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Capítulo 5: Preguntas

La anciana hechicera movió los labios sin decir nada por unos instantes, mientras una de sus aves se le colgaba del cabello sin piedad alguna. Eso la hizo hablar, más para ignorar el dolor que por otra cosa.

— Joven dríade, necesito tu ayuda. Es muy importante que hagas lo que te voy a decir.

Ella parecía muy, muy seria al hablar. Movió a su pájaro, quien inmediatamente se fue a descansar en su hombro aunque mantenía un ojo abierto, mirando a Nyjeume con atención sin producir ruido alguno. Reti terminó yéndose de allí para no interrumpir y por el nerviosismo que le causaba estar tan cerca de alguien a quien no conocía.

— ... Claro, ¿qué necesitas? – preguntó él, asumiendo que debía necesitar más comida para sus familiares. Era lo que uno esperaría en aquel lugar, aparte de que no sería la primera vez que le pediría frutas secas para sus aves.

— Necesitamos la ayuda de los dríades, de todos. ¿Habrá forma de que tu rey acepte a reunirse con nosotros? El basilisco es un peligro para el mundo entero, y necesitamos de la ayuda de tu especie, pues puede ser que la causa de la petrificación sea la sangre... Cosa que ustedes no tienen.

Nyjeume no pudo contener las carcajadas que le nacieron por instinto, riéndose frente a un cliente por primera vez. A su tío no le importaba nada más que mantener su trono, y seguramente todos sabían ese hecho. Cómo los dríades no tenían ni carne ni sangre, a Hyarereme no le interesaría ayudar, pues la hechicera le había confirmado que los seres de clorofila eran inmunes al poder del basilisco.

— Sabes que mi tío no ayudará, y nada cambiará eso... No le importa nada ni nadie más que él mismo y su propio bienestar, e insistir no cambiará sus intereses.

— ¿Él es tu tío? Quizá, por eso, si entrará en razón esta vez, – dijo la anciana mujer, pero el joven de cabellos de liana la interrumpió antes de que siguiera delirando sin medir el peso de sus incoherentes palabras.

— No le importa nada. ¿Crees que es bueno conmigo, solo porque somos de la misma clorofila? Te equivocas, señora bruja, Hyarereme es... Terrible, – exclamó Nyjeume, cruzándose de brazos, tratando de no revelar mucho de la situación con el otro dríade. No era como si alguien fuera a hacer algo para ayudar, así que nadie debería saber sobre sus maltratos. — Pero si hace que te calmes, iré a hablar con él, señora...

— Fernanda. Y no hay problema, la actitud es lo que cuenta en la vida de uno, – musitó la hechicera, jugando con uno de sus largos cabellos blancos. Metió la mano en su gorro de bruja, y sacó un pequeño libro de allí. — Te pagaré con esto. Tiene algunas recetas para calmar el estrés y la ansiedad, y te puedo asegurar que funcionan muy bien.

El dríade negó con la cabeza, pero de igual forma agarró lo ofrecido. Caminó hasta el mostrador, viendo que sus compañeros seguían practicando bebidas por allí... Y les dejó el libro sin más, sabiendo que ellos serían los que más se beneficiarían de esos textos.

— Tengo que irme temprano hoy. Hasta luego, chica elfo. Nos vemos, cachorrito, – dijo él, sonriendo un poco al ver que Samuel cambiaba de color. Entonces se fue para no seguir la conversación, tratando de evitar cualquier pregunta o comentario que los otros adolescentes podrían llegar a decir.

Eso empezó a caminar, escondiéndose entre arbustos y árboles para que nadie lo pudiera seguir, quizá siendo algo paranoico pero era mejor prevenir que curar, como decía Gastón. El lugar donde Nyjeume vivía era una zona que nadie más que los dríades debía descubrir, oculto entre las hojas del frondoso bosque... Por esto mismo, no se podía describir con palabras humanas como las que se están usando ahora. Lo que sí puede ser escrito es que el joven de ojos violáceos entró a su Árbol-hogar, dedicándole una rápida mirada al pequeño eucalipto en el que se había convertido su padre antes de entrar a su propio árbol, sintiendo un amargo sabor en la boca antes de empezar a concentrarse en su tarea una vez más. Se volvió uno con su lugar de descanso, como sólo su magia le permitiría hacer; su cuerpo se iluminó con un tenue brillo violáceo, y Nyjeume se metió más profundo dentro de la madera, cerrando los ojos al instante...

Al abrirlos, el dríade ya no se encontraba en el bosque energético, ya no había ningún rastro de la vegetación típica del lugar. Aunque, de alguna manera, seguía en aquél frondoso refugio al cual las criaturas mágicas llamaban hogar. Él estaba en un plano distinto al que se había acostumbrado con los meses, así que de a poco debía volver a acostumbrarse; después de todo, últimamente solo visitaba su Árbol-hogar para descansar y casi nada más.

Afuera, el mundo estaba lleno de color, con el suelo lleno de pasto y flores de tantos tipos que uno debía usar ambas manos para contar. Pero lo único con color en donde dormían los seres de clorofila eran los distintos Árbol-hogar, y sus intrincadas raíces. El resto del lugar era blanco y vacío, sin que alguien pudiera llegar a tocar los límites del lugar pues no existían allí, no había ni techo ni suelo alguno. Todo estaba conectado por las raíces verdosas de los árboles y cada día había incluso más gracias pequeños brotes que nacían gracias al cariño que dos dríades se tenían, e incluso había plantas tan antiguas que terminaban desarrollando un habitante por sí mismas, pues la magia era así de impredecible en todo tipo de contexto existente.

El contraste entre el plano del bosque y el plano dríade era tal, que a algunos dríades les aterraba tanto que nunca salían. Era entendible, pero lo malo era que ellos terminaban muriendo por falta de agua y sol... Como sea, no podía hacerse nada para prevenir más criaturas marchitas de las que ya había. Lo importante allí era que uno de los árboles parecía tener un color distinto de los demás, y era casi tan brillante como el sol; el del rey, pues, él no sabía el significado de 'modestia'. Hyarereme no tenía absolutamente nada de esto y, para demostrar su poder, había personalizado su hogar al máximo en cuanto tuvo la Rama Sagrada en sus manos.

Nyjeume empezó a caminar hasta donde vivía su tío, escalando las raíces amarillas con cuidado de no caerse. No tardó casi nada en llegar a su destino, aunque no tenía muchas ganas de verlo a la cara más de lo necesario; lo que fue costoso fue entrar allí, asomarse para hablar con el rey... Era sabido que él diría que no; preguntar podría terminar en un golpe en la cara. O, si Hyarereme estaba de mal humor, podría terminar convirtiéndolo en un brote sin magia, tal y como lo hizo con Jyuraeme sin pensárselo mucho.

No había tiempo que perder. Aunque no sirviera de nada, la bruja Fernanda le había pagado para que hablara con su tío, y solo por eso lo iba a hacer. Era una especie de contrato hablado que no debía ser roto, más por la confianza que ella había puesto en eso que por otra cosa.

— Su majestad, ¿Se encuentra allí? – dijo Nyjeume, tratando de que su voz fuera tan neutra como le era físicamente posible. Se comunicaba en el lenguaje del bosque, pues rompería una regla si usaba el Español en el plano de su especie por ser este un lenguaje ajeno a su hogar.

— Pasa, sobrino mío. ¿Qué se te ofrece? — exclamó el rey, actuando de forma cordial e incluso dedicándole una suave sonrisa.

Parecía mentira que golpeaba a cualquiera, que trataba a todos sus súbditos como basura... Su sobrino creería que era alguien bueno de no ser por haber vivido esto en primera persona, con el dolor fantasma de los golpes aún permaneciendo en su cara días después. Entró al Árbol-hogar del mayor, y no miró nada en particular, pues haciendo esto rompería otra regla más. El lugar era tan grande como para alojar a una familia entera, siendo un recordatorio constante de lo mal que le iba a Hyarereme en el amor... Y por buenos motivos.

Siempre buscó a alguien con quien tener herederos, sin importar qué pronombres usase; después de todo, eso no le interesaba a los dríades. Pero por suerte, nadie aceptó ser su pareja. Eso hacía a nuestro protagonista el único heredero; y quizá, esta era la única razón por la que seguía vivo aunque a él no le interesaba tener poder sobre nadie, tan solo se sentía agradecido por seguir vivo.

— ¿Qué descubriste sobre los medio-caninos esta vez? – fue lo primero que preguntó su tío, entrecerrando sus ojos rosados sin soltar la Rama Sagrada en ningún momento. Siempre la tenía en las manos, en caso de que ocurriera algo inesperado y tuviera que contraatacar a cualquiera que se le cruzara en el camino.

— Samuel es una hortensia. Eso es lo único que descubrí esta vez... y sólo lo sé porque él me dijo que Centenar le parecía bonita. Creía que solo le gustaban los que usan pronombres masculinos, como a sus papás... Se decía clavel verde, ¿No? Bueno, también es una rosa. Me dijo que nació como una chica, lo que eso signifique, pero ahora es un chico.

Hyarereme no parecía contento con esto al asentir con la cabeza, pero eso realmente no tenía nada más para revelar. Ya le había dicho todo lo que sabía de ellos sin omitir muchos detalles aparte de la cacería de luciérnagas, ¿qué más esperaba el mayor?

— Viniste temprano hoy. ¿Qué ocurrió, Nyjeume? – preguntó Hyarereme al fin, cruzándose de brazos al hablar. Se relajó en presencia de su sobrino, dejando la Rama Sagrada en la pared de su árbol sin pensarlo mucho.

Sería muy fácil agarrarla desde donde Nyjeume se encontraba, potenciar su magia y por una vez hacer lo que su alma quería sin pensar en si lo marchitarían o no. Pero no era lo suficientemente valiente para mover un solo músculo, por lo que soltó un suave suspiro y respondió la pregunta del otro dríade mientras cumplía el trato con la anciana bruja.

— Bueno... es sobre el basilisco. Me dijeron que tienes que ir a discutir formas de derrotarlo, porque bueno, nosotros también vivimos en el bosque. Como somos inmunes a la petrificación, ellos...
El ruido de millares de risas a su alrededor llenó sus oídos, y el joven de ojos violáceos sentía la necesidad de huir y esconderse bajo la tierra hasta el fin de sus días.

— Por eso mismo no haremos nada. No es un peligro para nosotros, es mejor quedarnos el bosque para todos los dríades, y nadie más... ¡Es la oportunidad perfecta! – comentó el rey dríade, con una estúpida sonrisa llena de orgullo.

Que terrible alma que tenía, negra como una noche carente de estrellas y luna. Su sobrino incluso empezó a sospechar que él había tenido algo que ver con el despertar del basilisco, pero no había forma de probarlo: por eso mismo, Nyjeume nunca habló de sus sospechas a nadie más que a sí mismo, sin importarle cuán loco otras criaturas podrían decir que estaba. Su mirada estaba fijada en el bastón de su acompañante, preparándose para un ataque que podría ocurrir en cualquier momento si así lo quería el rey.

La Rama Sagrada era llamada así por una razón. Era completamente blanca, a excepción de la piedra mágica que estaba incrustada en la punta, del color de los ojos del portador; tenía poder sobre todas las plantas del universo, incluyendo a los dríades. Podía secar a cualquiera en un simple movimiento de su muñeca... Nadie podía arrebatarle este poder, a menos que la suerte estuviera de su lado. Quienes lo intentaron, se volvieron brotes de árboles sin ningún tipo de magia tras la furia de Hyarereme.

Tal y como el padre de Nyjeume... intentó tomar el trono a la fuerza, y lo pagó con su vida. El joven dríade no quería arriesgarse a desaparecer como había ocurrido con su progenitora, quería descubrir los secretos que los hombres lobo escondían bajo sus amables sonrisas.

Pensando por un largo rato, eso se perató de que el basilisco sí tenía forma de lastimar a los seres de clorofila. ¿Por qué Hyarereme olvidaba que este ser tenía colmillos? Estaba casi todo el día encerrado en el plano de los dríades, mandando órdenes a sus súbditos sin más, saliendo solo cuando su cuerpo se lo exigía a los desmayos. Y se hacía llamar un buen líder...

— Tío, los lobos estaban en peligro. ¿No querías que nuestra especie socialice más? – preguntó Nyjeume, jugando con una de sus lianas al hablar y sentir una mirada ajena observando su cuerpo. — Si los demás mueren, esto nunca ocurrirá. Porque... ¡Agh!

El más joven no pudo seguir hablando, pues su tío lo había golpeado con la Rama Sagrada en el rostro sin dejarlo terminar. Brillaba intensamente con un color rosado claro, como si el rey fuera a utilizar magia en contra de su sobrino; pero él terminó guardando su arma, y apuntó hacia afuera con la mano antes de volver a hablar, con los ceños fruncidos aún sin cejas.

— No me importan los demás, Nyjeume. Me sorprende que aún no te hayas dado cuenta, – exclamó, riendo suavemente al terminar la oración. Cerró los ojos antes de seguir. — Que se mueran, me da igual. Habrá más lugar para nuestra especie si ellos desaparecen.

— Pero... – musitó el de ojos violáceos, soltando un suave suspiro. Se tocó la herida de la mejilla, notando que le costaría elegir sus palabras por el miedo y el nerviosismo que acompañaban su dolor. — Samuel es mi único amigo. Si dejas que muera, ya no tendré a nadie más...

— Me tendrás a mí, sobrino mío. La familia es lo único que importa, – dijo Hyarereme, y su mirada se tornó más suave de lo usual al ver que su sobrino estaba algo afectado por las malas noticias. — Vete ya, Nyjeume. Vuelve a la cafetería, aún es de día y debes trabajar.

— ... sí, tío. Adiós.

Y Nyjeume se fue de allí, del Árbol-Hogar de su tío y luego del plano de su especie, en busca de algo de agua para curar su herida y evitar infecciones innecesarias. Se sentó cerca de un río y se lavó el rostro, teniendo mucho cuidado de no seguir lastimándose por accidente.

De pronto, miró hacia un costado, sintiendo que alguien o algo lo estaba vigilando con atención. Quizá era producto de su imaginación, porque tan solo había sombras y más sombras dentro de los arbustos. Esperó escuchar un siseo, pero solo se oía el viento golpeando las hojas de los eucaliptus en una melodía intangible que el bosque producía sólo para quienes quisieran escucharlo.

Entonces eso empezó a caminar, sabiendo que el trayecto hacia la cafetería sería arduo; no largo, solo había que prestar mucha atención y concentrarse en seguir. Ya estaba acostumbrado, pero caminar con el dolor de una herida mágica era lo más difícil de todo sin importar cuánto uno sufriera de esos dolores. Logró su objetivo luego de una hora y media, habiendo escalado con éxito la... no. El lugar donde él vivía debía quedar en secreto, y ni siquiera los alrededores se podían describir. Casi se me escapa.

La bruja Fernanda lo estaba esperando en la puerta de la Cafetería Forestal, luciendo ansiosa por lo que el dríade tenía para decirle... su expresión se llenó de decepción y tristeza al escuchar la verdad, que no recibirán ayuda de la única especie inmune al basilisco por más que rogaran.

— ¿Les han preguntado a las arpías? ¿Han dicho algo?

Ella asintió con la cabeza, pero la preocupación nunca se fue de su cara. Parecía que no habían tenido mucho éxito en reclutar gente dispuesta a pelear contra el basilisco ya que todos tenían sentido de la supervivencia, y nadie se quería enfrentar directamente con él así que la mayoría se negaba. Pero si nadie hacía nada, el bosque entero estaría en peligro.

Incluso el resto del mundo estaría en riesgo... Habían pasado siglos desde que este tipo de criatura había habitado la tierra, ya no quedaba nadie que supiese cómo derrotar a esta serpiente gigante pues la Gran Serpiente se había encargado de asesinar a los elfos que quizá hubieran tenido alguna pista. Habría que improvisar.

— Haremos lo que podamos. Pero va a ser muy, muy difícil sin tu especie... – musitó Fernanda, suspirando. — Haré todos los hechizos que pueda, pero la magia de este enemigo es... es Magia Antigua, joven dríade. ¿Sabes qué es eso?

Nyjeume negó con la cabeza, dispuesto a seguir trabajando, aunque la bruja estaba diciendo cosas interesantes... Decidió quedarse solo para escucharla por un rato más, después entraría para preparar cualquier cosa que le fuera pedida; Fernanda parecía emocionada por ser escuchada, por lo que no tardó en empezar a narrar.

— Antes de que los humanos de los otros continentes viniera a América, este bosque lo cubría todo. Los humanos nativos sí respetaban la magia, e incluso la usaban a su favor: esto es la Magia Antigua, tan maleable que incluso gente que había nacido sin ella la podía usar, – explicó la anciana, sonriendo con suavidad. — Pero llegaron los invasores, y nadie creyó que romperían la paz. Hasta que empezaron a talar árboles, a matar y extinguir criaturas del bosque... cómo los unicornios, las hadas y los dragones de zonas cálidas. Los basiliscos son como estos dragones, pero sin alas ni patas. Su magia es demasiado poderosa para mí, para todos... Vamos a necesitar un milagro.

— Ayudaré lo más posible, si ese es el caso. Seré uno solo, pero... puedo intentarlo. A mi tío sólo le importa tener más lugar para gobernar, pero a mí sí me importan los otros que habitan el bosque, – dijo el dríade, cruzándose de brazos. La historia le pareció interesante, aunque no sabía qué era un invasor ni qué era "América". O un continente... Después le preguntaría a Samuel, seguro lo averiguaría con su caja mágica de colores.

— Te refieres a los hombres lobo, ¿No? Me sorprende que a un dríade le interese algo que no sea su árbol, la verdad.

Nyjeume no tuvo la fuerza de negarlo. La mayoría de los de su especie era así, incluso él mismo lo fue hasta que empezó a darse cuenta de que los demás no eran tan inútiles como los dríades ancianos decían. Eran todas mentiras para que no le tuvieran lealtad a nadie más, esparcidas por quien-sabe-quien.

No estaba orgulloso de admitirlo, pero negarlo sería mentir. El joven de ojos violáceos era un dríade cualquiera, aún si técnicamente era un príncipe; solo era un título y nada más. Su tío no le enseñaba nada de "la realeza", así que daba igual.

— Me cae bien esta familia. Solo por eso me importan, – admitió Nyjeume, tratando de no tocarse la herida al acomodar sus lianas detrás de sus orejas. — Supongo que or eso nunca nos permitieron hablar con otras especies. Por si nos ablandamos, como me pasó a mí... y eso no le conviene a mi tío.

— Ah, ya veo. Por eso ninguno de ustedes pide ayuda, entonces. Porque no tienen a nadie más.

Eso decidió dejar la conversación allí, sin ganas de seguir hablando. Entró a la cafetería e, instantáneamente, fue recibido por un fuerte abrazo de Samuel; él estaba tan alegre como siempre, aunque sus movimientos parecían delicados... Quizá se dio cuenta de la herida de su amigo aun cuando no dijo nada sobre esta, aunque estuviera oculta tras sus lianas. Era mejor así.

— Ah, chico dríade, creí que no volverías hoy, – interrumpió Centenar, un poco seria. ¿Estaría celosa? Aunque no parecía ser ese tipo de persona... Es más, parecía como si nada ni nadie le interesara mucho después de la muerte de su especie.

— Sorpresa, chica elfo. Me echó mi tío por el resto del día, así que me quedaré aquí hasta la noche, – explicó Nyjeume, cerrando los ojos al hablar para evitar miradas extrañas. — Me van a tener que aguantar hasta tarde.

— ¡Ah! ¡Quizá te podés quedar a dormir! Va a ser divertido, como una pijamada.

Los dos habitantes del bosque miraron al más alto con curiosidad ; andaba diciendo cosas de humanos otra vez, y su definición de "divertido" a veces era muy... aburrida, la verdad. Aunque tenía razón al decir que su pantalla colorida era entretenida como nada más, otras de sus cosas (como el fútbol y otros deportes) eran desesperantes.

—¿Quedarme a dormir? Qué cosas tan extrañas dices, Samuel, – protestó el dríade, frunciendo el ceńo. — No duermo en este plano, no me relajo lo suficiente...

— Ay, pero va a ser divertido... Centenar, vos también podés venir si querés. Vengan a mi pieza después de cenar, – dijo Samuel, sonriéndole a sus compañeros.

Centenar trató de sonreírle de vuelta, pero parecía triste y no lo logró. Parecía pensativa después de todo lo que había ocurrido en poco tiempo. Tendría que dejar salir la tristeza tarde o temprano, así que Nyjeume no le prestó mucha atención, decidiendo que era mejor esperar a que su corazón hiciera lo suyo.

Hubo un corto silencio entre los tres, hasta que el demonio Papel fue a pedir algo de comer con la ayuda de señas y dibujos. Entonces, se pusieron a preparar su orden, y la elfo le sirvió la comida; había terminado como mesera, pues era muy terca como para preparar bien todas las bebidas, y le gustaba moverse alrededor aunque sus movimientos no fueran muy precisos. Al menos tenía algo con qué distraerse.

~

Y cayó la noche.

Samuel estaba demasiado emocionado como para irse a dormir, aun cuando había invitado a sus amigos a pasar la noche en su habitación. Qué extraño que era.

Luego de acomodar las cosas, Nyjeume vio que la chica ya estaba yendo a la pieza del medio-canino, mientras tenía puesto un vestido de color claro... ¿Había que usar ropa formal para la reunión? Aunque no parecía ser tela nueva, era una costumbre muy rara. Estaba dispuesto a seguirla, hasta que sus oídos captaron el ruido de un llanto que alguien intentaba esconder cuando creía que nadie podía oír.

Centenar estaba de espaldas a él, así que en ningún momento se percató de que el joven de ojos violáceos se había acercado a ella hasta que apoyó una mano en su hombro en un incómodo intento de consolarla; sus ojos amarillos carecían el usual brillo que siempre tenía en su mirada, siendo esto reemplazado por ojeras tan oscuras como la noche. Y su cabello estaba enmarañado, como si no se hubiera peinado en todo el día.

¿Cuándo fue que una joven tan coqueta y llena de energía terminó convirtiéndose en alguien que no podía parar de llorar, ni siquiera para quejarse de nada? Sus orejas estaban caídas, y se quedó callada mientras su compañero la rodeaba con sus brazos en silencio, tratando de no obligarla a decir nada.

— Sé por lo que estás pasando, Centenar, – exclamó eso, tratando de elegir las palabras correctas para ayudar a la chica, quien parecía no creerlo en absoluto. — Mi padre murió cuando era muy pequeño, y desde entonces he estado solo. Bueno, mi tío sigue vivo, pero es como si no tuviera a nadie.

La elfo miró al suelo tras escuchar eso, haciendo un puchero con sus labios sin percatarse de lo que estaba haciendo. Y por fin le devolvió el abrazo a su acompañante, quien sintió lágrimas mojando su espalda por unos instantes en los que reinó el silencio de la noche sin competencia alguna.

Tan rápido como la vio aparecer, Centenar se apartó de eso y se dirigió al dormitorio del pecoso, conteniendo los mil llantos que su alma le pedía a gritos soltar sin importarle cuán doloroso eso podría llegar a ser en el futuro. Algo le decía al dríade que esa no sería la primera vez que se encontrarían a altas horas de la noche, pero si podía lograr hacerla sentir mejor, no tenía el alma tan negra como para quejarse de alguien que necesitaba consuelo.

El joven de ojos violáceos decidió dejar de divagar, y entró a la habitación sin más, por fin siguiendo a la chica elfo luego de su encuentro inesperado. Allí, vio que sus compañeros estaban sentados en el suelo, y cada uno tenía una sábana arriba de su cuerpo; hacía algo de frío esa noche, pero tampoco tanto como para que empezara a molestar.

También se podían ver algunas frutas, un par a medio comer, cerca de los dos. Nyjeume decidió ignorar esto, y se sentó en un hueco que le hicieron rápidamente.

— Vení, vení. Ustedes nunca fueron a una pijamada, ¿No? – preguntó el hombre lobo, acomodándose un poco al hablar. Sus amigos negaron con la cabeza. — Bueno, yo les digo qué hacer. Hablar, comer... ¡Lo que quieran!

— ¿Lo que queramos? Entonces, ¿Podemos dormir? – sugirió el dríade, riendo suavemente al recibir una cara de decepción viniendo de su amigo. — Estoy bromeando. Pero no se me ocurre qué hacer...

— Fuiste a ver al rey dríade, ¿n? Quizá nos puedes decir qué ocurrió, para pasar el rato, – dijo Centenar, comiendo una de las frutas que estaban cerca de ella. Parecía estar seria pero, aun así, sus ojos brillaban con curiosidad, como si nunca hubiera llorado en esa larga noche.

— Y tú, ¿Cómo sabes eso? Solo me fui, nunca les dije nada, – exclamó Nyjeume, cruzándose de brazos con el ceño fruncido. — ¿Qué sabes?

— Nos lo dijo la bruja, tonto chico dríade. Cuando dejaste el libro de hechizos en el mostrador, nos vino a hablar... – musitó la elfo, mirando hacia otro lado al darse cuenta de la rudeza de su tono. Agarró el mismo libro del que hablaba, con tanto cuidado como si estuviera hecho de oro, analizando las páginas por unos momentos antes de continuar. — Supongo que tu reunión no salió nada bien, y estás estresado... Por suerte, este librito lindo tiene recetas de hechizos anti estrés. Alguno vamos a poder usar contigo.

— Oh, vi que unos usan agua saborizada con frutas... ¡Y tenemos frutas acá! Vamos, hay que probar.

Terminaron experimentando con lo que decía el libro, con Nyjeume y Centenar actuando de traductores mientras Samuel preparaba todo. Los tres probaron del mejunje con agua y pera que terminaron haciendo, y al final se relajaron tanto que se durmieron en el suelo, uno al lado del otro y cubiertos por un par de suaves sábanas.

Las pociones anti estrés sirvieron mil veces mejor de lo esperado, y por eso mismo dejaron de hacerlas sin importar cuán fuerte los atacara el insomnio; terminaron durmiendo por un día entero sin aviso alguno, y los papás del hombre lobo se preocuparon demasiado. Lo único que sí siguieron haciendo con el paso del tiempo fueron las pijamadas como la de esa noche, y los tres jóvenes terminaron amando estas pequeñas reuniones nocturnas que hacían cada vez que tenían alguna oportunidad.

Nyjeume y Centenar terminaron encontrándose mucho más seguido de lo habitual y, aunque aún no la quería llamar su amiga, el joven de cabellos de liana encontró a alguien en quien confiar lo más profundo de su alma sin recibir ningún reproche. Ni siquiera cuando le sugirió que quizá, después de todo, eso era un clavel verde tal y como los padres de Samuel.

(La elfo no entendía las sexualidades descritas con flores, pero quería apoyarlo lo más posible, así que solo le dejaba hablar.)

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