Escribo este poema en el crepúsculo,
donde la musa se oculta en atardeceres grises;
mi psique inhala y busca en la bruma,
la chispa perdida que enciende los cerillos.

En las páginas desnudas, sin compás,
mi lápiz errante valsa sin concierto;
anhelo hallar la resonancia, la resonancia de paz,
que cure las heridas de mi desierta paleta.

Desde que te alejaste, amor ausente, somos dos almas perdidas,
mis versos flotan como hojas a la brisa;
mis letras, huellas borrosas de un rastro pendiente,
crece en la ignorancia del amplexo afable.

Ahora,

El desamparo se convierte en mi aliado,
arrulla mis pensamientos en su regazo;
mis lágrimas, joyas en la galaxia,
mientras hablo en omisión de mi triste ocaso.

El silencio, un confidente en la distancia,
me sonríe con luces llenas de enigma;
escucho su reflejo y mi instinto salta,
anudando versos en cada rima.

Cuando observo tus belfos que se curvan,
en una sonrisa que no lleva mi nombre;
envidio al soplo, que en su travesía surca.

Pero en cada línea inconclusa, persiste el deseo,
de encontrar en las señales el apapacho perdido;
brota en mis letras un nuevo destello,
que ilumina la llama de un afeto renacido.

Entonces, en estas comas hago vigilia,
el sonido de un corazón que aún respira;
aguardando el día en que vuelvas al viaje,
y en mis cuerdas encuentres tu acorde.