Llora
Llora y permite que los cristales fluyan igual que un raudal de éter líquido, despojando tus pesares y lavando las penas que un periodo atrás nidificaron en tu organismo. Deja que esas gotas cristalinas, nacidas del olor de tu misma naturaleza, te liberen de morriñas que descansan en los pliegues de tus recuerdos.
Llora sin tregua, dejando que el llanto sea el guijarro de tu órgano adolorido. Permítete ese acto de profunda vulnerabilidad, porque el amor propio reside en la sinceridad de encontrarte cara a cara en el espejo de tu propia realidad.
Oh, que el sufrimiento, críe hojas secas a la ventolina, se aleje en el alarido de tu lamento. Que cada vergüenza que se desliza por tus mejillas sea como un fruto maduro que cae del árbol de tu rostro, liberándote de cadenas que antes creías indestructibles.
Deja que el llanto sea un ritual compartido con el culto, un ritual de despedida de los nudos que anudaron tu espíritu, envenenando el sigilo que habitaba en lo más profundo. Llora como si el mismo dolor fuese un amante que busca tus labios y te besa, y que en cada desdicha fuera un mensajero con secretos que confiar.
Llora, porque en la autenticidad de tus gotas hallarás tu valor. No temas a las lágrimas, pues no es sabio engañarse a sí mismo, ni es propio de farrucos negar el desahogo. Llora, porque cada sollozo es un paso hacia el rescate, un tono que compone el pentagrama único que es tu existencia.
Y en el cálido apretón de tu líquido, quizás descubras que el plazo es una ola caprichosa que no espera por nadie. Mañana podría ser un poema sin rima, un pestañazo que quedó suspendido en el aire. Llora, porque dentro de ese llanto podría estar la llave que abra la puerta a la persona que el destino teje pacientemente, anhelando que al fin sea.
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