CAPÍTULO 10
>>¿Podemos hablar?<<—Christian
Casi una hora había transcurrido desde que mi teléfono me avisó acerca de un mensaje, asombrándome al ver que se trataba de Christian, aquel apuesto y caballeroso hombre con el que tuve una no muy placentera cita. Desde ese día no había sabido nada de él, no me buscó y para ser honesta tampoco estuve muy interesada en escribirle, imaginando que ambos compartíamos la misma idea de que no hubo química entre nosotros. No obstante, ahora que he recibido dicho mensaje, mi suposición se fue al caño y los engranajes de mi cabeza no han dejado de operar en la búsqueda de una posible respuesta.
—¿QUÉ RAYOS HACEN?—Escucho al entrenador gritarles a los chicos mientras ellos parecen estar desorientados en el campo de futbol.
Por tercera vez en lo que llevo trabajando para Thiago, estoy presenciado uno de los partidos de su hijo mayor. Franco aun no le cuenta a su padre que detesta el futbol por temor a decepcionarlo y aunque le insistí en varias oportunidades que no sería de ese modo, que Thiago sería capaz de entenderlo y de contarle que el dibujo es lo suyo, el deliberadamente prefirió ignorarme y seguir asistiendo a sus entrenamientos, además de partidos, por lo que ahora me encuentro en uno de ellos. Uno que a pesar de ser amistoso, al entrenador parece estar afectándole la descoordinación de su equipo.
Su rostro algo arrugado está enrojecido, con algunas venas brotadas y tengo el presentimiento de que en cualquier instante sus ojos se van a salir de su lugar.
—¡Vamos, Franco!—Animo a mi pequeño jugador quien diestramente le ha quitado el balón al equipo contrario—¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Agito mis manos con emoción, al tiempo que grito el nombre de mi pequeño que zigzaguea con gran agilidad para esquivar al resto de los jugadores, abriéndose paso en el campo para alcanzar a anotar aunque sea su primera anotación durante el efímero lapso de tiempo que queda.
—¡Pasa el balón, Franco! ¡A Julian! ¡Pásaselo a Julian!—Vocifera el entrenador, agitando sus brazos para enfatizar lo que dice. Sin embargo, Franco omite su petición y apresurando el paso se encarga el mismo de hacer el gol.
Las madres y yo nos paramos del banco, en unísono animamos al equipo y a tan solo unos segundos de acabar el partido, vi la escena en cámara lenta, como Franco burlaba al último rival que se interponía entre él y la arquería, con un movimiento hábil y vertiginoso de pies, pasó el balón entre sus piernas, rodeo al chico y fue tras la pelota para retomar su curso. Sin perder el tiempo, pateó el balón hacia la malla con una fuerza que jamás había visto antes en él, consiguiendo con éxito dar su primer gol en el partido antes de este culminar, dejando como resultado un empate.
Aplaudí, salté, chillé y canté victoria junto a las mamás de los niños, porque aun cuando no ganáramos, la racha de nuestro equipo no había sido tan buena en las últimas semanas, hasta hoy, que gracias a Franco, conseguimos un empate.
Cuando vislumbré que el niño había abandonado el abrazo grupal para venir hacia mí, no me contuve ni un segundo más y lo aprisioné en mis brazos, sacudiéndolo un poco al tiempo que le decía lo feliz que estaba por él y lo grandioso que había jugado hoy. Como de costumbre su rostro adoptó esa expresión antipática que lo caracteriza, me dio unas palmaditas en la espalda en señal de lo que soltara y me dio las gracias casi en susurros, antes de pedirme que le diera agua.
—¿Quieres que vayamos por un helado?—Le pregunté, volviendo mi voz más aguda y ligeramente molesta debido a la emoción que aún había en mí.
Sin despegar los labios del envase, Franco alzó su pulgar izquierdo, aprobando por fin una de mis ideas.
Cogí sus pertenencias, me despedí de las madres, del entrenador, además de los niños y Franco hizo lo mismo, a excepción de las madres, ya que según él, hablar con adultos no es lo suyo. Al salir del club, le pregunté al pelinegro si prefería ir a la heladería <<Gigi's>> que quedaba a solo 3 calles de donde estábamos o comprarle al señor del carrito que suele estar al cruzar la calle, sin pensarlo mucho, concluyó que a pesar de estar ansioso por comer dulce, las piernas le dolían y no le importaba caminar de más siempre y cuando entrara a un local donde pudiera sentarse y refrescarse.
A paso de vencedores nos encaminamos en dirección a la heladería, chequee la hora en el reloj de mi muñeca, marcando este las tres con veinte minutos y muy amablemente le pedí a Franco que apresurara el paso, pues debíamos estar de vuelta en casa a eso de las cuatro para adelantar el disfraz de la princesa Jazmín para la fiesta del sábado. Franco no dijo nada, no hizo falta en realidad, con su mirada podía interpretar francamente su mal humor, pero al final de cuentas hizo lo que le había pedido.
En menos de diez minutos ya nos encontrábamos en el lugar. Gigi's era una de mis heladerías favoritas, es un espacio más o menos reducido, acogedor, con pocas mesas y una decoración agradable, al igual que los empleados.
Las paredes eran blancas, así como también las sillas, las mesas redondas eran de colores vibrantes y varios cuadros de comida—específicamente dulces—que contrastaban bastante bien con el resto de las decoraciones minimalistas.
—Aquellos chicos se van a parar, hay que ir a esa mesa—Señaló Franco, con un particular brillo decorándole los ojos oscuros.
El lugar no estaba abarrotado de personas, sin embargo, las mesas no tan cuantiosas que había en el establecimiento ya no estaban disponibles, por lo que debíamos estar alerta en cuanto se desocuparan para poder tomar una. Delante de nosotros habían al menos cinco personas y por suerte la fila avanzaba más rápido de lo que había pensado.
—¿Qué sabor pedirás?—Le intenté sacar conversación al niño a mi lado mientras esperábamos nuestro turno.
No solo como método de distracción, sino también para conocerlo un poco más, puesto que el escaso tiempo que llevo siendo su niñera, sé más de Yasmina que de su hermano mayor. Franco no es muy parlanchín y no porque no me tenga confianza aún, es que el es así con todos. He intentado pasar tiempo con él a solas, averiguar lo que le gusta, lo que no, sus pasatiempos favoritos, que le gustaría ser de adulto, lo que sea que me ayude a tener más información sobre él, no obstante, el siempre crea una gran muralla entre nosotros y apenas trato de acercármele, él simplemente se aleja.
—Limón—Respondió, encogiéndose de hombros. Arqueando una ceja giré mi rostro para mirarlo, como si le preguntara ¿En serio? Sin emitir palabras—Me gustan los sabores cítricos ¿Tú cuál pedirás?
Sonreí complacida, hasta ahora estaba empezando a conseguir mi objetivo.
—Tiramisú, era el sabor favorito de mi padre. Cuando salía con él a veces me compraba helado, pedía todo el tiempo mantecado, hasta que un día el me mostró la delicia que me estaba perdiendo y de ahí en adelante el tiramisú se convirtió también en uno de mis preferidos—Dije, en un tono que desprendía algo de nostalgia. Franco solo asintió, procesando mis palabras, pensé que no hablaría, hasta que dijo:
—Wao, que gran historia—Rodé los ojos, porque a pesar de la seriedad estampada en su rostro, había aprendido con el pasar de las semanas cuando él era sarcástico y en este preciso instante lo estaba siendo.
Lo ignoré y preferí preguntarle por la escuela, era el tema que menos había escucharlo hablarle con su padre y cuando admitió que no le iba tan bien como decía, quise indagar más sobre el asunto. Solo cuando tuvimos los helados ya en manos y sentados en la mesa que el me había dicho en un principio, fue que se dispuso a contarme.
Confirmé que Franco es un niño bastante inteligente, un genio para ser exactos. Era uno de los sobresalientes de su clase, junto a una niña que me aclaró que no le agradaba para nada, pues ella veía todo como una competencia y hacerlo sentir inferior era como su hobbie preferido. En cuanto al resto de su salón, tres niños en específico lo molestaban por su tamaño y contextura, pero también aclaró que era una excusa muy tonta, porque varios de su clase eran casi iguales a él, menudos además de flacos, y que en realidad lo fastidiaban porque le tenían envidia al ser uno de los favoritos, mientras que ellos siempre eran reprendidos.
—Entonces los moretones que a veces te veo en los brazos...
—No es porque me haya caído en el futbol o alguien del equipo haya tropezado conmigo por accidente—Confesó.
—Pero... ¿Tu maestra es ciega o qué? ¿Por qué no has hablado con algún adulto? Ellos pueden ayudarte, no puedes dejar que tus compañeros te pisoteen—Lo escupí todo con tanta rapidez y preocupación que por unos segundos me faltó el aire—Debes contarle a tu papá, el piensa que te está yendo de maravilla en la escuela y no es así.
El pelinegro suspiró con pesadez, al tiempo que ponía los ojos en blanco. Creo que comenzaba a arrepentirse de haber abierto la boca y sincerarse conmigo.
—No puedo acusarlos porque nadie me creería, ninguno de mi salón va a defenderme, esos tres idiotas son tan molestos que el resto de mis compañeros optan por guardar silencio y hacerse los ciegos, a tener que enfrentarlos y así poder evitar líos—Explicó, sonando desinteresado. Como si aquello no tuviera solución ni relevancia—No le diré a papá, ni quiero que tú se lo digas. Tiene tantas preocupaciones ahora que no quiero añadir otro a la lista. Prométemelo.
Extendió su mano limpia, esperando a que yo accediera a estrecharla. Me miraba con insistencia, mientras yo todavía consideraba si era correcto aceptar o no.
A regañadientes lo hice, pero tenía pensando más adelante hablar de esto con Thiago, aunque implique perder la confianza que Franco ha depositado en mí como para contarme sus problemas. Las críticas en la escuela las podía entender, en algún momento de nuestras vidas vamos a recibirlas, no importa lo que hagas, la gente siempre se encargará de buscar un defecto y hacértelo saber, ¿Es justo? Por supuesto que no, pero no hay porque darles la razón ni tantas vueltas a lo que salgan de sus bocas, con reconocer tu valor, poner por encima tu opinión a la del resto y no dejarte pisotear basta para sobrevivir dentro de la sociedad. En lo que estaba completamente en contra es en acudir a la violencia para ganar algún poder sobre el otro, hacerlo sentir débil y manipularlo a su antojo, es desagradable verlo, en especial a tan corta edad y que Franco esté pasando por ello me rompe el corazón, porque no puedo hacer más que aconsejarlo.
—¿Estás bien?—Me preguntó, viéndome con inquietud—¿Aun piensas en lo que te dije?
—No, no sigo pensando en eso—Me apresuré en responder—Estoy recordando que debemos estar temprano en casa, debo terminar de planear la fiesta de Yasmina, además del traje.
—Cieerto...Serás la princesa Jazmín por una noche. La mocosa estará feliz cuando te vea.
—No la llames de esa forma, tú también eres un mocoso.
—Pero sigo siendo mayor que ella por varios años—Refutó y sonrió cuando no tuve otra cosa que agregar.
Miré a Franco por un par de segundos y seguidamente dirigí la vista hacia mi ropa, a diferencia de él yo estaba echa un desastre. Mis manos estaban llenas de helado, había restos en mi camisa y estaba muy segura que en mis labios la pintura roja se había corrido, quedando solo la evidencia de mi lado adicto al dulce.
—Iré al baño a quitarme el helado del que estoy cubierta ¿Tú también iras? ¿O me esperas aquí sentado?
—Te esperaré aquí. En comparación contigo, yo no soy un desastre andante.
Aunque me molestara, debía reconocer que Franco era muy bueno con las respuestas.
—De acuerdo, pero por nada del mundo te vayas a mover de aquí ¿Quedó claro?
—Como el agua—Le lancé una última mirada suspicaz y tan rápido como pude me encaminé al baño.
Los cubículos estaban ocupados al igual que los lavamanos, por lo que tuve que aguardar un buen rato para vaciar mi vejiga y deshacerme de la suciedad que me arropaba. Le eché un vistazo al reloj de mi muñeca para saber qué tanto nos habíamos tardado, iba atrasada, las ajugas marcaban las cuatro con diez minutos.
Abrí mis ojos hasta el límite, maldije por lo bajo y salí de allí disparada como bala. Llamé a Franco antes de acercarme a la mesa, pues el lugar estaba un poco más lleno que antes y era difícil localizar a mi pequeño.
No recibí respuesta.
Al llegar a la mesa en la que estábamos sentados hace algunos minutos, me encontré con la alarmante sorpresa de que estaba ahora vacía. En seguida mi instinto de niñera se activó y comencé a llamar repetitivas veces a Franco, mirando en todas las direcciones posibles.
Le pregunté a los demás clientes, describiéndole con exactitud su físico y como estaba vestido, pasé mesa por mesa, inclusive a interrogar a los cajeros.
Nadie lo vio. ¿Cómo rayos no lo habían visto salir del lugar?
Respiré hondo, tratando de mantener la calma. Conduje mis manos hacia mi cabeza, pensando a dónde pudo haber ido, troné los dedos cuando se me ocurrió que posiblemente al final si había ido al baño.
Esperaba que algún sujeto saliera para pedirle que lo buscara y no verme en la obligación de entrar y toparme con variedad de imágenes posiblemente perturbables. Cuando pasaron al menos cinco minutos y no había rastro de nadie, me arriesgué a entrar.
Lo primero que vi fue a un hombre saliendo de los cubículos, al tiempo que acomodaba su pantalón, apenas me divisó se espantó y gritó un claro "Hey".
—Lo siento, lo siento—Me disculpé, cubriéndome los ojos con las palmas de mis manos—¿Franco? ¿Estás aquí? Señor busco a un niño, es no es muy alto, es blanco, cabello castaño, ojos oscuros y lleva puesto un uniforme de futbol color azul.
—No está aquí.
No aguanté más, salí de allí y con la vista algo borrosa debido a las lágrimas que quería soltar ante la frustración y preocupación, le marqué a Franco y cuando este no contestó en las cinco veces que intenté comunicarme con él, acudí a distintas personas que quizás podían ayudarme a encontrarlo.
Llamé a Fernando, no contestó.
Intenté con Isabel—Una de las representantes del equipo—Tampoco contest
Le marqué a Emilia, no respondió.
Aún no estaba lista para enfrentar a Thiago ¿Le diría "Hey, oye te llamaba para avisarte que perdí a tu hijo"? Se convertiría automáticamente en la Reina roja y mandaría a alguien a cortarme la cabeza.
Volví a llamar a Fernando, no respondió.
Comencé a hiperventilar, a perder la cabeza así como también pasaría con mi empleo. De nuevo respiré hondo y al cabo de unos cuantos segundos se me ocurrió llamar a alguien.
Christian
—Necesito tu ayuda...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro