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Capítulo 10: Príncipe versus rey

Los intensos rayos del sol le obligaron a despertarse. Ya empezaba a hacer calor, y eso lo disfrutaba con toda su alma. Bostezó, estirando su cuerpo mientras se sentaba en el borde de su cama antes de ponerse el uniforme de la cafetería.

Samuel estaba en su habitación sin nadie alrededor, y esto se le hacía extraño. Ya se había acostumbrado a encontrarse a Nyjeume dormido a su lado todas las mañanas. Seguro él estaba atendiendo clientes; no le costaba mucho levantarse temprano, aunque a veces Samuel fuera el que se despertara primero.

Se dirigió a la parte pública del edificio, viendo nada más que kitsunes alrededor, que corrían de un lado a otro sin parar con nadie en absoluto. El pecoso buscó a alguien familiar con la mirada, y sonrió al lograr su objetivo. Reti estaba sentado junto a Yoru en una mesa, así que fue a acompañarlos para pasar el tiempo. Quizá los tres estaban demasiado tranquilos para lo que ocurría, pero tampoco podían hacer algo para colaborar.

— Reti, ¿Ya sanó tu herida? – preguntó Samuel, observando a su amigo mientras hablaba.

— Sí, ya estoy mejor. A veces me duele el brazo, pero estoy yendo a kinesiología para mejorar. – El pelinegro extendió su mano, con una lentitud considerable. — Prefiero estar acá, con ustedes, que en mi casa. Con el basilisco tan cerca...

Su amigo le dedicó una pequeña sonrisa. Antes de poder seguir con la conversación, vio que sus compañeros de trabajo necesitaban ayuda, así que se despidió y fue hacia el mostrador. No pudo decir nada antes de que Centenar le dirigiera la palabra.

— Tu novio quiere ir a hablar con su tío. Yo le dije que él no lo iba a escuchar, pero eso quiere darle "otra oportunidad", – exclamó ella, usando un tono burlón en las últimas palabras. — Es una pésima idea. Díselo, a ti sí te escuchará.

— Te digo que esta vez sí me escuchará. Fue su idea que ustedes vinieran al bosque, estoy seguro de que no querrá que los lastimen.

Ninguno de los dos chicos dijo nada sobre el hecho de que fueron llamados pareja, pues era algo demasiado obvio y ya se estaban acostumbrando poco a poco. Habían estado juntos por un tiempo, no era sorpresa que alguien se daría cuenta del cambio en su relación.

Ignorando a la elfo, Samuel se dio cuenta que Nyjeume estaba determinado con su objetivo, y quizá nada ni nadie lo harían cambiar de opinión. No sabía que podría ocurrir, pero sabía que sería bueno si los otros dríades se unían a la batalla; incluso lo dijo en voz alta, obteniendo una sonrisa de parte de su pareja y un bufido de parte de Centenar.

— Andá, Nyjeume. Pero tené mucho cuidado, – susurró el pecoso, agarrando la mano de su pareja con delicadeza, mirándolo con todo el cariño del mundo en sus ojos.

— Lo tendré, – respondió Nyjeume. Besó suavemente a Samuel, quien sonrió y acarició su mejilla por unos segundos antes de prepararse para partir hacia el plano de su especie.

Centenar les sacó la lengua, diciendo "Puaj, qué cursis", aunque el dríade no sabía qué significaba eso. Tenía una misión en la cual concentrarse, y no dejaría a su tío en paz hasta lograr su objetivo.

Salió de la cafetería, contemplando la barricada de madera y arbustos que varias criaturas del bosque habían estado construyendo juntas por un tiempo. Sintió dolor por las plantas sacrificadas en el proceso, aun cuando había que admirar que ellos casi nunca colaboraban con los otros; era una situación única, que quizá nunca se repetiría en toda la historia del universo.

Los faunos y esfinges se encargaban de cargar con todo debido a su fuerza, mientras los kitsune recolectaban las más afiladas ramas para poner alrededor. Las arpías, con sus brazos emplumados, sobrevolaban la parte superior de la barrera y arreglaban lo que fuese necesario sin dejar de aletear en ningún momento.

Ver que todos podían ayudarse mutuamente era algo maravilloso, aunque la razón detrás de la unión fuera algo de vida y muerte.

Nyjeume se sentía tranquilo. Él era inmune a la petrificación ya que su cuerpo estaba lleno de clorofila, con nada de sangre bajo su piel. Pero, a la vez, estaba triste; caminar sin compañía le obligaba a concentrarse en lo más recóndito que su mente le ofrecía, y siempre le mostraba la melancolía que escondía su alma e imaginaba las peores situaciones que le podía ocurrir a sus seres queridos.

"Ahora tengo gente que se preocupa por mí, y yo los quiero. Si mueren... Volveré a estar solo," pensó, soltando el más suave de los suspiros.

Ya estaba cerca de su Árbol-Hogar. No podía evitar pensar en lo que ocurriría si los hombres lobo y la elfo morían en la batalla, si lo dejaban atrás sin querer. Estaría solo, y la Cafetería Forestal desaparecería para siempre...

Nyjeume no quería volver a la soledad, a que todo le diera igual en el mundo mientras no sintiera dolor. Así que, tomando aire hasta llenar su cuerpo de dióxido de carbono por completo, se volvió uno con su Árbol-Hogar para entrar al plano de su especie en pocos segundos. No perdió nada de tiempo yendo directamente a donde se encontraba su tío, quien se estaba quejando con alguien a quien el joven no conocía.

Así como si nada, y con furia en su mirada, Hyarereme levantó la Rama Sagrada para marchitar al desconocido en un instante. Su sobrino sintió escalofríos al observar la escena, y casi decidió rendirse para poder escapar sin un rasguño. Pero debía seguir, o todos sufrirían bajo los colmillos de la Gran Serpiente.

Entró al hogar del rey, aún cuando su cuerpo temblaba como si fuera una hoja sin consuelo alguno.

— Ah, Nyjeume. Te estaba buscando, – exclamó el adulto, sonriendo como si nada hubiera ocurrido, como si fuera una buena persona y no tuviera la capacidad de asesinar con un simple movimiento de muñeca.

Era difícil ver el cuerpo amarillento de un dríade marchito frente a sí, le daban ganas de gritar con todas sus fuerzas. Le hacía recordar al cuerpo sin vida de su padre, y su pecho empezaba a doler como si lo hubieran apuñalado varias veces sin piedad alguna.

Apenas pudo escuchar lo que su tío le decía. Su mirada no se quería enfocar en nada, su cabeza le empezaba a doler... Despertó de ese pequeño trance al escuchar algo que lo hizo enojar.

— Siento que pasas mucho tiempo con los medio-caninos. ¿Acaso has conseguido más información sobre ellos? Si no, no veo razón para que sigas yendo allí.

El dríade de ojos violáceos sintió que su alma se partía en dos. Ya sospechaba que algo así ocurriría tarde o temprano; eso volvía feliz de la cafetería, y al rey no le gustaba verlo así. Si tenía felicidad en su ser, era difícil de manipular pues tenía algo por lo que pelear.

Nyjeume bajó la cabeza. Si pudiera, hubiera estado llorando en esos mismos momentos, con los labios temblando de rabia. Estaba cansado de obedecer sin decir nada en absoluto. Así que decidió hacer algo, luego de diecisiete años de soportar toda la furia del mayor. Miró al rey dríade a los ojos, y se atrevió a levantar la voz para ser oído, casi pegando un grito al hablar.

— ¡No! ¡Ya estoy harto de esto! – exclamó, frunciendo el ceño. Hyarereme estaba tan sorprendido que se quedó en silencio, mientras su sobrino hablaba. — Los hombres lobo son buenos, ¡me gusta pasar tiempo con ellos! No me sacarás eso, ¡me rehúso!

— ¿Disculpa? No te puedes rehusar. Soy tu REY. Te daré una segunda oportunidad porque somos la misma clorofila, así que... ¿Qué mierda te dijeron esos estúpidos pulgosos?

El joven de ojos violáceos se sintió incluso más nervioso que antes. Su tío tenía la reliquia familiar en la mano, y todo indicaba que la utilizaría en cualquier momento, sin piedad alguna. Iba a ser marchito, acompañaría a su padre en el vacío que se encontraba después de la sequía, y sus seres queridos sufrirían las consecuencias de su ausencia... No quería irse sin pelear. Ya no.

— ¿Para qué? El basilisco está cerca, y tú los dejarás morir. Tu estúpido plan de hacernos "socializar" va a fallar si no queda nadie con quien charlar, ¿has pensado en eso?

Hyarereme aflojó el agarre que tenía en la Rama Sagrada solo para volver a sonreír, sin esforzarse en esconder la malicia detrás de su macabra expresión. Carcajadas salían de su boca, descontroladas, y parecía que nunca terminarían de invadir los oídos del más pequeño.

— ¡Qué estúpido eres, Nyjeume! ¡Eso era MENTIRA! – confesó. Sus gritos desprendían un orgullo muy enfermizo, un sentido de superioridad incomparable con cualquier otro al pensar en sí mismo como la mente maestra de un plan retorcido. — ¡Socializar con otras especies nunca me interesó, idiota! ¿De verdad creíste que me interesaría de un día a otro? Quería averiguar sus debilidades.

Conociendo al mayor, no fue una revelación muy sorprendente. Nyjeume sintió un escalofrío cuando su tío le agarró la mejilla; sus instintos le decían que debía alejarse, pero no podía moverse. Estaba aterrado.

Y el mayor no desperdiciaría cualquier oportunidad que se le daba para presumir de sus ideas.

— ¡Quiero que MUERAN! Todos los que vienen de fuera de nuestro bosque lo destruyen. Marchitan nuestros árboles, ¡nos marchitan a nosotros! Los otros son un daño colateral, que se los coma el basilisco, da igual... ¡No me importa en lo más mínimo!

Esa fue la gota que derramó el vaso. El joven de ojos violáceos agarró la muñeca del mayor por instinto, usando toda su fuerza para librarse de él. Arañó su piel verde pastel con sus dedos; Hyarereme ya estaba viejo, por lo que su cuerpo era mucho más sensible que el de su sobrino, así que logró hacer que se le salieran un par de gotas de clorofila. Gritó de dolor pero, aun así, levantó la Rama Sagrada para apuntar a su propio heredero con ésta, olvidando todo intento de diplomacia que había tenido en el pasado. La mente del más joven se trasladó a otra época mientras reñía con el rey, recordando tiempos que creía olvidados. Su cuerpo siguió moviéndose, por instinto y reflejos, para ayudarlo a sobrevivir.

Sus ojos veían a su propio padre peleando con Hyarereme a puñetazos, mientras se trataban de agarrar de las lianas sin piedad alguna, como si no fueran hermanos que antes podían tolerarse al menos un poco.

Nyjeume se sentía pequeño. No podía hacer nada más que observar, estaba aterrado. Su papá logró hacer que su hermano soltara la reliquia familiar gracias a un fuerte cachetazo, que le terminó volando un par de dientes. Sostuvo la Rama Sagrada en sus manos, dedicándole una enorme sonrisa a su hijo, y una profunda calma invadió el cuerpo del joven como si fuera una brisa del aire más puro del mundo.

Y volvió a la realidad. Eso era quien sostenía el bastón de madera, no Jyuraeme; no había ningún rastro de su presencia.

Su tío estaba en el suelo, con la mirada llena de miedo por primera vez en mucho tiempo, o al menos su sobrino nunca lo había visto de esa forma. Él fue quien había derrotado al monarca, aunque a ambos les resultaba una sorpresa sin igual; ¿quién diría que había sido capaz de evadir una magia letal sin heridas severas? No se lo terminaba de creer.

Pero eso no era como su último pariente, y se rehusaba a ser tan cruel como su monarca.

— Vamos a ayudarlos. Nosotros no tenemos sangre, el basilisco no nos petrificará. Eso... Eso es lo correcto, tío, – anunció, con los labios temblorosos, inseguro de poder lograr sus objetivos. Tenía la sensación de que el mayor atacaría en cualquier momento.

Hyarereme no dijo nada en absoluto. Su atención estaba enfocada en la reliquia familiar, en el poder que perdió al ser arrebatada de sus manos. Ni siquiera escuchó lo que su sobrino tenía que decir, aunque tampoco le interesaría.

Él bajó su arma, sentándose al lado del desconocido que había sido marchito antes de la pelea. Sostuvo su amarillenta mano, y el cuerpo del otro dríade se desvaneció poco a poco, hasta que solo quedó una pequeña semilla en la palma del nuevo rey.

— Papá no te habría hecho eso. Te daré una segunda oportunidad, pero solo si nos ayudas a derrotar al basilisco.

Guardó la semilla de quien ya no existía, soltando un suave suspiro en el proceso. Acercó la Rama Sagrada a su boca, como había visto hacer a su tío varias veces en el pasado a la hora de anunciar alguna de sus varias leyes arbitrarias; era un objeto mágico, así que podía transmitir un mensaje como si fuese un "teléfono". Habló luego de unos minutos de pensar.

— Dríades del bosque, tengo un anuncio que hacerles, – empezó, haciendo a un lado una liana que le molestaba la visión, tomando aire antes de continuar. — Debemos derrotar al basilisco. Somos inmunes a él, pero las otras especies que nos acompañarán morirán si no hacemos algo. Todo el bosque sufrirá si eso ocurre... El mundo entero está en peligro.

Hizo una pausa para tomar aire una vez más, demasiado nervioso como para decir muchas cosas al mismo tiempo. Notó que su tío ni siquiera intentó robarle la reliquia familiar, simplemente se quedó callado mientras miraba al joven sin mover ni un músculo, con un profundo miedo proviniendo de su alma. Hyarereme le tenía pavor a la Rama Sagrada, y ese sentimiento era mil veces más fuerte que su orgullo.

Su sobrino siguió hablando, relajado al darse cuenta de que no sufriría la ira del antiguo rey. Al menos no en esos momentos.

— No tienen obligación de ayudar. Pero como su nuevo rey, se los pido... Por favor, salvemos al bosque, todos juntos.

Por unos instantes, Nyjeume se quedó inmóvil. Decidió salir del plano de los dríades, dirigiéndose a su Árbol-Hogar sin pensarlo mucho, sin esperar resultados positivos de su anuncio. Hasta que escuchó a alguien llamarlo. Se dio media vuelta, y...

Encontró a su gente, esperándolo sin decir nada en absoluto. No se veían asustados, aun cuando respetaban la ley de no hablar con la familia real. El dríade de ojos violáceos se les acercó, con una suave sonrisa decorando su rostro, pero los demás solo observaban la Rama Sagrada con muchísima atención.

Todos estaban tensos, y el nuevo rey no sabía qué hacer. Se metió una mano a los bolsillos del pantalón, sintiendo que sus dedos rozaban la semilla que había nacido por culpa de su tío. Inhalando profundamente, la levantó para mostrársela a su pueblo.

— Mi tío siempre usó esto para el mal. Marchitó a mi padre, y hoy hizo lo mismo con alguien más, como ha hecho con miles de dríades que no llegué a conocer. Yo... No quiero ser como él.

Una dríade bastante mayor pasó al frente, con los labios temblorosos, aunque no salía ninguna palabra de su boca. Ella suspiró, esperando unos segundos antes de vocalizar, con la voz cortada de los nervios que sentía.

— Mi hije fue a hablar con Hyarereme, y... Aún no regresa, – exclamó. Su mirada estaba fija en el suelo, con el alma en la mano del pavor que sentía. — Esa semilla... Es elle, ¿No es así?

Nyjeume asintió con la cabeza, entregando el pequeño objeto a la señora en silencio. Sus lianas eran más cortas de lo que uno esperaría, y se relajaron en cuanto ella acercó los restos de su retoño a su pecho, donde estaría el corazón si tuviese uno. Su hije sería capaz de descansar a su lado, creciendo como un brote sin magia al lado del Árbol-hogar de su madre.

— Lo siento tanto. Le marchitó antes de que yo pudiera hacer algo... – dijo el joven de ojos violáceos, pero fue interrumpido por la desconocida.

— Gracias. Oh, joven rey, me devolviste a mi hije... Eso es mucho más de lo que tu tío habría hecho. Hiciste que esta vieja se sintiera en paz, a pesar de la tristeza...

Nyjeume sonrió con suavidad al escuchar esto. Estaba seguro de que ella lloraría si tuviera lagrimales, así que intentó verse fuerte y seguro para no preocuparla; era la primera vez que un dríade que le hablaba sin que compartan clorofila, que no vigilaba a la Rama Sagrada sin comentar sobre esta pues ya no le tenía miedo a su portador.

Eso no quería que su gente le tuviera miedo a su poder, no les haría daño, pero todos se acostumbraron al temor con los años; La reliquia familiar tenía el objetivo de proteger de todo mal, cuidar, hacer magia que solo su especie podía hacer sin limitación alguna. Pero en las manos de Hyarereme sólo había hecho estrago tras estrago. La gema cambiaba de color según su portador, actuando en base a una fuerza sobrenatural... ¡Eso es! ¡Debía ser la fuente de poder de la Rama Sagrada!

Tenía una idea. Antes de que todo se oscureciera, envolvió la punta de la rama mágica con sus manos. Sintió la mirada de todo su pueblo, mientras agarraba la gema y sus dedos temblaban ante la inmensa cantidad de energía. Tiró la piedra al suelo y, con ayuda de su bastón, transformó ese cristal en nada más que simple polvo, el cual se esparció en todo el reino de su especie sin dejar rastro alguno.

— ¡No! Nyjeume, ¿¡Qué hiciste!? – gritó el antiguo rey, escondido entre las ramas de su brillante Árbol-Hogar. Si bajaba, los otros dríades lo harían añicos, así que no se atrevió a acercarse.

— Hice lo correcto, tío. No quiero causarle daño a nadie más.

Vio cómo, de a poco, todo su pueblo se iba relajando. Algunos seres de clorofila incluso sonreían, acercándose a su nuevo gobernante sin temor alguno.

Ahora Nyjeume era el rey, tal y como lo dijo la anciana. Ya no tenían por qué temer.

Todos los dríades que podían pelear lo acompañaron hacia el bosque, y lo siguieron sin dudar ni por un instante. Nunca habían participado de una batalla, pero estaban determinados a obtener la victoria por el bien de todo el bosque.

(Hyarereme se rehusó a cooperar con las otras especies, aunque no hubo nadie que lo hechara de menos. Se encargarían de él más tarde.)

Todos terminaron dirigiéndose hacia la cafetería, listos para luchar. Algunos dríades se pusieron a colaborar con las defensas, otros entablaron conversación con los presentes con emoción de interactuar con nuevas culturas, mientras el joven monarca entraba al edificio arbóreo para buscar a sus compañeros con la mirada. Había demasiadas criaturas en la cafetería como para poder tomarse su tiempo.

No quería levantar la voz para llamarlos, para no distraer a nadie de sus determinadas tareas. Sin investigar mucho, vio a Gastón charlando con la reina kitsune, mientras que Keri se encargaba de preparar suficiente comida para todos los presentes.

— Lamento interrumpir, reina Kunshu. Pero... Logré que mi pueblo se uniera a la batalla, – dijo Nyjeume, sintiéndose nervioso ante la dama de nueve colas. No dejó de hablar. — ¿Quien está preparando estrategias? Podemos coordinar mejor las cosas con ellos aquí, y...

— Tranquilo, muchacho. Todo saldrá bien, pues un fauno muy astuto se está encargando de todo lo técnico, – respondió la mujer zorro, sonriendo un poco. El dríade notó que los kitsunes también mostraban los colmillos con sus amplias sonrisas, tal y como los hombres lobo, aunque eran un poco más pequeños. — Se llama Pétalo. Todo su pelaje es blanco, sabrás quien es al verlo.

Ese nombre se le hacía familiar al joven de cabello de lianas. Tardó en acordarse dónde lo había oído, hasta que ubicó al medio-ciervo entre toda la multitud.

Pétalo era el fauno que casi lastimó a su novio el verano anterior. Nyjeume y él se miraron por unos instantes, antes de decidir no hablar sobre el incidente, para poder discutir mejor las tácticas de batalla. Samuel estaba discutiendo con el albino como si nada hubiera ocurrido, acompañado de Centenar.

— ¿Lo lograste? – preguntó la elfo, tocándose los piercings de las orejas con nerviosismo. Ya tenía puesta su armadura, y la espada de diamante colgaba en su espalda.

El dríade no tuvo que decir nada. Fue suficiente con mostrarle la Rama Sagrada a la chica, quien pronto se dio cuenta de la presencia de más seres con clorofila alrededor del edificio. Ambos sonrieron.

— Más aliados, muy bien, – exclamó el fauno blanco, sonando más aburrido que alegre por las buenas noticias. Hablaba en español para que Samuel pudiera entender. — Todo será más fácil con ellos aquí. Debo cambiar unas cosas en el plan...

Todos los presentes le brindaron su atención al escuchar eso. El hombre lobo aprovechó para agarrar la mano de su pareja sin que nadie los viera, como si lo suyo fuese un secreto. Aunque Centenar se dio cuenta, pues estaba sentada al lado, y les pegó con suavidad solo para molestar.

Los tres rieron, pero se quedaron en silencio en cuanto Pétalo volvió a abrir la boca, con una expresión de disgusto. No sabían si eso estaba dirigido a ellos, o a la vida misma.

— Bien, nuevo plan. El basilisco está cerca, pero es lento. Creo que llegará para el anochecer. Esto es lo que haremos...

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