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Capítulo 12: Verdades

LADO B: JAMIE

La jaqueca era insoportable; el alcohol en mis venas parecía superar la cantidad de sangre en mi cuerpo. La noche debía ser perfecta, pero algo o alguien siempre lo arruinaba. Por lo general, ese "alguien" era Debra. Ella me daba un poco de lo que anhelaba y, acto seguido, me destruía. Ahora estaba ahí, justo como lo imaginaba: llorando en mi departamento tras haber destrozado todo a su alrededor.

Siempre era lo mismo, las mismas rabietas que me hartaban. Aunque, para ser honesto, esta vez algo de culpa sí tenía. Mis ojos se habían desviado hacia Emma toda la noche. No podía evitarlo: se veía increíble con ropa adecuada, el cabello suelto y un poco de maquillaje. No solo era talentosa; tenía un buen cuerpo y la cara de una muñeca. Era el polo opuesto a Debra, que encarnaba la esencia de una femme fatale, mientras Emma irradiaba la dulzura de una tierna conejita.

—Vic es la hermana de mi guitarrista —le expliqué por enésima vez a Debra, quien sostenía su cara de odio apuntada hacia mí—. No puedo evitar que sea amiga de Nicky. ¡Y yo no tengo nada que ver con Nicky! ¡Dios, Deb! Nunca pasó nada entre nosotros. Incluso creo que es lesbiana... o no sé.

La verdad, no sabía si Nicky era lesbiana, pero ya no sabía qué más inventar para que dejara de desconfiar de cualquier mujer con la que me llevara bien.

—¡Ja! —soltó Debra, sarcástica—. No confío en ti, no puedo hacerlo.

—Otra vez con eso... —murmuré mientras daba vueltas por la sala.

—Ya me engañaste una vez —dijo, con la voz cargada de reproche—. No olvido los mensajes que te enviabas con Marina cuando empezamos a salir. No olvido a todas tus "amiguitas". Si tu fama crece, te vas a creer la gran cosa, cuando no eres nada. Eres insignificante.

No lo superaba, ni lo iba a superar. Sí, en el pasado había cometido errores, pero ahora la quería a ella. Lo sabía. Aunque también sabía que no la amaba, y ella tampoco a mí. Nunca nos mostrábamos afecto, ni en público ni en privado. Habíamos olvidado cómo se sentía decir "te amo". Peleábamos más de lo que compartíamos un desayuno o cena en paz. Aun así, no era capaz de engañarla.

Al final, no concebía la idea de estar con otra mujer, aunque pensara que mi paz lo valía. Pero, después de horas de discusión, siempre terminaba agotado y cambiaba mi rechazo por lástima o un estoicismo forzado. Debra me daba lástima; no era más que una niña rogando por afecto y aprobación. Sus favores eran su forma desesperada de retener a las personas a su alrededor.

—Debería tener derecho a tener amigas —apunté—. Tú tienes amigos, y jamás te hice un escándalo por eso.

—¡Es distinto! —exclamó, como si la sola comparación fuera absurda—. Tengo amigos hombres porque no me llevo con las mujeres. Yo no necesito ser una zorra, no hablo de idioteces como Vic y su grupito de imbéciles. Además, ¿para qué tendría amigas mujeres? ¡Son todas unas víboras!

Y tú eres la prueba viva de eso.

Debra continuó con su discurso. Su misoginia interiorizada no la tenía ni el más machista de mis amigos. Era su forma de buscar aceptación masculina a toda costa. Su deseo de ser amada era tan fuerte que había olvidado nuestra pelea; sus lágrimas ya se estaban secando. El daño en su mente era irreparable.

—Como sea, Debra —le dije, agotado—. Estoy cansado de pelear.

—Las parejas se pelean —respondió mientras comenzaba a ordenar el desastre que había hecho—. Mis padres se peleaban todo el tiempo: se gritaban, se tiraban cosas, incluso en Navidad. ¡Nunca tuve una Navidad en paz! Y ¿sabes qué? Siguen juntos tras veinticinco años. Así es la vida. ¿Crees que las parejas no se gritan e insultan? Todas lo hacen, y si te dicen lo contrario es porque mienten.

Mis padres ni siquiera se hablaban, así que no sabía cuál escenario era peor. Al menos Debra conocía mi peor cara, como yo conocía su lado más oscuro. Éramos dos personas rotas manteniéndose juntas. ¿Qué otra persona nos aceptaría? Era incapaz de imaginarme con alguien que me transmitiera paz. Eso parecía imposible. Incluso aburrido. Por eso, mi presente y futuro era Debra. Nadie más. Ella no solo era un nexo al éxito, sino que también era, en teoría, mi complemento. O eso quería creer.

—Debra, quiero que confíes en mí, pero tu carácter lo hace difícil —le dije, sincero. Entre nosotros no podía haber engaños, nos conocíamos demasiado bien—. De ahora en adelante, las cosas cambiarán. No hay otra persona que imagine a mi lado que no seas tú.

Ella rodó los ojos. No me creía. Y ese era un problema porque las cosas se complicarían más adelante. Entre Debra y Emma, prefería ser sincero con mi novia. Era una cuestión de cálculos.

—¿Así que me estás advirtiendo de algo? —preguntó, poniéndose delante de mí, desafiante.

Mordí mi labio y tragué saliva. A veces me intimidaba demasiado. Sus palabras hirientes terminaban por calar en mí mente.

—Tengo que confesarte algo. —Un sudor frío recorrió mi espalda; todo podía irse al demonio—. Emma, la amiga de Vic, compuso las letras para Verde Caos.

El rostro de Debra se deformó. Era como si hubiera desatado su peor pesadilla. ¿Una chica hermosa y talentosa siendo mi aliada? No podría permitirlo.

—¡Lo sabía! ¡Esa zorra! ¡Le voy a destrozar la cara!

—¡Deb, cálmate! —intenté tomarla por los brazos, pero ella se resistía—. ¡Deb, la estoy usando para componer! ¡No lo malinterpretes! ¡Te guste o no, Emma tiene talento! Pero no es lo que crees.

Ella continuó gritando, pero yo ya tenía el plan preparado. Al final, el control era mío.

—¡¿Qué no es lo que creo?! —gritó alterada—. ¡No iban a haber mujeres en Verde Caos! ¡No te permito estar en la banda si hay mujeres! ¡Voy a hablar con D.Sean para que cancele a Verde Caos! ¡Olvídate de tu patético sueño!

¡Mierda, no! De ninguna manera vas a cancelarlo.

—¡Emma no es parte de Verde Caos! —respondí, dando vueltas por el departamento. Busqué los documentos de registro de las canciones y se los entregué a Debra, poniendo mi vida en juego—. Esta es mi prueba de lealtad hacia ti. Hago que Emma escriba, pero registro sus letras a mi nombre. Ella no es parte de la banda, ni lo será nunca. Solo la necesito hasta que consiga compositores de verdad, genios de la música que nos impulsen después de Alternox. Una vez que estemos en la cima, Emma no podrá reclamar nada.

No podía creer lo que estaba sucediendo. Sentía como si mi sangre se hubiera convertido en hielo. Estaba al borde del colapso nervioso, pero conocía demasiado bien a Debra como para saber que esto, en lugar de indignarla, la llenaría de satisfacción. No tenía ni un gramo de sororidad, lo cual era una ventaja en este caso. ¿Por qué había decidido decirle todo esto? La respuesta era sencilla: Debra era como un sabueso, y sabía que tarde o temprano descubriría que Emma componía para mí. Era mejor que pensara que la estábamos utilizando y que luego la descartaríamos. Como fuera, mentirle a mi novia no era una opción.

Debra quedó atónita. Sostuvo los papeles y los leyó con cuidado, luego me miró con los ojos quietos.

—¿De verdad hiciste esto? —preguntó, todavía incrédula—. ¿Lo ves? Sigues ocultándome cosas, Jamie. Eres un mentiroso patológico.

—Nadie sabe esto, solo tú —le dije, tratando de sonar convincente—. ¿Sabes por qué? Porque estoy confiando en ti, te estoy confiando mi vida. No hay forma de que yo te traicione. ¿No crees en mis palabras? Pues aquí tienes mi prueba. Para demostrártelo, te doy un arma contra mí. Creo que de eso también se trata tener una pareja. Por favor, no canceles nuestro show en Alternox, Deb. Yo te soy fiel a ti.

Incluso si Debra enloquecía y me traicionaba después, ya no había vuelta atrás. Las letras estaban registradas a mi nombre, y Emma había perdido cualquier posibilidad de reclamarlas como suyas. Además, el concierto en Alternox ya estaba asegurado. Todo estaba a mi favor.

En el fondo, sabía que esta información no representaba un riesgo real para mi objetivo, pero sí servía para mantener a Debra tranquila respecto a Emma. Al menos por ahora.

Cuando el caos reinaba mi vida sabía cómo mover las fichas para poner orden otra vez. Esa noche, incluso había logrado tener sexo con Debra, teníamos problema con eso, ninguno de los dos solía quedar satisfecho, ella solía insultarme y decirme que no podía con una mujer de verdad, que era mucho para alguien tan poco cosa como yo. Era mejor que pensara en eso y no en que su figura, por más perfecta que fuera, ya no me era suficiente para separarla de su horrible personalidad, así que mi As bajo la manga era imaginarme a otra persona junto a mí.

Esa vez fue fácil pensar en Emma bajo mi cuerpo, en su rostro inocente y su cuerpo impoluto. Me volvía loco con solo imaginar sus posibles reacciones al tocarla bajo la ropa. Incluso si en el principio me había costado encontrarle su atractivo, ahora encontraba en ella una motivación en el peor momento. Claro que todo quedaría en mis fantasías, en mi cabeza donde nadie podía juzgarme por las retorcidas cosas que podía imaginarme con ella.



Sin avisar, decidí dar una vuelta por Deadrops. Sentía una necesidad imperiosa de ver a Emma. Tenía grabadas en la mente sus expresiones durante y después del recital. No había podido apartar los ojos de ella, y podía adivinar que estaba desencantada conmigo. Ninguno de los chicos de la banda, excepto yo, le había agradecido por sus letras. Además, se había enterado de que Debra no tenía idea de su participación, y, por alguna razón, no parecía estar contenta con que le hubiera ocultado la sorpresa de Alternox.

—¡Miren nada más! —exclamó Nicky al verme salir del ascensor—. Llegó el perrito faldero de Debra. ¿Te dejaron salir sin correa? ¡Buen chico!

—¿Por qué no te vas a la puta mierda, Nicole?

—¿En serio? —se rió a carcajadas. Era increíble cómo una chica tan pequeña podía ser tan audaz—. Amigo, tu relación con esa mujer es como pasearse por Chernóbil desnudo. Jamás voy a entender cómo alguien que podría tener a miles de chicas atrás se conforma con una demente.

—No entiendes porque no tienes pareja —respondí, irritado. No quería hablar de eso, y mucho menos con ella—. Vine a ver cómo va la nueva colección de estampas.

—Se está vendiendo bien, sobre todo después de lo de ayer —respondió Nicky, encogiéndose de hombros—. No voy a negar que tus amigos streamers hacen buena publicidad. Todo lo de Verde Caos está volando.

Lamentaba que mi relación con Nicole estuviera tan deteriorada. Habíamos pasado de ser mejores amigos y socios a lanzarnos ataques envueltos en sarcasmo. Sus palabras siempre me herían más porque sabía exactamente dónde golpear, y yo era el culpable de ese distanciamiento.

Las banderas rojas de Debra siempre habían estado frente a mí, tan claras como el día. Aun así, decidí priorizarla por encima de todo, incluso de amistades que podrían haber durado toda la vida.

Todo marcha bien, todo marcha bien, me repetí mientras caminaba hacia la oficina de Emma.

Su espacio era amplio, rodeado de cristales y lleno de comodidades: un escritorio con tres computadoras, aire acondicionado, un minibar, televisión y plantas que daban un toque acogedor. Todo estaba diseñado para que se sintiera valorada, conforme y agradecida conmigo.

La encontré concentrada en sus tareas. Era diligente y responsable, aunque no pude evitar sentirme decepcionado al verla otra vez con su ropa sencilla y sin personalidad, el cabello recogido y la cara lavada. Sin todo ese montaje que potenciaba sus atributos, se volvía insulsa y tan poco erótica.

Si solo supiera que su imagen arreglada me hizo aguantar una noche con Debra.

Me quedé observándola teclear por un momento.

—¡Jamie! —exclamó, sobresaltada al darse cuenta de mi presencia.

Tonta... 

 Me hacía sentir una culpa insoportable.

—Ya lo sabe —le solté sin rodeos. 

Necesitaba decírselo. Necesitaba tener su confianza.

—¿De qué hablas? —preguntó sin levantar la vista, mientras seguía trabajando.

—Le dije a Debra que compones para la banda —expliqué. Sabía que tenía que sincerarme—. Estuve mal al no decírselo antes, pero no quería demorar más. No me gusta mentir. Tenía miedo de su reacción, ya sabes cómo es de desconfiada, pero lo entendió.

La vi suspirar con alivio. Los pocos encuentros entre Debra y Emma habían estado cargados de tensión. Por más talentosa que Emma fuera con la palabra escrita, no podría durar ni un round contra la verborragia ponzoñosa de Debra. En un duelo cara a cara, Debra también ganaría. En una competencia de personalidades, era obvio que Debra se llevaba todos los puntos. Podía imaginarme a Emma siendo aplastada en cualquier escenario, y ella lo sabía. Por eso suspiraba con alivio. Una chica con tan poca personalidad evitaría cualquier tipo de confrontación.

—Me alegra oírlo —dijo Emma mientras mordía su labio—. No quería que hubiera malos entendidos.

—Sí —sonreí, aunque cada vez me costaba más hacerlo de forma sincera—. Por cierto, deposité un pago extra en tu cuenta. Es un porcentaje de las regalías por las ventas de Verde Caos. Te lo mereces por ayudarme a componer.

Ella frunció el entrecejo apenas mencioné la palabra "ayudarme". Tenía que ser más cuidadoso con mis palabras. Aunque Emma tenía una autoestima baja, era consciente de que estaba haciendo todo el trabajo sola.

—Bueno, me alegro de que mis canciones estén en buenas manos —dijo con un tono algo seco—. Me gustó cómo sonaron. Mis letras, con tu voz... y con todos los instrumentos, se oían muy bien.

—Eso es cierto, pero necesito pedirte algo más —dije mientras me acercaba, invadiendo su espacio personal.

El aroma a vainilla y miel de Emma golpeó mi nariz, y vi cómo se sonrojaba. Sus ojos vagaban inquietos por la sala, evitando mirarme. La ponía nerviosa, justo lo que necesitaba para que hiciera lo que yo quería.

—¿Qué, qué pasa? —preguntó temblorosa.

Podía jurar que su cuerpo emanaba calor. Me agaché a su altura, apoyándome en cuclillas al lado de su silla.

—¿Podemos componer en tu casa? —le solté sin rodeos—. Aunque Debra ya sabe que compones para mí, no fui capaz de decirle que lo hacemos a solas. Ella tiene llaves de mi casa, y no me gustaría que nos interrumpiera.

La vi dudar. Evitaba mirarme a la cara, y la forma en que fruncía las cejas y comprimía los labios era una clara señal de que mi propuesta no le gustaba.

—No quiero tener problemas con tu novia —murmuró.

—Lo nuestro es un asunto profesional —le respondí, marcando distancia—. Pero ella no lo entiende. Es muy celosa. ¡Emma, por favor! —Junté mis manos en plegaria—. No estamos haciendo nada malo. Si lo prefieres, luego buscaré otra forma de trabajar, tal vez con los chicos en un lugar menos íntimo. O, si te sientes incómoda conmigo, solo dilo.

Emma mordió su labio y bajó la mirada. Claro que se sentía incómoda conmigo, pero de una forma ambivalente. Además, su dependencia económica de mí seguía siendo un factor clave. Era algo que podía usar a mi favor.

—No, no —negó apresurada—. Podemos componer en casa cuando mi madre esté trabajando.

Otra vez me salía con la mía. Las cosas volvían a su orden.



Esa misma tarde esperé en el patio del complejo de departamentos hasta ver que Cleo se iba a su trabajo. No quería que me viera ni me saludara. Presentía que me consideraba un pretendiente de su hija, y si me veía con Emma y luego con Debra, podía traerme problemas.

Subí al departamento de Emma, ansioso por terminar las canciones. Con cuatro o cinco más podríamos tener nuestro primer álbum listo antes de presentarnos en Alternox. Tras ese concierto, estaba seguro de que lograría conexiones importantes con disqueras y compositores de alto nivel. Ya no tendría necesidad de usar a Emma. Quería acabar con esto pronto. Ella era una buena chica y no merecía que le mintiera. Registrar las canciones a mi nombre era solo una forma de asegurar mi futuro, pero todo tenía un fin más grandioso. Su principal problema era la pobreza, y conmigo ya no tenía que preocuparse por eso. Le retribuiría con todo el dinero que necesitara, siempre y cuando Verde Caos alcanzara la fama.

Otra vez en su habitación, el pequeño ambiente envolvía todo con un aire íntimo. Era difícil respirar con el calor acogedor de la habitación y su dulce aroma. Todo estaba rodeado de paz, silencio y luces tenues.

Intenté esforzarme más y poner mi impronta en las letras, pero no funcionaba. No había manera de que se me ocurriera algo mejor que lo que Emma escribía.

—No sirvo para esto —murmuré, frotándome el rostro. De verdad me frustraba tener nulo talento para la composición.

No había forma de crear una frase que quedara bien; de lograrlo, quizás podría aplacar un poco la culpa de registrar esas letras como mías.

—Tu don está en la interpretación —dijo Emma, escribiendo en su libreta—. Lo que hiciste en el escenario fue hermoso. Atrapaste a todo el público, te aman. Tienes que estar orgulloso. Ya me convertiste en tu fan.

Solté una carcajada y, sin pensarlo mucho, la abracé con fuerza. Emma se puso rígida al instante; mis brazos presionaban sus pechos. Era tan dulce y, a la vez, tan tonta. Sus palabras me calmaban. Lo que necesitaba para ser exitoso no era talento artístico, era carisma.

Escribimos, comimos, vimos vídeos y escuchamos música. El tiempo parecía desvanecerse, y Emma se quedó dormida sobre su cama. Era como si su cerebro se sobrecargara y no soportara mantenerse despierta con las visitas.

—Em... —susurré, pero decidí dejarla dormir.

Seguía en su casa, y había algo que quería revisar con más detenimiento: la guitarra.

Esa copia exacta de la primera guitarra de Billy Mason solo podía estar con las pertenencias de su madre. Fingí ir al baño y me dirigí a la habitación contigua.

Allí, colgada en la pared, brillaba en la penumbra. Encendí la luz y la tomé entre mis manos.

Sus detalles son idénticos, pensé mientras buscaba en internet la portada del primer disco, donde aparecía esa guitarra.

Todo coincidía a la perfección: las roturas, los desgastes, incluso las pegatinas, descoloridas por el paso del tiempo. Pero algo no cuadraba. ¿Cómo era posible que Cleo, criada en el mismo barrio de Billy Mason y fangirl de la banda desde sus inicios, no lo hubiera conocido en persona? Era ilógico. Como mínimo, debería tener una fotografía o un autógrafo.

La curiosidad me carcomía. Una vez que una idea entraba en mi cabeza, no podía soltarla. Así que empecé a revisar la habitación. No tenía muchas cosas, así que sería rápido. Nada interesante en la mesa de noche, nada debajo de la cama, nada en los cajones. Solo una caja oculta en el fondo del ropero.

La caja era pesada, llena de recuerdos: fotos de Emma en sus cumpleaños, siempre con un pastel en la mesa y sin invitados. Me deprimía, así que no me detuve a ver su rostro de niña porque me arrepentiría de mis pecados.

Seguí buscando hasta que mis ojos dieron con la primera pieza de un tesoro inesperado.

No puede ser.

Encontré una foto de un jovencísimo Billy Mason, antes de la existencia de RedBlack, abrazado a una bella y joven Cleo en lo que parecía ser un bar de la ciudad.

La adrenalina me invadió. Mi instinto gritaba que siguiera hurgando, que lo que acababa de encontrar cambiaría todo. Revisé con más frenesí. Una tras otra, encontré fotografías de Billy Mason, los miembros de la banda, recitales en bares de mala muerte. Toda la historia de los inicios de la banda estaba en esa caja. Incluso había cintas VHS rotuladas con fechas de shows que no podía reproducir.

Cleo no solo había conocido a mi ídolo; había sido su pareja antes de que alcanzara la fama.

Ya veo. Quizás salió con él un tiempo y, cuando se hizo famoso, quedó despechada, pensé, tratando de racionalizarlo.

No quería admitir lo que se revelaba ante mis ojos, pero entonces encontré los papeles de la casa y, entre ellos, un contrato aún más extraño.

"Queda constancia de que la señorita Cleo Garden no tomará acciones legales contra Billy Mason y acepta la tutela completa de su hija, Emma Garden, a cambio del departamento ubicado en xxx..."

Tapé mi boca para ahogar un grito. Mi corazón se aceleró, sentía mareos. ¿Era real? ¿Podía ser cierto?

Saqué mi teléfono y tomé fotografías de todo antes de devolverlo a su lugar. Mi cuerpo temblaba, sudaba frío, y volví a la habitación donde Emma seguía durmiendo en completa paz.

Emma, eres la hija de Billy Mason...

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