Capítulo 1: El cambio
LADO A: EMMA
Una vez al mes calculaba la distancia desde mi habitación al suelo, observando cómo las luces de la calle proyectaban sombras alargadas en las paredes desgastadas del edificio. Podía escuchar el murmullo lejano de la ciudad mezclado con el crujir del parquet bajo mis pies, todo contribuyendo a un silencio opresivo que me obligaba a enfrentarme a mis propios pensamientos. Me preguntaba si una caída así podía quitarme la vida rápido y sin dolor. Era solo un pensamiento, no iba a hacerlo porque así condenaba a mi madre al mismo destino. Ella solo me tenía a mí, y yo a ella. Por eso, en vez de suicidarme, buscaba en internet si alguna guerra nuclear se desataría en los próximos meses, o si había posibilidad de una pandemia que nos exterminase antes de Navidad. Lo que fuera, ya que no tenía el privilegio de ser una hikkikomori a la que le dan de comer en la boca mientras pasa sus días viendo novelas coreanas. Tenía que ir a trabajar, actuar como una adulta funcional y fingir que la depresión no me aplastaba. Quejarme era inútil, debía hacer lo mismo que el noventa por ciento de adultos.
En ese momento no sabía que yo debía tomar las riendas de mi vida, que era la única persona capaz de sacarme del pozo, de mis interminables crisis existenciales. En el fondo sabía que nadie iba a salvarme, pero incluso para acabarla, esperaba a que algo más lo hiciera, o que al menos me sacara de la asfixiante monotonía.
Cada día me sentía más miserable, atrapada en un destino que no era mío, en un sistema que me arrastraba a su rueda y del que no podía salir. No me importaba tener buena salud, una madre que me amara o un trabajo y un sueldo que me alcanzaba para vivir con "dignidad". La infelicidad me ahogaba.
Las palabras para aliviar mi espíritu ya no me alcanzaban, por eso, esa noche contemplaba la altura otra vez.
Quiero que esto termine, quiero que termine...
Los pensamientos en mi mente se atropellaban unos con otros. La garganta se me anudaba. Solo era cuestión de tiempo para que el ataque de ansiedad se disipara, entonces volvería a dormirme y a resignarme por lo que me "había tocado", como si mi vida dependiera de algún ente externo como el destino, el gobierno o mi carta astral. No era capaz de hacerme cargo de mis decisiones. Sin embargo, esa noche fue distinta a las demás.
Los vidrios de las ventanas de aquel viejo departamento vibraban con las guitarras. El calor era insoportable, lo cual podía deberse a que era la noche más calurosa del año y no tenía electricidad. Cuando miré a las ventanas de mis vecinos, me di cuenta de que solo yo no tenía luz en ese complejo de edificios de pequeños departamentos.
Me aparté de la ventana, agobiada, y me até el cabello transpirado que se adhería a mi piel. Fui hasta la cocina y mojé mi rostro en el lavabo. No tenía muchas opciones más que ponerme un vestido, el único de mi colección, y bajar hasta el patio central con la esperanza de que el sueño venciera los pensamientos suicidas en el calor infernal de una noche estrellada.
Para ser sincera, tenía ganas de hacerlo, tenía ganas de salir y de probar algo distinto a lamentarme. Pasaba mis días enteros trabajando o en el departamento, y más que el calor, me abrumaban mis pensamientos y la sensación de estar atrapada, como si las paredes se cerraran sobre mí, robándome el aire y dejándome sin escape. La presión irrespirable me iba a matar. Estaba harta de mí.
Tomé mi libreta de poesías y mi bolso de mano, en donde llevaba lápices de colores y todo lo que me fuera necesario para sobrevivir a una noche fuera de casa. Me senté en el banco bajo el nogal, y miré hacia el SUM que compartíamos entre los edificios del complejo. Alguien había alquilado ese sitio para un festejo. Una banda tocaba covers de rock, o punk, o algo así. No podía quejarme, los sábados a la noche se permitían los ruidos fuertes.
Me dispuse a escribir algunas palabras, lo primero que me viniera a la cabeza, pero había algo más que me distraía que la pésima ejecución de temas tan básicos. Una pareja peleaba a metros de mí. Una hermosa chica de largos cabellos castaños con puntas teñidas de negro y un atuendo de cuero ajustado parecía encogerse bajo la mirada amenazante de un hombre de cabeza afeitada y chaqueta de jean. Su expresión oscilaba entre el miedo y la desesperación, mientras él proyectaba una hostilidad tangible.
Noté la hostilidad en él y el miedo en ella. Me puse de pie y sentí mi cuerpo temblar, era casi un déjà vu de un momento tormentoso. Por eso, aunque lo creía impropio de mí, decidí involucrarme y tomé mi teléfono por si tenía que llamar al 911.
—¡Eres una puta, Victoria!
El tipo lanzó un insulto y una bofetada que hizo trastabillar a la chica. La diferencia de fuerzas era más que evidente. Ella sollozó y se cubrió el rostro con ambas manos, pero él la empujó y volvió a levantar el puño. Mis manos temblaron y presioné la pantalla para llamar a la policía, pero no podía perder tiempo hasta que vinieran porque "Victoria" estaba a punto de recibir otro golpe.
Con una valentía inesperada, tomé el gas pimienta de mi bolso y corrí hacia ellos. Ni siquiera habían notado mi presencia, por lo que pude rociar toda la cara de ese estúpido antes de que intentara acertar un golpe.
Tomé a Victoria de la mano, y ella me apretó con fuerza. Estaba aterrada, iba a entrar en pánico, y aun así su mano temblaba en la mía.
¿Qué acabo de hacer?
No me reconocí.
—¡Perra puta!— clamaba el calvo frotándose los ojos, queriéndonos atrapar a ciegas.
La música se detuvo. Un chico corrió a nuestra dirección con la furia en su ceño fruncido y su puño recargado de violencia. Tenía el cabello negro, cortado de un modo salvaje y era tan extravagante como todos los que salían del SUM a ver lo que sucedía.
—¡Hijo de puta! ¡Voy a matarte!
El chico de cabello negro asestó un golpe contra el calvo, y luego otro y otro...
Con un esfuerzo inhumano, el calvo abrió los ojos para defenderse de la lluvia de golpes que rompían su rostro sin piedad.
—¡Basta, por favor!— gritaba Victoria, envuelta en lágrimas.
Yo quería apartarme de ese asunto, ya no tenía nada que ver, pero ella parecía no querer soltarme.
Para suerte de todos, el tipo calvo logró zafarse y se escapó a las corridas.
Mi mirada se cruzó con la del chico de cabello negro. Estaba salpicado en sangre y tenía una mirada atemorizante, sin embargo, sus palabras fueron amables:
—Gracias por defender a mi Hermana.
Abrí la boca, pero no supe qué responder. Victoria seguía llorando.
—Lo siento, Benny —decía ella entre sollozos.
Benny, su hermano, suspiró. Las personas alrededor intentaron acercarse, pero él las detuvo con un gesto firme de la mano.
—Déjennos a solas —ordenó, y los demás se dispersaron, regresando a la fiesta entre murmullos.
—Si ya están bien, me voy a mi casa —dije, con el estómago hecho un manojo de nervios.
—¡No! —exclamó Victoria—. No sé tu nombre ni te agradecí por defenderme.
—No fue nada —respondí con una sonrisa incómoda, consciente de que mi brazo seguía atrapado entre los dedos de Benny. ¿Me golpearían por meterme en su pelea?—. Me llamo Emma, soy vecina del complejo. Se cortó la luz en mi departamento y bajé a tomar aire. Seguro es un fusible o algo así. Solo hice lo que debía hacer.
Hablé rápido, diciendo cosas irrelevantes por miedo y vergüenza. Aunque el calvo ya no estaba, temía lo que pudieran decirme o hacerme Benny y Victoria. No tenía ganas de involucrarme con personas de su "perfil".
—Puedo revisar tu casa, quizá sea algo sencillo —dijo Benny.
—¡No, no, no hace falta!
De ninguna manera dejaría entrar extraños a mi casa en plena noche, y mucho menos sin mi madre presente.
—Entonces ven a la fiesta con nosotros —insistió Victoria—. Vamos, soy Victoria, pero me dicen Vic, y él es mi hermano mayor, Benicio, aunque le digo Benny.
¿Ir a esa fiesta? ¿No sería raro?
Una parte de mí quería aceptar. Tal vez era el deseo de salir de la rutina que llevaba tiempo ansiando.
Estoy en el complejo. No debería ser peligroso.
De hecho, era más peligroso quedarme a solas con mis pensamientos, los cuales esa noche estaban empeorando y escalando a niveles tétricos. Así que, incluso con miedo, lo hice. Me dejé llevar.
Al llegar, la gente se acercaba a Vic para preguntarle si estaba bien y despotricar contra su novio, a quien ahora imaginaba era el calvo. Vic minimizaba lo ocurrido, aunque tenía un golpe visible en la mejilla.
Yo iba detrás de ella, sintiéndome como una intrusa. Pronto me encontré en medio de la fiesta del SUM, un salón vidriado lleno de luces y música.
El calor y la multitud me sofocaban. La taquicardia aumentaba con cada paso. No entendía por qué había actuado así. Ni siquiera me sentía orgullosa de haber ayudado a Vic; solo quería desaparecer.
En el escenario, una banda de aspecto rebelde tocaba con entusiasmo. Entre ellos, Benicio sostenía una guitarra Stratocaster. Cómo sabía el modelo era otra larga historia.
Me aparté al fondo, buscando un rincón donde el ruido fuera menos abrumador. Traté de hacer ejercicios de respiración, pero en un lugar lleno de estímulos, la ansiedad era implacable.
Limpié con mi puño el sudor de mi frente cuando un chico de cabello verde fluorescente y alborotado se paró frente al público con una gran sonrisa, tenía algunos tatuajes pequeños en su brazo y en su cuello de los que distinguía murciélagos, estrellas y otros garabatos. Él tomó el micrófono y empezó a cantar de una forma clara e impresionante. Su voz rasgada y profunda invadió el ambiente con fuerza. La gente lo amaba, él tenía esa vibra que atraía todas las miradas y lo ovacionaban, no era para menos, lucía como un artista de verdad. Aunque lo que cantaba no era una canción propia, era un cover de una conocida banda que odiaba. No sabía bien de géneros, pero ese tema era demasiado popular como para ser parte del under.
Todos coreaban con entusiasmo mientras yo me sentaba en una silla al fondo, en donde el ruido era más tenue y podía calmarme un poco. Traté de hacer mis ejercicios de respiración contra la ansiedad, pero no surtían efecto en un lugar plagado de estímulos.
Vic regresó con bebidas y me ofreció un vaso que sostenía algo rojo y alcohólico.
—Eloy es mi novio —dijo Vic, colocando hielo sobre su mejilla—. Bueno, exnovio. Siempre fue posesivo, pero más que una zamarreada no me había dado. Esta vez se montó una película porque estaba bailando en la pista.
—Quiero creer que no lo perdonarás —murmuré, con temor de estar cruzando un límite.
Vic bajó la mirada.
—Soy una estúpida.
—No digas eso —respondí, tomando un gran sorbo de mi vaso. El alcohol estaba fuerte—. Estoy segura de que no te enamoraste sabiendo que pasaría esto.
Vic forzó una sonrisa.
—Todo este aspecto de chica mala, y no puedo defenderme sola.
No supe qué decir. No me sentía con derecho a darle lecciones de vida, mucho menos a una desconocida.
—Lo importante es que evites a ese malnacido —dije, mirando a su alrededor. Todos los amigos de Vic parecían de la misma calaña—. Podrías denunciarlo.
Vic soltó una risa amarga.
—Pásame tu número, Emma —dijo de pronto—. Me caes bien. Quizá sea hora de abrir mi círculo de amistades.
La miré sorprendida. Pensaba que, después de los veinte, hacer nuevos amigos era imposible. A pesar de todo, me emocioné con la idea.
Intercambiamos números y redes sociales.
—No tienes muchas fotos —comentó ella, revisando mi perfil vacío.
—No me gustan las redes sociales —murmuré, viendo las suyas llenas de selfies y fotos de fiestas—. Me distraen de lo que importa.
Vic rió, incluso si mi comentario fue soberbio. La verdad era que no tenía nada que mostrar al mundo, y la sola idea de exponerme me aterraba.
—¡Es cierto, pero yo no puedo evitarlo! Tengo que presumir que soy hermana de Benicio, de Verde Caos. ¡Un día será famoso!
Vic me contaba que Benicio era su hermano mayor, solo por un año. Ambos vivían a pocas, manzanas del complejo de edificios, en una casa heredada de su abuela materna, la cual ya había fallecido. De vez en cuando veían a su padre, mientras que su madre vivía en la capital junto a su nueva pareja y sus hijos más pequeños.
Ella confiaba en mí como para contarme cosas tan íntimas como esas, pero yo no podía abrirme del todo con una extraña. Solo le dije que en casa éramos dos: mi madre, quien trabajaba por las noches haciendo limpieza en un hospital; y yo, que era cajera en el supermercado del centro.
La banda terminó de tocar. Ni siquiera lo había notado hasta que Benicio se acercó a nosotras.
—Vic, vamos a llevar a Emma a su casa y tú y yo vamos a hablar —dijo determinado.
—¿Quién es Emma? —canturreó una hermosa joven que se colgó en los hombros de Benicio.
Su rostro me era familiar, pero a la vez era genérico, a lo mejor se debía a su cabello rosado, sus pestañas postizas en sus pequeñísimos ojos, sus uñas stiletto y los labios pintados con abundante gloss para disimular lo finos que eran. Era como ver una persona con un filtro constante. Aterradoramente hermosa.
—Ya te dije, Fleur, es quien defendió a Victoria —respondió Benicio.
—¡Ah, es verdad! —Fleur se rió y miró su teléfono, en donde respondía mensajes a la velocidad de la luz con sus uñas chocando con la pantalla y haciendo un sonido hipnótico como un rápido "taca-taca-taca"—. Lo siento, estaba haciendo un vivo. No quería que mis seguidores escucharan eso. ¿Estás bien, Vic?
—Sí, gracias a Emma y a Benny.
Vi que Vic hizo una sonrisa con sus labios apretados y de inmediato se levantó de la silla.
—¿Vienes con nosotros, Fleur? —preguntó Benicio a aquella chica.
—¡Ay, no, gatito! —resopló haciendo pucheros—. La fiesta recién empieza, y muchos de mis seguidores están esperando el especial en vivo.
Era obvio, aquella hermosa chica era la novia de Benicio. Ellos dos se despidieron con un incómodo beso, y yo me retiré junto a los hermanos.
Una vez fuera, me apresuré a despedirme de ellos dos.
—Gracias por invitarme a la fiesta —dije apresurada, y con la vista en Vic—. Ya debo volver a casa. Ha sido una noche larga.
—Seguro —dijo Vic, despidiéndome con un abrazo—. Descansa, Em, te envío mensaje en cuanto lleguemos a casa.
¿Em? ¿Tan rápido me puso un sobrenombre?
Al llegar a la puerta de mi torre, agradecí a ambos y me apresuré a subir al departamento. Cerré la puerta tras de mí y, como por arte de magia, la luz volvió.
Entonces lo recordé.
Había olvidado mi libreta de poesías bajo el nogal.
Corrí a la ventana, esperando verla allí. Pero no. El chico de cabello verde fluorescente la tenía en sus manos y se dirigía al edificio vecino.
Mi corazón se detuvo un instante antes de latir con brutal fuerza.
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