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Capítulo 15: Primer ensayo

LADO A: EMMA

Cuando bajamos de la rueda de la fortuna, Jamie intentaba en vano secar sus lágrimas con los brazos y los antebrazos. Era como un río desbordado; el curso del agua no se detenía.

Le pedí que se sentara en una de las bancas cercanas mientras yo iba por pañuelos y bebidas. La noche acababa de caer, y el parque de atracciones estaba iluminado por miles de bombillas coloridas y tubos de luces de neón. El aire de verano nos envolvía, cargado de su dulzura característica, mezclando el aroma fresco de la noche con el empalagoso olor a algodón de azúcar y caramelo. Las voces de la multitud se confundían con la música, las risas y los gritos que provenían de la montaña rusa.

¿Qué debería hacer? me preguntaba, mientras regresaba y comenzaba a sobarle la espalda con suavidad.

—Soy un idiota, un inútil —murmuró con la vista fija en el suelo—. Arruiné todo el ambiente. No pensé que me iba a poner así, ni siquiera sé por qué lo hice. Yo nunca lloro.

—Quizás lo necesitabas —le dije mientras me sentaba a su lado—. No hay nada de malo en llorar, y no arruinaste nada. Dijiste que esta salida era para conocernos mejor, ¿no es así? Creo que ha servido. Ahora los dos sabemos un poco más del otro, y eso incluye conocer las cosas difíciles. Jamie, adoro que seas divertido, pero entiendo que nadie puede serlo todo el tiempo. No tienes por qué avergonzarte de tener sentimientos.

—No tengo derecho a estar mal, Emma —replicó, esbozando una sonrisa amarga mientras sus ojos aún lucían irritados—. Soy patético. ¡Mis papás no me quieren, y aquí estoy, llorando por eso! ¿Qué te queda a ti? Tú pasaste por cosas mucho peores y aun así eres tú quien me consuela.

De pronto lo entendí. Jamie había reprimido esos sentimientos durante tanto tiempo porque había interiorizado lo que otros le decían: que su dolor no era válido porque tenía dinero, porque se suponía que "lo tenía todo". No se había permitido ser vulnerable ni escuchar sus propios pensamientos.

Era evidente que Jamie no había desentrañado sus traumas, tal vez porque, aunque hacía lo que quería, en el fondo seguía atado a las creencias y los prejuicios de su entorno. Podía ver que su definición de éxito, incluso en lo que amaba hacer, seguía los mismos lineamientos filosóficos que su familia. Esa misma búsqueda de aceptación externa lo alejaba de expresar su arte con autenticidad, porque estaba más enfocado en vender que en crear algo genuino.

—Que otros la tengan peor no significa que no tengas derecho a manifestar tus sentimientos —dije con firmeza. De un momento a otro, él parecía haber caído en un pozo de autodesprecio—. Tu dolor es válido. Deberías permitirte sentirlo, reflexionar, conocerte, y hacer algo bueno con eso. Podrías decidir no cometer los errores de quienes te lastimaron, ¡podrías hacer arte con eso!

Estaba siendo intensa con el tema, pero lo decía porque creía que debía plasmar su esencia en las letras de su banda.

Jamie se rió, esta vez de verdad. Se puso de pie y volvió a abrazarme. Sentí cómo su corazón latía con rapidez, cómo su transpiración y lágrimas se mezclaban y se pegaban a mi cabello, mientras su perfume se adhería a mi piel. En ese instante me sentí más cerca de él que nunca, como si no hubiera vuelta atrás.

Me preocupaba querer más, querer saber más de su historia. Me preocupaba querer pasar toda la noche a su lado. No quería despedirme, no quería que esa noche terminara. Tenía miedo de quedarme con un sabor amargo, sabiendo que él tenía a Debra y yo no podía hacer nada.

No entendía lo que pasaba entre nosotros, y tenía miedo de preguntarle. ¿Así eran las relaciones de amistad entre un hombre y una mujer? ¿Acaso a Debra no le molestaría saber de los momentos que pasábamos juntos? ¿Si no hacíamos nada malo, por qué nos ocultábamos? 

Siempre sentía que él marcaba una distancia con sus palabras o recordándome que se había alejado de Nicky porque esa amistad había hecho sentir insegura a su novia. ¿Sería capaz de hacerme a un lado si Debra se lo pedía? ¿Lo que compartíamos no valía nada para él?

¿Por qué lo haces tan difícil? 

Esa noche regresamos temprano a casa. No volvimos a hablar de nuestros pasados; solo conversamos sobre música, sus próximos proyectos y las letras de sus canciones.

Aunque yo quería recuperar ese nivel de intimidad con Jamie, parecía que él no estaba dispuesto a ceder otra vez. En parte, tenía sentido que no quisiera profundizar más: yo seguía ocultándole cosas.

¿Qué pensaría si le dijera que yo también era hija de un millonario? ¿Y si le confesara que ese millonario era su máximo ídolo? ¿Me creería? Era agotador pensar en todo lo que podría venir después.



"Debra llegó de su viaje, planeé una cita de pareja. Mañana podemos volver donde lo dejamos, socia. ¡Disfruta el día!"

Luego de aquella agitada noche, Jamie me daba los "buenos días" con un mensaje que sentía distante, casi cruel. Ni siquiera tenía que explicarme lo que haría con su novia, pero igual lo hacía, y lo odiaba por eso.

Una parte de mí quería decirle que, si tenía novia, no deberíamos pasar tanto tiempo juntos, mucho menos a solas en mi habitación. Era inapropiado, incluso si solo éramos amigos. Algo en nuestra dinámica estaba mal. Su actitud conmigo, tan ambigua, era algo que lastimaría a cualquier chica, fuera celosa o no. Pero Jamie era así, sus acciones y palabras se contradecían, y yo temía enfrentarlo. Me aterraba que pudiera decirme algo como: "¿De qué estás hablando, Emma? No me gustas, esto es solo por la banda. Si te sientes incómoda conmigo, mejor tomemos distancia." Después de todo, algo así parecía haberle pasado a Nicky.

Por suerte, Vic me invitó a pasar la tarde en su casa. Después de atender a algunas clientas, se dedicó a retocarme las uñas. Marina estaba con nosotras. No había hablado mucho con ella. Era independiente, segura, y no tenía miedo de ser quien era, lo que me intimidaba un poco. Aunque me interesaba conocerla más, siempre me cerraba al intentarlo.

—Vamos, Marina —dijo Vic mientras esculpía mi uña rota—. Trae mi laptop y pon el maldito stream.

—¿Por qué quieres ver esa basura? —replicó Marina, aunque obedeció, tecleando el nombre del programa de stream de Fleur y sus amigos.

Nos quedamos mirando la transmisión. El tema era salud mental, en especial la ansiedad y los ataques de pánico. Me sorprendió que Fleur usara su plataforma para hablar de algo tan serio, además de sus habituales consejos de moda. Tal vez no había juzgado bien ni siquiera a Fleur.

—Hay que estar atentos a las señales —decía Fleur con su tono suave, mirando a la cámara—. Es importante observar a quienes tenemos cerca. A veces, una persona puede mostrar incomodidad o aislamiento, incluso tener síntomas físicos como temblores o sudoración. Necesitamos ser más humanos, involucrarnos con aquellos que la sociedad deja de lado.

Mientras hablaba, el contador de espectadores subía y subía. Su audiencia la adoraba: la perfecta y empática Fleur.

—¡No puede ser tan hipócrita! —gritó Vic de repente, soltando mi mano. Su rostro estaba encendido—. ¡Incluso si siempre me sentí dejada de lado, ella fue parte de eso! ¿Sabes cuántas veces me quedé en un rincón sintiéndome una mierda? ¿Crees que alguna vez se acercó a preguntarme cómo estaba? ¡Claro que no! Ella era el motivo de mi aislamiento. ¿Y ahora habla de salud mental como si fuera perfecta? ¡Prostituta de webcam!

Marina cerró la laptop.

—¿Para esto querías ver el stream? —le preguntó, seria. Su voz no tenía una pizca de emoción, lo que hacía su reacción aún más impactante—. ¿Cuánto tiempo más vas a compadecerte de ti?

El ambiente se tensó, y yo me quedé callada. No había notado cuánto resentimiento guardaba Vic hacia su cuñada.

—¡¿Qué mierda estás diciendome, Marina?! —exclamó Vic, con el ceño fruncido y los músculos tensos.

—"¡No me integraban! ¡Nadie me preguntó cómo estaba!" —replicó Marina, imitando un tono dramático—. ¿Por qué te importa la atención de gente a la que no le importas, Victoria? ¿No te gusta que te aíslen? ¿Aislada de qué? ¿De un mundo al que nunca perteneciste? Sí, Fleur es una perra falsa. ¿Y qué? Deberías estar feliz de no formar parte de su círculo. Pero te encanta regodearte en tu desgracia.

—¡No me regodeo! —gritó Vic, su rostro rojo por la rabia—. Solo digo que lo que hizo conmigo me dañó. Ella me detesta y me aísla, incluso si nunca le hice nada.

—Ese no es el punto —dijo Marina, clavando su mirada en Vic—.  Usa tu tiempo para hacer que tu existencia valga la pena y no para vivir lamentándote por lo que hacen personas a las que les importas una mierda.

El comentario fue directo como un golpe. Aunque lo que Marina decía era sabio, la forma en que lo transmitía dejaba claro que este tipo de conflicto con Vic era recurrente. Yo no sabía si debía interferir; después de todo, era una discusión familiar.

—¡Para ti es fácil decirlo! —exclamó Vic, poniéndose de pie—. ¡No tienes los padres que tengo yo! No has pasado por lo que pasamos con Benny.

Marina soltó una carcajada seca, ácida.

—La carta de la lástima, ¿cuándo no? —respondió con calma, aunque sus palabras eran como cuchillas—. Querida, si nuestros padres nos definieran, todos estaríamos en la ruina. Nuestros antepasados condicionan nuestro punto de partida, no nuestro punto de llegada. Lo tuyo siempre son excusas.

Las palabras de Marina eran impactantes y cargadas de verdad, pero veía en los ojos de Vic que no lograban atravesar la barrera de su frustración.

—Si me odias, no debiste venir —habló Vic, dando un paso hacia atrás—. Tu positividad es tóxica.

Marina respiró hondo antes de contestar, controlando cada palabra.

—Mi positividad no es tóxica; tu negatividad lo es. —La seriedad de su voz no dejaba lugar a dudas—. Y no te odio, Vic. Te quiero. Por eso intento sacarte de este pozo de autocompasión. Pero te lo advierto: llegará un momento en el que priorice mi paz antes que tus dramas. No quiero darte la espalda, porque sé que eres talentosa. Es una pena que no te des cuenta de ello y sigas culpando al éxito de otros por tus fracasos.

Vi cómo la mirada de Vic se quebraba. Desvió los ojos, y en su rostro asomaron lágrimas silenciosas.

—Vic —intervine, buscando su atención—. Marina tiene razón. Ella sabe que mereces algo mejor que estar llorando por gente como Fleur. Tienes potencial para hacer lo que quieras, como todos. No eres menos que nadie, pero necesitas tomar las riendas de tu vida.

Qué hipócrita soy.

Siempre daba consejos que yo misma no aplicaba. ¿Acaso no había estado atada a mi zona de confort por semanas? Las canciones que escribía para Verde Caos no eran más que el eco de mis propios lamentos. Sentí un escalofrío al darme cuenta de lo fácil que era hablar sin actuar.

Marina me sacó de mis pensamientos al ponerse de pie y aplaudir.

—Gracias, Em. Lo explicaste a la perfección.

—No quiero sentirme así —murmuró Vic, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¿Cómo es posible que yo no pueda tener lo que tienen otras chicas?

—Tu primer error es creer que no puedes tenerlo porque es culpa de alguien más —respondió Marina, inclinándose hacia ella—. Las oportunidades no llegan solas, Vic. Si quieres algo, sal a buscarlo. Sal de esa burbuja de ego donde todos son los malos que complican tu vida y tú eres la pobre mártir. —Hizo una pausa antes de añadir—: Hasta Fleur, con toda su falsedad, logra ser la reina de la fiesta. ¿Sabes por qué? Porque enfoca su energía en lo que quiere, aunque no tenga nada brillante que decir. El día que entiendas eso, tú brillarás con mucha más fuerza.

Vic rompió en llanto, con los hombros sacudiéndose mientras trataba de limpiarse las lágrimas.

—Lo siento, Emma —dijo, entre sollozos—. Quería que fueras mi amiga porque fuiste tan genial conmigo, pero yo...

—Vic, no seas tonta —dije, acercándome para abrazarla con fuerza—. Siempre seremos amigas.

—Y tú, Mar... —murmuró Vic, con la voz rota—. Seguro ya estás harta de mí.

—Todo lo contrario —respondió Marina, uniéndose a nuestro abrazo—.  Te voy a sacar buena.

En ese momento, la puerta se abrió y Benicio entró con una mochila al hombro.

—¿De qué me perdí? —preguntó, mirándonos abrazadas y a Vic llorando.

Me sonrojé y no supe qué responder, pero Marina lo hizo por mí.

—Victoria se emocionó porque le dije que volveríamos a tocar juntas.

—¿Qué? —preguntó Vic, confundida, mientras Benicio levantaba una ceja con incredulidad.

—¿El cuarto donde ensayas con Verde Caos está disponible, primo? —preguntó Marina.

Benicio asintió y desapareció en la cocina, exhausto tras llegar de su trabajo.

—Mar, no —murmuró Vic, secándose las lágrimas—. Estoy muy oxidada.

—Ya tienes baterista —dijo Marina, señalándose—. Una bajista y una guitarrista. —Me miró y sonrió—. ¿No es así, Emma?

—¿Yo? —pregunté, confundida.

—Vic me dijo que componías para Verde Caos —explicó Marina—. Y ya no le puedo pedir a mi primo que toque con nosotras. Ahora es exclusivo de su banda de posers.

—¡Te escuché! —gritó Benicio desde la cocina.

—¡Es verdad! —exclamó Vic, entusiasmada—. ¡Podemos empezar con covers y luego hacer nuestra música! ¡Incluso ponerle nombre a la banda!

Vic estaba radiante, con los ojos brillando de emoción. No iba a arruinarle ese momento, así que acepté sin pensarlo mucho. Nos dirigimos juntas al cuarto de ensayo, listas para un nuevo comienzo.

Usar los instrumentos de los chicos de Verde Caos se sentía como una usurpación, pero Benicio nos dio su autorización y su apoyo sin reservas.

—Emma, ven aquí —me llamó Benicio para ajustar la correa de su guitarra roja y adaptarla a mi medida—. Gracias por quedarte con mi hermana —añadió en un tono más bajo, echando un vistazo hacia Marina y Vic, que seguían conectando los instrumentos.

—Me gusta estar con Vic, es la amiga que nunca tuve —contesté, apretando los labios al instante. No tenía por qué haber dicho eso último—. Marina puede ser un poco dura con sus palabras, pero es certera. Y creo que el ánimo de Vic mejoró rápido.

—Marina es una buena influencia —dijo Benicio, mirándome a los ojos—. ¿Me acompañas a buscar otra correa? Esta está algo desgastada.

Su comentario me sorprendió; la correa estaba en perfecto estado. Sin embargo, me guiñó un ojo, dejándome claro que había algo más que quería decir. Asentí y lo seguí fuera de la sala de ensayo.

—Escuché todo —confesó, con voz tranquila mientras caminábamos—. Estaba tras la puerta mientras Mar y Vic discutían. Es difícil para mí. Fleur es amable y cordial, y no le ha hecho nada en concreto a Vic. Lo hemos hablado, y Fleur siempre me dice que no tiene afinidad con mi hermana. Por otro lado, sé que Vic  juzga el estilo de vida de Fleur. No puedo hacer mucho con eso; son personas diferentes, y no todas las relaciones fluyen con naturalidad, tampoco hay que forzarlas.

—Quizás Vic se sintió sola y dirigió su frustración hacia Fleur —comenté, reflexiva—. Pero eso ya no importa. Marina fue directa y la ayudó a enfocarse en buscar su propia felicidad. Admito que sus consejos me sirven a mí también —añadí con una sonrisa, intentando aligerar el ambiente.

Benicio me devolvió la sonrisa, amable como siempre.

—Me alegra que te sirvan —dijo, y su mirada se tornó más seria—. Me gustan las canciones que has escrito para la banda, Emma, pero admito que algunas son bastante lúgubres. Me pregunto si estás bien con eso.

Un escalofrío me recorrió. ¿Mis canciones habían dejado de ser una muestra de talento para convertirse en motivo de preocupación? Tragué saliva y traté de sonar natural.

—Son exageraciones que escribí durante la adolescencia —respondí, riendo bajo—. Y tuve que seguir el hilo de la temática.

Benicio suspiró con alivio, como si necesitara esa respuesta.

—Me tranquiliza escuchar eso —dijo, relajándose un poco—. Respecto a lo que dijiste sobre Vic, puede que tengas razón.

Entonces me contó cómo, antes de que Jamie y los demás se unieran a su vida, él tenía una banda pequeña con Vic y Marina. Sin embargo, cuando el proyecto de Verde Caos tomó forma, las chicas quedaron fuera y el trío se disolvió. Marina tuvo algunos roces con Jamie y Debra, lo que la llevó a mudarse y trabajar en un estudio de programación. Por otro lado, Vic se alejó de sus amistades, enfocándose en su relación con Eloy y en un círculo social en el que nunca se sintió aceptada.

—Entiendo su sentimiento —le dije, procesando lo que acababa de contarme—. Perdió a su banda, a sus amigos, a su prima...

—Y a mí —añadió él, frotándose las sienes con los dedos.

—No creo que te haya perdido a ti —respondí, consciente de que Benicio solía cargar con más responsabilidad de la que debía—. Vic es solo un año menor que tú. Tienes derecho a tener tu propia pareja e incluso a formar una vida aparte. No deberías cargar con culpas que les correspondían a tus padres.

Tan pronto como terminé de hablar, sentí que me había pasado de metida. Mi rostro ardía, y estaba segura de que mis mejillas debían de estar del color de los tomates.

—Sé que tienes razón —dijo Benicio, con una sonrisa que me tranquilizó un poco—. Gracias por tu honestidad. Lo pienso, pero a veces los sentimientos no obedecen a la razón. Por eso suelo ser tan permisivo con las personas que quiero.

Sus palabras me dejaron pensando. ¿También se refería a Fleur? Su relación abierta, en la que solo ella parecía explorar otros vínculos, y su trabajo como modelo de webcam eran temas sobre los que nunca me había atrevido a preguntar. Y no pensaba cruzar ese límite.

Regresé a la sala con las chicas, que ya tenían todo listo. Aunque no teníamos un plan claro, bastaron un par de miradas cómplices para ponernos de acuerdo en qué canciones tocar.

Nunca había tocado junto a otras personas, y, siendo honesta, jamás me habría imaginado compartiendo algo tan poderoso con dos chicas como Marina y Vic. Era como si una corriente eléctrica nos atravesara a las tres, conectándonos de una forma casi mágica. Vic brillaba en el centro de todo, su voz áspera y grunge llenaba cada rincón de la sala. Marina, detrás de la batería, era un espectáculo en sí misma, cada golpe parecía sincronizado con los latidos de mi corazón. Yo intentaba mantener el ritmo, pero a cada instante me encontraba pensando: ¿Cómo no son famosas estas dos?

Perdí la noción del tiempo. Todo lo que existía era esa música que creábamos juntas. Vic y yo cantábamos a dúo, nuestras voces entrelazándose, mientras Marina añadía coros perfectos que parecían elevarnos aún más. Mi pecho vibraba, no solo por los acordes que salían de mi guitarra, sino por la euforia que sentía al formar parte de algo tan único. 

Esto es lo que significa estar viva, pensé.

Pero, como todo lo bueno, el momento tuvo un final abrupto. La batería de Marina se detuvo de golpe, y Vic dejó de cantar. Confundida, levanté la mirada hacia la puerta.

Ahí estaban Jamie y Debra, con sus siluetas recortadas por la luz que venía del pasillo. Jamie tenía una expresión tiesa y evaluadora que  me descolocaba, mientras Debra cruzaba los brazos con una sonrisa apenas perceptible, conteniendo algún insulto pendiente.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Debra, con ese tono que no era una pregunta, sino un reproche, incluso si esa era la casa de Victoria y de Benicio, no de su novio.

Vic se mordió el labio, como si su entusiasmo se desinflara de repente, y Marina solo alzó las cejas. Yo sentí un nudo en el estómago, como si hubieran invadido un espacio que no les pertenecía.

—Estamos ensayando en la casa de mis primos —respondió Marina al fin, con la voz cargada de seguridad. Luego se levantó de la batería y añadió, sin apartar los ojos de los recién llegados—: ¿Algún problema, Debra?

Jamie no respondió de inmediato, pero la tensión en la sala era palpable. Yo todavía tenía la guitarra colgada, mis dedos quietos sobre las cuerdas, esperando la próxima jugada de alguien que siempre parecía tener una carta escondida.

Y entonces supe algo con claridad: esta era solo la primera batalla de una guerra.

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