastrándose en el sofá y finaliza con tenderse al suelo con los brazos abiertos sin autorizar a la mano de que suelte el control remoto.

—Huele a comida—Dice y puedo jurar que escucho como el niño inhala el olor de la comida de una manera grotesca—O es que estoy delirando.

—No estás delirando—Intervengo y observo como el asustadizo de Franco se sobresalta, gira su cuello y al verme por encima de los hombros resopla fatigado—Que tengas buen provecho.

—No lo tendré gracias a ti— Arremete el niño previamente a darle un bocado a su almuerzo—Al menos no trabajas de mesera, sino hace rato te hubieran despedido por tan mal servicio que ofreces.

<<Como quisiera ahorcarlo>>

Al volver a la cocina donde me esperaba una entusiasta Yasmina, me di cuenta de la pequeña hoja que estaba a un lado de su plato y varios colores junto a ella. En los días que llevo conviviendo con los niños, me he percatado que Yasmina no puede comer sin estar haciendo otra cosa. Mientras come, debe estar dibujando, terminando una pintura o cambiando con constancia las canciones en su Tablet.

Esta no es la excepción, me siento frente a ella en silencio, viendo lo concentrada que está al terminar de colorear lo que supongo es una casa. Ladeo la cabeza, tratando de distinguir los demás elementos en su dibujo, por lo que veo, se trata de su familia, está Thiago, Franco, sus abuelos y ella en un campo junto a una casa un tanto deforme, iluminado por el sol y unas lindas nubes blancas reposando en el claro cielo.

—¿Quién son ellos?—Pregunto solo para confirmar que quienes pienso que están en el dibujo sea su familia y no se trate de desconocidos.

Sonriendo, Yasmina me señala a cada uno, diciendo justo los nombres de las personas en las que había pensado en un principio. Sin embargo, una de las supuestas nubes, resultó ser un ángel, pero no me sorprendió dicha confesión, sino más bien su próximo comentario.

—Se llama Celine, es mi mamá—Hace una breve pausa para dirigir su mirada hacia mí—Papá siempre dice que me cuida desde el cielo ¿A ti alguien también te cuida desde allí?

Tomándome desprevenida, abro y cierro la boca, balbuceando incoherencias, aun sopesando sus palabras e intentando buscar mi voz que al parecer la he perdido en estos últimos segundos. Con el cejo fruncido, Yasmina me mira como si fuese un bicho raro y se esforzara en comprenderme.

Desde el primer día de trabajo en casa de los Alhamad, me planteaba la misma pregunta una y otra vez a medida que avanzaban los días, <<¿Qué sería de su pasado?>> <<¿Dónde estaría su madre?>> <<¿Hablarían con ella?>>, mas no me atreví a formularlas porque no tenía—aun no poseo—suficiente confianza con ellos como para escarbar en su vida, ni siquiera es asunto mío y posiblemente malinterpretarían mis intenciones al querer saber más sobre ellos. Y ahora que sé sobre su madre, inclusive su nombre, me rompe el corazón de tan solo pensar que ella no podrá contar con su apoyo, sus cuidados, el amor incondicional que solo una madre es capaz de brindarle a sus hijos, la calidez de su tacto, las palabras correctas que te reconfortan al instante, sus regaños, las pequeñas discusiones que al final terminan en un abrazo y un "lo siento" de ambas.

—Sí, mi padre también me cuida desde el cielo—Digo al cabo de unos minutos. En lugar de asombrarse como yo, Yasmina me sonríe de una manera tan tierna que me obligo a reprimir las ganas de apretar sus mejillas.

—¿Crees que mi mamá y tu papá se hayan visto?—Inquirió, reflejando un brillo en sus ojos que no había visto antes.

—No estoy segura, pero espero que sí—Respondí sin pensarlo mucho y bastó para que la sonrisa de la pequeña Yasmina se ensanchara a tal grado de ver como sus ojos se achicaban.

No volvió a hablar sobre su madre, tampoco quise preguntar al respecto, me bastó con saber su nombre y en donde estaría. El resto de la tarde Yasmina me obligó a ver películas de princesas, reproduciendo las partes en las que cantaban repetitivas veces para que me aprendiera al menos el coro e hizo que la peinara como la protagonista. También compartí un rato con Franco, me sorprendió gratamente su propuesta de enseñarme a jugar "Destiny", uno de sus videojuegos favoritos y me atreví a hornear panquecitos como merienda.

—Por más veces que veas las agujas, eso no hará que avance— Comenta el niño al ver que mis ojos se zumban en el reloj de pared colgado en la cocina. Mi risa resuena por el lugar, haciendo eco en cada esquina, creo que es la primera vez que Franco me hace reír y no de manera hipócrita.

—No quiero que la hora pase rápido, es solo que me parece extraño que tu padre no haya llegado— Digo sonando crispada—¿Te informó si iría a algún sitio después del trabajo?

—Si no te dijo a ti que estás a cargo, ¿Por qué habría de decírmelo?—Inquirió con un toque de obviedad y disgusto en su voz.

—Tal vez se le olvidó, no sería la primera vez.

Me doy media vuelta y me detengo a observar con precisión la imagen de un sereno, además de adorable Franco acostado en el mueble con los ojos fijos en la pantalla de su teléfono. Me quedo detallando cada facción, percatándome que a pesar de no contar con el mismo color que los de su padre, los ojos oscuros de Franco son igual de atrapantes y cargados de misterio como los de Thiago, incluso posee el mismo brillo y puede deleitar a cualquiera con una corta mirada; a diferencia de Yasmina, él no tiene los cachetes como manzanas, no son ni rosadas y se me hace gracioso cada vez que frunce el ceño, parece que se le crearan colinas en el entre cejo, al igual que su tez debería ser blanca como la nieve, pero al estar por tanto tiempo expuesta al sol debido a sus actividades al aire libre, se ha ido tostando y ahora él parece una<< Nucita>>.

—¿Puedes parar de verme? Me siento acosado— Se queja el niño, su cejo está fruncido y sus labios hacen una mueca de desagrado.

—Lo siento, es que tú padre y tú son como dos gotas de agua— Añado entre risas temblorosas.

—Algunos dicen que me parezco más a mamá, pero no la recuerdo con claridad y las pocas fotos que conservaron de ella se perdieron hace mucho tiempo—Confiesa, y puedo jurar que su voz en las últimas palabras se fue apagando, casi hablándome en un hilillo. Siento una ligera punzada en mi pecho y un afán por envolverlo en mis brazos, animarlo, sin embargo, me muerdo la lengua para no ser imprudente ni muevo un solo musculo para incomodarlo—Me voy a dormir. Que descanses.

Sin darme chance de desearle al menos "buenas noches", cuando ya ha desaparecido de mi vista. Solo escucho pisadas por las escaleras y al principio del pasillo, doy un suspiro largo y melancólico, recordando las palabras del niño.

<<Algunos dicen que me parezco más a mamá, pero no la recuerdo con claridad>> Estoy tan ensimismada procesando la confesión de Yasmina, al igual que la de su hermano recientemente, que no me doy cuenta de que estoy dejando perder el agua que sale disparada del grifo, por mi intento de distraerme al fregar los trastes.

Cierro la llave en un pestañeo y al instante en que coloco el plato faltante junto con los otros en el escurridor, siento la mirada de alguien clavada en mí.

—¿Desde hace cuánto estás escondido?—Pregunto enfurecida, viendo como Thiago se aleja de la zona donde menos se filtra la luz y se aproxima hacia el fregadero donde me encuentro secando mis manos.

—Porque quería escuchar lo que tenías para decir. Pero te quedaste callada ¿Por qué?

—En el tiempo que he convivido con Franco, he notado que en momentos así es muy volátil, no importa qué le diga ni que haga, el reaccionará de la peor manera. Prefiero darle su espacio—Aclaro, relajando mi postura—¿Qué te pasó?

Una herida en la frente de Thiago llama mi atención de inmediato y sin esperar su consentimiento ni responder a sus preguntas de hacia dónde me dirijo, busco el botiquín de primeros auxilios, de este saco una botella mediana de alcohol, tomo una toalla y la humedezco antes de volver a la cocina.

—Siéntate, te voy a curar—Le ordeno y veo como el se cruza de brazos, mientras alza una de sus cejas, como si aquella expresión me dijera "¿Estás hablando en serio?". Para confirmar que no bromeo, arrastro uno de los taburetes y con mi lenguaje corporal, le pido con amabilidad que se siente.

A regañadientes cede, sentándose al frente de mí aun con los brazos cruzados y un gesto de enfado decorándole el rostro. Con suavidad, paso sobre la herida que no parece profunda, aunque si se ve grotesca, la toalla húmeda en mis manos. En seguida, Thiago aprieta los dientes, reteniendo la queja que quiere salir de su boca.

—Puedo hacerlo por mi...

—No respondiste mi pregunta—Lo interrumpo al instante, rogando porque me deje continuar ayudándolo, además porque quiero saber que provocó la marca en su frente. Enarca una de las cejas, mirándome con recelo al principio, pero a los pocos segundos cae en cuenta a qué me refiero.

Se aclara la garganta antes de comenzar a explicarme. No obstante, en el segundo que paso el siguiente algodón del cual desborda el olor a alcohol por la herida, este se ve obligado a gemir de manera abrupta.

—¡Mierda! Eso duele—Se queja entre gruñidos.

—Shhh...Vas a despertar a los niños—Le reclamo, apartando el algodón con menos cantidad de sangre que la anterior. Un resoplido de niño malcriado se escapa de sus labios, mientras rueda los ojos—Que infantil eres.

—Ya, porque tú eres muy madura.

—¿Más que tú? Sí—En el segundo en el que lo digo, me arrepiento, pues tomándome desprevenida, Thiago comienza a removerse constantemente en su asiento o sino me hace cosquillas en el abdomen con sus dedos—¡Para!

—Shhh....Vas a despertar a los niños— Me imita a la perfección.

—Si sigues moviéndote no terminaré rápido y te recuerdo que debes llevarme a casa.

—De acuerdo, aguafiestas.

Controlando sus impulsos por molestarme, Thiago opta por distraerse al responder mi pregunta de antes, explicándome con lujos y detalles cómo rayos se lastimó. Al parecer, luego de una reunión con un escritor que está empezando a abrirse paso en el mundo de la literatura, para celebrar no solo el crecimiento de la editorial en los pasados meses hasta ahora, sino también el cumpleaños de su asistente, el equipo de trabajo y él se fueron un bar a escasas calles de donde estaban. Una de las chicas encargada de hacer los diseños de las portadas tuvo un encuentro no muy amistoso con uno de sus ex's, cuándo el sujeto se atrevió a sobrepasarse con ella tocándola en partes indebidas, mi querido escritor salió al rescate, propinándole un buen derechazo al ojo del imbécil que tiene Yolanda como ex y consiguiendo que una de sus amigas por defenderlo le lanzara un tacón en la frente a Thiago.

—Excelente puntería—Bromeo, pero ante el semblante serio del castaño, presiento que no le ha hecho mucha gracia como a mí.

Al acabar de limpiar su herida, le entrego los algodones llenos de sangre y me retiro para ir en busca de mi bolso.

—¡Vámonos!—Le digo al tener mi bolso ya en manos, lista para irme a casa y dormir apenas pegue un dedo en la cama—¿Qué esperas? ¡Vamos!

Thiago avanza algunos pasos hacia mí, coloca sus manos en mis hombros y sin previo aviso me atrae hacia él.

—No creo que te hayas dado cuenta, pero está diluviando—Me da la vuelta y veo hacia los ventanales como el enormes cantidades de gotas van cayendo. Incluso un trueno me sorprende y hace que dé un brinquito pese al miedo.

—¡Necesito tú teléfono!—Exclamo de la nada, recordando a mi pobre abuela, debe estar arrancándose los exiguos pelos negros que todavía quedan esparcidos en su cabellera casi blanquecina.

—¿A quién llamarás?— Interroga Thiago sin mostrar mucho interés al respecto, ni siquiera dirige la vista hacia mí porque está lo suficiente concentrado en la pantalla de su teléfono como para verme.

—A la abuela Kat— Contesto con timidez, sintiéndome de repente como una niña de primaria.

Apenas tengo el teléfono en las manos, marco con rapidez el número, el celular repica una, otra, otra y otra vez y cuándo pienso que alguien por fin va a responderme resulta ser la contestadora. Sin éxito, me voy por la segunda opción, llamo al número de la casa, rogando porque mi abuela conteste en esta ocasión.

Mis plegarias nunca fueron atendidas. La segunda vez también terminó siendo una completa pérdida de tiempo y de renta, para eso fueron creados los teléfonos, para estar en comunicación, no para tenerlos de adorno.

—¿Y si olvidas que está lloviendo y me llevas a casa?

—Eso no sucederá. Podríamos matarnos a mitad de camino—Objeta, lanzándome esa mirada de desaprobación que ahora visualizo más seguido—Te preparé la habitación de huéspedes, quédate aquí.

Bufo mientras veo como Thiago sube las escaleras y va hacia la habitación de huéspedes. Me pierdo en mis pensamientos, oyendo al fondo las gotas que salpican contra el ventanal, froto mis manos entre sí (el frío está empezando a recorrer mi cuerpo). Me abrazo en busca de calor, subiendo y bajando mis manos por mis brazos para tratar de apaciguar el frío, mientras espero a que Thiago regrese, me siento en el mueble de piel terciopelada en color gris.

En cuestión de segundos, los bostezos se vuelven repetitivos y una lucha por mantenerme despierta se vuelve complicada. De pronto todo se vuelve oscuro y la voz que percibo a la lejanía se va perdiendo al igual que mi resistencia, terminando de caer en un profundo sueño. 

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