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Capítulo 9: Charlas

El aire se sentía más fresco en sus pulmones, su nariz y pecho. Aún hacía bastante frío, así que se encontraba cubierto por incontables abrigos que hacían sus movimientos algo difíciles, pero no se quejaba en absoluto.

Se sentía muy feliz. La cafetería estaba vacía, por lo que podía simplemente estar sentado y descansar sin hacer nada más. Nyjeume lo acompañaba, con los ojos cerrados mientras los dos tenían los dedos entrelazados bajo el mantel en un secreto que no querían esparcir. La helada mano del dríade le brindaba una sensación extrañamente reconfortante al alma, aunque le causara escalofríos cada dos por tres.

Cada vez que lo veía, su corazón latía a miles de kilómetros por hora, como si le generara algún tipo de ansiedad. Haberle confesado su cariño no cambiaba ese hecho aún cuando sus sentimientos eran recíprocos... Samuel sentía que ahora le ocurría con más frecuencia que antes por algún motivo desconocido.

Solo se habían dado un par de besos suaves desde que empezaron a salir, pero él a veces tenía la necesidad de más y más. Siempre que veía los labios de su pareja quería juntarlos con los suyos, incluso morderlo un poco; pero Nyjeume no se sentía cómodo con tanta pasión ni que ocurriera tan seguido, así que el hombre lobo respetaba eso sin queja alguna. Total, los abrazos y caricias en el cabello que el otro le daba le resultaban más que suficientes; esos gestos lo hacían incluso más feliz que otras acciones, pues a su compañero no le disgustaba eso entonces ambos se sentían cómodos.

Apoyó su cabeza sobre el hombro del dríade sin decir nada, disfrutando su compañía y la ausencia de clientes. Sus papás todavía estaban con los faunos sanadores, asegurándose de que Reti estuviera bien, aunque ya habían pasado un par de días. Tardaban mucho, ya empezaba a ser algo preocupante; ¿Y si su amigo terminaba muriendo? Nadie de la ciudad lo buscaría, ni su propia familia se interesaba por su bienestar. Sólo tenía a sus amigos del bosque... Por algo siempre regresaba al mágico lugar.

— Nyjeume, – exclamó el pecoso, aunque no hubiese necesidad. Su pareja lo miró. — Te quiero, Nyjeume. Gracias por estar conmigo.

— ¿Qué estás diciendo, cachorrito? No tienes que agradecer por eso.

El driade lo envolvió con sus brazos, acariciando su cabello con suavidad y sin decir nada más. Eso también tenía puestos miles de abrigos, para evitar desmayarse por las bajas temperaturas.

Así como estaban, Samuel sentía que nada malo podía ocurrirle a ninguno de los dos, pues mientras estuvieran el uno con el otro nada iba a salir mal.

— Ya puedo respirar bien, – musitó el hombre lobo, sintiéndose algo adormilado por los mimos. — ¿Querés salir afuera un ratito? Hoy no tomaste sol...

— No quiero que te vuelvas a enfermar, – respondió su acompañante, apoyando una mano en la mejilla del más alto. Besó su frente antes de hablar una vez más. — Hoy no tienes fiebre. Es el primer día que pasa eso, ¿de verdad quieres echarlo a perder solo para que yo realice la fotosíntesis? No necesito ayuda...

—¡Sí! Tenés que hacer eso. Si no, ¡vos sos quien se va a enfermar!

Nyjeume rió con suavidad, dejando que su novio apoyara la cabeza en su pecho sin más. No había nada más que hacer aparte de esperar, así que se quedaron callados y en plena calma, disfrutando de la compañía del otro sin temor a ser descubiertos por nadie.

No tenían por qué tener miedo. Los únicos que no aceptarían su relación eran los dríades, siendo los únicos en todo el bosque que se disgustaban ante la idea de que un ser de sangre y uno de clorofila estuvieran en una relación amorosa, aunque quizá solo Hyarereme pensaba así.

— Te quiero mucho, – repitió el medio camino, mirando al otro a los ojos al hablar. — No tengo tantos mocos, y...

—¡Qué asco, Samuel!

Los dos jóvenes se dieron media vuelta al escuchar la voz de Centenar, y se separaron por instinto. La elfo les sacó la lengua, aunque los ignoró para irse a preparar algo para comer, pues ya estaba acostumbrada a ver y oír que sus compañeros fueran melosos el uno con el otro.

Samuel tenía la mirada enfocada en el suelo, como si fuese algo muy interesante para observar. Nyjeume apoyó sus manos sobre las de su novio, sonriendo con suavidad en un silencioso intento de animarlo. El pelirrojo suspiró, con los labios temblorosos.

—¿Por qué tenemos que escondernos? No me gusta. Siento que te doy vergüenza, – exclamó el pecoso de la nada, con los ojos un poco llorosos. — No sé... Es la primera vez que salgo con un chico, creí que...

— No soy un chico. Soy un dríade, – lo corrigió el otro, acariciando la mejilla de su amado al hablar. — Esta es mi primera relación, yo... Tengo miedo de que mi tío nos haga algo, que te lastime. Nunca aprobaría que yo esté con alguien de otra especie. Pero soy muy feliz a tu lado, me encanta estar contigo. Nunca lo dudes, cachorrito.

La mirada de Samuel se concentró en un costado; Parecía poco convencido, aunque sabía que Hyarereme era alguien muy cruel. No había nada que hacer en su contra.

El hombre lobo se sentía triste por lo que su pareja tenía que aguantar, debía obedecer sin soltar queja alguna sin poder dar su propia opinión. Su destino era seguir órdenes sin más, expectativas que el rey de su especie ponía sobre sus hombros. Su propio tío...

Si no, moriría. Hyarereme era alguien muy autoritario, y sus súbditos no tenían lugar para revelarse pues con un solo movimiento podía derrotarlos con ayuda de la Rama Sagrada.

— Tu tío nunca viene para acá. Quizá, podemos... no sé, no escondernos, mientras no haya dríades alrededor. Creo que solo ellos le dirán algo, o...

Nyjeume se quedó en silencio, pensando por un rato en lo que su novio le había comentado. Miró alrededor, sintiéndose más tranquilo al ver que nadie los vigilaba, calmando uno de sus varios miedos. Los chefs estaban ocupados con otra cosa, así que no habría clientela hasta que ellos regresaran, lo que era un consuelo para el joven de ojos violáceos.

— Tienes razón. Mi tío nunca viene por aquí, y los otros tienen prohibido iniciar conversaciones con la familia real. Samuel, eres un genio, – exclamó, obteniendo una sonrisa de parte del pelirrojo. — Estuve fuera de mi Árbol-hogar por tanto tiempo que se me había olvidado esa ley.

—¡Sí!¡Genial! Esperá... ¿Cómo que los dríades no pueden hablar con vos o con el rey? ¿Cómo espera tu tío que hagas amigos, si no te pueden hablar?

Era obvio que el jovende ojos violáceos estaba analizando cómo responder, y hubo un corto silencio de por medio.

— A él no le interesa la felicidad de nadie que no sea él mismo. Por eso marchitó a mi padre, y... me dejó solo. – Nyjeume suspiró, observando el suelo.

Samuel se quedó callado, apoyando la cabeza en el hombro de su pareja, quien le dejó un suave beso en la frente cuando eso ocurrió. Luego, el dríade recibió un fuerte abrazo que cubría todo su cuerpo, lo que le hizo sentirse protegido de todo mal.

El dríade se sentía melancólico cada vez que pensaba en su padre, pero... Ahora tenía gente que estaba a su lado cuando esto ocurría, que se preocupaban por su bienestar físico y mental. Todo lo contrario a cómo lo trataba Hyarereme.

La bondad era algo extraño cuando era un recurso poco común en la vida de una persona. Y si sus ojos tuvieran lagrimales, el joven de cabellos de lianas estaría sollozando, aliviado por haber encontrado a alguien que le quisiera sin intenciones ocultas de por medio.

— Ah, eso le ocurrió a tu papá... Lo siento mucho, corazón. Por lo que decís, él era un buen padre.

Nyjeume le devolvió el abrazo al más alto, escondiéndose en su pecho como si su vida dependiera de ello. Amaba la calidez emanada de su cuerpo, hacía que se pudiera relajar aun cuando su alma estuviese llena de estrés.

Hubo silencio entre los dos, en el que el pecoso se la pasó mirando a su pareja con cariño en un intento de consolarlo. Acarició sus lianas con todo el cuidado del mundo, algo que no le ocurría a Nyjeume desde que era muy, muy pequeño. Sentía una curiosa combinación de melancolía por el pasado y felicidad por el presente.

—¿Querés hablar sobre él? A veces eso puede ayudar, – sugirió el hombre lobo, apartándose del otro para revisar que su ánimo no decaiga.

Se sentía más tranquilo. Pudo abrir la boca, y utilizar su voz una vez más, motivado por el hecho de que lo iban a escuchar y comprender.

— A mi padre le gustaba usar el pronombre "ella" cuando hablábamos en este idioma. – Le dedicó una pequeña sonrisa a su novio antes de continuar. — Ella era la dríade más amable de todos los bosques, me amaba con toda el alma... Su nombre era Jyuraeme, y dio la vida para cuidarme de las garras de mi tío.

La seriedad volvió al rostro de Nyjeume luego de soltar un largo suspiro, y miró al suelo aunque su pareja no podría darse cuenta por su falta de iris y pupilas. Se puso a jugar con una de sus lianas, y su acompañante no sabía qué hacer.

Eso necesitaba desahogarse y, a la vez, debía ser la primera vez que lo hacía en mucho tiempo. Nunca había podido hablar con alguien que sí se interesara en su bienestar, y su tío seguro le daba miles de excusas para no escucharlo si es que no le pegaba para mantenerlo callado.

Samuel decidió no decir nada, para dejar que el otro hablara sin interrupción alguna; el dríade necesitaba hablar, sacarse toda la tristeza que estuvo encerrada en su mente por quién sabe cuántos años.

— Ella no pudo derrotar a mi tío, y... ah, perdona. No estoy haciendo más que quejarme, lo siento.

El pelirrojo posó sus labios en la mejilla del otro, dándole el más suave de los besos; no era muy bueno para consolar con palabras, así que quizá eso podría servir. Se tomó un tiempo para elegir sus palabras antes de hablar, agarrando la mano de Nyjeume en el proceso sin lastimarlo con sus garras.

— No hay por qué pedir perdón, corazón. Nosotros... yo te escucharé cada vez que lo necesites, – musitó, mostrando los colmillos en una sonrisa. — Te quiero mucho. Mis papás también te quieren, incluso Centenar te quiere... aunque nunca lo vaya a admitir.

Los dos rieron con el último comentario, y la alegría regresó al alma del dríade. Entrelazó sus dedos con los de su novio, rozando la almohadilla de su palma sin decir nada.

— Gracias, cachorrito. Necesitaba escuchar eso... te quiero, – exclamó Nyjeume, acomodándose una liana que le molestaba la visión. — Vamos, hay que desayunar. Debes estar hambriento.

Como si eso hubiera sido una invocación de algún tipo, el estómago de Samuel empezó a rugir con fuerza. Soltó una suave carcajada ante eso, y ambos se dirigieron a la cocina para prepararle algo de comer con lo que sea que encontraran allí. Pudieron ver a Centenar sentada en el lugar, con algo de fruta frente a ella. Tenía la mirada perdida, concentrada en algo invisible... era una cosa que hacía a menudo desde que se mudó a la cafetería, y nunca se percataba de que lo hacía. No debía ni acordarse de esas cortas distracciones que tenía ante el mundo.

El hombre lobo sonrió de forma pícara, con un plan en mente. Intentando no producir ruido alguno, empezó a caminar en punta de pie, acercándose cada vez más a la elfo. Nyjeume no dijo absolutamente nada, cómplice de lo que su pareja estaba haciendo, feliz de que no fuera la víctima de sus bromas en esa ocasión.

Centenar no sospechaba nada, y... Samuel la abrazó por la espalda, haciendo que ella se sobresaltara sin mucho esfuerzo, soltando un chillido agudo.

—¡Bú!

— ¡Ah, hijo de puta...!¡Samuel! – se quejó la castaña, frunciendo el ceño. Su compañero solo reía, aunque recibió un pellizco como castigo y solo eso hizo que amainaran sus risas.

La verdad, fue un poco gracioso... pero el dríade no quería que lo pellizquen a él también, así que no dijo nada.

— Perdón, perdón, ¡no pude resistirme! Estabas tan distraída, no podía desaprovechar una oportunidad como esa, – explicó el pecoso, sacándole la lengua a su amiga, quien se cruzó de brazos. — Fue gracioso, no me mirés así.

—¡A mí no me parece gracioso!

— Siempre le digo lo mismo. – Nyjeume se puso a buscar algo para que su novio pudiera desayunar, tratando de no hacer aparente su mentira.

No había mucha comida, tendrían que recolectar ingredientes dentro de poco. Pero solo Keri y Gastón sabían dónde encontrar alimentos de calidad, así que Samuel se tendría que conformar con un par de manzanas golpeadas hasta que sus padres regresaran.

Mientras sus compañeros peleaban amistosamente, el dríade se sirvió algo de agua y le dio la fruta al chico más alto, quien no perdió nada de tiempo para clavarle los colmillos como si nunca hubiera comido nada. Parecía un vampiro... ¿seguirían existiendo esos seres? No había ningún rastro de ellos pero, a fin de cuentas, lo mismo había ocurrido con el basilisco. Quizá estaban ocultos en algún lugar lejano...

Antes de que el joven de cabello de lianas se pudiera sentar junto a su novio, se escuchó el fuerte ruido de una puerta abriéndose con brusquedad, a lo que los tres jóvenes asomaron sus cabezas para ver de quién se trataba. Si hubiese sido alguien peligroso, los podría haber lastimado en un abrir y cerrar de ojos.

En cambio, quienes estaban entrando al edificio arbóreo eran los hombres lobo más grandes, que se encontraban ayudando a Reti a caminar aún en su forma de cánidos. El más joven tenía un brazo vendado, y se sentó apenas tuvo oportunidad.

— Reti, ¡estás bien! – exclamó Samuel, yendo a abrazar a su amigo sin pensárselo mucho, pero se apartó al escuchar quejidos de dolor como respuesta. — Ay, perdón... ¿Cómo te sentís? ¿Querés algo para tomar?

— No... bueno, sí. Tengo que recuperar fuerzas para volver a mi casa, – dijo el morocho, sin apartar la mirada del suelo. — No traje nada con que pagar...

— No hay problema. Después de lo que te hice, eso no es necesario.

En un abrir y cerrar de ojos, Keri y Gastón habían regresado a su forma humanoide, y ya se encontraban vestidos. Habían hecho eso millones de veces, pero la agilidad con la que se podían cambiar de ropa nunca dejaba de sorprender a su hijo y al resto de los presentes.

Reti le sonrió al otro pelinegro, murmurando un suave "gracias" al recibir algo de té para llevarse a la boca. Cualquier cosa le venía bien, no quería ser quisquilloso... Se sentía cómodo entre la gente que vivía en el bosque.

Mientras tanto, los adultos comenzaron a preparar las cosas que necesitarían para ir a recolectar ingredientes; sabían que, con Samuel enfermo, no hubo nadie que pudiera volver a llenar las alacenas mientras ellos estaban fuera, considerando que todavía era invierno. Nyjeume alcanzó a escuchar que le avisaron a su cachorro que saldrían, antes de llevarse varias canastas, algunas palas y un par de tijeras para plantas.

El pelirrojo era ahora quien se veía algo triste. Así que, esta vez, fue su pareja quien hizo un intento por alegrarlo sin siquiera prestarle atención a la curiosa mirada de Centenar.

— Samu, ¿quieres ir a tomar algo de sol conmigo? Mientras te abrigues, nada te pasará, – exclamó el joven de ojos violáceos, con la más suave de las sonrisas decorando su rostro. Su novio sólo asintió con la cabeza, sin decir nada más, a lo que eso volvió a hablar. — Quizá eso te distraiga un poco, ¿no?

—... Supongo, – musitó su amado, yendo a abrigarse a paso lento, sin apuro alguno.

El joven de cabello de lianas recordó que su compañero aún debía tomar medicina, ¿sería esa la razón de su desánimo? Aun así, presentía que había otra razón, pero no sabía cómo formular una pregunta al respecto. El hombre lobo podría sentirse peor si escuchaba las palabras incorrectas... era algo que no debía realizarse a la ligera, por su bienestar mental.

Los dos se prepararon para salir en pocos minutos, con mil camperas y ropa de lana cubriéndolos de la cabeza a los pies. Invitaron a la elfo para que no se sintiera excluida, pero ella prefirió quedarse a jugar a las cartas con Reti. Ambos parecían muy concentrados en lo que sea que estuvieran jugando, aunque mayormente el humano solo le estaba enseñando qué hacer con cada carta.

Ya en el claro, Samuel se sentó en el pasto con la espalda apoyada en un tronco caído de por ahí, mientras el ser de clorofila empezaba a hacer la fotosíntesis con los ojos cerrados. Decidió acomodarse al lado del pecoso al volver a abrir los ojos, acariciando su mejilla con todo el cariño del mundo.

— Estás muy callado, – comentó Nyjeume, tocando la nariz del otro para molestarlo un poco. Recibió una suave risa, pero... no sonaba muy genuina.

— Sí, no te preocupes... Sólo tengo un poco de sueño. Perdón.

El dríade frunció el ceño para luego alejarse de su novio, quien movió la cabeza para un costado, confundido. No sentía la mirada de nadie más sobre su ser, así que era extraño que eso solo... se apartara sin más.

— No me mientas, Samuel. – Su tono era más firme de lo usual, aunque no levantó mucho la voz. — Tú me escuchaste cuando yo me sentía triste, y yo quiero hacer lo mismo por ti. Si no, no sería justo para ninguno de los dos. Déjame apoyarte, Samuel.

El hombre lobo se quedó callado; era obvio que estaba analizando qué decir, su expresión de concentración lo delataba. Suspiró, abrazando su propio cuerpo mientras su mirada se enfocó en el suelo.

— Tenés razón, pero... No sé. Te tendría que haber dicho, – susurró. Miró a su pareja, con los ojos llorosos. — Me trataron muy mal en el hospital, y me dieron los remedios de pedo. Quien hizo mi radiografía... se rehusó a decirme Samuel. Me trató como si fuera una mujer, aunque todo está bien en mi DNI. Ahora mis papás no quieren que me aleje de la cafetería, porque los humanos están muy agresivos contra nosotros últimamente e incluso están entrando donde los kitsunes no llegan a vigilar. Pueden llegar a hacernos cualquier cosa, solo porque no somos de la misma especie...

Hacía un tiempo que no veía caer lágrimas de los ojos de Samuel. Su pareja lo abrazó con cuidado, notando que su novio se escondía entre sus brazos como si estos fueran escudos; trató de cubrirlo lo más posible, aunque el pelirrojo era demasiado alto como para lograrlo. Al menos, este gesto logró que amainaran sus lágrimas poco a poco.

Samuel se tranquilizó luego de varios minutos, justo cuando se levantaba un viento gélido que los obligó a regresar a la cafetería. Todo estaba vacío, sólo quedaba un mazo de cartas como prueba de que alguien estuvo allí hace poco tiempo, como evidencia de que había vida aparte de plantas en ese lugar.

— ... no me acuerdo cuándo fue la última vez que vi mis series, – comentó el hombre lobo, sin razón alguna. Nyjeume ni siquiera sabía qué significaba eso, aunque la palabra se le hacía muy familiar.. — Hay una que te puede llegar a gustar. Una animación japonesa, anime, se llama A.I.ruto. ¡Hay un personaje igual a vos! Bueno, en personalidad. Creo que es Nee-bot, o algo así.

Si esas cosas de humanos le servían para distraerse, Nyjeume no interrumpiría lo que sea que hiciese feliz a su novio. Volvieron a su habitación, acurrucándose bajo las sábanas y con la mirada fija en un pequeño aparato de imágenes y sonidos. Se llamaba teléfono, o algo así.

Las personas dentro de esto usaban palabras incomprensibles, acompañadas de varias letras y palabras que aparecían cada vez que ellos hablaban. El joven de ojos violáceos se quedó callado, pues ver que su compañero se calmaba al ver esas cosas era lo que más le importaba en ese momento, aunque solo fuese capaz de disfrutar los dibujos que se movían y nada más.

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