Capítulo 17: Expuesta
LADO A: EMMA
Todo me daba vueltas. Mi visión se oscurecía, y el aire que respiraba no era suficiente. Jamie me tomó de los hombros y me agitó con fuerza.
—¡Reacciona! —exclamó desesperado.
Mi cuerpo temblaba sin control y carecía de fuerzas. Era como revivir todos mis traumas en un segundo. Esto era lo que más temía: quedar expuesta. Negarlo ya no tenía sentido. ¿Acaso mi madre había dicho algo más? ¿Por qué? ¡Se suponía que este era mi secreto!
—¿Cómo lo sabes? —pregunté con voz entrecortada, mirándolo con temor. Mis ojos se llenaban de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
Jamie tragó saliva, desvió la mirada y rascó su nuca antes de suspirar.
—Até cabos —respondió.
Lo miré con incredulidad, pero él continuó:
—Vives en el mismo barrio donde Billy Mason vivía, tu madre era su fan y ahora ninguna quiere mencionarlo. Evitas hablar de tu padre, tienes veinte años, y hace veinte años que Billy dejó este lugar. Además, tienes su guitarra original. ¿Es necesario que mencione tu talento innato para la música y el obvio parecido físico que tienes con él?
¿Obvio? ¡No! Se suponía que no podía ser obvio.
Era ridículo que hubiera adivinado todo por esas conexiones casuales... ¿o no? Me costaba creerlo. ¿Desde cuándo me observaba con esa intensidad? ¿Desde cuándo analizaba cada detalle sin que yo me diera cuenta? De repente, Jamie me parecía un completo desconocido, alguien que me hacía sentir más vulnerable de lo que podía soportar. Mi cuerpo estaba rígido, tembloroso, incapaz de respirar con normalidad.
—No quería que nadie supiera esto —dije, tratando de reunir valor—. Que tú me hayas contado tus experiencias no significa que yo tenga que contarte las mías. Esto no se trata de ti, se trata de mí. No dejo de ser transparente solo porque hay cosas que no deberían importarte.
—¿No debería importarme? —Jamie abrió los ojos con sorpresa y rió, una risa cargada de histeria—. Emma, ¿qué es a lo que tanto temes?
¡¿Por qué cuestiona?! ¡¿Por qué me fuerza a hablar?!
Sentí cómo la sangre me hervía. Me estaba poniendo a la defensiva.
—¡Tú no tienes idea de lo que pasé por su culpa! —grité, y al instante recordé las palabras de Marina: "Si nuestros padres nos definieran, todos estaríamos en ruinas."
Respiré profundo, tratando de calmarme, y solté lo inevitable:
—Sí, Billy Mason es mi padre. Pero no es mi familia. Lamento si querías conocer a tu ídolo a través de mí. Eso no va a pasar.
Un profundo sentimiento de desconfianza me invadió. Jamie no era más que un extraño en mi vida y si tenía que atacarlo, lo haría.
—¡No, Emma! —exclamó Jamie, intentando acercarse a mí. Pero yo retrocedí un paso—. Quiero ayudarte, quiero ser tu apoyo. Somos amigos desde el principio. Fue tu propia luz la que me atrajo a ti, no de quién eres hija.
Apreté los dientes, frustrada.
—¿Entonces por qué me obligas a hablar de lo que no quiero? —pregunté con dureza—. Me estás forzando porque quieres saber más de tu ídolo, no por mí.
Jamie me miró, negando con la cabeza. Su expresión cambió; recogió sus cosas y comenzó a guardarlas con cierta violencia.
—Yo te conté quién era y de dónde venía —dijo con frialdad—. ¿No merezco algo de sinceridad de tu parte? Pensé que lo mejor era preguntártelo, pero nunca imaginé que pensarías así de mí. Lo importante es que ahora sé que no sé nada de ti, y que tenemos concepciones muy distintas de lo que significa una amistad.
No, no. Tú no eres la víctima, Jamie, pensé mientras lo veía marcharse, ofendido.
La puerta de la sala se cerró de un portazo, y el sonido retumbó en mis oídos como un disparo. Era la primera vez que Jamie se enojaba conmigo.
Las lágrimas comenzaron a caer, pesadas, por mis mejillas. Luego se convirtieron en un torrente incontrolable. Me deslicé por la puerta de mi habitación hasta quedar sentada en el suelo, abrazando mis rodillas.
No sabía bien porque lloraba, pero seguí haciéndolo, incapaz de detenerme. No quería que Jamie estuviera enojado conmigo. No tenía que haberlo atacado. ¿Por qué arruinaba mi amistad con él? Era la primera vez en mi vida que lograba formar lazos con alguien, y mi falta de experiencia lo echaba todo a perder.
No te vayas, no te vayas, no te vayas... vuelve.
Mi cabeza no dejaba de repetirlo. Sentía que estaba perdiendo a Jamie, que todo era mi culpa. Y después sería Vic, Nicky, Marina... pronto no podría volver a mirar a nadie a la cara. Otra vez quedaría atrapada en la perpetua soledad, por no saber cómo manejar una maldita situación.
Los pensamientos catastróficos me atacaban sin ningún tipo de lógica.
Tomé mi teléfono con rapidez, limpiando mis lágrimas con el puño. Mis dedos temblorosos buscaron el número de Jamie, pero no respondió. En pánico, le envié un mensaje desesperado, rogando en silencio que no fuera demasiado tarde.
"Jamie, lo siento. No quería que te fueras. No estaba lista para hablar de mi padre."
Esperé. Esperé. Pero no hubo respuesta.
¡Idiota! ¡¿Cómo pudiste arruinarlo todo?! ¡Jamie solo quería conocerte! ¡Él solo quería que te abrieras como él lo hizo contigo! ¡Idiota! Lo arruinas todo, siempre lo arruinas. Mereces estar sola. ¡Estúpida! Malnacida...
Me quedé en un rincón de mi habitación, inmóvil, atrapada en un espiral de pensamientos oscuros. Mi cuerpo se sentía pesado, mis músculos agarrotados por el llanto, pero no podía moverme. Mi estómago estaba revuelto, mi cabeza dolía, como si se partiera en dos. Y aun así, las lágrimas seguían brotando, imparables. El aire me faltaba y no entendía por qué.
Solo necesitaba saber que no lo había arruinado todo. Necesitaba enmendar mi error.
—Esto no puede quedar así. No puedo permitir que quede así —murmuré, levantándome del suelo con esfuerzo.
Me lavé la cara hinchada y miré mi reflejo en el espejo. Era deplorable. Tan fea cuando lloraba.
A pesar de mi aspecto, salí del departamento. Crucé el complejo hacia el edificio vecino y subí las escaleras, peldaño a peldaño, hasta llegar a la puerta de Jamie. Mi pecho ardía con cada paso, pero no podía detenerme.
Abre, Jamie, abre la maldita puerta.
Golpeé tres veces, y esperé. Miré mi teléfono, cronometrando los minutos. Volví a golpear, otra vez, y otra. Nadie abrió.
Qué tonta fui al pensar que esto podría durar.
Mi mente se llenaba de un veneno negro, una sombra que deformaba cada pensamiento, volviéndolo oscuro, depresivo, catastrófico.
¿Cómo pude creer que merecía amigos? ¿Cómo pude pensar que un chico como Jamie me soportaría? Soy una completa idiota. Aburrida. Estúpida. ¡Dios, siempre lo arruino todo! Estorbo. Molesto. Me odio.
Aunque mi rostro permanecía inexpresivo, las lágrimas caían sin cesar. Las limpiaba con el puño una y otra vez, como si así pudiera detener el torrente.
De repente, el sonido de un mensaje sacudió mi teléfono. Lo agarré con rapidez, con pánico, esperando que fuera Jamie. Pero era mi madre.
"Emma, olvidé comprar café. ¿Puedes pasar por el mercado?"
"Sí, má. Nos vemos."
Con desgana, metí la mano en mi bolsillo para confirmar que llevaba algo de dinero, y salí rumbo al mercado de la esquina. Cada paso era pesado, arrastrado.
Tomé lo necesario de las góndolas y me dirigí a la caja registradora, absorta en mis pensamientos.
—¿Emma?
La voz me tomó por sorpresa, llamándome desde atrás. Mordí mis labios con fuerza. Mi rostro estaba destrozado, no quería que nadie me viera en ese estado. Pero no podía ignorarlo. Tuve que darme la vuelta.
Terminé de pagar y giré sobre mis talones. Benicio me miraba con esa expresión que odiaba. Ya no podía fingir que no me pasaba nada. La máscara estaba rota, y no había dónde esconder mi patético rostro.
—Hola, Benicio —intenté sonreír, pero mi voz sonó apagada—. Olvidé algunas cosas del mercado. Dale saludos a Vic.
Idiota, soy una idiota.
Me giré de nuevo y salí del mercado con el paso firme. No quería hablar, no quería que siguiera viéndome con esa mirada que lo decía todo.
—¡Espera!
Benicio venía detrás de mí, corriendo. Detuve mi paso para no parecer una loca escapando. Respiré hondo, intentando inventar cualquier excusa para justificar mi rostro hinchado.
—¿Sucedió algo? —pregunté, tratando de sonar despreocupada.
—Eso es lo que yo me pregunto. —dijo Benicio—. ¿Qué pasó?
Negué con la cabeza, cerrando la boca. Sentía un nudo en la garganta que ardía con fuerza. Odiaba que, una vez más, fuera él quien me viera llorar. Solo podía imaginar lo deplorable que debía parecerle.
Apreté los ojos, luchando por tragarme todos mis sentimientos. Necesitaba una excusa, cualquier excusa.
—Yo... —empecé a murmurar, pero Benicio no me dejó continuar.
Sus brazos me rodearon con fuerza, sujetándome como si pudiera cargar con todo mi dolor. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía soltar el peso que llevaba encima.
—No tienes que decir nada —susurró.
Y no pude más. Dejé salir todo el llanto que tenía atorado, hasta que el cansancio venció a la angustia. Aunque aún no sabía cómo seguir adelante, la opresión en mi pecho había disminuido.
—Te acompaño a tu casa —dijo, tomando la bolsa del mercado.
Me dejé llevar, incapaz de rechazar su compañía, aunque odiaba la idea de que su amabilidad naciera de la lástima que me tenía y su obvio instinto paternal.
Al llegar al complejo, intenté despedirme con discreción.
—Gracias por acompañarme —susurré, mirando al suelo—. No tuve un buen día, y me da mucha vergüenza que siempre me veas llorando.
—Sentémonos un momento —respondió, guiándome al banco bajo el nogal—. No tienes que contarme nada si no quieres, pero me gustaría que confiaras en mí. Sé que eres una buena chica, y desde que estás en nuestras vidas, todos te apreciamos mucho. No tienes idea de lo bien que le has hecho a Vic, y todo lo que te debe Verde Caos. No mereces sufrir en soledad.
Sus palabras eran tan dulces que no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas otra vez.
—Yo... soy una mentirosa —balbuceé, sintiéndome torpe e incapaz de explicarme—. No quería decirlo, ni desconfiar, ni que Jamie se enojara conmigo... No quiero perderlos. Todos fueron tan buenos conmigo.
—Tranquila —dijo Benicio, poniéndose frente a mí y tomando mis hombros con suavidad—. Toma aire y contenlo por diez segundos. Luego exhala.
Hice lo que me pidió. Inspiré, contuve el aire y lo exhalé con suma lentitud. Repetí el ejercicio hasta que mi cuerpo dejó de temblar y sentí que podía hablar sin romperme.
—Hace unos días, Jamie me contó algunos secretos personales —dije, más calmada—. Él confiaba en que yo haría lo mismo. Pero cuando descubrió algo sobre mi pasado, me enojé, lo juzgué y le hablé mal. Ahora tengo miedo de...
Mordí mis dedos. Al decirlo en voz alta, todo parecía menos grave, una verdadera tontería, pero igualmente angustiante.
Benicio me escuchó con atención y luego resopló, como si su respuesta fuera obvia.
—Que él te cuente sus cosas no significa que tú debas contarle las tuyas. Cada uno tiene sus tiempos, y la amistad no se basa en saberlo todo del otro, sino en el respeto. Jamie puede haberse enojado si lo juzgaste mal, pero no tiene derecho a molestarse porque no quieras decirle algo.
Sus palabras eran como un faro que iluminaba mi laguna mental. Todo empezaba a parecer menos catastrófico, menos dramático. Una verdadera tontería.
—Benny... —murmuré, probando el apodo. Él me miró con esa mezcla de ternura y seriedad que siempre lo hacía tan confiable—. Lo que le oculté a Jamie, y a todos, es que soy una hija no reconocida de Billy Mason.
Al decirlo, me sentí expuesta. Cada vez que lo confesaba, sonaba como un mal chiste. Benicio se rió, pero al ver mi expresión seria, dejó de hacerlo.
—¿Es en serio? —preguntó, negando con la cabeza como si tratara de procesarlo—. No bromearías con eso.
Negué con la cabeza, y el entrecejo de Benicio se endureció.
—Ahora entiendo por qué Jamie actuó así —murmuró.
—No quiero que nadie más lo sepa —le pedí, con el corazón en un puño—. No quiero saber nada con Billy Mason. Ni siquiera sabía que Verde Caos tocaría en Alternox con él. Solo te lo digo porque fuiste tan amable conmigo, y si Jamie lo sabe, tú también mereces saberlo.
—Es una locura —admitió—, pero no diré nada. Emma, no importa quién sea tu padre. Tú vales por quien eres, no por tu apellido. Si Jamie se enoja contigo, puede irse a la mierda.
Su forma directa de hablar me sacó una sonrisa, y sentí cómo mi pecho volvía a relajarse.
—Gracias, de verdad. Estoy mucho mejor —dije, riendo suavemente—. Creo que me estaba ahogando en un vaso de agua.
Nos pusimos de pie, listos para regresar a casa. Antes de irse, Benicio me dio un abrazo de despedida.
—Cualquier cosa que necesites, llámame.
Era tan considerado que sentía una mezcla de gratitud y sorpresa. Mientras nos separábamos, vi a Jamie entrando al complejo. Se detuvo al vernos abrazados.
Mi corazón se aceleró, pero esta vez estaba decidida. El apoyo de Benicio no sería en vano. Podía enfrentar la verdad. Podía ser sincera conmigo misma y con los demás.
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