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Capítulo 6: Hibernación

Pasaron los meses, y el frío congeló el bosque aun cuando las hojas seguían teniendo sus usuales tonos verdosos sin muchos cambios. El verano se volvió otoño de forma gradual, casi alcanzando el invierno, aunque parecía que poco tiempo había transcurrido desde que la elfo se había mudado a la Cafetería Forestal.

No recibieron noticia alguna sobre muertes a causa de la Gran Serpiente, ni ningún otro dato sobre ese oscuro ser por más inane que resultara ser. Uno pensaría que se había desvanecido y que ya no existía peligro alguno en las indomables frondas del bosque mágico; debían tener en cuenta que era un reptil, y algunos de ellos hibernaban. Tendrían hasta la primavera para averiguar su paradero y, mientras tanto, las criaturas del lugar se sentían demasiado inseguras como para ir al edificio arbóreo.

Incluso los dríades permanecían ocultos del resto del mundo, evadiendo todo como siempre hacían pero con más esmero que antes... Menos uno de ellos, quien caminaba sin prisa hacia su lugar de trabajo como todos los días. Si fuera un humano, se encontraría estornudando y tiritando dado a las gélidas temperaturas de la zona; era una ventaja que tenía ante las criaturas de sangre, no le afectaba tanto el frío. Por lo que Nyjeume continuaba yendo hacia su destino sin preocuparse mucho, ignorando el hecho de que su cuerpo podría llegar a congelarse si no se cuidaba bien. No era común de su parte estar fuera de su Árbol-hogar con tal frialdad en el ambiente.

A su alrededor, podía ver que todo seguía verde aunque con un tono más apagado de lo usual, incluyendo los varios arbustos que Reti había criado para de. Suspiró antes de entrar al edificio, siendo capaz de ver su propio aliento en forma de un vaho blanco escapándose de sus labios sin pausa.

Sin sorpresa alguna, se dio cuenta de que nadie se encontraba allí esperando que le atendieran. No había nadie más en el lugar aparte de sus compañeros de trabajo, quienes se encontraban charlando entre ellos con prendas de lana ayudándolos a conservar el calor.

— Buenos días, – dijo el joven de ojos violáceos, acercándose lentamente al mostrador. — Ya hace frío, ¿no?

— ¡Si! Incluso me duelen las manos... ni siquiera es invierno, pero parece que va a nevar en cualquier momento. Me encantaría ver nieve, – exclamó Samuel, tomando un sorbo de su taza de café luego de hablar. — Che, Nyjeume, ¿Por qué caminas tan despacito?

— Él es una planta, el frío también le afecta, – informó Centenar, jugando con los piercings de sus orejas al hablar. Miró al recién llegado y se dirigió a eso. — ¿No quieres un suéter? Te va a hacer sentir mejor...

El dríade negó con la cabeza sin decir nada, y se cruzó de brazos para esperar que alguien se apareciera aunque quizá eso tardaría un par de horas. y su espera le hizo darse cuenta de lo agotado que estaba. Se sentía muy cansado de cuerpo y alma, lo que seguramente era consecuencia de las bajas temperaturas, aún cuando eso era incapaz de sentir bien la gelidez. Quizá nadie se enojaría si se tomaba una pequeña siesta... Centenar estaba ocupada con encontrar ingredientes, mientras que Samuel preparaba algo de beber para sí mismo sin preocupación alguna,

Nadie se percató de que Nyjeume había cabeceado en su silla, hasta que apareció un kitsune a pedirle al de mirada violácea una malteada de bayas de flama, para que le dé algo de calor a su mente. Era una receta fácil, aunque sus manos temblaban como si estuviera aterrado de algo... Sus sentidos no estaban funcionando bien, y un molesto dolor invadió su frente y sus ojos.

Incluso cayó al suelo sin percatarse, al menos hasta que Samuel se acercó a su lado para hablarle sin que el dríade pudiera entender ni dos palabras de lo que salía de su boca, ni siquiera podía oírlo. Había un buen motivo por el cual los seres de clorofila se encontraban escondidos, pero Nyjeume no esperaba que el frío lo afectara tanto durante el otoño, era incapaz de combatir contra las acciones involuntarias de su cuerpo.

Decidió cerrar sus ojos y esto alivió un poco su dolor, aunque no pudo volver a abrirlos aunque le rogase a sus párpados que se separaran el uno del otro. Tuvo la sensación de que alguien le hizo sentarse, mas no podía realizar movimiento alguno. Estaba congelado.

— ¡Nyjeume, Nyjeume! ¿Qué pasó, por qué te desmayaste? – dijo el medio-canino, moviendo un poco a su amigo. El cliente terminó yéndose de allí, sin querer entrometerse en la situación.

El mencionado no encontraba la fuerza necesaria para pronunciar palabra alguna, aún cuando su alma presentía que no faltaba mucho para que miles de lágrimas cayeran de los ojos de su amigo sin pausa. Sus papás se acercaron a ver qué ocurría, sin entender lo que pasaba con exactitud.

Ya no había nadie alrededor, y la atención de los lobos estaba puesta en el chico de clorofila. Su piel estaba fría, y no podían lograr que reaccionara ante nada. Samuel incluso intentó colocarle su bufanda con la esperanza de solucionar algo, pero no funcionó.

Si el dríade respirara de la misma forma que los seres de sangre, la manada hubiera sido capaz de comprobar si continuaba con vida o no. Pero eso estaba tan quieto como cualquier árbol, y su pecho estaba tan inmóvil como un tronco. Era difícil saber cualquier cosa sobre su estado físico, aparte de que no se movía. Pasaban las horas y Nyjeume no se movía por lo que, más por instinto que por otra cosa, los medio-caninos asumieron lo peor.

El pecoso ya no podía contener sus lágrimas, e incluso soltó un largo aullido lleno de dolor mientras sus brazos envolvían el cuerpo frío de su amigo sin importarle nada más. Terminó tomando su forma de lobo dado a la desesperación que sentía en su alma, y se acurrucó en el estómago del joven de cabellos de liana en una extraña forma de velar su muerte.

Los adultos solo los abrazaron en un intento de consolar a su cachorro, aunque no sabían qué hacer con certeza. Tenían claro que no iban a poder separarlos, pues Samuel se encontraba demasiado desconsolado como para dejar ir a su compañero de trabajo.

Verlo así les rompía el corazón, más aún cuando no podían hacer nada para hacerlo sentir mejor. Debían al menos tratar de separar a su hijo del dríade, de lo que quizá era un cadáver que pronto empezaría a descomponerse y llenarse de insectos.

El pelirrojo más joven volvió a llorar en cuanto Keri lo agarró con cuidado, colocándolo sobre su pecho tal y como hacía cuando su retoño era un bebé incapaz de dormir. No logró calmarlo... Y quizá, nada lo podría ayudar.

Se oyó el ruido de pisadas acercándose sin preocupación alguna, y una voz familiar empezó a hablar.

— Ya regresé. Encontré unas raíces de sol, y también un par de... ¿Uh? ¿Qué pasó?

Centenar regresó en el peor momento, cargando algunos ingredientes de todos los orígenes en sus brazos. Se asomó a ver qué era tan asombroso como para que los adultos salieran a chusmear, y observó que Nyjeume estaba sentado y sus acompañantes parecían estar velandolo.

La elfo no pudo evitar soltar un par de risas, dejando lo que tenía sobre el mostrador. Se acercó al dríade y le puso su bufanda sobre la que ya tenía puesta, aun cuando sabía que a él no le gustaría... Al menos logró que empezara a parpadear poco a poco gracias al calor, aunque volvió a dormirse casi al instante. Ya había solucionado el problema en pocos segundos, aunque no podría lograr que su compañero se mantuviera despierto por mucho tiempo.

— Tranquilos, no se murió. Hace demasiado frío, y el tonto viene a trabajar igual, – dijo ella, sonriendo un poco. — Es como una planta, hiberna como una cuando hace mucho frío. Volverá a estar normal cuando haya más calor. Solo hay que sacarlo a tomar sol un par de veces al día, pero va a estar bien.

— Ah, creímos que... ya sabes. Entonces, ¿También hay que regarlo?

— Tampoco es tan como una planta. Absorbe la humedad del ambiente, así que no necesita nada más que el sol por ahora... Ay, ¿ese es Samuel? ¡Es muy bonito!

Gastón no dijo nada al ver que su cachorro terminaba en brazos de su amiga, simplemente puso una mano en la frente de Nyjeume para asegurarse de que su temperatura estuviera bien. Quedó satisfecho al darse cuenta de que no tenía nada de fiebre, y entonces se puso a jugar con los bordes de su barba sin decir mucho.

Centenar se distrajo acariciando al pequeño lobo, quien se veía más tranquilo gracias a que el ambiente estaba calmado. Aunque no podía hablar, podía sentir el cambio de las vibras del lugar, perceptivo como cualquier animal.

— Había oído que ustedes se transformaban en lobos, pero no creí que Samuel sería tan pequeño, – musitó la chica de piercings, sonando bastante alegre. — Su pelaje es muy suave.

— Eso lo sacó de mí, – dijo Gastón, sonriendo. Su esposo rio y asintió con la cabeza, sin ganas de negarlo. Los tres sabían que era la verdad, pues el pelo de Keri era más parecido al de un lobo y por eso era un poco más áspero de lo usual, como solía pasar cuando los hombres lobo no tenían relación sanguínea con algún humano.

Y aún con todo el ruido de la conversación, Nyjeume seguía dormido. Lo terminaron dejando en la cama de la castaña, pues el día recién empezaba y ya llegaban más clientes a los cuales debían atender pronto. Era hora de trabajar.

~

Al abrir los ojos, el sol estaba en lo más alto del cielo. El viento que entraba desde su ventana era suave, pero demasiado frío para su ser; así que se estiró para cerrar el vidrio, y soltó un largo bostezo mientras volvía en sí.

Al menos su ropa se encontraba cerca suyo y no tendría que salir del calor de las frazadas para agarrar sus prendas. Se la colocó mientras oía su estómago rugir, reclamando la falta de comida y el hambre de la que ni se había percatado. Esta fue la única razón por la que se levantó, alejándose del cálido refugio que la cama le proporcionaba.

Además, sentía los ojos hinchados, pero no sabía el por qué de esto; se sentía bastante tranquilo, pero tenía las mejillas húmedas de llorar y le dolía la garganta, como si hubiese gritado o algo parecido. Decidió ignorar esa extraña sensación para salir de su habitación, en busca de algo de comida; cambiar de forma era cansador, y el cansancio le daba mucha hambre... Algo había ocurrido y no tenía ni una sola pista.

Sus papás se sorprendieron al verlo en la cocina, como si no esperaran que se pasara por allí. Quizá se había levantado muy despeinado, o algo por el estilo.

— Samu, abrigate, ¿No tenés frío? – dijo Gastón, dándole su bufanda a su hijo, tapando su cuello lo más rápido que podía. — Recién te despertás, no podés salir tan desabrigado...

— Perdón, perdón... ¿Qué pasó, saben por qué me transformé? – preguntó Samuel, más interesado en eso que en otra cosa.

Era una ocurrencia extraña, más cuando la luna llena no estaba cerca, así que era obvio que el joven sentiría curiosidad. La última vez, se había vuelto un cánido por vergüenza, ¿qué habría pasado esta vez?

Gastón y Keri se miraron el uno al otro, con inseguridad en sus ojos... El pelinegro terminó suspirando, sabiendo que alguien tendría que explicar los hechos y su esposo no encontraba las palabras correcto. Hizo un gesto con la mano para que su hijo lo siguiera, y caminó hasta la puerta de la habitación de la elfo.

— Centenar, vamos a ver a Nyjeume, – exclamó Keri sin más, pidiendo permiso sin pedirlo de forma directa.

Esto despertó la curiosidad de Samuel, aunque todo lo referente al dríade le generaba ganas de saber más sobre eso. Centenar les dejó pasar sin preocuparse mucho, diciéndoles que 'estaba bien' desde el mostrador; ya se estaba acostumbrando a que los hombres lobo no eran dañinos, así que no les negaba muchas cosas que ellos requerían. Tampoco era como si le pidieran cosas imposibles de hacer, o que podrían resultar dañinas de alguna forma.

— ¿Por qué está en la pieza de Centenar? – preguntó el pelirrojo más joven, entrando con cuidado de no romper nada por no mirar.

Y allí lo vio, cubierto con varias sábanas mientras tenía los ojos bien cerrados. Parecía dormido, aunque su pecho no se movía para nada; pero si su amigo estuviese en peligro o peor, sus papás no estarían tan tranquilos, así que Samuel trató de no alterarse mucho aunque su corazón empezó a latir muy rápido.

— Él está hibernando. Hace mucho frío, – explicó Gastón, poniendo una mano en el hombro de su hijo al hablar, haciendo malabares para llegar a su altura. — Va a estar bien. Solo hay que llevarlo a tomar sol, para que haga la fotosíntesis. Al menos no tenemos que regarlo.

— ¡Yo lo llevo! Ustedes deben estar ocupados, así que de esto me encargo yo, – dijo Samuel al instante, acercándose para cargar al de ojos violáceos con ambos brazos. Había heredado la fuerza de sus padres, aunque casi nunca la usaba. — Voy a salir un rato, ya vengo.

— Abrigate, Samu. Te vas a enfermar, – reprochó Keri, pero ya era demasiado tarde; su retoño estaba saliendo de la cafetería, sin esperar a nada ni a nadie, como ocurría a menudo.

Afuera hacía bastante frío, aún cuando las hojas de los árboles no caían más de lo usual. Samuel empezó a caminar en busca de un lugar más cálido que la entrada de la cafetería, listo para ayudar a que Nyjeume recibiera sol. Pudo encontrar una pequeña zona luego de varios minutos, con el viento moviendo su bufanda con la suavidad de un cariño.

Se sentó a esperar aunque no sabía bien por qué; mientras tanto, colocó al dríade en donde las frondosas hojas de los árboles no cubrían los escasos rayos de sol, y lo destapó con cuidado. El chico más bajo parpadeó por el movimiento, y su cara se llenó de paz al sentir el sol en su piel y lianas.

Ahora... ¿Cuánto tiempo debía dejarlo así? La garganta de Samuel empezaba a picar, y su nariz se llenó de mocos en pocos minutos. Pero no podía interrumpir la fotosíntesis, era la única forma en la que Nyjeume se alimentaba. Hacer eso podría matarlo, y no quería perder a su amigo.

El pelirrojo se quedó completamente quieto, sosteniendo a su compañero sin pronunciar palabra alguna, hasta que la expresión de su cara cambió; de calma total, pasó a lucir dormido una vez más, aunque ya no tenía paz en sus facciones. Parecía cómo que no pudiera abrir los ojos...

Esta fue la señal que buscaba el hombre lobo. Entonces, cubrió al dríade con las sábanas, y se lo llevó adentro para que descansara por un rato más. Aunque, bueno, el frío hizo que Samuel se empezara a sentir algo resfriado... tal y como predijeron sus papás, no se había abrigado lo suficiente.

Terminó yéndose a la cama una vez más, tapándose hasta la nariz y con Nyjeume descansando a su lado pues su escritorio no sería cómodo para eso. Quizá debería haber escuchado a sus papás, y no apurarse antes de salir solo con su pijama y una bufanda al gélido exterior. Pero su amigo necesitaba del sol, y él lo quería ayudar... había sentido la necesidad de apurarse, y ahora estaba pagando el precio.

Decidió intentar descansar un rato más, porque no iba a poder trabajar si estaba enfermo. Se estiró un poco para ver que el otro estuviera bien y, luego de comprobar que él seguía inmóvil, cerró los ojos dispuesto a dormir.

No tuvo sueño alguno, y estaba algo desorientado por el cansancio cuando sus ojos volvieron a abrirse. Despertó en cuanto el sol se estaba escondiendo para darle paso a la noche, solo porque Gastón le llevó algo para comer. Se lo terminó rápido, observando a su amigo quien estaba moviéndose un poco. ¡Se estaba despertando!

— ¡Nyjeume, Nyjeume!¡Hola! – dijo el pelirrojo, rascándose la nariz mientras se acercaba al dríade. Pero Nyjeume le hizo un gesto para que se quedara en su lugar, y Samuel giró la cabeza a un costado con curiosidad.

— Tienes una bacteria. Aléjate, – ordenó el de cabellos de liana, tapándose con las sábanas una vez más. — Me vas a contagiar, y nos vamos a terminar muriendo los dos.

— ¿Qué? No nos vamos a morir, solo me resfrié por el frío. Tranqui.

— Sí, vamos a morir. Si no pasa, nos exiliarán... – susurró Nyjeume, frunciendo el ceño al ver que Samuel lo abrazaba como siempre, sin importarle nada más que demostrarle cariño. — ¿Qué haces? ¡Suéltame!

— No sé a qué te referís, solo tengo que esperar a que se me vaya la alergia. ¿No hacen eso ustedes?

El de ojos violáceos suspiró, sintiendo que su compañero temblaba ligeramente. Lo tapó y terminó incluso más cerca del hombre lobo, pero en realidad esto no le molestaba en absoluto. Seguro que la enfermedad hacía que Samuel no pudiese ver las flores que estaban apareciendo en las lianas de su acompañante, distraído como siempre.

— Los dríades que se enferman marchitan, o son exiliados. Si no, nos contagian, y todos terminaríamos muriendo por hongos o pestes, – explicó Nyjeume, apoyando una mano en el cabello del pelirrojo para que éste se dejara de mover.

Esto despertó el interés del chico más alto, quien sacó la lengua por instinto al sentir lo más cercano a una caricia que el otro le había hecho hasta ahora.

— ¿Se enferman ustedes, o sus árboles? ¿Cómo funciona eso? – preguntó Samuel, antes de mirar hacia un costado y estornudar. Su compañero no se veía muy feliz. — Perdón.

— Pues... hay enfermedades que solo afectan a un Árbol-hogar, y enfermedades que solo nos afectan a nosotros. Los hongos son los peores, porque nos afectan a ambos a la vez.

Ver que su amigo mostraba interés genuino en la explicación hizo que Nyjeume sonriera un poco, feliz por ser escuchado. Terminó contándole sobre todas las pestes que afectaban a su especie, y no fue interrumpido ni una sola vez excepto para preguntar alguna que otra cosa.

Al menos, el pelirrojo aprendería algo importante para la vida en el bosque. Era como la 'escuela' que había mencionado más de una vez, por la lección que el dríade le daba, o algo parecido. Ese extraño lugar sonaba inútil para la vida diaria, pero el joven de cabellos de liana no lo diría en voz alta por miedo a que alguien se enoje.

— Samu, ¿Cómo te sentís? Te vengo a traer un té... Ah, hola, Nyjeume, – exclamó uno de los hombres lobo más grandes, entrando con cuidado a la habitación.

El mencionado no dijo nada ante la interrupción de Keri, quien en efecto tenía una bandeja en las manos, trayendo una taza de algo caliente con algunas galletas. Se lo veía preocupado, pero igual le sonrió a los chicos cuando notó que lo miraron. Dejó las cosas en la cama de su hijo, quien se apartó al instante de su amigo para ir a saludar a su papá (y comer como si no hubiera un mañana).

El joven de ojos violáceos, algo incómodo y cansado de haber estado acostado por tanto tiempo, decidió irse del lugar sin más. Aún estaba cubierto de sábanas que Samuel había usado para llevarlo a tomar sol, lo que le permitiría trabajar gracias al calorcito; ya estuvo descansando por mucho tiempo.

Eso era lo que tenía en mente. Pero una mano se apoyó firmemente en su hombro, lo que lo hizo sobresaltarse, y se calmó al ver al medio-canino pelinegro. Aunque... casi nunca habían cruzado palabra alguna sin estar en presencia del más joven, ¿Habría ocurrido algo?

— No te asustes, no te voy a comer. Solo quiero decirte algo, – informó Keri, suspirando. — Yo... quería agradecerte, Nyjeume.

Eso tomó por sorpresa al dríade. Él simplemente hacía todo lo que le pedían, nunca hubiera esperado eso. Considerando que aún le daba información a su tío sobre su vida diaria, no se sentía correcto recibir un "gracias" de parte de los medio-caninos. No debería...

Nyjeume sentía una extraña presión en el pecho, como si una arpía le estuviera clavando las garras allí mismo y sin piedad. Tenía un nudo en la garganta, lo que no le permitía responderle al pelinegro, así que sólo le sonrió mientras jugaba con una de sus lianas para evitar su mirada.

— Samuel está muy feliz acá, y es gracias a vos. Te agradezco porque sos su amigo, aún cuando no era necesario de tu parte, – exclamó Keri, relajando los hombros al hablar. Quizá sabía la verdadera razón por la cual eso estaba allí, y tenía razón al decir que no era su obligación ser amigable con nadie.

Samuel era su único amigo en todo el bosque, y no le importaba que él no entendiera la mitad de las cosas humanas que le decía. Le gustaba escucharlo hablar, y hasta le regalaba cosas; mucho tiempo había pasado desde que alguien trataba así al dríade, y su alma se sentía contenta de tener a alguien así en su vida.

— ... No hay problema. Me cae bien, no le hablo por interés, – respondió el joven de ojos violáceos, mirando a un costado.

Al principio no era así; él simplemente se hacía el amistoso por órdenes de su tío. Pero con el paso de los meses, su alma se ablandó con el cachorrito, y empezó a sentir afecto hacia el resto de la pequeña manada. Sus interacciones se volvieron genuinas con el paso del tiempo, como nunca antes; ni siquiera sentía esa misma seguridad con los otros seres de clorofila, ¿Qué lo habría hecho cambiar su comportamiento?

El dríade no lo sabía, aunque tampoco tenía interés alguno en descubrirlo. Para eso, tendría que pensar en lo amable que eran los medio-caninos con eso, y... quizá descubriría algo que no estaba listo para admitir, algo de lo que ni siquiera se había percatado aún.

Una simple conversación logró sacarle cualquier energía que había obtenido en su larga siesta, y sintió sus piernas temblar como si hubiera corrido una maratón.

— ¿Necesitas mi ayuda para algo? Quería volver a acostarme, el frío me va a hacer dormir otra vez... – musitó el dríade, mirando a Keri a los ojos por primera vez en su corta charla. — Por eso no volveré a mi Árbol-hogar. Me desmayaré en el camino, y es peligroso.

— Está bien, Nyjeume, entiendo. Dormí un ratito más, después vemos, – exclamó el pelinegro, sonriendo una vez más, mostrándose los colmillos de la misma forma que su hijo hacía.

Nyjeume suspiró con calma, dándose vuelta para volver a la habitación sin dudarlo. Quizá Samuel ya se había dormido, por culpa de la bacteria que tenía; no se acercaría a él hasta que esta cosa se fuera. Ojalá eso pase rápido, así no tenía que evitarlo en su propio hogae.

Tenía razón; su amigo estaba acostado debajo de varias sábanas, sin inmutarse por nada en absoluto. El joven de ojos violáceos decidió acomodarse en la silla que estaba allí, pero le resultaba demasiado incómoda por más que se apoyara con las sábanas tras su espalda.

Bueno, a Samuel no le molestaba compartir su cama. Es más, seguro no se daría cuenta que Nyjeume estaba a su lado; así que, con cuidado, se tapó sin mover mucho a su compañero. Así estaba más calentito.

Y por primera vez, el dríade durmió relajado, aun estando fuera de su hogar.

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