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Capítulo 3: Floreciendo

Cuando obtuvo energía suficiente como para abrir sus ojos, y con la mente aún adormecida se encontraba incapaz de reconocer el lugar donde se encontraba. Podía sentir algo atascado entre sus dientes, mientras su cuerpo estaba arropado en una cálida cama llena de peluches raros, con rayos de sol entrando por su ventana con un brillo cegador. Decidió mirar hacia otro lado así la luz no lo molestaría tanto, antes de que sus ojos le empezaran a arder.

Al moverse sintió la súbita necesidad de toser, y entonces... Un par de pequeños pétalos violáceos y redondos salieron de su boca, acompañados de un par de gotas de saliva. Samuel no sabía de qué flor se trataba, pero su aroma era dulce; el olor conservaba algo de suavidad, de forma que no le desorientaba los sentidos. Hacía que su corazón latiera más rápido de lo usual, aunque no entendía el porqué de esto. ¡Era solo una pequeña flor! ¿Por qué se había agitado por un pedazo de planta?

El chico sentía calidez en el pecho cada vez que su mirada se concentraba en estos misteriosos pétalos, y no era solo porque estaba envuelto en muchas sábanas suavecitas aunque no hiciera mucho frío a su alrededor. Esa tibieza le llegó al alma acompañada de una sensación de felicidad y calma, y su instinto le decía que algo bueno había ocurrido en el lago, algo que lo hizo feliz por algún motivo desconocido. O quizá algo ocurrió en la cafetería... Lo único que Samuel sabía era que un evento lindo había ocurrido el día anterior.

Por algún motivo, su corazón le decía que estos sentimientos tenían que ver con el dríade que trabajaba con él. No podía recordar mucho de lo que había pasado el día anterior, pero seguro que le podría preguntar a Nyjeume más tarde sin problema alguno.

Así que simplemente se dignó a observar los pétalos que estaban en las almohadillas de sus manos con una suave sonrisa en sus labios, y los guardó en uno de los bolsillos de su uniforme con cuidado de no destrozarlos. Ya listo para empezar un nuevo día, se estiró en el borde de su cama y se levantó, sus pies guiándolos hacia donde sus padres debían estar.

La cafetería podía llegar a parecer algo pequeña cuando estaba llena, pero era entendible; la manada tan solo usaba la mitad de esta para atender a los clientes. La otra mitad estaba dedicada hacia la cocina, las habitaciones y una pieza especial para guardar las cosas con las que los clientes les pagaban. Algunos de estos objetos eran vendidos para que así los hombres lobo podían tener algo de plata ahorrada por si necesitaban comprar cosas en la ciudad que, de otra forma, nunca podrían conseguir. Varios objetos mágicos eran entregados a Hyarereme, como si fuese el pago de un alquiler... Lo demás quedaba allí, guardado, como por ejemplo los libros en el Lenguaje Puro, y una de las dagas mágicas que cierta elfo con aros les dio. A decir verdad, a los humanos les encantaban las cosas desconocidas, así que estaban dispuestos a pagar una gran cantidad de billetes con el objetivo de investigar.

— ¡Buenos días, hijo! – exclamó uno de los papás del pecoso apenas lo vio en la cocina, con una sonrisa escondida bajo su tupida barba. Keri lo saludó después de que su esposo, y ambos le dieron un beso en las mejillas como era usual.

—Buen día, papás. ¿Cómo durmieron? – dijo Samuel, sentándose en una silla cerca de la mesa. Jugaba con sus garras mientras esperaba por el desayuno que Gastón preparaba; el ambiente olía a panqueques y café, así que la comida iba a estar muy rica.

— Con el ojo cerrado, duh, – bromeó Keri, riendo un poco al acomodar los cubiertos y servilletas, aprovechando el estar cerca del otro hombre para besar su frente.

— Dormí muy bien, amorcito, – respondió el pelirrojo adulto, sonriendo tan ampliamente como siempre, gesto que el más joven imitó por costumbre. — Y vos, ¿Cómo te sentís? Ayer te transformaste en lobo por accidente, y a veces te da dolor de cabeza cuando eso te pasa. Nyjeume dijo que los atacó un fauno, eso seguro fue lo que te dejó sensible... No te lastimó, ¿no?

— ¡Ah, no! Estoy bien, no te preocupes pá... Eso sí, me encontré esto en la boca cuando desperté, – comentó Samuel, agarrando los pétalos violáceos que estaban en su bolsillo. — No sé de dónde los saqué. ¿Ustedes saben?

Sus papás siempre tenían la respuesta a todo lo que preguntaba, así que nunca estaba demás consultarle a ellos lo que sea que le diera curiosidad. Y esta vez no fue una excepción.

— Sí. Son de las flores de Nyjeume, – dijo el barbudo antes de apagar el fuego, para luego dejar el desayuno sobre la mesa. — Ayer floreció. Podrías preguntarle por qué le pasó eso, a nosotros no nos quiso decir... Quizá se enfermó, o algo por el estilo.

— ¿Él puede hacer eso? ¡Qué copado!

— Sí, y las flores que tiene son como los pétalos que nos mostraste. Supongo que lo mordiste o algo así, porque se fue a poner agua después de que te dormiste... no te querías alejar de él, – comentó Keri, mientras comía un panqueque con calma. Hizo una mueca, cómo si estuviera a punto de decir algo que le resultaba algo chistoso. — Se nota que lo querés mucho.

— ¡Ah, yo...! ¡No! Bueno, si lo quiero, pero no así, – musitó el joven, concentrándose en sus garras una vez más. Era un hábito que tenía desde que era un niño pequeño. — Es un buen amigo. Cada vez es más abierto y eso me parece muy asombroso, pero no me gusta. Solo lo quiero como amigo.

— Pero si estás tan defensivo es porque lo querés más que como amigo. ¿Me equivoco?

Su padre solo río después de decir esto, poniendo una mano en el hombro de su hijo, quien estaba completamente colorado... Gastón bufó, desaprobando el comportamiento inmaduro de su esposo. Negó con la cabeza, pero se quedó callado hasta terminar su café antes de reprocharlo.

— Keri, amorcito, ¡No te burles de Samu! Aún no se dio cuenta, y a vos te había pasado lo mismo antes de confesarte.

— Papá, ¿¡qué significa eso!? – se quejó el adolescente, cerrando los ojos al hablar. Podía sentir cómo sus mejillas se tornaban rojas poco a poco. — ¡No me gusta Nyjeume! Eso es como un príncipe, no me puede gustar. Aparte, él es un dríade y yo un hombre lobo, no creo que vaya a funcionar. Ni siquiera sé si me considera su amigo...

Hubo un corto silencio mientras los mayores pensaban en como responder, y por un momento el pecoso asumió que se iban a enojar por alguna razón, su instinto siempre le hacía asumir ese tipo de cosas.

— No digas eso, hijito. No sabes siquiera qué piensa Nyjeume de vos, así que no sabés si algún día podrían llegar a estar juntos o no, – exclamó Gastón, con una suave sonrisa en el rostro. Se acercó a su cachorro y lo abrazó con cariño, gesto que Samuel imitó. — Sos un chico amable y divertido, ¿cómo no te va a querer? Aunque sea un poquito.

—Ahora lo estás presionando vos. Dijo que no le gusta, – reprochó el pelinegro, sacando la lengua juguetonamente. Terminó uniéndose al abrazo, aunque actuara como si estuviera molesto en realidad estaba tranquilo. — Samu, igual tu papá tiene razón... Si no te gusta, no te gusta, y está bien. Tampoco sabemos tanto sobre los dríades o su cultura, puede que sean como el resto de Argentina, y estén en contra de las relaciones como la de tu papá y yo... Más aún por ser de distintas especies. Nyjeume no parece ser así, pero no sabemos mucho sobre cómo piensa, y es mejor prevenir que curar.

— No creo. Me contó que los dríades no tienen género, no creo que sea así...

Las voces de los adultos se volvieron murmullos, más porque Samuel se puso a pensar que por otra cosa. Quizá sus papás tenían razón y si le gustaba su amigo, pero... No estaba seguro sobre qué sentía por el muchacho de ojos violáceos aparte de cariño platónico, apenas y sabía algo de eso aparte de su personalidad y de que vivía en un árbol.

A veces sentía una calidez en su pecho cuando hablaba con él, pero se podía deber a que estaba feliz de tener un amigo leal por primera vez en la vida, aunque sea un poco malhumorado. Eso era uno de los pocos que no se burlaba de sus colmillos, pecas o nariz, así que la calidez podría tan solo ser la alegría que la amistad le daba, pues sus únicos amigos siempre habían sido sus primos y nadie más... Y nunca fue tan cercano a ellos como para decirles quien era en realidad.

Recién en el bosque conoció su primer amistad verdadera, el dríade, y después conoció a una elfo bonita que se aparecía de vez en cuando. Gracias a ellos dos, Samuel se sentía... Feliz, aceptado. Volvía a tener esperanzas de que los demás lo querrían sin juzgarlo por su apariencia, género o porque a veces le gustaban los hombres o personas no binarias y no solo las mujeres. Pero Samuel no sentía esa calidez que le inundaba el pecho con las demás criaturas que le respetaban o incluso sus propios padres, solo le ocurría con su amigo de ojos violáceos. Ni siquiera la coqueta Centenar, la elfo de miles de aros y hermosos rodetes marrones, lo hacía sentir así.

Quizá así era el afecto con tintes románticos... No estaba seguro, pero seguramente lo descubriría con más tiempo. Ahora, ¿cómo saberlo específicamente? ¿Qué se hacía cuando alguien te podría llegar a gustar? No era como si existiese un tutorial en Internet sobre el tema, o quizá él no sabía como buscarlo con eficacia.

Sus papás se separaron de él luego de un rato, sonriéndole con suavidad. Y fue entonces de que se percató que ellos quizá podrían disipar sus dudas, pues sabían un par de cosas sobre el romance. Bueno, por algo estaban casados... O tal vez no sabían nada de romance, y los dos simplemente estaban en una relación queerplatónica; sin romance de por medio, pero aun así con mucho amor y compromiso entre los dos.

Seguro que lo podrían ayudar, o guiarlo por el camino correcto. Aún sabiendo que sus preguntas no iban a molestarlos en absoluto, le tomó unos largos segundos poder formular oraciones coherentes.

— Em, papás... no sé qué siento por él, la verdad. ¿Cómo se dieron cuenta de que se amaban? – musitó Samuel, mirando a los adultos a los ojos, quienes se mantenían en silencio para escucharlo con atención. Al instante le dio timidez y terminó mirando la pared. — Yo sólo sé que a veces, cuando estoy con él, siento como una... Linda calidez en el pecho. ¿Es así con ustedes dos?

— ... Esa es una buena pregunta. Verás, yo no siento eso cuando estoy Keri, amorcito. Pero aún así lo amo, y él me ama a mí, – exclamó Gastón, rascándose el mentón al hablar. — Soy arromántico. Pero supongo que lo que decís describe bien al amor romántico. ¿Vos qué decís, amor? Vos sabés más de eso.

Keri los miró en silencio con su ojo marrón, con su expresión revelando lo pensativo que se encontraba. Se levantó y abrazó a su esposo sin más, sin tomarle mayor importancia a lo que su marido acababa de decir... Pues ya lo sabía desde hace mucho tiempo. El barbudo sonrió y le besó la frente, ambos felices entre los brazos del otro en un silencio reconfortante.

— Um... papá, ¿vos cómo sentís el romance? – interrumpió Samuel, curioso por la respuesta, e incómodo por tanto afecto entre los mayores.

— Ah, sí, eso. Pues, se siente como dijiste vos, supongo. A veces te dan ganas de abrazar al otro solo porque sí, y nunca te cansas de hablar con esa persona. Piensas mucho en esta persona, y confías muchísimo en lo que dice; y le decís cosas que no le dirías a nadie más. O no sé, a mí me pasa así con tu papá... Un día supe que me gustaba, y yo le caía bien, y terminamos casados para luego tener un hermoso hijo.

El pecoso rió suavemente con esto último, sacándole la lengua a sus papás. Los tres se terminaron el desayuno sin decir mucho más para después se pusieron a acomodar todo para los clientes, y Samuel agarró de agua para el dríade, quien ya estaba por llegar. El pelirrojo más joven estaba emocionado por verlo otra vez; quería descifrar si lo que sentía realmente era amor romántico u otra cosa... ¡Ah! Se olvidó de preguntar sobre eso a sus papás.

Así que se fue a la cocina y se sentó al lado de su papá sin barba, mientras le sonreía un poco.

— Pá, ¿Qué puedo hacer para saber si me gusta alguien o no? – musitó, apoyando una mejilla en el dorso de su mano. — No tengo la menor idea. ¿Me ayudás?

— Claro, Samu. Yo sugiero que tengas un par de citas con él... Si es que acepta, claro. Tomatelo con calma y si te dice que no, no insistás.

— ¿Tomármelo con calma? ¡Okey!

El adolescente asintió con la cabeza al escuchar lo que Keri le dijo, y decidió obedecer su consejo. Pero cuando Nyjeume llegó a trabajar, su impaciencia fue más fuerte que las ganas de darle bola a su papá. Al menos esperó un rato para hacerse el coqueto, aprovechando que aún no llegaba nadie...

Primero, le sonrió un poco a su amigo, quien se vio confundido pues no estaban diciendo mucho en esos momentos. Es más, sólo se podía escuchar el cantar de las aves antes de que el joven de ojos violáceos rompiera el silencio.

— ¿Por qué sonríes?

— Porque, um... porque sos muy bonito, por eso, – dijo el hombre lobo, pensando un poco antes de continuar lo que estaba diciendo. Se acordó de un meme algo viejo, y puesto a que no se le ocurrió nada más, decidió recitar esas palabras en medio de su nerviosismo. — Eres arte.

Solo logró que su acompañante se confundiera más. Lo miró como si le hubiera picado un bicho en la cara, pero no dijo nada sobre su extraño comportamiento.

¡Ay! Tendría que ser más directo con él, antes de que se fuera a tomar sol como hacía todos los días y no le prestara atención.

— Che, Nyjeume. ¿Te parece si tomamos un café juntos? – preguntó, con una sonrisa que mostraba todos sus dientes. — Total, no hay nadie a quien atender. Nos podemos tomar un descanso juntos, y...

— ¿Un café? No, solo tomo agua. ¿Qué pretendes esta vez? – respondió el de cabellos de liana, sospechando un poco pero aun sin comprender por completo. — Comer o beber cosas que vengan de las plantas es un sacrilegio para mi especie. Por eso traté de no probar la lluvifruta... Es mejor no probar nada nuevo, por si me pasa lo de la otra vez.

— Bueno, entonces, podemos compartir un hueso o algo así. Leí que tienen muchos nutrientes para las plantas, además, ¡Son divertidos de morder! – insistió el hombre lobo, viendo si así podía convencer al otro. — No quiero que tus lianas se sequen por ningún motivo del mundo, te hacen ver incluso más lindo de lo que ya sos. No quiero arruinar tu belleza por error.

Así fue como el dríade se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. O, al menos, se quedó callado y sin mover los labios, tan quieto como cualquier planta. Nyjeume sintió un peso en sus lianas aparecer de la nada... Tal y como había ocurrido el día anterior.

— ¡Ah, Nyjeume! ¡Tenés flores en el pelo! – comentó Samuel, acercándose a inspeccionar mejor. — ¡Son iguales a la que tenía yo en la boca! Ay, claro, ayer también floreciste. Me había olvidado.

— ... Sí. Y te comiste una de mis flores.

El pelirrojo miró hacia otro lado, disculpándose en susurros y sin atreverse a mirar a su amigo. No se alejaron el uno del otro, aunque los dos mostraban signos de vergüenza; el hombre lobo estaba tan rojo como su cabello, y Nyjeume florecía cada vez más y más hasta que casi todas sus lianas obtuvieron pétalos.

Gastón terminó asomándose solo porque no los escuchaba hablar, y les dejó un café y un vaso con agua mientras sonreía. Esto fue lo que los hizo reaccionar. Samuel tenía muchas preguntas y curiosidad; obviamente no se iba a quedar con la boca cerrada, aún cuando había visto esto ocurrir antes aunque no se acordara de la situación.

— ¿Por qué florecés? ¿Te sentís bien? – musitó, acercándose un poco más a su compañero. Nyjeume no lo apartó esta vez, pues su dióxido de carbono le hacía bien, así que era mejor tenerlo cerca. Esa era la única razón, sí.

— Estoy perfectamente bien. A veces, nosotros... florecemos. Sólo nuestra familia tiene flores parecidas a las de uno, pero nunca son iguales. Cambian la forma de los pétalos, las tonalidades e incluso a veces cambia el aroma.

El hombre lobo giró la cabeza, un poco confundido, pero terminó apartándose del más bajo mientras le ponía una mano en el hombro. Le sonrió como siempre, de oreja a oreja y con todos los colmillos visibles.

— ¡Ya veo! Si necesitás usar el baño, andá.

— ¿El baño? ¿Por qué usaría el baño? – susurró el joven de menor estatura, confundido una vez más. Este era un día lleno de confusiones, y apenas empezaba...

Samuel se sonrojó de nuevo, mirando sus manos mientras escuchaba a su amigo hablar. Nyjeume logró calmarse lo suficiente como para que sus flores volvieran a cerrarse, justo a tiempo para que su amigo siguiera con la conversación.

— Bueno, creí que era como uh... el periodo, o algo así, pero se ve que no, – musitó el medio-canino, cerrando los ojos.

— Me consideran una planta en los libros, Samuel, ya te lo he dicho. No necesito usar el baño.

Hubo un corto silencio entre los dos, que duró hasta que terminaron sus respectivas bebidas, y se miraron el uno al otro sin cruzar palabra alguna. Pero el pecoso todavía tenía dudas, así que no tardó en abrir la boca otra vez.

— Entonces, ¿por qué floreciste? ¿Estás enfermo o algo así?

El joven de ojos violáceos negó con la cabeza, cruzándose de brazos sin más. Su amigo frunció el ceño y decidió dejar de bombardear al otro con preguntas en cuanto él empezó a responder. Estaba serio como siempre, pero se podía sentir un aire de sarcasmo mientras decía lo siguiente:

— ¿Por qué te sonrojas? – cuestionó el de ojos violáceos en lugar de responder, jugando con la punta de una de sus lianas. No lo dejó responder. — Por vergüenza. Para nosotros, florecer es lo mismo que un sonrojo, pues la clorofila no cambia de color con las emociones.

Aún no llegaba nadie y la verdad, el dríade ya no tenía ganas de explicar nada más. Su acompañante tenía la boca abierta de la sorpresa, y Nyjeume decidió dejarlo pensando solo, decidiendo que los vientos de la mañana eran más interesantes que estar dentro de la cafetería por el momento.

Hundiendo los pies descalzos en la tierra, eso cerró los ojos con calma. La poca luz solar que caía del cielo era revitalizadora... Las cálidas brisas eran geniales y movían sus lianas con delicadeza, como un cariño natural. Inhaló profundamente, para que la humedad del aire llegase a todo su cuerpo; quizá por eso no tenía fosas nasales, pues toda la vida había inhalado con la boca al igual que los demás miembros de su especie. Ni se había percatado de este detalle hasta que Samuel se lo comentó... Su vida era algo extraña desde que los medio-caninos llegaron al bosque, pero Nyjeume no podía negar que se había encariñado con ellos luego de pasarse todos los días a su lado.

Aunque le estuviera diciendo todos sus secretos a su tío. Y lo hacía por su propio bien; incluso cuando el más joven era al único al que el dríade podía llamar amigo... No podía decir lo mismo de ningún otro miembro de su especie. Con el único con quién se había llevado bien alguna vez había sido su padre. Pero desde que ella había dejado de existir, casi no hablaba con nadie más.

Quizá, ser asignado como espía de la pequeña manada era lo único bueno que Hyarereme había hecho por su sobrino. Pero Nyjeume no quería perdonarlo porque su padre se marchitó, pues había sido el único culpable. Aún podía acordarse de cómo ocurrió todo como si siguiera siendo un hecho reciente, y... No quería pensar en Jyuraeme en esos momentos, ni siquiera estaba con vida así que no valía mucho la pena quedarse en el pasado.

... Al principio no vigilaba a los hombres lobo por voluntad propia y, si hubiera tenido opción alguna, seguiría cuidando de mil arboledas hasta que sufriera el mismo destino que su progenitor. Espiar a invitados tan peculiares era una obligación que se le dio al único heredero real de los dríades, pues nadie había querido ser la pareja del rey ni tener hijos. Y por buenas razones.

Pues cuando su tío se enojaba, él... Era mejor no pensar en eso, y disfrutar de la paz que el bosque brindaba.

— ¡Nyjeume!

Se dio vuelta al escuchar su nombre, sorprendido de que alguien lo buscara a eso y a nadie más. Aunque el dueño de esa voz fuese Samuel, se le seguía haciendo extraño el hecho de que era... Requerido.

— ¿Qué pasa? – musitó en un tono casi inaudible, sin muchas ganas de hablar.

Debía ser amable con el pelirrojo, o su tío se enojaría muchísimo. Aún cuando no se sintiera en el humor indicado para sonreír... Pero bueno, la manada ya se había acostumbrado a sus tendencias de antipatía.

— Yo, esto... Quería saber algo, ¿tenés que hacer algo hoy a la noche? Porque si no, ¡podemos ir a buscar luciérnagas juntos! – dijo Samuel, y seguramente estaría moviendo la cola si estuviese en su forma de lobo en esos instantes. — Mis papás dicen que los hongos van a dejar de crecer en cualquier momento, así que quieren que estemos bien preparados cuando eso pase. ¡Les quiero ayudar!

Era la oportunidad perfecta para hacer feliz al pecoso y a sus padres al mismo tiempo, y Nyjeume sería un estúpido si la dejara pasar como si nada.

— No tengo nada importante que hacer. Me encantaría capturar luciérnagas contigo, Samuel.

La mirada del pelirrojo pareció iluminarse tras escuchar esas palabras, se lo veía tan feliz como un lobo con dos colas. Seguramente no habría tenido esperanza alguna de que el joven de ojos violáceos aceptara desperdiciar tiempo a su lado, por lo que apreciaría incluso más que nunca el hecho de que eso le hubiera dicho que sí.

Ahora solo quedaba llegar a tiempo al punto de reunión, y no dormirse en el intento, pues los insectos de luz sólo salían a explorar el mundo cuando la luna estaba en su punto más alto. Nyjeume tendría un largo día por delante, vital para su misión de obtener más información sobre su compañero de trabajo.

~

Ya era hora de salir del plano de su especie, de exponerse ante los peligros ocultos en la oscuridad y empezar a caminar.

Se sentía bastante ansioso bajo la luz de la luna, ya debería estar descansando dentro de su Árbol-hogar así tendría energía en el próximo día. Pero estaba fuera del lugar donde trabajaba, habiéndo escapado del lugar dónde debía pasar la noche sin pensárselo dos veces... Y todo para hacer feliz al pulgoso que se había encariñado con eso, porque ese hecho era obvio para cualquiera que tuviera la capacidad de mirar.

Casi no había nada de iluminación sin contar los hongos brillantes esparcidos alrededor del edificio arbóreo, y Nyjeume empezaba a pensar que su compañero nunca llegaría. Se dio la vuelta, listo para regresar a su sitio de descanso, pero una mano apoyándose sobre su hombro le hizo sobresaltarse.

— ¡Viniste! Perdón si te hice esperar mucho, estaba buscando algunos frascos y no me di cuenta de cuánto estaba tardando...

Ya le parecía extraño que Samuel no lo hubiera estado esperando en la entrada de la cafetería una hora antes de lo acordado. Él traía consigo dos extraños palos que tenían una red en la punta, más varios recipientes de plástico que balanceaba con muchísimo equilibrio. El dríade agarró parte de los objetos que tenía su amigo en las manos para aligerar su carga, analizando todo lo que agarraba con curiosidad.

— ¿Todo esto es para atrapar insectos? – le preguntó a su acompañante, quien empezó a caminar sin rumbo alguno. Eso soltó un suspiro y rodó los ojos hacia atrás mientras seguía al pelirrojo. — Quizá tengamos suerte en el claro.

— ¡Oh, tenés razón! Vamos, vamos.

Seguir a un lobo emocionado era tarea difícil cuando uno tenía mil cosas entre los brazos, pero Nyjeume se estaba acostumbrando a su interminable energía y a cómo siempre se adelantaba aún cuando no sabía bien ningún camino. De a poco Samuel empezaba a memorizar las sendas ocultas del bosque, y pudo ubicar a dónde tenía que ir con una sola corrección de parte del joven de ojos violáceos.

Por fin se estaba acostumbrando a su nuevo hogar, aunque seguía siendo demasiado descuidado con sus movimientos. Paso a paso iría adaptándose a vivir en el bosque, y el dríade tenía la obligación de quedarse a su lado para enseñarle a sobrevivir... Tampoco era como si tuviera algo mejor que hacer.

Disfrutaba verlo emocionarse por las cosas más mundanas del frondoso lugar, ver cómo sonreía ante cualquier cosa diminuta. Incluso en esos instantes el hombre lobo observaba insectos completamente anonadado, sin siquiera mover un solo músculo para atraparlos.

— ¡Son de colores! Nyjeume, ¿por qué no me dijiste que eran de colores? ¡Me encantan! – exclamó el chico más alto, dejando los frascos en el pasto para dedicarse a sostener la red. — No hay muchos bichos de luz en la ciudad, y siempre son amarillos. ¡Nunca imaginé que podrían tener otros colores!

Decidió imitar a su amigo antes de contestar, confundido por sus palabras.

— Pues no es nada extraño. Las luciérnagas siempre fueron de colores aquí, creí que era así en todo el mundo.

Había miles de diferencias entre la flora y fauna del bosque y de la ciudad, de un lugar mágico y uno sin magia alguna. Los humanos siempre se preocupaban más en lo que ellos creían bello que en el bienestar de la naturaleza, así que no era de sorprender que terminaran eliminando muchísimas cosas de sus extensos poblados.

Nyjeume vio que su compañero abalanzaba su herramienta hacia los insectos, que quedaban atascados en los hilos de la red como si de una tela de araña se tratara, así que intentó lo mismo. Atrapar luciérnagas era muchísimo más fácil así; algunas cosas de la zona urbana sí eran buenas, aparte de las campanas y cascabeles.

No pasó mucho tiempo para que los insectos se enojaran e intentaran lanzar un contraataque por sus compañeros encerrados en prisiones de plástico, arrojándose hacia los jóvenes todos al mismo tiempo con el objetivo de hacerlos caer. Eran demasiado pequeños como para hacerles daño alguno, aunque las luciérnagas lograron meterse en sus cabelleras y ropa sin piedad alguna... Tuvieron que salir corriendo para que cesaran los intentos de homicidio por parte de las luciérnagas, varias de las cuales continuaron siguiéndolos por un rato.

— Creo que con estas es suficiente por ahora, – comentó el hombre lobo en cuanto tuvo oportunidad de hablar, y su en su voz era aparente que seguía agitado. Su acompañante lo miró por unos segundos, vigilando que su falta de aire no se desarrollara en algo peor.

Se arrepintió al instante.

Por algún motivo desconocido, ver a Samuel con el cabello iluminado por luciérnagas de mil colores le pareció... Interesante, para no pensar en alguna palabra de la que luego se arrepentiría en el futuro. Nyjeume sentía que empezaría a florecer en cualquier instante, así que decidió desviar la mirada al costado para evitar que su amigo se diera cuenta de lo que estaba por ocurrir.

— Nyjeume, ¡mirá lo que puedo hacer!

Esconder sus sentimientos no fue una tarea muy complicada tras observar lo que el pelirrojo estaba haciendo; le sonrió de oreja a oreja, con algunas luciérnagas saliendo de entre los colmillos mientras intentaba aguantar la risa. Incluso sus mejillas tenían un tenue brillo, como si aún tuviera esos pequeños insectos en la boca sin incomodidad alguna.

No fue necesario esconder sus flores... Porque nunca floreció. En su lugar, soltó unas carcajadas que se le hicieron extrañas en sus labios, una risa genuina que no producía desde que era un pequeño brote. Había olvidado cuán ligera su alma podía sentirse con algo tan mundano e inesperado, y Samuel tuvo que apoyar una mano en su hombro por temor a que se terminara cayendo al pasto sin darse cuenta.

— Eso... ¿No se te hace raro tener insectos vivos dentro de tu boca? – le preguntó al pecoso, sonriendo al hablar.

— ¡La verdad es que no! Siempre comía bichitos cuando era chiquito, ¡estoy acostumbrado!

Soltó un par de risas más y, si fuera capaz de llorar, incluso soltaría algunas lágrimas. El hombre lobo pareció alegrarse ante su reacción, como si no estuviera esperando que se lo tomara con tanta alegría.

— Eres gracioso, Samuel. Nunca cambies.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan libre en su propio hogar, entre el frondoso bosque y sus mil árboles y arbustos. Y por un rato pudo olvidar el miedo que le tenía a Hyarereme, la tarea que se le había impuesto y el riesgo de ser marchito si no cumplía su misión al pie de la letra. Pudo tomar un descanso y pasarla bien junto a su primer amigo, olvidando incluso el cansancio que sentía por estar despierto mientras el sol dormía.

Volvió a reír, a sonreír de verdad, aunque fuese en escasos momentos por fin empezaba a sentirse un poco mejor sin siquiera saber que no se sentía bien del todo. Y todo era gracias al medio-canino que no dejaba de mostrar sus colmillos al sonreír.

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